lunes, 29 de marzo de 2010

Crònica de una noche de perros* (Palabras Malditas, enero de 2007)

Jueves. Entrada la noche.

En las calles hay un movimiento inusual. Ejecutivos, empleados, obreros, comerciantes, estudiantes y mujeres de todas edades, caminan presurosos. En las marquesinas de bares y cantinas de Naucalpan, con cartulinas fluorescentes, se anuncia una noche futbolera: dos juegos, dos cervezas al precio de una. Mala idea para tomar un trago esta noche. Piensa rápido, pide ansioso mi sistema nervioso.
     Mis pasos me llevan hasta un solitario parque donde una pareja de enamorados se besa al cobijo de un árbol. Ella es casi una niña. No quiero importunarlos así que me encamino a una taquería cercana. Cinco campechanos y un refresco, pido. Al otro lado de la avenida 16 de septiembre un alboroto llama mi atención. Es que hay luchas, comenta el taquero al percatarse de mi curiosidad, vienen los Perros del Mal. En mi interior se revuelven los recuerdos. La última vez que pisé una arena de lucha libre fue en Cd. Madero, Tamaulipas. La lucha estelar fue con Atlantis, Dandy y Octagón que pelearon contra Emilio Charles Jr., Satánico y Brazo de Oro. En aquellos días el duelo de moda era Dandy contra Satánico. Han pasado quince años.
     Apresuro los tacos y pido la cuenta. A unos pasos de mi, una mujer intenta cruzar la avenida con una parvada de chiquillos. Me comido a detener el transito, la mujer agradece el gesto y apura a los chicos. Se detienen frente a la arena. El aroma a aceite quemado, donde una mujer prepara quesadillas, me revuelve el estómago. Un sujeto me extiende un papel; es un programa de lucha libre:

LUCHA SÚPER ESTRELLA DE TRÍOS

LOS PERROS DEL MAL
HIJO DEL PERRO AGUAYO, DAMIÁN 666 Y HALLOWEEN
VS.
BLACK WARRIOR, OKUMURA Y ALEX KOSLOV

Sin titubear, me acerco a la taquilla para comprar un boleto. Una niña pequeña me pide una moneda para completar su entrada. Primera novatada: le doy los veinte pesos del cambio. A unos pasos de mí se arremolina la gente. El sujeto que reparte los programas me ofrece algunas botanas. Sí las dejan pasar, me confía. Le compro algunas bolsitas con pepitas y otras más con cacahuates. Me detengo en la primera puerta que veo y entrego mi boleto. Segunda novatada: esa puerta es la entrada del balcón, o sea, de la raza jodida según versa el populacho; yo tengo boleto para gradas.
     Guardo los cacahuates en la bolsa interna de mi chamarra frente al hombre que cuida la entrada, éste sólo me observa. Sin dejar de mirarme parte el boleto a la mitad y me indica que suba por la escalera. Una mujer me recibe dispuesta para una revisión. Al tiempo que me nalguea, me pregunta si traigo armas o cámaras fotográficas. Qué absurda, aun cuando las trajera no se lo diría.
     La Arena Naucalpan es pequeña, muy fría. Frente a mí, se levanta monumental, el cuadrilátero; su lona azul, cuerdas negras y postes bañados en color oro, me hacen recordar aquel ring que una vez me regaló mi madre en un cumpleaños. En las gradas los niños portan las máscaras de sus ídolos. Reconozco las tapas de Atlantis y Black Warrior aunque las que abundan son las de Místico, Príncipe de Plata y Oro (cómo lo ha bautizado el Dr. Alfonso Morales, cronista de la televisión) e ídolo del momento. Estudio minuciosamente el territorio disponiéndome a obtener el mejor lugar aunque en realidad desde cualquier punto de la arena se tiene una buena visión, incluso desde el balcón. Al fondo, empotrada en la pared, se levanta una máscara gigante. Por ahí salen los luchadores, comenta un niño detrás de mí. Efectivamente, al pie de la máscara hay una escalinata tapizada con una alfombra roja. Me encamino a la primera fila y me acomodo a un lado de una chica que limpia sus lentes. La saludo con una sonrisa. Sacó de mi chamarra la bolsa repleta de pepitas. Tercera novatada: para no tirar las cascaritas al piso, las deposito en la otra bolsa de mi chamarra mientras que los demás, las tiran al piso.
     La gente silba, se apagan las luces y de la máscara sale el presentador. Los cronistas de televisión saludan a la gente que ocupa los lugares cercanos al cuadrilátero. En las gradas un grupo de sujetos que portan playeras azules, mientan madres sin ton ni son:

- ¡Qué chingue a su maaaaadre, el que esté parado!
- ¡Qué chingue a su maaaaadre, el que esté sentado!
- ¡Qué chingue a su maaaaadre, el que acaba de llegar!

     Raudo, por la escalinata, pasa un luchador oriental cuyo nombre me es imposible pronunciar. En seguida, la música de RBD inunda la arena. Pensaba que esto era para hombres, grita un hombrecillo de ojos rasgados que está a unos pasos de mí. Un luchador con atuendo similar a los fenómenos televisivos, pasa saludando a los niños. La porra de panzones de playera azul arremete contra él:

- ¡Símbolooooo, que culote tieneees!
- ¡Cállense, cabrones; no se metan con Mio Collucci! –arremete el hombrecillo de ojos rasgados. La gente le festeja el albur con carcahadas.

     En resumen la primera lucha se puede definir con una palabra: aburrida. Eso que son los calientalonas, se queja un hombre detrás de mí.
     Las acciones siguen en el cuadrilátero pero el ambiente real está en las gradas. Algún borracho de ring, comienza a meterse con los panzones de las playeras azules. Ya callen a los pitufos, grita. La segunda y tercera luchas, no pasarán a la memoria colectiva de los presentes. Lo único para recordar es la hermosa máscara en negro y oro de Kung Fu Jr. Me doy un tiempo para charlar con la chica de los lentes que se encuentra a mi lado. Su nombre es Daniela y se reconoce fanática a muerte de los Perros del Mal.

LUCHA SEMIFINAL DE TRÍOS

FELINO, DR. CEREBRO Y CEREBRO NEGRO
VS
NEGRO NAVARRO, MÁSCARA AÑO 2000 JR. Y VENENO

     Saco de la manga mis añejos conocimientos sobre el pancracio nacional. En el cuadrilátero no aparece Felino (descendiente de la familia Casas), tampoco Negro Navarro (un luchador veterano que realmente es un chingón). La gente se queja más por la ausencia de Felino que por la de Negro Navarro. Una hermosa modelo sale de la máscara anunciando la primera caída. La porra hace notar su presencia de inmediato.

- ¡Mamitaaaaa, que buen culo tienes!
- ¡Chiquitaaaaa, yo si te chupaba esas tetitas!
- ¡Güerita, te deseo… te quiero esta noche en mi cama!
- ¡Yo también! –confieso en silencio.

     La despampanante caderona se pavonea rodeando el cuadrilátero. Los encargados de la logística del evento le hacen algunas señas. Sorpresivamente, la chica camina hacia la salida. La lucha da inicio a tambor batiente. Me convierto en mudo narrador de las acciones. Un hombre corre a la salida para traer de vuelta a la chica. Se escucha el grito de apoyo a Veneno, a lo que “los cerebros” responden con una retahíla de improperios para aquellos que apoyan al cabeza de sopa maruchan, según lo bautiza la porra. La modelo está de vuelta, atraviesa por las filas de ring con la cabeza agachada y sin mover las caderas. Un hombre la escolta hacia la entrada de los camerinos. Antes de cruzar, otro sujeto la detiene, le indica la forma en que debe hacer el recorrido y por donde debe salir. Cuando la chica se da vuelta, el sujeto ríe. Observo la carita de la chica. Pobre tonta, la verdad es que al verla en esa condición deja de parecerme bella y sensual.
     Mientras la lucha se desarrolla, aprovecho para charlar con Daniela y con su madre, sentada a un lado de ella. Nuestra platica se fondea con chiflidos y mentadas de madre.

- ¡Arriba los rudos, señoreeeees! –grita Veneno con marcado acento panameño.
- ¡Arriba los rudos –responde veloz y coordinada, la porra de los panzones- pero tú, chingas a tu maaaadre!

     Las risas son inevitables. Veneno sobrevive a las burlas, no así a la golpiza de Dr. Cerebro. Daniela se muestra ansiosa, me confía que quiere que ya acabe esta lucha y que salgan los Perros del Mal.

- ¿Son buenos? –pregunto con curiosidad.
- Son los mejores. El Perro Aguayo es el mejor.

     En sus ojos hay un brillo especial cuando habla de sus luchadores preferidos. La lucha semifinal acaba pero bajo el cuadrilátero, los retos se prolongan. Daniela se apresta a tomar su lugar junto al barandal de la escalinata. Su madre me confía que es la primera vez que vienen a las luchas y que es el regalo de cumpleaños de su hija. También me dice que sueñan con ir algún día a la Arena México y que su hija quiere conocer a los Perros del Mal. Al apagarse las luces, niños, jóvenes y adultos se arremolinan junto a la baranda. Con mi cuerpo trato de cubrir a Daniela, que no se da cuenta que detrás de ella, una multitud de gente empuja esperando la salida de la maléfica jauría.
     Todo está listo para la lucha estelar. Por la escalinata baja el Negro Navarro, Okomura y el ruso Alex Koslov. Noticia del día: hoy ha muerto una leyenda del espionaje ruso. Un niño con una máscara de Black Warrior pregunta a su padre dónde está su luchador preferido. El padre resignado le confiesa que no va a salir. No alcanzo a escuchar qué responde el chico porque en ese instante se escuchan las notas de una melodía de Cartel de Santa. Por la escalinata bajan Halloween y Damián 666. Detrás de ellos, el ídolo de Daniela y de un noventa por ciento de la gente que se encuentra en la arena: Pedro, “El Perrito” Auguayooooo… heredero de la leyenda de Nachistlán, me atrevo a complementar. La chica se une a la emoción de la gente, observo su carilla llena de emoción. El Perro pasa cerca de ella con el brazo extendido. No sé si Daniela lo toca pero el Perro golpea mi mano. El grito monumental, es unánime e interminable: ¡Perro! ¡Perro! ¡Perro! ¡Perro! ¡Perro!...
     La lucha inicia. Daniela se estremece cuando ve al Perro encarar a Alex Koslov. No se sienta. Los Perros se encuentran coordinados, golpean sin piedad al otro bando. Negro Navarro también encara al perrito de Nachistlán pero no tiene suerte, Halloween y Damián van por él y le propinan tremenda golpiza. Daniela apoya a su ídolo emocionada. Muy pronto, la primera caída es para los Perros del Mal.
     La modelo baja la escalinata moviendo exageradamente las caderas. Me encantas, le grito desde mi lugar y ella amablemente me regala una mirada que adereza con una sonrisa. Debe estar acostumbrada, pienso. Observo sus nalgas, sus piernas largas y sus diminutos pechos apenas recluidos en un pequeñísimo sostén. Daniela ofrece gritos de apoyo para que Halloween acabe con su contrincante. Yo apoyo a Damian 666. Lástima, pienso, el Negro Navarro es un chingón. Aguayo se acerca a nosotros y se para retadoramente al pie de la escalinata. El ebrio que instantes atrás se metía con los panzones de las playeras azules, se envalentona y lo encara. Aguayo lo ignora. El borracho sigue agrediendo a Aguayo. Cuando éste camina de regreso al ring, el ebrio lo escupe. Aguayo reacciona y arremete con un empujón que lanza al individuo estrepitosamente un par de metros atrás, sobre una mujer y una niña de la segunda fila. Vuela la cerveza. Se escuchan abucheos. Damián se apresura a detener a Aguayo, mientras que los de seguridad salen disparados a someter al borracho. Nadie ayuda a la mujer. Se escuchan abucheos pero la lucha tiene que continuar. Las acciones no cesan y la batalla resulta verdaderamente intensa.
     Me he cansado de gritar. Minutos después la lucha termina. Han triunfado los Perros del Mal en dos caídas al hilo. Daniela está muy contenta. Me regala una última mirada. En sus ojitos sigue el brillo de felicidad. No puedo negar que me produce cierta ternura y me ayuda a evocar la impresión que de niño sentía al tener cerca a cualquiera de mis ídolos. Los Perros no están para retos y adoptan pose de divas. Ofrecen pocos autógrafos y presurosos, salen escoltados por una puerta distinta a la de vestuarios. Detrás de mí, escucho la voz de Daniela:

- ¡Ándale, mami, apúrate, van a salir por allá!

     La mujer, solícita, sigue a su hija. Ambas se pierden entre el remolino de gente. Para Daniela nada importa, más que volver a tener cerca de sus ídolos, los Perros… sus Perros del Mal.
     La gente sale contenta de la arena. Los niños emocionados imitan algunos de los retos que presenciaron. Los mayores, toman el programa de la siguiente función: duelo de apuestas, máscara contra máscara. Algunas mujeres se organizan para caminar juntas hasta el estacionamiento de la calle siguiente. Los vendedores también hacen la última lucha. Camino por la calle solitaria y fría.

Viernes. Primer minuto.

     Sobre Periférico, espero algún transporte que me llevé a casa. Tal vez la siguiente semana regrese a esta perrera, la Perrera Naucalpan. Indiscutiblemente, la casa de los Perros del Mal.©

*Publicada bajo el pseudónimo de Máscara Maldita.

miércoles, 24 de marzo de 2010

lunes, 22 de marzo de 2010

jueves, 18 de marzo de 2010

Los calzones de Carlos (Bitácora del Orgasmo, 2009)

Una de las cosas más aberrantes de las que he sido partícipe en este mundo consiste en conocer el repertorio de calzones de Carlos, mi mejor amigo de la universidad. Esperando que mi introducción no se preste a malas interpretaciones, daré inicio a esta historia.
     Carlos era poseedor de ocho calzones, todos invariablemente del mismo color. Tenía uno para cada día de la semana y otro que servía como reserva. Antes de conocerlo jamás había sabido de una persona que limitara su guardarropa de esa forma por lo que la mañana que irrumpí en su cuarto en la calle El Carmen, en el centro histórico, y lo descubrí frente a su cama con los siete calzones extendidos en el colchón casi me viene un shock fulminante cuyo trauma hubiera sido casi imposible superar de no ser porque el tipo me tomó por el hombro y serenamente preguntó:

     - ¿Cuál de éstos crees que debo ponerme?

     Mareado por la bochornosa situación, recuerdo que señalé uno e intenté emprender la retirada temiendo que las consecuencias de aquello fueran irreparables para nuestra amistad. Sin embargo, Carlos, se mantuvo contemplando su exhibición como si estuviera vislumbrando una obra de arte y de inmediato dijo algo parecido a esto:

     - Ese ya lo había reservado para el noche. Es que no te he dicho pero vamos a ir a una fiesta a la casa de Mariana.

     Antes de que me viniera el shock postergado segundos atrás, tomé la decisión de emprender la retirada así como la sabia providencia de esperarlo en las escaleras. Una vez acodado en el barandal, me asaltaron una serie de pensamientos malsanos que por pudor me abstendré de reproducir en este espacio. El hecho es que después de una larga espera, mi aun amigo reapareció debidamente vestido y cargando un morral en el que seguro escondía una maltrecha libreta y un lápiz para tomar los apuntes. El trayecto a la universidad no fue fácil pues constantemente era embestido por la visión de esos calzones ajenos que nunca hubiera imaginado conocer.
     No hay duda que existen días en que uno no debió salir de casa.
     Fiel a nuestra costumbre, Carlos y yo transcurrimos la mañana cometiendo las mismas idioteces de todos los días y por ello aproveché la ocasión para tirar un bromista comentario con respecto a lo que había presenciado esa mañana. La idea era liberarme de aquel fantasma que no me dejaba en paz. Como una respuesta a mi comentario, las miradas de todos se mostraron como un reproche por andar ventilando intimidades de naturaleza non grata en ese círculo de amigos. Además de chismoso, quedé como joto –pensé al sentir la reacción de los compañeros–.
     Llegó la tarde y con ella la invitación para asistir a la casa de Mariana, sin embargo, en un repentino cambio de estrategia, Carlos propuso que nos fuéramos a otra fiesta que se celebraba en la casa de una enemiga de su novia a la que mi amigo quería hincarle el diente desde tiempo atrás. Nadie puso objeción. La fiesta estuvo de lujo: mucha comida, mucha bebida, buena música, gente bailando, guapísimas estudiantes de Comunicación extasiadas por el alcohol y drogas varias; besos, caricias, pleitos furtivos, malos entendidos alcohólicos y llanto; finalmente, nuevos abrazos, nuevos besos y nuevas oportunidades para la pasión.
     Desperté a las seis de la mañana tirado en una cama que no era la mía. Estaba desnudo y a mi lado, en condición de Eva, una tipa conocida como La Nacha buscaba su brasier. Al cruzarse nuestras miradas, una irrupción de pudor nos movió a resguardar nuestras miserias. Sonreímos. Contemplé a la chica durante el ritual que la cubrió parcialmente de ropa. Luego, en un acto que habló muy bien de ella, se acercó a la cama para despedirse.

     - Ya me voy, tengo clase a las ocho. ¡Ah! Si encuentras mi bra, te lo encargo, ¿no? –atinó a decir mientras me regalaba el primer beso de esa mañana.
     - No te preocupes, yo lo busco y te lo llevo.

     Llegó mi turno de buscar mi ropa. Enredado en una sábana salí de la habitación tratando de encontrar las prendas lo más rápido posible. Maldije mis excesos. Tirados en latitudes contrarias estaban los tenis y las calcetas; en la entrada del baño encontré la playera; al inicio del pasillo, sobre el barandal de la escalera, estaban el cinturón y la camisa, pero lo que no atinaba a encontrar eran mis malditos calzones. En la sala, arropando a un sujeto noqueado por las drogas, estaba mi pantalón sin la billetera pero con el brasier de La Nacha. Regresé a la habitación buscar mis calzones, le dí dos vueltas a las sábanas, una al colchón y otra al clóset pero nada, no encontré mis malditos calzones.
     Me vestí con lo que encontré y salí a buscar a Carlos que, justo en ese momento, salía del baño portando los calzones que la mañana anterior yo mismo le había escogido. Su semblante era de lo mejor, sin indicios de cruda y una placidez envidiable.

     - ¿Qué, ya nos vamos? –preguntó con esa chispa que lo caracteriza.
     - No encuentro mis calzones, cabrón…
     - Jajajá… yo por eso siempre traigo dos.

     Entonces lo comprendí pero con todo y la explicación considero una notable aberración conocerle los calzones a mi mejor amigo, sin embargo, celebro su enseñanza pues desde entonces, también procuro llevar ocultos en la mochila unos calzones que me liberen de rozaduras como las que tuve que padecer durante tres días a consecuencia de las costuras del pantalón.

     Post data: Si alguien conoce a La Nacha, háganle saber que aun tengo su brasier.

    15 de noviembre de 2009.©

martes, 16 de marzo de 2010

Pienso que...

La complicidad de los amigos con derechos en más valiosa que la monotonía de una relación estable.

domingo, 14 de marzo de 2010

Pienso que...

El amor que dice llamarse amor, lo echa todo a perder.
Por ello es conveniente conseguirse un cómplice que luego de besarte en la boca no diga "te amo".

sábado, 6 de marzo de 2010

Regias tetas.

A Diana, Ill Rockgirl.

Para alguien como yo que siempre tiene muchas cosas qué decir, lo difícil es comenzar.
No resulta casual que a uno le surjan ideas de la misma forma que a otros les brotan chancros en la entrepierna como si se tratara de chícharos mágicos. Tampoco es fortuito que quienes escriben, al redactar un texto nuevo, se topen con lagunas mentales dificilísimas de superar y como consecuencia terminen haciendo confesiones autobiográficas con secuelas tan irreversibles como el cambio climático.
El caso es que a finales del mes de mayo, conocí por vía de myspace a una señorita de orondas formas (según mostraba la foto del perfil), con quien pude intercambiar unos cuantos iconitos que dejaron ver la posibilidad de un romance cuyos alcances se perfilaban óptimos para traspasar las barreras de la red. He de reiterar que cuando esto me sucede, el estado de imbecilidad en que me sumerjo se torna altamente notable pues ante la promesa de chicas “dispuestas a todo”, que las más de las ocasiones terminan significando “no te prometí nada”, la situación se torna muy frustrante y suele poner en serios predicamentos al chocorrol.
Diana, como fue bautizada esta chamaca para efectos escolares, se posicionó como una de mis amigas preferidas por tres poderosas razones: ser aficionada al rock duro, a la lucha libre y a los placeres de la carne. Nuestras conversaciones resultaban tan agradables que empleábamos el horario de trabajo para disertar sobre temas tan profundos que, al cabo, resultaron de suma valía para desentrañar los misterios de nuestra personalidad (por lo menos funcionó en su caso).
De este modo, pude enterarme de su oportuna deserción escolar en un momento en que la vida insistía en llevarla irremediablemente detrás de un escritorio, lo que hubiera ocasionado el grosero ensanchamiento de su precioso trasero. Conocí su afición a enamorarse de luchadores extremos con facha de roqueros, aunque también logré desentrañar un extraño karma que la ha llevado a terminar liada sentimentalmente con sujetos de alta peligrosidad y que gracias a sus puntuales descripciones puedo imaginar como miembros de la mara salvatrucha en versión kumbia king. Lo más interesante es que por un descuido, o por una intención deliberada, pude ingresar a su intimidad gracias a unas fotografías en las que se mostraba como una reina topples, situación que aproveché para rogarle me dedicara unas tomas para mis textos en la columna que escribo en Palabras Malditas (santígüense).
El suceso me llevó a reflexionar acerca de los usos y costumbres a los que nos está llevando internet pues esta moda que han arraigado las chicas en la que se fotografían las tetas o las nalgas, previamente signadas con alguna dedicatoria, es algo que ni en mis mejores tiempos de galán de secundaria hubiera podido imaginar. En aquellos días, ya hubiera querido que alguna de mis novias se atreviera a dejarse fotografiar en calzones, lo cual, seguramente hubiera servido para reencausar mi carga libidinalhacia otras latitudes. Sin embargo, semejante propuesta jamás recibió una respuesta lo que me hizo pensar seriamente en las propuestas que suelo hacer a mis amigas virtuales.
Un par de semanas después y con el tema de las fotos en el olvido, descubrí en mi mail las ansiadas instantáneas de Diana con las pechugas al aire. Ese extraño ego que se apodera de uno cuando las cosas deseadas se aparecen de forma inesperada me trajo por las nubes durante dos semanas, tiempo en que no dejé de contemplar las imágenes de la misma forma en que el indio Tizoc observó a la niña María antes de ser aporreado por una turba de imbéciles. La sola idea de que aquella chamaca regiomontana de voluminosas tetas hubiera dedicado unos minutos de su tiempo para cumplirme el caprichito, me pareció el acto sexual más noble del mundo. Pero lo importante de todo este suceso vino dos días después, cuando se me ocurrió la fenomenal idea de proponerle a Diana que se tomara otras fotos un tanto más explícitas, es decir, con la peluchera expuesta y en poses que pudieran calificarse como artísticas.
Diana aceptó.
Estaba a punto de darle las indicaciones precisas para que llevara a buen cauce mi nuevo capricho cuando comenzó a platicarme de su novio-novio, no el free del que me había contado en todas las ocasiones anteriores. Me confesó que el sujeto ya estaba al tanto de las fotos que me había regalado y que esto no lo tenía muy contento. A decir verdad, reconozco que yo tampoco hubiera considerado una genialidad que un remedo de escritor encuerara a mi mujer para exponerla como efigie de sus anodinos textos y con ello lograr que alguien lo leyera, sin embargo, ese no era el caso. Resultó que la chamaca me dijo que el novio estaba muy encabronado y por ese motivo estaba pensando en hacer una visita a la ciudad de México y así arreglar cuentas conmigo.

     - Es que mi novio viaja mucho y puede ir a México cuando él quiera –dijo para mi terror.
     - Ah si…
     - ¡Sí!
     - ¿Y a qué se dedica tu novio?
     - ¿En realidad quieres saber?
     - Si –afirmé por mero compromiso pues la verdad no tenía el menor interés por saberlo.

Por la descripción que comenzó a darme, en algún momento tuve la certeza de que se trataba de algún miembro del Cartel de Santa –que ya es mucho decir– o un fanático desquiciado con tendencias asesinas. Pero pronto salí de la duda sólo para reafirmar el terror que ya se me acumulaba entre las piernas al enterarme que el novio-novio de mi nueva deidad era nada menos que Zombie BLS, un luchador extremo que gusta de aplicar todo tipo de castigos brutales a sus rivales antes de triturarles los huevos a patadas. Eso no es todo, el Zombie BLS acaba de salir de la cárcel por cocer a balazos a un infeliz que le mentó la madre luego de que el muerto viviente se negara a darle un autógrafo. ¡En la madre!
A estas alturas de la vida no es que el pavor me corroa pero, por si acaso, un día alguna de ustedes decide enviarme fotos con las tetas o la peluchera al aire para que yo las publique en alguno de mis textos, sírvanse de menos avisarme quien es su novio-novio. Es un trato.

25 de octubre de 2009.

jueves, 4 de marzo de 2010

Se han publicado mis más recientes textos en www.PalabrasMalditas.net llamados Prostitwiters y Reseña del Diraio íntimo de un Guacarróquer, textos que es mejor que lean antes de que se les platique.

Ojalà puedan leerlos y comentarlos.