jueves, 29 de abril de 2010

Saldo final de mi primer Vive Latino.

Ya he dicho en otras ocasiones que los rockeros somos personajes cuyas guitarras están cargadas de prejuicios. Tal vez por esto, me había negado a asistir al festival Vive Latino al considerarlo un atascadero de bandas que las más de las veces me resultaban poco atractivas; un espacio en el que el negocio se encontraba por encima de la calidad y, en general, un espacio apara aglutinar a grupillos plasticos que resultaran un gancho para los muchachos.
     En esta ocasión y a fuerza del compromios familiar, me dejé arrastrar por la parafernalia y el sábado 24 de abril, arribé muy temprano al Foro Sol. Como cualquier mortal adquirí mis boletos y me sometí a las someras revisiones del cuerpo de seguridad (bien pude haber pasado una punta escondida en los calzones), me dejé seducir por las chicas vestidas de Adelitas, por las edecanes de la empresa cervecera patrocinadora y en general, por todo aquello que pudiera ponerme en onda.
     Casi de inmediato me encaminé al escenario Francisco Gabilondo Soler Cri-cri (Verde) y de inmediato pude contagiarme con la buena onda de Lost Acapulco. No puedo negar que esta banda me prendió de inmediato y me hizo bailar entre un montón de chiquillos desmadrosos que la verdad sólo se movían por imitación y no porque conocieran las rolas de la banda; entre chicas menores de edad que se levantaban la playera para agitar sus juveniles senos y deleitar a los presentes; y bajo el ojo visor de una chavita de menos de diez años que cantaba "cojamos ya/cojamos ya/ cojamos ya ya ya ya ya/ cojamos ya", comencé a brincar como en aquellas epocas en que Nirvana me provocaba estertores.
     Esta actuación de los surferos sirvió para safarme los prejuicios y me decidiera a seleccionar a los grupos a los que quería ver. Entre la extensa oferta, elegí a Los qué payasos, Veo muertos, Thermo (una descepción), Sussie 4, Calexico, Rostros ocultos, un poco de Ely Guerra (esperando que se le botara una chiche), Cuca, Mago de oz (que cubrieron mis espectativas a pesar de no ser una banda de mi agrado), Kimah, Ágora, Mystica girls (que ganaron en seguidor en el que esto escribe), Pato Machete (que no puede safarse el estigma de Control Machete), Tijuana No (descepcionante por la tardanza, el sonido y el reiterado tributo a Luis Güereña), Julieta Venegas (de cuyo concierto sólo recuerdo las guerritas de tierra entre los que estaban en la plancha del foro y los que estaban en las gradas), Panteón Rococó, Vestusta Morla (aburridos pero buenos músicos), Aterciopelados y Liran Roll.
     Después de mi elección no tengo mucho que criticarle a los grupos participantes pues es indiscutible que le ponen empeño a lo que hacen, pero sí puedo lanzarme a la yugular contra la organización, la mercadotecnia, el negocio a fuerza de la necesidad, la calidad del sonido y la desprotección a ciertos grupos. Por todo lo demás, me la pasé muy bien, recordandome que después de los 30 años el rock ya pesa.
     Listo para mi siguiente Vive Latino.©

martes, 20 de abril de 2010

Pa' su cavalera.

La siguiente historia es verìdica y pueden dar cuenta de ella, ademàs de su servidor, Azu, doña Rondanas y el papà de la viva.
     Mi abuelita, que sí sabía de estas cosas, decía que una cosa era festejar a la muerte y otra, pasarse de listos con ella. Por esa razón, siempre me negué a participar en los tradicionales concursos de “calaveritas” que se organizan por estas fechas pues consideraba que semejante acto me hacía candidato directo a un velorio sin mariachis. Tampoco había poder humano que me hiciera acudir a un panteón a departir las viandas con los fantasmas que ahí moran y mucho menos aceptaba la idea de montar altares a la mitad de mi sala con flores de cempasúchil, veladoras e incienso. En pocas palabras, mi abuelita se encargo de lustrar mi lado más europeo y convertirme en un aguafiestas.
     Hace unos años, mi amigo Carlos me extendió una invitación para acudir a su departamento de la Narvarte y celebrar su cumpleaños número 25, esto, un día 1 de noviembre. Como aliciente, había prometido sendo stock de bebidas espirituosas que nos alejarían de las presiones que en aquellos años vivíamos en el trabajo –yo era su ayudante en un lucrativo negocio de piratería, allá en la calle El Carmen–. Comprometido con su causa, llegué puntual a la cita donde algunos ex compañeros de la universidad ya se habían adelantado a descorchar las primeras botellas por lo que la fiesta ya se encontraba muy animada.
     Cuatro mujeres se encontraban presentes entre todo el avispero de invitados: Las Muñecas, bautizadas sabiamente por alguien a quien no tuve el gusto de conocer pero que seguro estoy, sí sabía poner apodos. El caso es que todas las muñecas daban rienda suelta a sus excesos ingiriendo cubas al parejo que el resto de los borrachos, situación que comenzó a poner las cosas a tono para que se formaran cuatro parejitas. Cuando cada una comenzó a buscar su rinconcito, el resto de los invitados –esos que regularmente somos despreciados hasta por las más feonas– hicimos mutis y nos replegamos a la sala a sanar nuestras heridas con las sabias máximas de la Sonora Santanera. Con las cosas dispuestas en su lugar, el resto de los machos nos dedicamos a especular sobre lo que en nuestro entorno sucedía. En eso estábamos cuando una de las puertas de las habitaciones se azotó y por el pasillo vimos aparecer a una buenona abrochándose la blusa. La aparición caminó hasta nosotros y dirigiéndose a mí, ordenó que le sirviera un trago. Obedecí. El trago fue absorbido cual esponja en tinaja y sin que mediara una nueva orden le extendí la cuba que acaba de servir para mí.
     Justicia divina.
     Aquella chica, para quien un servidor sólo había sido un compañero de clases durante cinco años ahora se abrigaba bajo mi brazo para romper una barrera que algún significado debía tener: ella y yo, comenzamos a beber del mismo vaso. Al agotarse las últimas reservas alcohólicas y con una embriagues que impide poner fin a la fiesta, salimos todos en bola a buscar a provisiones. Al recorrer los estrechos, oscuros y peligrosos andadores de aquella unidad, Azu –como apodaban a la chicuela– se pegaba a mí buscando una seguridad que en esos momentos ya no podía darle pero que aun podía aparentar. Mientras se realizaba la transacción, sucedió lo inevitable: Azu pegó su pecho junto al mío provocando una erección cuya urgencia le transmití de inmediato. Sorprendida se alejó un poquito para verme directamente a los ojos y sonreír con esa picardía que una mujer proyecta cuando sabe qué es lo que sigue. Todo el trayecto de regreso estuvo llegó de roces y caricias urgentes.
     De regreso en el departamento nos encontramos que una de las muñecas había sido sometida a nalgadas por su galán lo cual había escandalizado a los vecinos que amenazaron con llamar a la patrulla si no callábamos a los jariosos. Una vez que las cosas se calmaron, todos regresamos a nuestro lugar. Sin pensarlo dos veces, tomé a Azu de la mano y la conduje al único espacio que quedaba disponible en aquel departamento: la cocina, que se encontraba mágicamente alumbrada por unas cuantas velas que daban al espacio un toque morboso y romántico. Azu traía bajo el brazo una botella que fue descorchada mientras su blusa era lanzada al suelo y los botones de mi pantalón dejaban libre al Chocorrol, que por aquellos días era mejor conocido como Gusiluz. Al ver semejantes tetas expuestas frente a mis ojos, no lo pensé dos veces para hundir la cara en ellas y deleitarme como hacía mucho tiempo no lo hacía. A mi compañera le vino la fabulosa idea de derramar el brandy sobre su pecho mientras yo chupaba, lo que irremediablemente incrementó mi borrachera en un santiamén.
     Tocó el turno a Azu. Mientras ella se disponía a darle unos papachos al Gusiluz yo comencé a buscar sobre la mesa algo con qué entretenerme y con ello retardar un poco aquel momento. Cerca de mí había un platito con cacahuates que, supuse, el anfitrión había reservado para los momentos más álgidos de la borrachera. Mientras Azu se desvivía en complacerme fui comiéndome la botana hasta liquidar todo el plato. Busqué algo más y encontré nueces, avellanas, semillas de girasol, e incluso, chocolates los cuales fui ofreciendo a mi compañera para hacer más dulce su trabajo. Ella estaba encantada. Llegó el momento de hacer algo más y le pedí a mi acompañante que se acomodara sobre la mesa. Hicimos todo a un lado para que Azu se recostara. Apenas había acomodado sus piernas sobre mis hombros cuando la luz se encendió intempestivamente, los dos saltamos sorprendidos y mientras yo intentaba acomodarme el pantalón, buscaba con una mirada fulminante al autor de aquella travesura pero la puerta estaba cerrada, con el seguro por dentro. Ambos nos miramos aparentando una calma que no sentíamos y por ello comenzamos a reír. Mi erección, que aun mostraba rigidez, buscó colarse entre las piernas de mi cómplice pero ella se mostraba renuente a continuar.

- ¿Qué onda…? ¿Le seguimos?
- No, ya no –respondió tajante.
- ¿Qué te pasa, te arrepentiste?
- No… es que… mira… - me susurró Azu mientras se despegaba de la espalda una fotografía de un sujeto horrible parecido a Carlos.

     Aun no salíamos del azoro cuando la luz se apagó. Gusiluz abortó la misión y Azu, con los calzones y el brasier en la mano salió de la cocina dejándome con los pantalones abajo.
Intentando guardar la compostura, me acomodé la ropa y me comedí a encender la luz. La mesa donde habíamos jugueteado era una ofrenda destrozada con el papel picado roto, los platos vacíos, el agua derramada, la sal vertida sobre una veladora y la foto del muerto arrugada e impregnada con los sudores de mi compañera. Salí corriendo de la cocina.
     En la sala, el resto de los camaradas celebraban mi llegada con un “ole matador” mientras Azu, bebía tragotes de brandy mirándome con cara de terror. Traté de consolarla pero apenas salieron sus amigas de sus respectivas habitaciones, ella pidió que se fueran.

- Pinche pervertido, ¿qué le hiciste? –preguntaba el hermano de Carlos.
- Salió con cara de susto, como si hubiera visto un fantasma –dijo Omar, un invitado que nadie espera.

     A partir de ese momento la fiesta se tornó en festejos exclusivos para quien esto escribe. Esa noche irremediablemente tuve que ceder a la embriagues toda la calentura dedicada a Azu y sólo así olvidar aquel suceso. Esa noche conocí a Leonard Cohen y con su música y un par de botellas en la mano, acorté la madrugada esperando el momento oportuno para salir de ahí.
Los primeros rayos de sol llegaron con un alarido de la madre de Carlos quien despotricaba contra los borrachos por haber destruido la ofrenda de su padre.

- Qué poca madre tienen. Hasta los cacahuates se comieron.

     El reclamo fue un aliciente para mí que busqué ansiosamente la salida. Ni me acordé de despedirme. Una semana después, dejé mi trabajo en la calle El Carmen y con ello cerré aquel capítulo de mi vida, prometiéndome jamás volver a coger sobre una ofrenda de muertos.©

domingo, 11 de abril de 2010

Traviesa (Palabras Malditas. Noviembre, 2007)

A sus seis años de edad, Tany era un dolor de huevos. Excesivamente traviesa, la niña era incapaz de mantenerse quieta por cinco minutos. Sus juegos preferidos eran: tocar los timbres, poner de cabeza las macetas, correr por las escaleras y hacer retratos de los vecinos en las puertas de sus respectivos departamentos. Para los moradores de el edificio H –incluidos mis padres– Tany era una ternurita, un tesoro al que todos teníamos la obligación de cuidar por ser la única escuincla del edificio.
     Por esa época yo rondaba los diecisiete años y si algo me caracterizaba era el odio a esa mocosa insoportable y berrinchuda que por alguna extraña razón nunca salía de mi casa. Instalado todavía en la etapa de construcción de mi personalidad, mi vida encontraba sentido escuchando la música de Nirvana, leyendo textos que describieran mis propios pensamientos, escribiendo mis primeros textos y soñando con una mujer del tipo de Alicia Silverstone. Tras una incesante búsqueda, pude hacerme de una novia parecida a la güerita de los videos de Aerosmith, a quien solía llevar a la casa para que mis vecinos (varones) se deleitaran un poco con su presencia y diluyeran momentáneamente las imágenes de sus insípidas y obesas mujeres.
     Maravillada por mi incipiente rudeza, Lisa arriesgaba todo con tal de complacerme. Me encantaba verla llegar con su uniforme de la preparatoria pues sabía que eso significaba la ausencia de calzones y brasier, aunque para mi madre, ese uniforme era el signo inequívoco de que mi novia era una muchachita estudiosa y decente (conceptos muy alejados de la realidad), ideal para mí. Poniendo como pretexto que mi novia me ayudaba con las tareas escolares, cada tarde encontrábamos el modo de escaparnos del ojo visor de mi madre para meternos en mi recámara a dar rienda suelta a las fantasías formuladas durante la mañana. Todo marchaba perfecto hasta que a Tany se le ocurrió aparecerse sorpresivamente en mi recámara mientras yo trabajaba en las caderas de mi novia. Convencida de que la escuincla correría a contarle todo a mi madre, Lisa decidió no regresar a mis dominios perdiendo de este modo a una de las mujeres que más aportó al crecimiento de mi ego.
     Sin Lisa en mi vida pero con Tany vigilando cada uno de mis movimientos, durante los siguientes meses busqué la forma de aparecerme lo menos posible por mi propia casa. La presencia de la mocosa me molestaba sobremanera, situación que mis padres no acababan de entender pues según decían, cuando chico, yo quería tener una hermanita.
     Afortunadamente, los años se van como agua y cuando menos lo pensé, mis deberes escolares y profesionales resultaban tan absorbentes, que ni me había percatado que Tany ya no formaba parte de mi vida. Luego de terminar una licenciatura, decidí tomarme un año sabático con la finalidad de conocer lugares anteriormente, sólo conocidos gracias la red. Con los ahorros de los últimos años, una buena tarde comuniqué a mis padres mi decisión de irme a rolar por el mundo con el fin de aprender. Sé que ellos no vieron de buena gana mi decisión debido a las añejas costumbres familiares, sin embargo, ya había decidido lo que quería hacer con mi vida.
     Tras un viaje que se prolongó cerca de doce años, hace unos meses decidí regresar a casa unos días con el único fin de visitar a mis padres. Todo había cambiado: la unidad habitacional se había devaluado gracias a la llegada de nuevos vecinos cuyas costumbres habían terminado por reventar la armonía y hermandad a la que yo estaba acostumbrado en mi infancia. Salvo por los padres de Tany, doña Cayetana (que había enviudado recientemente), don Beto (dueño de la única tienda legalmente establecida en la unidad) y mis padres, prácticamente, el resto de los vecinos del edificio eran parejas jóvenes. No pude evitar recordar a Tany cuando, al entrar al edificio, me topé con un montón de chiquillos rayando la pared donde se encuentran los contadores de la luz y los buzones. A medida que fui subiendo las escaleras, me di cuenta que mi viejo hogar se encontraba infestado de mocosos desmadrosos y groseros que seguramente, terminarían ahuyentándome antes de que pudiera acercarme siquiera a tocar el timbre del departamento de mis padres. Afortunadamente, logré llegar hasta el séptimo piso donde me encontré a mi padre platicando con una chica hermosísima. Su alegría al verme resulto indescriptible, al igual que su impresión al verme con el cabello a rape, una larga barba y el brazo lleno de preciosos tatuajes que, según dijo, “le dieron la impresión de tener enfrente a un hijo recién salido de la cárcel”.

- Puede que sí haya estado en la cárcel, don Milo, pero por no darle más penas no se lo quiso decir –se atrevió a decir la muchacha en un tonó maléfico que me resultó conocido.
- ¡Muchacha, qué cosas dices!
- ¿Y a mí no me vas a saludar...? –preguntó para mi sorpresa la muchacha, al tiempo que me reprochaba mi indiferencia y me recordaba que yo había sido como un hermano mayor para ella.
- ¿Tany…?
- La misma. ¿A poco no estoy igualita?

     Y la verdad era que no. Tany se había transformado en un mujer preciosa cuyos senos hacían todo lo posible para que pusiera mis ojos sobre ellos.
     Luego de unas horas de descanso en mi antigua recámara, pude escaparme de la mirada vigilante tan característica en mi madre con el fin de salir a caminar. Quería reconocer los lugares en los que había pasado mi infancia con la esperanza de encontrarme con algún viejo amigo y hasta con alguno de mis viejos amores y ver de lo que me había perdido. Pero lo primero que me encontré apenas abrí la puerta, fue a Tany ataviada con el uniforme de la escuela. Ni tarda ni perezosa me propuso acompañarme a mi recorrido propuesta que no pude negarme a aceptar: realmente era un honor salir con semejante deidad y pasearme con ella acaparando la vista de quienes me vieran andar a su lado. Y es que anteriormente sólo hablé de sus tetas pero la verdad es que con el paso de los años, Tany había logrado moldear un cuerpo ajustable a las necesidades de cualquier hombre deseoso de lubricidad, como era mi caso.
     Durante días Tany y yo anduvimos de un lugar a otro paseando tomados de la mano y platicando de mis sentimientos hacía ella cuando era una mocosa.

- Realmente eras un dolor de huevos…
- ¡Qué guarro!
- ¡Eras un dolor de huevos para mí! Es mas, todavía tengo que reclamarte que gracias a ti, yo me quedé sin la mejor novia que hasta ahora he podido tener.
- ¡Ja!...
- ¡Deberías de hacer algo para remediarlo!
- ¿Algo…? ¿Cómo qué?

     Con la esperanza de que ella se ofrendara como el alivio a ese dolor (cosa que a estas alturas me hubiera regresado los bríos) Tany me hizo saber que tenía novio y que en unos meses iba a formalizar su relación con un abogado recién egresado de la universidad. Por más que intenté disuadirla para que abortara esa idea del matrimonio, lo único que provoqué fue que me llevara a conocer a su novio.
     Tany está por cumplir 19 años de edad y sigue siendo un dolor de huevos para mi. Ahora, a diferencia de hace años, siento un delirio por tenerla entre mis brazos, bajo la calidez de mis sábanas. Besar sus tetas y rendirle tributo a sus caderas de todas las formas posibles, se han convertido en mi obsesión. ¿Qué puedo hacer? Nada se me ha ocurrido hasta ahora. Si tan sólo me ayudara un poco la imaginación.
     Hubiera sido mejor que Tany no hubiera crecido, o que yo la hubiera adoptado como hermana cuando tuve la oportunidad de hacerlo. Después de todo, esa cercanía hubiera sido ventajosa para esta situación.

     No sé cómo pero ahora seré yo quien se convierta en una pesadilla para ella…©

domingo, 4 de abril de 2010

La primera vez no se olvida (Febrero de 2010, Bitácora del Orgasmo)

Por lo menos en mi caso, mi primera vez fue un acontecimiento añorado hasta la inmundicia, tanto, que por mucho tiempo me sentí ridículo conmigo mismo.
Ese lastimoso suceso, sin embargo, lejos de minar mis ansias, lograba el prodigio de moverme a hacer lo impensable con tal de conseguir a una muñeca de carne y hueso dispuesta a contener mis primeras perversiones que, por cierto, no eran muchas. Desafortunadamente, el esperado encuentro se negaba a llegar a pesar de que más de una vez intenté reacomodar los designios de mi carta astral a fuerza de tachones y borronzazos.
Si me paraba frente al espejo para estudiarme con rigurosa crueldad y encontrar en las imperfecciones de mi rostro la respuesta a mi negra suerte, terminaba concluyendo que en el mundo había miles de pelados más feos y apestosos que yo, con la diferencia que ellos, desde hacía mucho, ya se habían estrenado en las artes sexosas dictadas por la naturaleza.
Así, cada vez que los cuates de la escuela organizaban una tertulia para compartir las experiencias propias en el terreno sexual, yo me conformaba con reproducir las que había escuchado de boca de mis primos mayores o las que había escuchado escondido debajo de la mesa mientras mi padre se bebía sus cubitas con sus amigos. El efecto de mis fantasiosos relatos, en los que me instalaba como un cogedor despiadado, provocó que durante buen tiempo pudiera sortear las burlas propias los muchachos de mi edad quienes, por otro lado, me crearon una fama que pronto rindió frutos.
La Cosme (nunca supe su nombre real) era una muchacha cuyo portentoso culo lograba encender los ánimos de todos los albañiles que trabajaban en la construcción de un edificio muy cercano a la escuela. Tenía 19 años y gran parte de su vida transcurría limpiando los salones y baños de mi esuela. Por un extraño efecto karmático, la Cosme –reconocida por sus desenfrenos en cada una de las fiestas en las que se paraba–, se propuso troncharme los huesitos a punta de sentones en una apuesta que se rubricó con la sentencia: “si ese niño realmente es un experto, mañana no me ven en todo el día.”
Así, por efecto de mis ganas y la atracción de mis pensamientos más recurrentes, una tarde me encontré en una casa extraña, con los pantalones enrollados en los tobillos, sin camisa y las glándulas mamarias de Cosme bamboleándome frente a las narices cual globos rellenos con agua. Era mi primera vez y para ser honesto, no esperaba que fuera de esa manera. No con una mujer como ella, cuando menos.
Cuando Cosme me atrajo hasta ella y me ordenó que le pasara la lengua por el voluminoso par, mi verga entró en completo estado militar situación que no pasó desapercibida por ella.

- ¿Me la quieres meter, nenito? –susurró dejándome sentir el penetrante aroma a chicle de fresa-plátano que mascaba en ese momento.
- Ssss…ssí quieres –balbuceé.
- Pues vente…

Y sin que pudiera poner resistencia la Cosme me lanzó a su desvencijada cama la cual rechinó lastimosamente con mi peso. Acto seguido, la muchacha se paró frente a mí y comenzó a quitarse el pantalón dejándome ver unos calzones que hoy sólo puedo clasificar como indignos para una mujer que estaba instalada en la punta del firmamento erótico de los trabajadores de la construcción.
¡Qué horror!
Tras superar el pasmo provocado por esas banderolas enormes, me concentré en el momento: era mi primera vez y como quiera que fuera, tenía que ser memorable. En ese momento Cosme se dejó caer sobre mi cuerpo que, instantáneamente, reaccionó al dolor pero por alguna extraña razón, mi verga se negó a introducirse por aquel boquete chorreante. Ni el agudo sufrimiento, ni el miedo al ridículo me hicieron flaquear y en un segundo intentó me dispuse a clavarme en ella con un solo movimiento que resultó inútil.

- ¿Con que tu pipiolito no quiere, verdad? –susurró la Cosme metiéndome la lengua en la oreja, lugeo se incorporó y se me quedó viendo con el rostro completamente transformado, como si estuviera fuera de sí; enseguida se lamió la mano un par de veces y la llevó hasta mi pajarito y lo lubricó para hacer un tercer intento.
Con la verga un tanto dolorida y una erección que comenzaba a decaer la Cosme abandonó la cama y corrió hacia donde estaban todos sus cosméticos diciéndome que tenía el remedio perfecto para acabar con mi virginidad: “porque a leguas se ve que eres virgencito, ¿verdad?, a mi no me engañas”, recalcó con un tono malicioso que me puso en evidencia. Y sin dejar de verme a la cara con el afán de intimidarme, tomó un el primer frasquito que encontró, lo destapó hábilmente e introdujo tres dedos que llenó con un gel azuloso que me mostró con una sonrisa casi perversa. Con una dedicación imposible de olvidar, Cosme me embadurnó la verga con detenimiento magistral mientras me decía que con “ese aceitito” mi pipiolín resbalaría como cuchillo en mantequilla. Pero apenas se disponía a colocar su tremendo culo sobre mi cuerpo inerte cuando el frío intenso de la sustancia se convirtió en un calor quemante e insoportable. Con una fuerza ajena a mí, empujé a la Cosme, que rodó ridículamente de la cama al suelo y luego por la alfombra (cual osito panda), mientras yo corría al baño a meter la verga bajo el chorro de agua fría. Pero ni el frío del agua ni los hielos que ella me puso minutos después fueron suficientes para calmar la quemazón que consumía irremediablemente las ganas de mi piolín, que en ese momento, se mostraba completamente alicaído e indefenso ante la estúpida mirada de Cosme que no cesaba en sus intentos por reavivar el fuego de la pasión.
Mientras me vestía ella descubrió que lo que me había untado no era gel lubricante sino una pomada para aliviar los dolores musculares.

- ¡Pinche vieja pendeja!
- No te enojes corazón.

Evitando ver su cuerpo desnudo (que sin el efecto de la calentura resultaba realmente grotesco), enfilé indignado hacia la puerta, decidido a marcharme y dejar en el olvido aquel terrible suceso. Mi primera vez había sido una porquería.
Aquella noche mientras intentaba aliviar el ardor con fomentos de agua helada, el dolor moral fue curado con la única fórmula usada por los adolescentes calientes y pendejos, como era mi caso por ese tiempo: pasé largas horas masturbándome contemplando las páginas de una revista Hustler y de vez en cuando, la fotografía de Rosa Lidia, quien meses después, se convertiría fortuitamente en mi verdadera primera vez.

21 de enero de 2009.©