martes, 25 de mayo de 2010

La chica de las gelatinas.


En los terrenos de la desigualdad, viven millones de personas que luchan por sobrevivir. Diariamente salen de sus casas, cargando sobre los hombros las ganas y la ilusión de llevar un poco de dinero al hogar, dinero que les alcance para sobrevivir.
A ella la había visto varias veces con su bote de gelatinas a cuestas, caminando entre las calles mugrosas, entre obreros desvelados, entre policías adormilados y estudiantes huevones. La veía caminar detrás de mí al cruzar un oscuro y pestilente paso a desnivel, sentía sus pasos y sus deseos por no tener que trabajar más en ese peligroso lugar donde microbuseros y taxistas suelen hacer de las suyas con las chicas que ven solas.
Hoy la encontré más temprano que nunca, cuando apenas clareaba el día. Estaba sentada frente a su bote de gelatinas, como todos los días, leyendo un libro que, afortunadamente, no era de superación personal. Devoraba las páginas con el esmero de quien se encuentra disfrutando la lectura y sólo hacía pausas para preguntarse, siempre en silencio, las palabras incomprensibles. Su expresión resultaba tan evidente que siempre quise acercarme para ofrecerle mi ayuda.
Ese día con el pretexto de comprar una gelatina, decidí tener un primer contacto con ella. Sus ojillos brillaron al verme. Le compre dos gelatinas y mientras las devoraba, charlamos sobre el libro que estaba leyendo. Me quedé impresionado pues me percate que en verdad le gustaba leer. Así que me decidí y escribir este texto para ella, muy malo pero lleno de emoción, con la esperanza de obsequiárselo al siguiente día.
Desafortunadamente, no la volví a ver...©

viernes, 14 de mayo de 2010

Las mujeres de mi cuaderno (Palabras Malditas, Enero de 2005)

El dibujo y la pintura forman parte del gusto de los erotómanos no sólo por mostrar imágenes que deleitan a la vista, exaltando al mismo tiempo los demás sentidos. El dibujo y la pintura poseen la cualidad de encerrar historias que no siempre son apreciadas por todos, pero para quienes las evocan, resultan verdaderamente orgásmicas. En esta ocasión, recién salido de la cama y tras haber hecho el amor con su musa, Anselmo se despoja de algunos de sus secretos y con ellos comienza a trazar la primera imagen erótica de este año.

... convencido que quería ser pintor. Una profesión capaz de procurar tanto placer que había de resultar beneficiosa a la fuerza.

     Nunca creí que fuera tan difícil dibujar a una mujer desnuda. Por eso cuando Dolores comenzó a quitarse la ropa frente a mí, pensé que todo se me vendría abajo, que ella se daría cuenta que yo era un farsante. Pero apenas vi como se deslizaba la faldita tableada por sus blanquísimas piernas, la inspiración regresó mientras mi corazón latía con una velocidad tal que parecía iba a estallar. Cuando por fin estuvo completamente desnuda, cubriéndose los pechos y el vientre con las manos, yo ni siquiera era capaz de sostener el lápiz con firmeza.
     Mi voz temblorosa, resultó casi una súplica cuando le pedí que retirara las manos de donde las tenía puestas porque deseaba verla toda. Ella atendió mis palabras e intempestivamente abrió los brazos dejando su cuerpo convertido en un crucifijo que, a contraluz, me atemorizó un poco. Centré la mirada en la naciente vellosidad de su cuerpo, aun en desarrollo -no sé porqué antes, me encantaba contemplar el vello púbico de las mujeres; ahora, las prefiero completa o parcialmente depiladas-, y luego de tragar saliva con dificultad, comencé a trazar una serie de líneas que inicialmente no me dejaron convencido, por lo que decidido, borré todo.
     Dolores me observaba con curiosidad mientras yo intentaba -sólo eso- plasmar su cuerpo en el papel. Al final, y ante la incapacidad que sentía, le pedí que se diera vuelta y me diera la espalda. Lo hizo sin preguntar la razón, ofreciéndole a mis ojos la exquisitez de sus nalgas. La contemplé, no sé por cuanto tiempo, antes de comenzar a trazar nuevamente. No recuerdo siquiera lo que pensaba en esos instantes pero ahora entiendo que fue el nerviosismo el que traicionó ese momento tan importante para mí.
     Fue un 5 de noviembre de 1989 cuando, por vez primera, tuve a una muchacha desnuda frente a mí. Afortunadamente para mi memoria y para mi historia, dicho momento quedó inmortalizado en la imagen que he presentado al inicio de este texto. Fue también en ese instante cuando dejé de sentir envidia por aquellos pintores que han tenido la suerte de plasmar en sus lienzos a bellas mujeres desnudas. Ese día me sentí, por fin, parte del selecto club. A partir de ese momento, y creyendo que llegaría a convertirme en un gran pintor, comencé a buscar por todos lados obras con temáticas sensuales, que me dieran ideas más concretas de lo que deseaba plasmar en el futuro. El éxito no fue siempre el mejor pero afortunadamente pude forjarme una parte erótica que me serviría -sin saberlo- años después, para entrar a los sueños de algunas mujeres.

A veces, las modelos posaban para nosotros con los muslos separados, como en espera de un amante. Sus vulvas carnosas se dilataban y abrían al sentir que nuestras miradas convergían en ellas...

     Una de mis pinturas preferidas es El Nacimiento de Venus de Botticelli, pintura en la que la personaje central -una rubia de semblante serio y mirada infantil- se encuentra parada sobre una concha, cubriendo con su mano derecha el seno desnudo del mismo lado, muestra totalmente el otro y cubre con su larga cabellera rubia el sexo, que imagino, virginal -aunque para otros, la concha sobre la que se encuentra parada, ofrece una connotación contraria-. La imagen me recuerda a Fátima, una compañera de la secundaria y la preparatoria de la que creo, estuve enamorado. Por supuesto, en ocasiones me imaginé siendo yo, el mismo Botticelli y a mi compañera, como a la musa inspiradora que dio origen a esa Venus. Al final, tuve que conformarme con hacer una muy mala reproducción, que tiempo después sirvió de regalo para una chiquilla a quien deseaba conquistar y a la que engañé haciéndole creer que me había inspirado en ella para hacer el dibujo.

Una noche, tras haber deseado más que de costumbre a la modelo en turno, me pareció que la consecuencia natural de mi adoración era masturbarme ante la obra que representaba.

Siempre que observo una pintura o un dibujo, con temática erótica, ronda por mi cabeza la misma pregunta: ¿qué habrá detrás de aquellas obras? Es entonces inevitable sentir morbo para responder a dicha interrogante ante el cúmulo de respuestas que se me ocurren. Por ejemplo, hace algunos meses cuando en la portada de PALABRAS MALDITAS apareció el retablo titulado Chico Malo de Eric Fischl, mis respuestas fueron desde la biografía no oficial del autor -eso es siempre inevitable-, a alguno de los pasajes de Los Cuadernos de Don Rigoberto de Mario Vargas Llosa, llegando incluso, a algunas evocaciones personales en las que yo mismo me llegué a encontrar como un "chico malo", trasgrediendo la privacidad de una mujer. Al final, reconozco, que tal vez de ahí surgió la necesidad de sacar una hoja de papel, afilar un lápiz y comenzar a dibujar de nueva cuenta las formas femeninas de quien primero se atreviera a desnudarse y posar para mí. Lo único que conseguí ese día fue hacer el borrador que serviría para dar forma final a este texto.

Viendo que, al caer, el semen abrillantaba los colores, se me ocurrió que quizá serviría también para dar cuerpo a la pintura y hacerla más elástica...

     Se dice por ahí que cada retrato, pintura, dibujo o fotografía -cada imagen, pues- guarda ciertos secretos que sólo conocen el autor y la persona que aparece plasmada, por lo que las interpretaciones que la gente quiera ofrecer al respecto, son meras especulaciones. Personalmente me encanta la magia que rodea a un dibujo o pintura pues me hace fantasear en todo aquello que pudo suceder alrededor de la imagen plasmada, hechos que, en más de una ocasión suelen ser absurdos y hasta fuera de toda lógica moral.
     En la universidad, por ejemplo, conocí a una bellísima mujer llamada Berenice a quien le gustaba hacer dibujos de ojos. No supe jamás si se trataba de los suyos o los de otra persona pero para mí tuvieron una carga erótica bastante fuerte, tanto que, al momento de leer la Historia del Ojo, de Georges Bataille, además de pensar incansablemente en lo que cada ojo significaba para ella, me resultaba imposible no imaginarla rompiendo huevos con el ano.
     Los ojos: magnífico tesoro con los que podemos ver escenas que, muchas veces, nadie más tendrá la oportunidad de mirar. Los ojos... a veces cuando se encuentran cerrados nos dan la posibilidad de observar lo que tenemos ganas de apreciar.
     La posibilidad de que en cada composición pictográfica se encierre un círculo amoroso o una trama erótica es para mí, en la mayoría de las ocasiones, motivo para imaginar y enlazar ideas que terminan conformando historias que me he arrepentido de no escribir en su momento.
     Sin embargo, quienes sí lo han hecho, se han encontrado con que sus textos resultan valiosísimos entre los erotómanos. Por ejemplo, el libro de Vicente Muñoz Puelles, titulado, La Curvatura del Empeine, trata las aventuras eróticas del pintor Pierre Molinier, aventuras que retratan magistralmente y con lujo de detalle, lo que un pintor vive con quienes inspiran sus retratos. Desgraciadamente (o afortunadamente, según como se quiera ver), en las solapas del libro, se devela que dichas historias son el producto de la lectura que el autor hizo de la correspondencia que el artista envió al cineasta español Luis G. Berlanga; correspondencia que estaba acompañada de fotografías con la obra de Molinier. Es así, como la historia, la imaginación, el morbo, la lujuria y el arte han formado en mi interior un espléndido quinteto que me hace admirar aun más obras como La Maja Desnuda, de Goya; La Venus del Espejo, de Diego Velázquez; La Venus de Urbino, de Tiziano; El Jardín de las Delicias, de Bosch o El Baño Turco, de Jean-Auguste-Dominique Ingres, entre otras tantas.

Siempre he creído que el tiro al blanco y el amor físico despejan la mente y vuelven la vista más aguda, y en consecuencia son buenos para la práctica de la pintura.

     Desafortunadamente nunca llegué siquiera a aprender alguna técnica sencilla de pintura y tuve que conformarme con dibujar en mi cuaderno -muchas ocasiones, de manera clandestina- rostros y cuerpos, a medio terminar, de mujeres que se encontraban cerca de mi y que el sólo hecho de verlas o tenerlas cerca, provocaban turbación en mi interior. Afortunadamente aquellos dibujos lograron más de lo que inicialmente esperaba. No todos fueron grandes dibujos y algunos ni siquiera vale la pena que sigan escondidos en una vieja carpeta que guardo celosamente en una caja pero el sólo recuerdo de lo que encierran, merece que sigan en su lugar esperando a ver de nueva cuenta la luz.

He alzado el lápiz -siempre he escrito a lápiz por mera rebeldía-, y de repente he tenido la visión de una vida alternativa en un mundo distinto.

     Fue en la huelga de la Universidad Nacional Autónoma de México, en 1999, cuando se presentó otra vez la oportunidad de dibujar. Los días pasaban y el tedio envolvía a quienes, de una u otra manera, participábamos en dicho movimiento. Yo simplemente me había anquilosado y difícilmente algo podía sacarme de la depresión en que me encontraba. No era el único que sentía lo mismo. Afortunadamente cuando la encontré y le dije lo que sentía, ella respondió de la misma manera cambiando el sentimiento hostil que hasta entonces había entre nosotros dos. Fue a ella, a quien le platique por primera vez la historia de Dolores y las sensaciones que me invadían, por el sólo hecho de pensar, que volvería a dibujar de nuevo. Tras escuchar sorprendida lo que le relataba, sin entender aun si era verdad o una mera fantasía, una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro. Era una tarde lluviosa de agosto y hacía mucho frío en toda la ciudad. La ENEP Acatlán, se encontraba prácticamente vacía en ese momento y nadie, por lo tanto, veía lo que ella y yo estábamos haciendo en aquellos espacios, otrora, colmados de estudiantes. No sé todavía que llegó primero, los escarceos o la liberación de cada una de las prendas que cubrían su cuerpo. Lo único cierto fue que al tenerla completamente desnuda frente a mí, ya no apareció el nerviosismo de antaño y sí, las ganas de plasmar su cuerpo entero en un cuaderno que me servía de diario. Después de aquello, me sentí con ganas de regresar a la vieja actividad que había estado dormida durante muchos años.
     Había llegado el año 2000 sin las fatídicas consecuencias que todo mundo esperaba. Ella, Rosalía, ya no estaba más allí. Afortunadamente, antes de que llegara el 6 de febrero, una madrugada llena de tensión e incertidumbre, su sueño me dio la última oportunidad para plasmarla en la memoria de aquellos días en que la raza ya se había ido y nadie, sabía dónde había quedado el espíritu. Había encontrado a mi alma gemela, a una apasionada del erotismo, a alguien a quien, como a mí, preocupaban más las formas de la carne que las formalidades de la convención.
     Fue en marzo del 2000 cuando conocí a Berenice. Sus ojos plasmados en el papel y los ojos de su rostro, se apoderaron entonces de una tercera parte de mi vida. Remedios Varo y Frida Kahlo, también. Con ellas tres, llegó nuevamente el gusto por apreciar la pintura. La mañana en que Berenice me confesó que un pintor la quería como modelo, compartí con ella un entusiasmo que culminó muy pronto en un extraño deseo por tenerla plasmada en mi libreta. No sé realmente si eso era lo que deseaba o simplemente quería apreciar su desnudez antes que aquel vejete. La imaginé entonces, quitándose la ropa ante mis ojos, cómo once años atrás lo había hecho Dolores y como apenas, meses antes, lo había hecho también Rosalía. Imaginé sus senos perfectos y la salpicada vellosidad en su pubis; me figuré entonces que ella venía a mí, y sin que yo le dijera algo, se tendía en cualquier lugar posando, no para mis ojos sino para mis sentidos. De mis ojos y de lo que en ellos se reflejaba -estaba seguro-, ella se encargaría después.
     Aunque ese capítulo de mi vida se ha quedado muy atrás y de él, he querido borrar muchísimos recuerdos, me sigo lamentando el no haberle propuesto -insinuado, siquiera-, que me dejara dibujarla.

Amo su pintura, el único arte que me hubiera gustado crear. Me identifico con todas esas mujeres que se abrazan, que se acarician, que se abren y se penetran. Soy sus ojos, sus labios, sus senos y sus sexos.

      Actualmente, hago algunos trazos ocasionales aunque la verdad paso más tiempo leyendo, escribiendo y revisando dibujos de artistas contemporáneos. Ha veces son ellos los que me estimulan a dibujar de nueva cuenta, aunque siempre, lo único que consiguen, es hacerme escribir algún mal texto que luego lanzo al abismo para quien deseé rescatarlo de la inmensidad del vacío. Tal vez pronto me decida a hacer algo que valga la pena; tal vez pronto, también, me decida a sacar aquellos dibujos que esperan guardados en la carpeta que reposa al fondo de la vieja y roída, caja de cartón. Mientras tanto, Leonel Frollo, Carlos Diez, Tarsis Brian, Guido Crepax, Jack Henslee, Mark Blanton, Luis Royo o Giovanna Casotto sirven como estimulante para que eso suceda... muy pronto.
     Una modelo, entre tanto, ya se encuentra desnuda bajo las sábanas, destapándose de vez en cuando, para mostrarme posiciones que me muevan a dibujar. La observo detenidamente y tras contemplar la sonrisa que brota de sus labios, me acerco para robarle un beso que gozo al máximo antes de que sus manos me desnuden y me inviten entrar bajo las sábanas para hacerle el amor. El orgasmo que refleja su obra es el mismo que he sentido yo.

PD. Estoy en busca de aquella magnífica dibujante de ojos. Su nombre es Berenice Núñez Jasso. Espero que este pueda ser el medio para encontrarme con ella. Si la conoces, hazle saber que la sigo esperando.
* Las notas escritas en negritas, fueron tomadas del libro La Curvatura del Empeine, de Vicente Muñoz Puelles. (La Sonrisa Vertical, 100) Edit. Tusquets. España, 1996.©

sábado, 8 de mayo de 2010

Érase una vez un muerto. Nuevo texto en Palabras Malditas.

Les invito a leer mi nuevo texto en Palabras Malditas, en el que brevemente especulo la forma en la que pude haber terminado en caso de seguir aferrado al amor a los 16 o 17 años.
La historia surge luego de un fugaz encuentro con el sujeto que entonces, tuvo la osadía de ocupar mi lugar en aquella enferma relación juvenil.
La liga aquí:


Un abrazo a todos.


martes, 4 de mayo de 2010

La legión de las edecanes argentinas.

Llegué al billar cuando la luz del sol golpeaba las calles todavía. En la entrada, un grupo de edecanes recibía a los presentes amarrándoles pulseritas en las muñecas, diciéndoles afusivamente "bienvenidos" y burlándose de cada uno de los recién llegados cuando éstos traspasaban el umbral. Por lo anterior, ni dejé que me amarraran la ridícula pulserita en la muñeca, ni atendí a su bienvenida y descaradamente, les miré las nalgas con ese ceño que caracteriza mi apariencia más vulgar. Las dos chicas se quedaron impávidas, y por supuesto, no sonrieron. Enseguida llegó un grupillo de muchachos frescos, aún adolescentes, que solícitos se dejaron seducir ante las bellezas argentinas, porque eran argentinas por si antes no lo escribí, lo cual era delatado por su inconfundible acento.

- ¡Chéee, vos queré que te traiga una cervecita. Mirá que estamo de promoción, eh! -dijo la más guapa, apenas una hora más tarde, mientras volteaba a ver a la mesera que comunmente me atendía en ese lugar.
- No, chica, muchas gracias. Ya bebo.
- ¡Pioooojo! Todos los mexicanos son unos piojooos -farfulló mientras caminaba a la siguiente mesa lista para atacar a sus siguientes presas.

Levanté el brazo y la mesera, mi mesera, acudió de inmediato. Pedí una cubeta de cervezas oscuras y ella, a cambio, me confió que las argentinas estaban resultando un dolor de ovarios.

- Llegaron sintiéndose las dueñas, no trabajan y sólo moviendo el culo logran vender más que cualquiera de nosotras. Lo bueno que sólo vienen por esta noche pero justo hoy quería sacar el resto del dinero que me falta para la colegiratura de la universidad. Maldita sea.

Sonreí y le dije que no se preocupara, que los asiduos al lugar les éramos fieles. Pero mis palabras resultaron una mentira porque para ese momento la mayoría de los clientes conocidos estában embelezados con la legión argentina que, por los interéses del mercado, habían abarrotado el lugar con promociones que siempre habían existido y con juegos idiotas donde los estúpidos que participaban acentúaban su estado de imbécilidad.

A las dos de la mañana, las argentinas se fueron, y con ellas, la mayorìa de las propinas de las meseras de la casa y la dignidad de una turba de imbéciles que se jamás se dieron cuenta que fueron usados para fines comerciales. Dos de ellas, incluso, cobraban por dejarse fotografíar. Mi fidelidad me hizo ganarme una cerveza cortesía de la mesera que esa madrugada supe, se llama Rita. Nunca había visto sus ojos por culpa de su escote, jamás había puesto atención en su voz y menos había reparado en que no soy sólo un cliente para ella.

A las cuatro de la mañana salimos del billar hablando de las nalgas argentinas y la estúpidez mexicana, que vale decirlo, no es exclusiva de los mexicanos, lo cual comprobé el día siguiente el Vive Latino, poblado también de una legión de nalgas y tetas argentinas.©