lunes, 4 de enero de 2010

Breve carta a Berenice.


Aquel amanecer fue uno de los más hermosos de mi vida.
     Por la ventana de ese departamento, del que apenas recuerdo nada, observé la forma en que el sol bañaba a la ciudad con sus primeros rayos. Hacía frío. Tenía años sin ver la salida de sol por lo que dicha escena me llenó de una extraña nostalgia que era aderezada con tu presencia. En mi mano, reposaba un vaso sucio con el último chorro de vodka que había sobrado de una botella extraviada en la cocina y que pretendí eternizar cuando menos un par de horas. Tú, dormías flanqueada por un par de perros guardianes que se encargaron de velar tu sueño y horas antes, habían logrado mitigar tu llanto innovando ocurrencias que provocaron que rieras a carcajadas.
     Tal vez no lo recuerdas pero aquellas primeras horas de la mañana fui yo quien acarició tu pelo y secó con los labios las últimas lágrimas que por tus mejillas resbalaron. A diferencia de otros días… de todos los demás días, aquella mañana me diste la impresión de ser la mujer más vulnerable sobre la faz de la tierra. Estabas completamente abatida y si quieres saberlo, temía que algo malo te fuera a suceder, tal vez por ello, decidí no moverme hasta que despertaras.
     Durante un momento en que tu sueño se tornó más sosegado decidí darme una ducha y pensar en las posibilidades que a partir de ese día se presentaban. Llevábamos una buena amistad que completaba cerca de un año y hasta una tarde atrás, nunca antes habíamos caído en los excesos en que nos envolvimos y con los que pusimos de cabeza un bar, una vecindad, dos patrullas y un taxi. Sin embargo, ni todos los esfuerzos empleados en protegerte y mostrarte fidelidad, lograron levantarte del abatimiento en que te sumergiste cuando escuchaste la extensa letanía de agravios que aquel sujeto que decía amarte soltó para ti.
     Imagino que no recuerdas nuestra huida del bar: tú, detrás del agresor pretendiendo algo aun incomprensible, mientras yo salía disparado cargando nuestras cosas, las cuales tiré un par de calles adelante. Fue una persecución de película en la que involucramos a un par de patrullas: una para protegerte a ti y la otra para perseguirme pues alguien había corrido la voz que yo era el agresor. Tampoco imaginas el susto que me llevé cuando los policías pretendieron subirme en la patrulla, mi única reacción (generada por los tragos ingeridos minutos atrás) fue echarme a correr y escabullirme en una vieja vecindad, encontrando refugio en una casa cuya familia me observó asustada y sólo se limitó a llamar a la policía. Hoy ese suceso me ocasiona risa pero aquella tarde mi desesperación por no saber dónde estabas crecía a cada minuto. Cuando por fin te encontré, estabas a salvo, resguardada por esos infaltables amigos que saben estar en el momento adecuado, abordamos un taxi y nos dirigimos hasta el otro extremo de la ciudad buscando un refugio donde alejarte de todo lo que te dañaba, incluida tu propia familia.
     Escondidos en aquel departamento de San Ángel, un poco más tranquila y buscando distensar la situación, bailaste sobre una mesa dejándome apreciar por vez primera algunos de tus secretos. Si con antelación eras una mujer especial para mi vida, aquella noche reafirmaste el lazo que nos unía dedicándome un par de piezas que a pesar de todo y del mismo tiempo, me he negado a borrar de la memoria.
     Cuando salí de la ducha, tus perros guardianes dormían pero ahora parecían protegerse entre ellos mientras tú tiritabas de frío. Me senté al borde de la cama y durante media hora te contemplé como sólo puede hacerse con una obra de arte que realmente te inquieta. Recordé entonces, nuestras charlas sobre Remedios Varo y Frida Kahlo y los hermosos dibujos de ojos que sabías hacer magistralmente sobre cualquier trozo de papel. Sonreí pensando en los buenos momentos pero también tuve miedo no volverte a ver.
     Mis temores se hicieron realidad.
     Pasó algún tiempo antes de volver a verte y cuando te tuve frente a mí tuve que reprimir un beso que había esperado su turno por un largo tiempo y así lo mantuve hasta que una mañana decidimos sentarnos a charlar. Sij embargo, aquello ya estaba escrito y como parte de algo nefato, tú, la que hasta entonces era mi única amiga, mi confidente y mis compañeras más leal, desapareció dejándome hundido en una especie de orfandad que me dolió durante muchos meses. No imaginas siquiera el dolor que me provocaba no saber de ti y que todo los que te conocían se acercaran para preguntarme qué había sido de tu vida. Alguien me dijo que alguna vez te vieron rondando la explanada de la universidad pero entonces yo estaba convertido en otro, en un sujeto muy diferente al que te había entregado parte de su vida, y tomé el comentario como una ofensa, como un agravio a la devoción que te había dado durante aquellos meses y que había sido cobrada con simple y llana soledad. Nunca entendí tus motivos para alejarte de la forma en que lo hiciste y sólo hasta que ya no pude más quise encontrarte de nuevo pero me fue imposible. Ni los amigos, ni la tecnología, ni los resabios del pasado me dieron cuenta de ti, hasta hoy que has reaparecido fortuitamente en mi vida dándome una señal de que algo bueno viene para mí.
     Los años me han transformado y temo decirte que he envejecido pero hay todavía en mí, algo de ese Héctor que un día conociste y que durante muchos días logró arrancarte carcajadas con las ocurrencias que me salían de forma natural, sin embargo, lo reitero, he envejecido.
     Hoy que te encontrado de nuevo… o mejor dicho, que me has encontrado de no sé que forma, necesito hacerte saber que soy el tipo más feliz del mundo pues durante estos últimos años me fue imposible borrarte de mi vida. Sólo espero que pronto pueda tenerte frente a mí como aquella mañana en que te vi dormir pero en la que no tuve el valor para verte despertar, lo cual me lamenté cerca de nueve años.

P.D. Sigues siendo bellísima.

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