viernes, 31 de diciembre de 2010

¿Qué nos dejó este año?

Daños colaterales, festejos ridículos del centenario y bicentenario, cientos de narcos y policías muertos, politicos tranzas y cínicos, escritores que se convirtieron en leyendas, música muy chafa que opaca la poca música buena que se hizo, desempleo, miseria, secuestros y un largo etcétera.
Si embargo, aquí seguimos, con nuevos amigos, nuevos amores y muchas ganas de seguir.

Gracias a todos los que siguieron este blog durante este año. Les aprecio de verdad.

Nos leemos el siguiente año.

jueves, 30 de diciembre de 2010

Mi anforita está vacía.

Pocas cosas pueden entretenerme a estas alturas del año: una película de esas que me invitan a comerme dos o tres bolsas de palomitas con su respectivo boing de uva (acabo de ver Iron Man 2); un juego de tochito con la legión de chavitos que se forman para malandrines en el parque de la colonia; la relectura de Bocafloja o Se vende mamá; charlar con alguna chica hermosa, de esas que hasta antes de conocerme se encuentran completamente enamoradas de mí y juran amor eterno, entre otras cosas.
Por una extraña tradición y fomento a mis malos hábtios, cada vez que termina un año suelo refugiarme en el sillón frente al televisor, procuro una carga suficiente de botanas que me entretengan el estómago y sólo a veces ejercito un poco el dedo pulgar oprimiendo los botones del control remoto para encontrarme con las mismas idioteces, así hasta que me quedo dormido.
Pero este año ha sido diferente: desde los primeros días del mes fui sentenciado a ordenar mi casa como es debido, a darle nuevos colores, a limpiar el polvo de los rincones donde nadie suele meter las narices y a mover los muebles de acuerdo con la tradición del feng shui. Terminada esa labor comencé a reparar algunos desperfectos provocados durante mis estados alterados y finalmente, hace apenas unos días, reparé en la necesidad de terminar con pendientes que llevan casi una década de espera; cosas varias que hace diez años no tenían importancia pero que ahora sé, en su momento tuvieron que ser resueltas en aquellos años. En fin.
Tengo dos días libres antes de que acabe el año, mis planes se han alterado y ahora sé que mañana no tendré que preparar cena alguna y menos esperar invitados indeseables a la casa de este señor. Mañana probablemente reciba el año en completa soledad, viendo una película o escuchando un disco mientras consumo alguna botella que compraré a última hora en la vinatería de la colonia vecina.
Hace un rato he salido a dar una vuelta por la colonia. Con tristeza me he percatado que este vecindario ha dejado de ser lo que era hace diez años. Muchas bardas están pintadas con garabatos indecifrables, hay casas que se encuentran en completo abandono a pesar de que hay quien vive en ellas, ya no hay árboles donde antes había, han crecido casas a lo imbécil, el concreto se ha expandido alarmantemente y aquellos grandes terrenos donde solía ir a volar papalotes con mis amigos ahora son multifamiliares donde banditas de reggetoneros montados en motonetas intentan intimidar a quienes tienen la osadía de curzarse en su camino.
Hace una década apenas recuerdo que la gente temía que el mundo fuera a terminarse antes de poder atragantarse con las doce uvas y todo porque un año antes el mundo no se había acabado y existía controversia por los ajustes al calendario. Hace diez años a mí seguía importándome un comino que el mundo fuera a estallar en pedazos si la realidad de entonces indicaba que más jodidos no podíamos estar. Hace diez años no se acabó el mundo como seguramente no se terminará en el 2012, lo cual es una lástima porque si tuviéramos la certeza de eso, dejaríamos de estar preocupados por tantas nimiedades que incluyen formarse nueve horas por renovar una jodida credencial de elector, los aumentos de precios o vernos sobajados por las campañas políticas que seguramente arrancarán con todo este 2011.
Regresando al paseo por mi colonia me di cuenta que mucha gente ha emigrado, viejos amigos se han mudado de casa y otros han partido al camposanto; muchas de las chicas buenonas que solían arrancarme el sueño ahora se han expandido como masa para buñuelos y los viejos amigos, ahora son costales atiborrados de egos a consecuencia de sus trabajos mediocres como cajeros bancarios, vendedores de aspiradoras o maestros de idiomas.
Las cosas cambian en apenas diez años, no cabe duda.
No recuerdo a ciencia cierta qué es lo que estaba haciendo a finales del 2000 pero lo cierto es que comenzaba a escribir. Tal vez dentro de diez años ya no me guste así que por lo pronto seguiré disfrutando estos momentos que de literarios valen madre.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Feliz navidad.

Si usted está aquí es porque buscaba el texto del viernes, sin embargo, el escritor del mismo seguramente está preparando la cena de navidad para la familia.

Usted disculpe.

¡Que tenga una feliz navidad!

domingo, 19 de diciembre de 2010

Se busca disfraz.

Si para amarte necesito ser discreto, guardar silencio y pasar desapercibido para todos, iré a la tienda de disfraces a comprar un velo de fantasma.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Saberes.

Hoy sé que nunca te guardé rencor,
que preferí abstenerme del odio
porque suficiente tuve con tu partida
sin alguna explicacón.

Hoy sabes que elegiste mal,
que precipitaste tu ambición por mi cariño
o como se le llame a ese extraño sentimiento
que te profesaba.

Hoy, los dos, sabemos
que el mundo está hecho de algo más que sentimientos.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Apodos.

En mi comunidad existen varios personajes famosos cuyos nombres resultan completamente desconocidos para todos. Me percaté de lo anterior cuando el señor cartero (que en realidad ha dejado de serlo y ahora sólo reparte recibos telefónicos, estados de cuenta del banco y citatorios-amenazas de bufetes jurídicos) tocó a mi puerta preguntando por un tal Eleuterio Morones.
Tal vez fue por mi cara de interrogación que el señor cartero se enteró que me encontraba en la misma condición de pendejo que él y que no tenía ni la más remota idea de quién era el tal Sr. Morones. “Es el Tata”, dijo una vecina que justo pasaba por donde el cartero revolvía con desesperación un montón de sobres. Semejante señal fue suficiente para ubicar al interfecto e indicarle al máximo enemigo de los perros el camino que tenía que seguir para dar con el paradero de Eleuterio Morones Tlalape (según leí en el sobre), mejor conocido por todos como el Tata.
Entonces, de la nada, una pregunta trascendental me vino a la mente: ¿por qué un sujeto que tiene nombre y apellido es conocido por un mote tan insignificante como ese? Enigmas sin resolver. De pronto, mientras intentaba resolver el acertijo, recordé que varios personajes famosos con los que suelo departir las coca colas frías, las tortas de tamal y los debates sobre el futuro del futbol nacional, no tienen un nombre pero sí un bien ganado apodo que su razón tendrá pero que hasta antes de hoy me venía valiendo madre.
Por ejemplo: dígame usted, amable lector, ¿a qué le suena el Virus, la Cocoy, el Sopas, la Chepis, el Choro y la Chiquimonster? A mí me suenan a gente venida de otro planeta. Categoría aparte merecen aquellos cuyos motes son el Mamucas, el Mamacito, la Canelita, el Trucutú, la Tarolas o el Rondanas. En este caso sería un ejercicio interesante para los sociólogos de este país, desentrañar este misterio. Existen otros sobrenombres que de plano me mueven al escrutinio de la personalidad, por ejemplo: la Pérsica, el Madrota, el Caguamo, la Gloria (sí, es apodo), o la Pantufla.
Los apodos más comunes son aquellos donde las características físicas se vuelven determinantes para ver en los humanos a ciertos animales; así, ¿cuántos de nosotros no hemos conocido a un Tejón, un Ratón, un Caballo, un Gato, un Gallo, un Zorrillo, un Burro, un Perico, una Iguana y hasta una Largartona?
Existen otros motes que me parecen indescifrables pero que al develar el misterio suelen ser graciosos como es el caso del Windows, para lo cual hay que observarle la dentadura; el Roxtro, cuya cara nadie puede ver; o la Culpa, a quien nadie se quiere echar.
Quien recibe un apodo puede considerarse un afortunado pues es seguro que la gente ve en él un homenaje a ciertos personajes cuya efímera relevancia el tiempo se encargará de enterrar pero paradójicamente el mote se mantiene vivo. En este sentido pienso en apodos como el Sinclair, el Perucci, Chico Ché, el Pirulí, la Pelangocha, el Pirrurris, la Babis, el Tuntún, el Sayas, el Chabelo o el Tata, que ahora que lo recuerdo era un viejecito achacoso que siempre andaba pidiendo su cocol. Por lo anterior, conmino a todos mis lectores a que compartan los apodos más simpáticos y comencemos a construir una compilación de apodos mexicanos y, por otro lado, promuevo la propuesta de ley para que la los documentos oficiales tengan un apartado en el que pueda escribirse el sobrenombre al que uno se ha hecho acreedor. He dicho.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

lunes, 13 de diciembre de 2010

Periodistas al borde del abismo.

Se ha hecho la actualización correspondiente al mes de diciembre en Palabras Malditas donde aparece un texto mío que trata el problema del periodismo y su exacerbada atención al narcotráfico. Espero les guste el cambio de temática.

domingo, 12 de diciembre de 2010

sábado, 11 de diciembre de 2010

Novios celosos y esposos imbéciles.

En los últimos años la teoría de la inexistencia del amor puede reforzarse cuando la desconfianza en las parejas se turba y una de las dos partes enferma de celos.
Siempre he tenido un imán para buscarme problemas con novios celosos y esposos imbéciles cuya capacidad de confiar en sus mujeres se ve constantemente diluida -creo- en proporción a sus infidelidades. Por alguna razón que yo mismo desconozco, suelo liarme a menudo con mujeres lindas, chicas que ven en mis locuras un momento para la risa y sólo eso. No me cuesta trabajo engancharlas y lograr construir cierta identificación con ellas. Tal vez les atrae mi inmadurez y al mismo tiempo esos resabios de sapiencia sobre la cotidianeidad que suelen brillar en mis palabras, pero no sé, me es complejo explicar los motivos por los que las chicas se enganchan facilmente conmigo. Sin embargo, eso no significa que siempre esté buscando trabar una relación sexual con ellas; ese lazo que suele unirme con la mayoría de esas mujeres simplemente se llama amistad. Desafortunadamente no todos los novios y esposos lo entienden, creo que les gana el poder que suelo ejercer en sus mujeres porque después del tiempo ellos han perdido algo importante en su relación: capacidad de impresión.
Ayer fue un día extraño, complejo de explicar pero al mismo tiempo lleno de sentimientos contradictorios: por un lado, gané el cariño y la confianza de quien ve en mí a un amor impuntual; por el otro, me reencontré con mi pasado sólo para enterarme que hace más de 14 años fui cambiado por la fuerza del interés y la ambición (¿es como de telenovela, verdad?); pero también, descubrí que mi sola amistad resulta tan importante para una mujer que ella dejó pasar la oportunidad para relacionarse con alguien que le pedía que me sacara de su vida como primera premisa de su amor (eso no es amor y aquí se refuerza la teoría de su inexistencia); me enteré que hay quien después de los años se cree eliminada de mi vida cuando eso nunca podrá ocurrir y finalmente, terminé el día perdiendo a una buena amiga, a un ejemplo de constancia y grandeza, a una linda madre y mejor esposa que fue juzgada duramente por los celos de su esposo, quien flagrantemente violó su intimidad, malinterpretando algo que no existe. Si este imbécil supiera que a su esposa ni siquiera la conozco en la vida real, que no tengo su número de teléfono porque ara nuestra amistad ésto no se requería y que ella es el ejempo perfecto de la fidelidad...
Hay cosas que me rebasan y no dejo de sentirme mal por eso.
Ayer fue un día extraño, bastante raro; mezcla de la alegría que genera la ilusión con la tristeza y la descepción. Pero, ¿qué puedo hacer yo si constantemente suelo ser el fantasma de un puñado de hombres a los que les he ganado terreno sólo por tener la capacidad de sorprender a quienes ellos han posicionado como sirvientas u objetos sexuales?
¡Qué idiotas han sido gran parte de quienes han visto en mi a un peligro! Ese sí es su problema y lo tienen que solucionar.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Papeles inservibles.

Hacer la limpieza del hogar puede resultar una experiencia traumática en la medida en que uno comienza a hurgar en sitios que por años han guarecido documentos que un día fueron importantes pero que al paso del tiempo agotaron su valía. Encontrarse con estos papeles puede volverse una maldición que brota con un simple conjuro: ¿qué chingados guardo aquí?
Suele ocurrir que cada determinado tiempo se vuelve impostergable hacerle un espacio a la basura y por ello uno se da a la tarea de buscar en todos los rincones del hogar donde exista la posibilidad de hacerle un lugarcito a las cosas que llamamos importantes. Regularmente son los libreros o los clósets los sitios predilectos para escarbar, y lo primero que uno se encuentra son un montón de reliquias que se suponían perdidas, por ejemplo: la fe de bautismo original, la cartilla de vacunación, el acta de nacimiento, el primer carnet médico o la inscripción al catecismo. Esos documentos corroboran lo endeble que es la infancia pero sobre todo muestran la personalidad de los padres de familia. En este caso, si usted amable lector, tiene la desgracia de llamarse Procopio, Aniceto, Primitivo, Senorina, Gotita de Rocío, Robocop, Enedino, Paciano, Clinio, Nicerata o Praxedes, puede encontrar en estos documentos las causales más poderosas para demandar a sus padres y exigir un cambio automático de nombre y de paso una jugosa indemnización por los daño psicológico.
Otro tipo de documentos comunes que suelen arrumbarse son los que hablan de la trayectoria escolar, mismos que nos hacen reflexionar sobre el misterioso momento en que perdimos la brújula de la vida y nos convertimos en el ejemplo del  fracaso; pero también suele ocurrir lo contrario, es decir, que todas esas boletas, diplomas, reconocimientos, notas con felicitaciones y certificados, así como cada una de las constancias de los cursos a los que se ha asistido puedan ofrecer una respuesta a esa etiqueta de “ausencia de vida propia” con la que suele explicarse la amargura a cierta edad. En mi caso, el día que encontré estos documentos en un portafolio roído que reposaba al fondo de un clóset, entendí mi poco brillo profesional y dejé de quejarme de mis cheques quincenales.
Por razones doblemente misteriosas, los seres humanos tenemos la manía de guardar documentos realmente inservibles como la factura del televisor comprado con el primer sueldo, el ticket de compra de una loción comprada en Samborns, las garantías de todos los electrodomésticos que ya se han ido a la basura (sin haber podido hacer efectivas dichas garantías) y las notas de un montón de objetos adquiridos en los años donde la bonanza económica no era la mejor. Sin ser propiamente documentos, en esta categoría entran los boletos de entrada a la premier de E.T., en los Cinemas Gemelos, los portavasos de papel de algún bar, las servilletas con logotipos impresos (generalmente del Carlos and Charlies o el Señor Frogs), el menú del Rincón argentino, las propagandas de las tardeadas de alguna discoteca, un programa del teatro, e incluso, la envoltura de alguna golosina comprada en 1982.
Mención especial merecen todos aquellos que guardan celosamente cada uno de sus talones de pago, los recibos de la luz, agua, gas y teléfono, los estados de cuenta y los comprobantes de retiro que extienden los cajeros automáticos bajo el argumento de "que pueden servir para hacer alguna aclaración”, como suele aclarar mi madre mientras ordena concienzudamente cada tipo de recibo en cajas de zapatos.
De todo lo antes mencionado, el lugar preponderante de los papeles inservibles lo ocupan esos documentos que nunca fueron encontrados cuando se les requirió, por ejemplo, hace unos días mientras le hacía un espacio a mis separadores de libros (colección que asciende a más de 500), se me ocurrió sacar una carpeta donde recordaba que sólo había un montón de tiras de materias y recibos de pago que sirven como vestigio de que un día pase por la universidad; comencé a sacar los papelitos y de pronto una hoja cayó al piso sin que me preocupara por levantarla, minutos después, casi me voy de espaldas cuando al revisarla me di cuenta que se trataba de la póliza de un seguro que adquirí hace años y que requerí apenas unos meses atrás sin poder lograrlo a pesar de que casi volteé la casa para encontrar el documento. Lo anterior trajo consecuencias que ahora no quiero recordar por lo que decidí regresar a la carpeta todo lo que ya se encontraba en la bolsa de la basura pues como sabiamente dice mi madre “uno nunca sabe cuando lo puede ocupar.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Navajita colgante.

Darrell "Dimebag" Abott, 1966-2004

I
Fue una suerte haberte encontrado en aquel billar.
La mata larga y espesa que dejaba caer unos cairelitos en cascada sobre tu cara,
los jeans ajustados, los tenis recién comprados
y esa camisa de franela que cubría cálidamente la ausencia de una blusa,
formaban parte de algo más que una personalidad.
Estabas sentada en un infame banquito de madera
sosteniendo el taco con la mano derecha, atenta a las jugadas de tus bobas amigas.
Cuando entré, volteaste a verme sin importarte mucho mi arribo,
era tan tuya aquella actitud que sólo se define con apatía,
que sólo despegaste la mirada del juego cuando las cervezas llegaron en una cubeta
sucia y despostillada;
destapaste la primera y bebiste un trago largo que saboreé
más por la forma de tu boca en la botella que por el líquio mismo.
Entonces quise besarte.

II
Pocas cosas podían unirnos: ninguno estaba tatuado,
éramos el vivo ejemplo de la flojera
y solíamos desperdiciar el tiempo viendo videos por la televisión.
MTV era entonces otra cosa.
(Se trataba de un canal de música para idiotas que programaba heavy metal las 24 horas del día)
Tus cabellos largos solían alborotarse cuando en la pantalla aparecía Pantera.
Sólo entonces, tu mirada era atrapada por la energía del guitarrista,
el mismo que años después vimos reventar el escenario de Kiss en un infame recinto que nos dejó los oídos destrozados.
Respetaba tu concentración, dejaba de tocarte y me unía a ese
ritual en el que te convertías en una alumna preciosa, interesada, voraz,
casi perfecta: una alumna metalera.
Te prometí que en un año tocaría la guitarra y juntos formaríamos una banda de rock.
Tú, comenzaste a usar una navaja colgada al cuello misma que prometiste
sería un regalo en nuestro primer concierto importante.
Entonces ya podía besarte.

III
Comenzamos a pelear por todo
incluso, por mi incapacidad para concentrarme únicamente en tu cuerpo.
Mis interéses suelen ser tan efímeros y las mujeres tan tentadoras.
Un buen día tiraste mis cosas al piso y con ellas pisoteaste mi ego.
Los planes de ser estrellas de rock se resquebrajaron
y el siguiente concierto de Pantera, apenas unos meses después, lo presenciamos
cada cual por su lado.

IV
Vi la noticia por tv cuando iba llegando de trabajar.
Lloré más que cuando murieron mis abuelos.
Después pensé en tí, en la promesa incumplida de aprender a tocar la guitarra
(aún no he aprendido a hacerlo),
en el primer concierto que tendríamos juntos
y en la navajita que pendía coquetamente de tu cuello cuando cabalgabas desnuda sobre mí.
Sé que tu pensaste en lo mismo.
Han pasado los años y he besado un montón de bocas
aunque nunca menos que tú.
El recuerdo de esas pocas tardes perfectas
sigue latente cada 8 de diciembre.

V
Ahora una navajita colgante pende por mi cuello
pero las ganas de regalársela a alguien se han apagado.
Ahora dificilmente beso a alguien...

lunes, 6 de diciembre de 2010

Encuentros del tercer tipo.

Hoy tuve frente a mí a una reggetonera. Se trata de una chavita muy amable, divertida, pícara, el prototipo de la reggetonera que todos hemos concebido gracias a los medios de comunicación. Hablamos de varias cosas, tocamos temas difíciles de charlar entre dos extraños. Al final, la charla resultó muy productica pero a pesar de ello no puedo eliminar mucho de lo que pienso sobre esa forma de expresión.
En unos días compartiré con ustedes parte de la charla.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Rehén.

Los caprichos femeninos son mi perdición.
Sus súplicas me vuelven su rehén.
Son muchas mujeres las que piden
pero
sólo a tres puedo cumplirles sin anteponer mis prejuicios.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Costumbres prenavideñas.

Hay eventos que por su naturaleza me parecen lamentables y anómalos, como la navidad, que puede posicionarse a la cabeza de esta lista. Aclaro que no soy algún tipo de grinch camuflado en cuerpo de extraterrestre y esto lo antepongo a cualquier suposición para evitar futuras suspicacias entre mis lectores.
Las anomalías a las que hago referencia comienzan con el arranque de esta temporada, que este año ocurrió el 21 de noviembre. Tal vez fue por el choteo generado por las fiestas bicentenarias y centenarias, donde el gobierno pretendió tomarnos el pelo a través de deslucidos intentos de pachanga, pero conozco personas que aún con las carrilleras puestas se precipitaron a descolgar los motivos revolucionarios para sustituirlos por nochebuenas, escarchas, esferas, coronas de adviento y arbolitos de navidad. Así, en plena efervescencia patriota, el inconsciente colectivo se mostró muy ansioso por apresurar el fin de un año que ha resultado para el olvido y como una muestra está el adelanto de la navidad.
Otro aspecto absurdo de esta temporada es el consumismo. Es curioso observar que en un país que se supone está sumido en la miseria, la gente se muestre ansiosa por comprar la basura proveniente de China que los centros comerciales y los mercaderes ambulantes ponen a disposición. De este modo, además de los motivos de temporada para adornar el hogar, podemos encontrar un sinfín de chácharas “a un súper precio” que nos mueven a gastar estúpidamente. Lo curioso del caso es que el aguinaldo se instala como un pretexto ideal para el derroche y existe gente que llega a la primera posada debiendo dos meses de sueldo pero presumiendo sus adquisiciones en preventas navideñas que al final, terminarán rematando entre las amistades, o peor aún, en algún centro de empeño.
Un tercera aspecto, éste sí verdaderamente atroz, es el de los arbolitos de navidad naturales. Sigo sin entender cómo es que mucha gente que enarbola las cusas ambientales se emociona con la idea de tener en la sala de su casa un árbol natural so pretexto que los de plástico contienen plomo que dañan a la salud mientras que los naturales pueden esperar al 7 de enero para convertirse en composta que puedes regresar a la naturaleza, esto en el mejor de los casos porque una extraña tradición mexicana dicta que árbol que no es abandonado en una esquina, un parque o un terreno baldío, no cumple con la función para la que fue adquirido (¿?). Mi abuelita, que además de santa era una sabia, no andaba con rodeos: si quería un árbol de navidad, solamente salía a su enorme jardín y elegía uno de los tantos naranjos que tenía, le cortaba los frutos y en su lugar colgaba un montón de madres que ella llamaba esferas, enrollaba tres metros de escarcha multicolor y una serie, y con eso tenía un árbol navideño genuino y natural. Sobra decir que con las naranjas teníamos jugo para toda la semana.
Redacto este texto mientras escucho a un grupo de chamacos planeando un intercambio. Llevan cerca de treinta minutos intentando acordar si el cambalache será por objetos equivalentes a doscientos pesos, calzones o muñecos de peluche. Cualquiera que sea el caso, el asunto de armar estos numeritos me parece horrible pues al final, un acto que pretende forzar a la gratitud termina por enemistar a los involucrados por varias causas entre las que cito las siguientes: a) siempre hay alguien que es muy codo y compra el intercambio en Waldos o en el tianguis, b) hay uno al que le vale madre cumplir con lo pactado en relación a los precios y descaradamente regala algo evidentemente de menor costo, c) alguno que aplica el ya popular roperazo, y d) uno al que siempre se le olvida y con toda desfachatez se sale del ritual a última hora, lo que trastoca toda la dinámica del intercambio. En estas cosas siempre hay uno que acaba sentido con los otros y uno más que tiene que tragarse la inconformidad.
Por todo lo anterior, prefiero esperar pacientemente la primera posada y con ella dar inicio formalmente a mi temporada navideña, pero por lo pronto, me despido ya que por órdenes supremas dictadas en el seno de mi hogar tengo que ponerme a pintar la casa, reacomodar los muebles de acuerdo con los ritos del feng shui, tomar medidas de los rincones adornables e ir a la mercería por adornitos.
Lo siento, órdenes de quien lleva los pantalones en casa.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Decomisos escolares.

Hoy no fue un día normal.
Los profesores suelen decomisar, periódicamente, ciertos artículos de uso infantil durante las clases pero ¿cuatro juguetes en menos de una hora?
O se trata de un complot de los pequeños malandros para sabotear las clases o sus padres están siendo chamaqueados por sus pequeños hijos que, en lugar de llevar libros, traen sus mascotas de peluche y carritos a la escuela.


miércoles, 1 de diciembre de 2010

Picazón. (Bitácora del orgasmo, mayo de 2010)

Sólo se trataba de doblegar el orgullo y agarrar el teléfono para pactar un reencuentro que había esperado varios meses. Las necesidades humanas no sólo se refugian entre las piernas y eso me quedó claro cuando comencé a extrañarla.
No habían pasado siquiera dos días de su partida cuando por mi mente pasó la idea de arrojar el orgullo por la ventana y salir a buscarla a donde fuera. La necesitaba, no tenía duda pero mis urgencias personales tenían ciertas dudas y se tambaleaban.
Me dejo de rodeos para ir al punto. Después de varios meses la reencontré gracias a un mensaje dejado en el mail y una llamada telefónica. Y ahí estaba, a unos metros de mí portando ese escote que vuelve loco a cualquiera y esas gafas que la convierten en una diva roquera. Quienes pasaban frente a ella no podían mostrar disimulo en su pechos; otros, los más osados, le dedicaban algún piropo que seguramente a ella le engrandecía el ego pero a mí me provocaba celos.
La arribé con un abrazo y una sonrisa que mediara la vergüenza. Ella respondió el abrazo, me alegró saber que no ha olvidado que me gusta sentirla pegada a mí. Nos besamos como un par de chicos de escuela en estado de reconciliación, de hecho, eso éramos en ese momento: un par de idiotitas de secundaria pero con los años a cuestas y las frustraciones a tope. En su boca reposaba el sabor característico de los chicles Bombita sabor frambuesa lo que me reafirmó el sentimiento de estar viviendo una etapa de mi vida que ya había quedado muy atrás.
Pocas fueron las palabras mientras caminamos a su auto. Íbamos tomados de la mano. Apenas nos subimos y se desató la furia: los besos estallaron, las manos no se reprimieron y las prendas se fueron aflojando hasta que dejaron escurrir el sudor por nuestros cuerpos. Una pausa fue suficiente para decirnos “hola” y “qué bueno que estás de nuevo en mi vida”. Reímos como posesos y decidimos encaminarnos al motel más cercano pues en esos momentos ya resultaba urgente dar un paso en el reencuentro.
Nos encaminamos por la calzada que lleva a la zona de moteles y en el trayecto recordé que no traía dinero. La excusa perfecta estuvo cimentada en lo inesperado de su regreso. Ella a su vez, dijo que tampoco traía dinero pero que podíamos buscar alguna de las múltiples opciones usadas por los jóvenes calientes que acuden a las universidades cercanas y tampoco tienen para pagar un hotel. Volvimos a reír justo cuando Miles Davis hizo su aparición en el equipo de sonido. Tarareamos felices algunas melodías mientras yo toqueteaba descaradamente su pecho y ella fingía no alcanzar la palanca de velocidades. Los conductores de los autos vecinos nos veían con cierta sorpresa pero nosotros sólo nos burlábamos, e incluso, los provocábamos haciéndo muecas orgásmicas. La risa, ha sido una constante en nosotros desde que esta relación se forjó, por esa razón, cualquier cosa era procurada con simpatía. Sólo nos detuvimos un poco cuando vimos que una patrulla se emparejó y el oficial que hacía de copiloto se nos quedó viendo.

   - ¿Vamos al parquecito del cine? –sugirió ella tomando toda la iniciativa.
   - Vamos…

El citado parque estaba al centro de una colonia clase mediera en el que la gente suele pasar sus tardes pero apenas comienza a oscurecer, es invadido por los jóvenes que gustan de liberar sus pasiones al aire libre. Es un lugar arbolado y sombrío, adecuado para lograr más que un simple juego de besos.
Ella detuvo el automóvil en la zona más oscura y sin más se lanzó sobre mí. Correspondí con una arremetida de mordidas de esas que duelen y dejan marca. Desabroché la blusa y me sumergí entre sus pechos. Después de un rato, ella bajó a las profundidades de mi bragueta y jugueteó un poco. Los vidrios del auto comenzaron a empañarse, ella abrió la ventanilla y aprovecho para despojarse del pantalón.

   - ¿Y si viene la policía?
   - Ni modo, es un riesgo que quiero tomar, acaso tienes miedo?
   - Para nada

Hice lo propio mientras ella acomodaba el sillón del copiloto, me senté y ella se montó en mí. El auto comenzó a moverse al ritmo de nuestros cuerpos. Volví a sumergirme en sus pechos pero esta vez ella me prohibió succionar.

   - Mi… ma.. rido… por favor… mmm… no me va-yas a… ¡ah!

El aroma a Bombita de frambuesa renació en el ambiente. Me percaté que en el tablero estaba un paquetito. Aún con ella encima traté de alcanzarlo y mientras hacía esfuerzos para lograrlo, sentí como por mis piernas se desparamaba un líquido caliente y viscoco. Destapé la barrita de chicle y aparté la estampita que viene en la envoltura; se trataba de un tatuaje para pegarse con saliva, mismo que aparece en esa marca de chicles. Arrojé la envoltura al tablero justo cuando ella me tomaba por la cara para regalarme un beso fresco. De pronto se dejó caer nuevamente sobre mi y se movió unos segundos más antes de desvanecerse retorciéndose como un gusanito. Apreté sus nalgas para incrementar la sensación y la moví un par de minutos más para poder alcanzarla. La sensación fue hermosa.
Ella permaneció cubriendo mi cuerpo hasta que decidió que era momento de fumar un cigarrillo mismo que compartimos como la primera vez que tuvimos un encuentro.

   - ¿Por qué no me dejaste hacerte un chupetón?
   - Ni lo digas… si mi marido lo ve, estoy perdida. Ha adquirido la manía de verme desnuda todas las noches antes de dormir. No sé si lo haga por placer o por desconfianza pero por si las dudas, mejor no dejes marcas.
   - Entiendo…
   - Gracias… mmm, desde hoy cero huellas visibles de nuestros encuentros ¿está claro?

Acomodamos nuestras ropas mientras vigilábamos que no hubiera alguien cercano. Minutos después nos dispusimos a alejarnos de ese lugar pero antes, ella se bajó del automóvil, dijo que tenía una comezón horrible en las nalgas. Su celular comenzó a sonar, evidentemente se trataba del marido.

   - ¿Qué pasó papi...? No, estoy en el gimnasio... sí ya voy para allá...

  Me pidió que la revisara y le dijera qué era lo que le provocaba esa comezón y para eso se bajó el pantalón en plena calle. Con el celular como lámpara pude percatarme que sus nalgas habían sido picoteadas por los moscos que se encontraban vueltos locos dentro del auto. No dijo más y subiéndose el pantalón, se montó para arrancar el auto y meter el acelerador.

   - Esta maldita comezón…

Cuando me dejó en la esquina de más cercana a la casa no pude evitar sonreír. Imaginé la cara el marido cuando se percatara que las nalgas de su mujer estaban completamente picoteadas por los moscos y que además, en la derecha, iba pegada la estampita de un chicle Bombita sabor frambuesa que había sido impregnada por el sudor de mi mano..