miércoles, 1 de diciembre de 2010

Picazón. (Bitácora del orgasmo, mayo de 2010)

Sólo se trataba de doblegar el orgullo y agarrar el teléfono para pactar un reencuentro que había esperado varios meses. Las necesidades humanas no sólo se refugian entre las piernas y eso me quedó claro cuando comencé a extrañarla.
No habían pasado siquiera dos días de su partida cuando por mi mente pasó la idea de arrojar el orgullo por la ventana y salir a buscarla a donde fuera. La necesitaba, no tenía duda pero mis urgencias personales tenían ciertas dudas y se tambaleaban.
Me dejo de rodeos para ir al punto. Después de varios meses la reencontré gracias a un mensaje dejado en el mail y una llamada telefónica. Y ahí estaba, a unos metros de mí portando ese escote que vuelve loco a cualquiera y esas gafas que la convierten en una diva roquera. Quienes pasaban frente a ella no podían mostrar disimulo en su pechos; otros, los más osados, le dedicaban algún piropo que seguramente a ella le engrandecía el ego pero a mí me provocaba celos.
La arribé con un abrazo y una sonrisa que mediara la vergüenza. Ella respondió el abrazo, me alegró saber que no ha olvidado que me gusta sentirla pegada a mí. Nos besamos como un par de chicos de escuela en estado de reconciliación, de hecho, eso éramos en ese momento: un par de idiotitas de secundaria pero con los años a cuestas y las frustraciones a tope. En su boca reposaba el sabor característico de los chicles Bombita sabor frambuesa lo que me reafirmó el sentimiento de estar viviendo una etapa de mi vida que ya había quedado muy atrás.
Pocas fueron las palabras mientras caminamos a su auto. Íbamos tomados de la mano. Apenas nos subimos y se desató la furia: los besos estallaron, las manos no se reprimieron y las prendas se fueron aflojando hasta que dejaron escurrir el sudor por nuestros cuerpos. Una pausa fue suficiente para decirnos “hola” y “qué bueno que estás de nuevo en mi vida”. Reímos como posesos y decidimos encaminarnos al motel más cercano pues en esos momentos ya resultaba urgente dar un paso en el reencuentro.
Nos encaminamos por la calzada que lleva a la zona de moteles y en el trayecto recordé que no traía dinero. La excusa perfecta estuvo cimentada en lo inesperado de su regreso. Ella a su vez, dijo que tampoco traía dinero pero que podíamos buscar alguna de las múltiples opciones usadas por los jóvenes calientes que acuden a las universidades cercanas y tampoco tienen para pagar un hotel. Volvimos a reír justo cuando Miles Davis hizo su aparición en el equipo de sonido. Tarareamos felices algunas melodías mientras yo toqueteaba descaradamente su pecho y ella fingía no alcanzar la palanca de velocidades. Los conductores de los autos vecinos nos veían con cierta sorpresa pero nosotros sólo nos burlábamos, e incluso, los provocábamos haciéndo muecas orgásmicas. La risa, ha sido una constante en nosotros desde que esta relación se forjó, por esa razón, cualquier cosa era procurada con simpatía. Sólo nos detuvimos un poco cuando vimos que una patrulla se emparejó y el oficial que hacía de copiloto se nos quedó viendo.

   - ¿Vamos al parquecito del cine? –sugirió ella tomando toda la iniciativa.
   - Vamos…

El citado parque estaba al centro de una colonia clase mediera en el que la gente suele pasar sus tardes pero apenas comienza a oscurecer, es invadido por los jóvenes que gustan de liberar sus pasiones al aire libre. Es un lugar arbolado y sombrío, adecuado para lograr más que un simple juego de besos.
Ella detuvo el automóvil en la zona más oscura y sin más se lanzó sobre mí. Correspondí con una arremetida de mordidas de esas que duelen y dejan marca. Desabroché la blusa y me sumergí entre sus pechos. Después de un rato, ella bajó a las profundidades de mi bragueta y jugueteó un poco. Los vidrios del auto comenzaron a empañarse, ella abrió la ventanilla y aprovecho para despojarse del pantalón.

   - ¿Y si viene la policía?
   - Ni modo, es un riesgo que quiero tomar, acaso tienes miedo?
   - Para nada

Hice lo propio mientras ella acomodaba el sillón del copiloto, me senté y ella se montó en mí. El auto comenzó a moverse al ritmo de nuestros cuerpos. Volví a sumergirme en sus pechos pero esta vez ella me prohibió succionar.

   - Mi… ma.. rido… por favor… mmm… no me va-yas a… ¡ah!

El aroma a Bombita de frambuesa renació en el ambiente. Me percaté que en el tablero estaba un paquetito. Aún con ella encima traté de alcanzarlo y mientras hacía esfuerzos para lograrlo, sentí como por mis piernas se desparamaba un líquido caliente y viscoco. Destapé la barrita de chicle y aparté la estampita que viene en la envoltura; se trataba de un tatuaje para pegarse con saliva, mismo que aparece en esa marca de chicles. Arrojé la envoltura al tablero justo cuando ella me tomaba por la cara para regalarme un beso fresco. De pronto se dejó caer nuevamente sobre mi y se movió unos segundos más antes de desvanecerse retorciéndose como un gusanito. Apreté sus nalgas para incrementar la sensación y la moví un par de minutos más para poder alcanzarla. La sensación fue hermosa.
Ella permaneció cubriendo mi cuerpo hasta que decidió que era momento de fumar un cigarrillo mismo que compartimos como la primera vez que tuvimos un encuentro.

   - ¿Por qué no me dejaste hacerte un chupetón?
   - Ni lo digas… si mi marido lo ve, estoy perdida. Ha adquirido la manía de verme desnuda todas las noches antes de dormir. No sé si lo haga por placer o por desconfianza pero por si las dudas, mejor no dejes marcas.
   - Entiendo…
   - Gracias… mmm, desde hoy cero huellas visibles de nuestros encuentros ¿está claro?

Acomodamos nuestras ropas mientras vigilábamos que no hubiera alguien cercano. Minutos después nos dispusimos a alejarnos de ese lugar pero antes, ella se bajó del automóvil, dijo que tenía una comezón horrible en las nalgas. Su celular comenzó a sonar, evidentemente se trataba del marido.

   - ¿Qué pasó papi...? No, estoy en el gimnasio... sí ya voy para allá...

  Me pidió que la revisara y le dijera qué era lo que le provocaba esa comezón y para eso se bajó el pantalón en plena calle. Con el celular como lámpara pude percatarme que sus nalgas habían sido picoteadas por los moscos que se encontraban vueltos locos dentro del auto. No dijo más y subiéndose el pantalón, se montó para arrancar el auto y meter el acelerador.

   - Esta maldita comezón…

Cuando me dejó en la esquina de más cercana a la casa no pude evitar sonreír. Imaginé la cara el marido cuando se percatara que las nalgas de su mujer estaban completamente picoteadas por los moscos y que además, en la derecha, iba pegada la estampita de un chicle Bombita sabor frambuesa que había sido impregnada por el sudor de mi mano..

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