sábado, 26 de junio de 2010

Pegotes para refrigerador.

Siempre fui un imbécil para los juegos de destreza.
Por eso nunca tuve un trompo,
ni un yoyo,
ni una matatena;
ni siquiera una cajita con palitos chinos.

Como consecuencia de mi torpeza
nació mi afición por llenar álbumes con estampitas.
Sólo logré completar el de los Thundercats
el cual sirvió para que mi madre confeccionara confeti en un arranque de furia: ¿qué no sabes lo que cuesta ganarse el dinero?

Entonces tomé la decisión de retirarme de la actividad
y comencé a leer,
a escuchar música que me hacía soñar,
a consumir porno en cantidades aberrantes,
a comer golosinas
y jugar videojuegos
(para los que tampoco resulte bueno).

Una tarde que deambulaba en la Facultad de Ciencias Políticas
APARECISTE
y el deseo por tenerte en pequeños fotogramas venía contigo.
Así que decidí inventar un álbum con nuestra historia
esa que no existe
y no existirá jamás.

Concluí tomarte una foto
y llevarte conmigo hasta la entrañas de mi casa,
para mirarte y venerarte hasta que el apocalipsis me alcanzara.
Eso tampoco ha pasado
pero gracias a esas amigas infaltables
he logrado conseguir un par de fotografías más
que he editado hasta el cansancio
convirtiendo todo tu cuerpo en un mural
que vive feliz en la puerta de mi refrigerador.

Nunca fui bueno para llenar álbumes
salvo aquel de los Thundercats que robé a un compañero
cuando sólo le hacían falta cinco estampas.
Por eso,
mi mejor logro en esta vida de ocio ha sido tapizar con tu imagen
el vacío de mi refrigerador.©

martes, 22 de junio de 2010

Entre caníbales. Versión 16 primaveras.

Solíamos comer todos juntos cobijando un absurdo ritual
al que mis mayores daban el nombre de tradición.
(La farsa)
Mi padre, en la cabecera, como un dia lo hizo mi abuelo,
siempre en silencio,
haciendo latente su tirania,
observaba detalladamente el arribo de su rebaño.
Mi madre, la reina sirvienta, siguiendo el fiel ejemplo de mi abuela,
oficiaba sirviendo manjares que complacían el paladar del rey
pero que a nosotros (a mí) nos generaban asco.
NUNCA HABIA POSTRE.

Por órdenes del Supremo
estaba prohibido encender el televisor,
tampoco teníamos permitido escuchar música.
Sólo estaba permitido mascar los temores,
degustar las ansiedades en intervalos de 32 tiempos,
(uno cada pieza dental)
y sorber las amarguras con sabor limón.
NUNCA HABIA REFRESCOS DE COLA.

Una tarde, como cualquiera de las 5840 anteriores,
quise desenmascarar la farsa:
me levanté de la mesa sin pedir permiso
y me encaminé a mi masmorra a seguir con el rumbo de mi existencia.
"No puedes levantarte de la mesa"
escuché decir a mis espaldas
mientras un golpe seco y certero
me aglutinaba el odio en las entrañas.
¿QUE NO SE PUEDE COMER EN PAZ EN ESTA CASA?

Regresé a rastras a la mesa ante el azoro de los principes
(caníbales que gozaban en silencio mi desgracia)
y sorbí de un sólo trago mi hartazgo por la vida.
Tenía que salir de ahí,
caminar por las calles y encontrar en los botes de basura
el alimento más delicioso de mi vida.
QUIERO QUE TE LARGUES DE MI CASA
dijo el tirano bautizandome como el mal agradecido
título nobilirario dado por los ojetes que se creen perfectos.

No me importó dejar sobre la mesa un delicioso pastel
con 16 velitas dispuestas a cumplir un deseo.
(Que las aproveche otro).©

lunes, 21 de junio de 2010

Coffee and TV.

     - ¿Cómo se llama esa canción?
     -¿Cuál?
     - Esa, la del video de la cajita de leche...
     - Ni idea...

*   *   *

En aquel intercambio de discos organizado en la oficina Daniela, la secretaria mas exquisita del despacho, decidió regalarme un disco de Blur.
     Como suele ocurrir en cada intercambio, el sentimiento que me generó aquel obsequio resultó lastimoso pues consideré que la chica sólo se había limitado a cumplir con el protocolo sin considerar siquiera mis gustos musicales. De buena fuente supe que Daniela había aprovechado la hora de comida del día anterior para salir a buscar el obsequio. Supongo que no le fue difícil elegir considerando que la portada del disco resulta poco menos que interesante pero suficientemente llamativa para una mujer como ella.
     El caso es que el día del intercambio nos encontramos formando un círculo y cuando ya sólo quedábamos Linda, Daniela y un servidor, Linda entregó el regalo que le correspondía por lo que era su turno de recibir. Di un paso al frente y su carilla se llenó de júbilo. Me acerqué a ella y le entregué el compilado De la Banda pa' la banda de ese año; más de doscientas canciones interpretadas por distintas bandas sinaloenses en digipack de lujo contenidas en ocho discos. La cara de Linda fue de verdadera emoción y hasta un par de lagrimitas derramó al ver aquel obsequio que por su costo no había podido adquirir anteriormente. Su abrazo fue sincero y emotivo. Los compañeros comentaron que me había lucido con el regalo de Linda pues ella verdaderamente quería esos discos desde hacía varios meses.
     Era mi turno de recibir. Considerando que a todos les habían hecho obsequios excelsos y que Daniela era la secretaria del Director General, no había posibilidad de sentirme defraudado. Daniela caminó hasta mi, me entregó una bolsita de plástico de Mixup y me abrazó igual que en los tiempos de Pancho Villa. Ni siquiera tuve oportunidad de sentir su voluptuoso pecho o de rodear su cintura con mis manos. Daniela regresó a su lugar y el clásico "qué lo abra" retumbó en el pequeño espacio donde nos encontrábamos. Sin embargo, el silencio invadió el lugar cuando abrí la bolsita: ¿BLUR? Gamboa, el más carrillero del despacho notó enseguida mi disgusto y dijo:

   - ¡Uy! ¿Qué, no te gustó? Ah, se me olvidaba que tú eres roquero de esos duros ¿verdad? Le hubieras regalado la caja de Metallica, Danielita... o la de Iron Maiden.

     Daniela sonrió sin inmutarse siquiera. Agradecí el obsequio y regresé a mi lugar cargando esa horrible sensación que dejan los jodidos intercambios. Por supuesto, no tengo que negar que el disco jamás fue abierto y que fue desterrado a una cajita de zapatos donde guardo discos que me apena mostrar a mis invitados.

*   *   *

     Durante varios meses intenté que alguien me dijera el nombre de la canción cuyo video muestra a una cajita de leche caminando y que al final muere y va al cielo de las cajitas de leche vacías -supongo-. Me pareció un video estúpido pero la sola historia fue capaz de ponerme de buenas. Nadie supo decirme ni el nombre de la canción, ni el grupo que la interpretaba. Es entonces cuando pienso que es necesario abrir mi círculo de amigos y dejar que otras influencias golpeen mi mente de vez en cuando; juntarse con fanáticos del merol no trae nada bueno cuando la cultura musical exige conocer otras cosa diferentes al heavy metal.
     Por recomendación de Selene entre a You Tube y busqué el video, bastaron tres palabras y un par de clics para encontrar el video: Coffee and TV, de Blur.
     Repasé el video varias veces hasta ponerme de buenas, incluso, me di tiempo de escuchar otras rolas del mismo calibre: Why does ti alwas rain on me, de Travis me encantó. Me desconocí. Agradecí a Selene su apoyo para este logro y seguí buscando más canciones de esos grupos, luego las letras (mi inglés es nefasto a consecuencia de hablar chino mandarín) y al final, los discos donde podía escuchar esas canciones porque a esa hora ya estaba dispuesto a comprar los cedés. Aun no estoy preparado para pasar mis días con unos audifonos enchufados a las orejas porque soy de esos viejos que todavía disfrutan abrir un disco, meterlo en el estéreo  e inundar la casa con el ruido de una buena canción.
     ¡En la madre! El disco de Blur donde viene Coffee and TV es el mismo que me regaló Daniela en aquel fatídico intercambio. Y pensar que no había dejado de odiarla en todos estos años. No cabe duda que hay gente que se adelanta a tus gustos futuros.
     Me siento obligado a ofrecerle una disculpa. ¿Todavía trabajará en el despacho?©

domingo, 20 de junio de 2010

La música que dejé ir.

A Paul Medrano,
Adriana Benitez,
Lluvia Clemente Jacques

Soy roquero pero reconozco que no nací bajo el signo Merol.

Primero fui un niño medianamente normal: curioso, inquieto, tímido, a veces asustadizo y con un criterio limitado por todo aquello que giraba en torno a mi ambiente de formación. Por eso mis primeros recuerdos musicales evocan al Grillito Cantor, Cepillín y Burbujas; conocía de ellos la mayoría de las canciones y los fines de semana, los vinilos de estos grandes desfilaban durante horas por un viejo estéreo del que apenas guardo un recuerdo. Todo cambió cuando a mi vida llegaron las canciones de Parchís y Timbiriche porque con esos grupos se fue mi infancia.
     Mi madre tenía un disco de Amanda Miguel que era tocado siempre que se hacían los quehaceres de la casa. El me mintió fue la canción que estremecía mis oídos y de paso mi vergüenza. A las canciones de la cantante argentina seguían regularmente -en ese orden- las de Rocío Banquells y Daniela Romo. Por alguna extraña razón, o tal vez por el mismo lazo emocional con mi mamá, Yo no te pido la luna fue una canción que se insertó en mi gusto aunque procuraba cantarla en silencio intentando romper la pena que generaba cantar las canciones de mi progenitora.
     A pesar de eso logré aprenderme gran parte de ese horrendo repertorio que fue reforzado por un extraño gusto por escuchar Radio Mil y leer las canciones en el Notitas Musicales. De esa etapa recuerdo a Ana Gabriel y su disco Pecado Original que se convirtió en mi preferido.
     Fue gracias al Notitas musicales que mis gustos musicales cayeron en el precipicio de Rock en tu idioma; así, Soda Estéreo, Hombres G, Duncan Dú y otros del mismo estilo marcaron ese último trecho de mi infancia. Es menester dar crédito a quien honor merece y por ello reconozco que estos grupos fueron los que comenzaron a inyectar en mi gusto la palabra rock, aunque de forma muy lejana a lo que pienso actualmente sobre este género. Entonces, ya conocía a grupos como Aerosmith, Boston, Kiss, Black Sabbath, AC/DC, e incluso, el Three souls in my mind pero a pesar de los referentes, algo me tenía enganchado a la otra música.
     Me vino la pubescencia y de su mano llegaron a mi vida Microchips, Timbiriche (en versión 9 y 10), Héctor Suárez Gomis, Marcos Llunas, Thalía y toda la carretada de estrellas prefabricadas por la industria televisiva de este país y por ello, al igual que millones de compatriotas, me atoré en el romanticismo apestoso impulsado por Raúl Velasco.
     Pero justo en esa época y gracias a las tardeadas escolares todo lo anterior se vino abajo.
     Conocí nuevos grupos y nuevas formas musicales que chocaron con todo lo que hasta entonces marcaba mis preferencias. Afortunadamente, la influencia de los nuevos amigos resultó determinante para que esto ocurriera, así como los ejemplos de rebeldía y los cambios bio-psico-sociales por lo que transitaba. Gracias a todo esto pude seguir la pista del amor del Merol.
     Hoy sin embargo, mi pasado de pronto exige salir a dar un paseo y se apersona sin mucho esfuerzo para recordarme quién fuí, o tal vez, quién sigo siendo. Cuando eso pasa no me queda más remedio que reconocerme como un producto de la música que un día estuvo de moda y que formó parte de mi construcción como narrador. Es en este punto cuando tengo que reconocer que me sé las canciones de Magneto, Daniela Romo, Mecano, Flavio César y otros de peor calaña capaces de provocarle vergûenza a cualquiera, incluso a mí. Personalmente he aprendido a superarlo, pero hay días que parecen extraños por sufrir esos retrocesos; lo cierto es que nunca está por demás ver el mundo desde los ojos del kitsch y con ello saberse hundido en un pasado tortuoso en nombre del desmadre y las moditas ligeras. ©

jueves, 17 de junio de 2010

Soy un puerco (Palabras Malditas, agosto de 2009)

“La de los gordos, es un estado de grasa”

A los ignorantes que saben encontrar
el valor de la experiencia cotidiana.
A los cultos de medio tiempo.

Encuentro mi reflejo en el espejo de una taquería de la ciudad.

Contemplo la imagen el tiempo suficiente para recordarme que no soy de mi agrado, que no me gusto, que mi propia imagen me deprime porque no queda ningún indicio de lo que era hace diez años.

¿En qué me he convertido?

En un puerco.

Soy el producto de la alimentación que he levado a lo largo de una década; el resultado de haber abusado de la comida chatarra y la mexican fast food que nuestra dinámica de vida obliga a establecer como rigurosa dieta.

Busco escapar de mi reflejo.

Con la mirada en el menú, recuerdo un documental llamado Super size me, en el que se da cuenta de un sujeto que por alguna circunstancia comienza una dieta de 30 días con productos exclusivos de Mc Donals y cuyos resultados derivan en un abrupto aumento de peso que alteran su salud y ponen en riesgo su vida. Con este recuerdo, viene otro que me lleva a calcular que tengo cerca de dos años de no comer en sitios como Mc Donals o Burguer King pero en cambio, sí lo he hecho en las quesadillas de la Güera, en las gorditas de carnitas del Gordo, en la taquería del Pai y en los postres de Goloso.

Juro que nunca he degustado los productos de alto grado en colesterol de Starbucks pero soy capaz de ingerir de cinco a seis frappes en un puestito cercano a la casa, y cuya base para su preparación son la dulce leche condensada y el chocolate líquido.

Una sensación de desasosiego me atribula los pensamientos.
Imagino a Marian, una modelo guapísima que suele aparecer en revistas para adolescentes precoces y que hace años fue mi novia. No es mentira. Todos me envidiaban, era el novio de una chica cuyos atributos ponían a babear a cualquiera.

Marian solía refugiarse entre mis brazos y colocar su cabeza sobre mi pecho; cuando se ponía juguetona, le gustaba quitarme la playera para dibujarme figuritas con la lengua, en el pecho y el abdomen. Ella me enseñó a hacer ejercicio, no por estética sino por salud. Pero eso se acabó cuando cambié nuestras rutinas matinales por las bacanales nocturnas organizadas en la preparatoria.

¡Qué tiempos aquellos!

Dejé de tomar agua y comencé a beber cerveza. Con mi incipiente alcoholismo aprendí los trucos para aliviar los efectos de una cruda: comer alimentos con ricos en grasas e irritantes. También aprendí a preparar botanas. Gané muchos amigos pero perdí a la novia más linda que jamás he tenido.

En pocos meses mi abdomen se había abultado y un par de bolsas cargadas bajo mis ojos daban cuenta del que era. Muté en un ser abotagado, incapaz de caminar a buen ritmo sin fatigarme. Sudaba todo el tiempo, incluso, cuando hacía frío. Las mejillas se me hincharon y mi papada me hizo ganar un apodo bien merecido, Jabba the Hutt.

Ese primer mote, fruto de mi gordura, me hizo caer en depresión. Montañas de bolsas de frituras y botellas de refresco se acumulaban en los botes de basura de mi casa. Me volví incapaz de ver televisión sin acercarme una canasta de popcorn y para contrarrestar el sabor salado, acompañaba las palomitas con un par de refrescos de cola. También me volví consumidor compulsivo de dulces y chocolates.

Después de Marian me costó mucho trabajo volver a tener novia. Tuve muchas amigas aunque para ellas únicamente era el gordito, el amigo bonachón, el osito pachoncito con el que se divertían. Afortunadamente llegó Dafne, una chica que se volvió incondicional a mi forma de trabajo en la universidad. Le gustaba estudiar y hacer la tarea conmigo. Todas las tardes comíamos juntos. Pero nuestra amistad se disipó cuando ella se hizo novia de Joel, otro gordito que a diferencia de mí, jugaba fútbol americano. Dafne ya no era la misma. Se había convertido en una chica abotagada, en mi más fiel discípula en el arte de comer marranadas y todos sabían que yo la había convertido en aquello.

Nuevos apodos me fueron impuestos: Hampton, Robopork, Pistachón Zigzag, Barry-Ghon, Gordito Porno, todos de naturaleza obesa.

Hace años que no me gusta verme en los espejos. Para justificarme inventé varias historias, todas increíbles. Tampoco me gusta verme en las fotos. La verdad es que tengo años odiando mi obesidad, me avergüenza ver en el que me he convertido: en el blanco perfecto para las burlas de los ocurrentes con abdomen plano. Odio ser el ejemplo perfecto cuando se habla de la obesidad y los problemas de salud.

En un mundo que actualmente ha confundido las campañas de salud con la tendencia a seguir ciertas modas, donde impera el culto a lo delgado y donde las tallas cada vez son más reducidas, me siento perdido.

Me he maltratado por mucho tiempo y me resulta muy complicado parar.

De un tiempo para acá me como las uñas y los pellejitos que salen en los dedos de las manos. La ansiedad por seguir masticando, me orilla a hacerlo. Por fin he comprendido qué es la gula: la necesidad de comer todo el tiempo sin provocación alguna, sin saborear lo que uno se lleva a la boca; tragar en exceso: La gula es un placer que lleva a la autodestrucción. ¿Qué sigue? ¿Comerme las uñas de los pies, los callos y las cicatrices? ¿Los mocos y la cerilla? ¿Arrancarme los vellos de los brazos y las piernas para degustarlos uno a uno? Suena escatológico pero es una posibilidad. Mi gula dejo de ser pecado para transformarse en un proceso complejo que sólo se puede explicar con la palabra destrucción. Me odio tanto que ya comencé a sustituir por algo que me ofrezca mayor satisfacción. Me odio tanto –sin saber la razón– que no pararé hasta cercenarme y culminar, con asquerosa pulcritud, mi bendita autodestrucción.

Tengo que salir de este lugar. ©

jueves, 3 de junio de 2010

Quédate esta noche...

...me emputa que te vayas,
que me dejes este vacio que odio sentir pero al que me voy acostumbrando cada día que pasa.

Confieso que quisiera tenerte todas las noches y en cada una poseerte de formas diferentes, tenderte sobre el colchón y, arribarte con los labios y la lengua, hasta lograr abrirme paso entre tus piernas.

Pero lo que pienso no está remitido a el sexo por el sólo placer de coger,
de cogerte como nadie lo ha hecho.

Por el contrario, reflexiono en la forma en que has llegado hasta este trecho de mi vida y me asombra esa extraña manera en la que te has colado en mis pensamientos desde hace años, cuando apenas eras una chiquilla irreverente que me desquiciaba pero a la que aprendí a adorar por ser como son las chiquillas irreverentes que sólo piensan en
música,
fiestas,
amores ficticios
y alcohol.

Es curioso que después de tantos años,
cuatro si no mal recuerdo,
sigas vigente.

Me alegra saber que te deseo, lo cual me indica que sigo vivo. No sé que pienses al respecto ahora que sabes que estamos en la misma sintonía. Es por eso que escribo, implorando que no te vayas, que te quedes esta noche porque me emputa que te vayas y que me dejes este vacío que odio sentir y al que me voy acostumbrando cada dia que pasa.

Una botella de whisky,
música,
tabaco
y tu cuerpo,
son por ahora una promesa, el reducto de un sueño que uno de los dos (tú o yo) un día concebimos sin encontrar un por qué.

Lo cierto es que hoy que estás más lejos pero más cerca de mí, o cuando menos, más dispuesta a dar un paso en la realidad, reitero que me emputa que te vayas y me dejes este vacío que odio sentir. Por eso, quiero pedirte
implorarte,
rogarte,
que te quedes esta noche y te desviastas antes de meterte a mis sueños, porque esta noche y las que siguen, te poseeré como nadie nunca antes lo ha hecho...

Es una promesa. ©