sábado, 30 de octubre de 2010

viernes, 29 de octubre de 2010

De la moda y la fe.

Mi abuelita, que ya lo he resaltado en ocasiones anteriores, era sabia y santa, decía que las cosas de la fe no podían dejar de pensarse pues eran en sí mismas un verdadero misterio. Tenía razón.
Me encontraba sentado en la banca de un parque disfrutando de una lectura sustanciosa cuando repentinamente aparecieron un par de jóvenes de singular aspecto, cargando un enorme muñeco, y a la voz de: “una limosna pa’l santo”, lograron llevarme del azoro al pavor porque me imaginé que se trataba de una nueva forma de violencia dirigida a quienes nos hemos reconocido abiertamente como agnósticos.
Ingenuo y curioso, como suelo ser, me atreví a preguntar el motivo que los orillaba a cargar semejante muñecote y si acaso la figurilla de acción formaba parte de esa ridícula tradición escolar de llevar a todos lados un huevo con una carita pintada con plumón, un pez beta, un troll o un muñeco Elmo para jugar a las responsabilidades, pero al parecer mi pregunta no estuvo debidamente formulada, o los sujetos nunca habían asistido a la escuela, porque únicamente me miraron fijamente y preguntaron si les iba a dar o no dinero para el santo. Sintiéndome muy gracioso les pregunté si el santo no era aquel personaje entrañable de máscara plateada y como única respuesta uno de ellos me mandó directamente a la chingada. Los jóvenes se alejaron a seguir pidiendo dinero y como apunte curioso es menester resaltar que la mayoría de la gente les depositaba alguna moneda en el tortillero.
El suceso, que en otras condiciones me hubiera valido madre, me movió a investigar el fenómeno y tras una breve pero sustanciosa investigación de campo que integró a algunos actores involucrados de forma directa con este fenómeno (denominados por la fe como devotos), encontré que lo anterior es una manda que se realiza para agradecer a San Judas Tadeo, patrón de las causas perdidas. Como en este país todo valió madre desde hace mucho, supongo que este señor Judas tiene muchos adeptos y por ello es que cada día 28 vemos hordas de gente, principalmente jóvenes, cargando efigies que demuestran abiertamente su esperanza a que un día todo mejorará.
Sin embargo, el problema de la religión, la fe y las mandas está en pedir dinero porque éstas degeneran en negocios que resultan redituables y se convierten en eso: meros negocios o pretextos para el despilfarro. Veamos. Resulta que ayer 28 de octubre, día en que se festeja a San Judas Tadeo en la iglesia de San Hipólito, encontré con que un montón de gente acude a dicho templo del mismo modo en que hace años las hordas de acarreados acudían a los mítines del PRI por tortas de huevo y Bonafinas caducadas. A diferencia de los segundos, los devotos del santo han ido aumentando en los últimos años y para demostrar su fe, además de acudir al templo, realizan acciones variopintas entre las que se destacan las siguientes:
a) Acuden al templo en peregrinaciones que a decir verdad son verdaderos carnavales porque muchos de ellos van en completo estado de ebriedad y otros tantos van drogados. Vale decir que el culto a San Judas es nutrido por una buena cantidad de jóvenes cuyo argumento reside en “querer cambiar su vida”. Lo curioso es que cada 28 de mes, y principalmente, cada 28 de octubre se les puede ver hasta las manitas haciendo el ridículo en los límites del templo.
b) Otro acto que llama la atención es la fijación de pasear una efigie por doquier y en algunos casos pedir dinero para “su misa”. Lo anterior me llena de dudas pues mi abuela, que sí tenía palancas con este santo, cuando quería salvar mi ciclo escolar (esa sí era una causa perdida), sólo tenía que tomarme por la oreja, llevarme hasta la iglesia, pararme frente al santo y mientras encendía una veladora me obligaba a pedirle que me hiciera niño bueno y que me quitara lo burro. Luego, me regresaba a casa y me ponía a estudiar. Curiosamente el milagrón siempre le dio resultado.
c) Una tercera curiosidad de estos feligreses consiste en pararse en las puertas del templo a regalar papelitos enrollados y en cuyo interior siempre está pegada una moneda de 10 o 20 centavos (¿por qué no pegan las de 2 y 5 pesos que la gente les pone en sus tortilleros?), pero que a cambio amenaza con pudrirte el alma, enviarte al infierno o darte siete años de mala suerte si haces caso omiso a seguir con esa cadena de buenos deseos. Como nunca he hecho caso a esas mamadencias, seguramente tengo varios milenios acumulados de mala suerte que derivan la decepción de mis fans cuando me conocen, mi incapacidad para amar, mi pobreza extrema y mi inutilidad para tener trabajos de éxito.
Lo siento mucho pero si las anteriores expresiones son muestras de fe, me declaro incompetente para tomar en serio a quienes en una siguiente ocasión se atrevan a pedirme dinero bajo el pretexto de una misa o una manda, por lo que me veré en la necesidad de mandarlos directito a freír espárragos.
Desafortunadamente esto de la fe es cosa misteriosa y siempre dará mucho de qué hablar, situación que la vuelve aún más complicada; si a esto le aunamos las modas que se infiltran y cuyos reductos me resultan sospechosos, la cosa se pone muy grave. Sólo espero que esta moda pase pronto y que los verdaderos devotos de cualquier santo dejen de lado las ridiculeces y pronto le devuelvan el matiz a sus creencias. Amén.

Nota: este texto no pretende denostar la fe que mucha gente tiene hacia sus santos, en cambio sí quiero advertir que no estoy de acuerdo en las expresiones que una gran mayoría está enalteciendo en nombre de un santo, y que son las que desafortunadamente más se notan en los últimos años. A los viejitos y jóvenes que no necesitan de ridiculeces para creer, mi más profundo respeto.

miércoles, 27 de octubre de 2010

La chica Elástica. (Bitácora del orgasmo, noviembre de 2009)



Está claro que la gente normal no enciende el televisor con el propósito de enamorarse, aunque siempre hay excepciones. He conocido sujetos cuya única capacidad de enamoramiento se encuentra reducida a mujeres como Vilma Picapiedra, Bety Mármol o Marge Simpson, lo cual los hace candidatos directos a recibir apoyo psiquiátrico; otros gustan de amar a mujeres tan inalcanzables, por su condición de cadáveres, como Marilyn Monroe o Dolores el Río, mientras que una tercera categoría (los considerados más sanos), se enamoran de mujeres del tipo de Ninel Conde, Mariana Seoane o Salma Hayek. Si siguiéramos por esta línea, no dudo que la clasificación se extendería tanto que podríamos lograr una tesis digna para alcanzar un doctorado en apendejamiento humano pero como no es el caso, me parece que es menester incluirme en estas parafilias con un ejemplo digno y único.
Aquí mi caso.

Todo ocurrió un sábado por la mañana cuando me disponía a realizar las labores propias de mi sexo, lo que sea que eso signifique. Por algún motivo, sólo explicable por el tarot egipcio, decidí encender el televisor justo cuando una chica enmascarada tomaba el micrófono para disertar sobre la importancia de sus caderas en movimiento y el efecto hipnótico que esto provocaba en miles de púberes que asisten a los conciertos del grupo de surf llamado Los Elásticos. Durante el tiempo que duró la entrevista me fue imposible apartar la mirada de la chica enmascarada, de moldear su cuerpo en la imaginación y principalmente, de encontrarme con su mirada chispeante. Al regresar a la realidad me sentí como un imbécil pero aun así guardé la agradable sensación que me había dejado su sensual e inocente estampa. Reconozco que me fue imposible sacarla de mi pensamiento y como suelo conducirme en estos casos de duda existencial, me refugié en las profundidades de la red con la finalidad de indagar más acerca de ella, de quien descubrí cosas tan fascinantes como el color de sus ojos, la talla de su brasier, e incluso, una legión de cuatro chicas que replicaban sitios en redes sociales utilizando su nombre de batalla: La Chica Elástica.

Con semejantes referencias y un mejor pretexto para acercarme a ella, indagué en aspectos más personales como su dirección electrónica y su nombre real. Tal vez les parezca increíble pero todo eso lo conseguí en un par de horas por lo que me atreví a enviarle un mail solicitándole una entrevista para mi columna de Palabras Malditas (lectores, santígüense). Transcurrieron menos de sesenta minutos para que ella me agregara al messenger y estableciera el primer contacto conmigo. Debo decir que ese primer encuentro resultó de pesadilla pues la mujer detrás de la máscara, se comportó de la forma más huraña que la historia pueda registrar, sin embargo, me saltaré ese pasaje para aterrizar en lo verdaderamente importante: nuestra relación.

Una vez sorteadas las confusiones y las desconfianzas, logré ganarme la simpatía de La Chica Elástica y con ello a una nueva amiga cuya presencia en mi vida apenas estaba por cumplir una semana. La relación se tornó tan amigable que le propuse nos conociéramos en persona, situación que se postergó debido a compromisos anodinos. Pero la mejor oportunidad llegó cuando Los Elásticos fueron confirmados para presentarse en un festival a unos cuantos kilómetros de distancia de mi casa. Durante una semana entera La Chica Elástica y un servidor trabamos los detalles para nuestro ansiado encuentro. Llegó el día y ya me disponía rendirle pleitesías cuando un problema de naturaleza idiota me impidió asistir al lugar donde se desarrollaría el festival. ¡Maldita mi suerte!

Con la promesa de no prolongar más la espera, preparamos un nuevo encuentro en la Feria del libro del Zócalo y en esa ocasión fue ella quien no pudo llegar debido a los compromisos que su vida sin máscara le acarrean. Con muchas tardes en el chat y llamadas telefónicas que reafirmaron un sentimiento mutuo, dispuse todo para no dejar pasar más el tiempo y conocerla en la vida real.

El amor, palabra perversa que carece de significado objetivo pero que reafirma sensaciones malsanas de tan agradables que resultan, se fue arraigando en algún lugar en mi interior al grado de arrancarme del mundo real para mantenerme flotando únicamente en el terreno de la imaginación. Los mensajes de texto y las llamadas esporádicas surtieron su efecto pero algo en la lejanía de nuestros cuerpos fue alargando las distancias hasta que el fuego casi se extinguió.

Una tarde lluviosa decidí hablarle con el firme objetivo de romper la barrera de lo virtual. Era necesario conocernos y estrecharnos los cuerpos, pero un perverso designio de los astros me había deparado una broma macabra desde su propia voz: “es que tengo tres meses viviendo con mi pareja” –dijo súbitamente–. Al regresar a casa, quise romper la televisión y con ello exorcizar el pasado aunque, al final, lo pensé bien y resolví conservar la televisión pues si la destrozaba, los viernes no me hallaría en la grandeza de mi cama, así que dejé el aparato en su lugar ya que después de todo, no tenía la culpa de que yo hubiera sido tan imbécil para enamorarme de alguien a quien había conocido en la TV.

Otras veces ya he hablado de la justicia divina pero en esta reviraré con la venganza del malévolo, quien acostumbra poner las cosas en su sitio. Tras unos meses de cobijo espiritual en las profundidades de los tables dances y sitios de esparcimiento sexual, recuperé las fuerzas para hablar de nuevo con La Chica Elástica. La sorpresa fue grata al enterarme que había colgado la máscara y que su vida amorosa parecía estar logrando claridad. Pactamos un nuevo encuentro hace un par de semanas y como podrán intuir, éste tampoco llegó debido a circunstancias oscuras.

Al momento de redactar este texto, platico vía Messenger con Paulina, la mujer que portaba una máscara cuando de La Chica Elástica me enamoré. Ahora caigo en la cuenta que nunca estuve enamorado de la go-go dancer y en cambio, mi energía libidinal se escurrió totalmente hacia la mujer que personificaba a la heroína de mentiras. Tengo claro que ella vive en pareja y que nuestras existencias van en direcciones opuestas, sin embargo, ella ha recalcado que me ama y eso es lo verdaderamente trascendente para mí. Lo único malo es que su dicho de amor sigue siendo como todo nuestro idilio: por vía del chat.

¿Karma o maldición? Ofrézcanme ustedes una respuesta, eso sí, inteligente y sin que en ella medien los prejuicios.

26 de octubre de 2009.

domingo, 24 de octubre de 2010

Existen canciones...

...que me recuerdan tanto a aquéllas que durante mucho tiempo se ganaron prenda a prenda cada peso de mi quincena.

viernes, 22 de octubre de 2010

Un domingo en el museo.

Por motivos que ni a mí mismo me interesan, hace unos días me vi obligado a acudir al Museo Nacional de Antropología e Historia en el peor día en que pude haberlo hecho: el domingo. Lo anterior, trajo como resultado una serie de observaciones antropológico-sociales que me gustaría compartir con usted.
En primer lugar llamó mi atención la enorme fila para poder ingresar. Por un momento creí que se trataba de la entrada al balneario de Oaxtepec debido a que había señoras gordas vestidas con bermudas multicolores que arreaban a niños en camiseta y cargaban mochilas estorbosas en las que llevaban provisiones suficientes para alimentar un regimiento del ejército. A pesar de la extensa fila, la entrada fue ágil salvo por el requisito de tener que colocar las llaves y el teléfono celular en una canastita de tortillas antes de pasar por un arco detector de metales que, por efecto de su propia paranoia o falta de mantenimiento, sonaba cada vez que alguien lo cruzaba.
Una vez sorteados los trámites del detector de armas y de un señor que me quería obligar a dejar en la paquetería mi pequeña mochila, me enfilé directamente hacia la sala que ubica el Poblamiento de América. Al intentar entrar, un maremágnum de personas bloqueaba el acceso en una costumbre realmente estúpida: copiar el letrero introductorio y que erróneamente (para quienes deseamos ingresar a los museos), se ubica a un costado de la puerta. Nunca he entendido esta conducta pues hasta donde mi lógica alcanza a atinar, los museos no tendrían que sufrirse con apuntes, situación de la que hay que culpar totalmente a las maestras que exigen como comprobación de la visita un kilo de trascripciones sobre el trayecto que siguieron los cazadores que cruzaron el Estrecho de Bering.
Ante la imposibilidad de ingresar decidí dirigirme hacia la sala de la cultura maya, que parecía estar desierta. Contemplaba los ejemplos de entierros funerarios cuando un niño me pidió amablemente mover mi antiestético cuerpo de la vitrina pues pretendía tomar una fotografía del esqueleto, sin alegar atendí la solicitud. Apenas había regresado a mi lugar cuando otra señora se acercó a pedirme que me moviera dos pasitos a la izquierda porque mi barrigota cubría el rictus de dolor del muerto, también lo hice; pero cuando vino un señor a exigirme que me quitara tuve la decencia de mostrarle el camino directo a la chingada, por la ruta de Bering, esperando que con esa respuesta nadie más volviera a molestarme. Lo logré. Desafortunadamente, está anómala conducta se repitió en prácticamente todas las salas, principalmente en la Mexica, donde toda la gente imbécil pretende hacerse la graciosa mientras se retrata con la Coautlicue, la Piedra del sol o cualquier ornamento para, posteriormente, subirlo a Facebook.
Ahí mismo, en la sala mexica, encontré otro prodigio digno de estudio por la antropología social: un grupo de jovencitos subnormales, que primero hacían alarde de una intentona de trasgresión copiada de los programas televisivos y después gritaban como taraditos cuando veían a una rubia en shorts que recorría el lugar, dedicaron el 90% de su tiempo a tocar las piezas de exposición a pesar de que en más de una ocasión un hombrecillo disfrazado de guardia de seguridad les pidió no hacerlo. Podrán decirme amargado o falto de sentido del humor pero existen sitios donde las palabras “no tocar” tienen un valor estricto; el que me diga lo contrario, ya puede ir cruzando la calle pues nada en el mundo me hará cambiar de opinión y no lograremos ponernos de acuerdo. El problema es que llegó un momento en que el señor seguridad ya no soportó más y tuvo que pedirles que se retiraran. Como suele ocurrir en los casos en que se delata la impunidad de los delincuentes juveniles desde el seno materno, enseguida apareció una señora que instó al hombrecillo a no meterse con los “niños” ya que ellos estaban “estudiando” y nadie tenía derecho a correrlos de ahí. Tras un alegato que se prolongó por varios minutos algunos de los presentes optamos por apoyar al hombre argumentando que los taraditos ya nos tenían hasta la madre y que lo más prudente era sacarlos de ahí así fuera a patadas. Experimentando la sensación de lo que comúnmente se conoce como pena ajena, opté por concentrarme en mi cometido pues después de tres horas únicamente había conseguido pasar corajes y concebir la idea de un nuevo texto, que bien podría servir como preámbulo de una tesis doctoral.
Al dirigirme hacia la maqueta donde se muestra la supuesta majestuosidad del imperio azteca (siempre he tenido recelo a las maquetas), apareció un hombre que no paraba de explicarle a su hija variadas e increíbles teorías sobre la fundación de Tenochtitlán. En un intercambio que me pareció interesante, la niña preguntaba y el padre, solícito y orgulloso, respondía con una fluidez sólo comparable con la de un arqueólogo. Pero todo se vino abajo cuando la pequeña preguntó cuál era la pirámide “por la que baja la serpiente emplumada todos los días de la primavera” y su padre en una muestra rotunda de sabiduría respondió que era la más grande de todas, la que estaba al fondo. Semejante contundencia me dejó con esa horrible sensación que se experimenta cuando pienso que hay días en los que no debí haber salido de casa por nada del mundo; también pensé en los desayunos dominicales en familia, con barbacoa y con el televisor encendido, me parece que todo eso es más redituable que los encuentros con gente idiota.
De mi posterior visita al zoológico, ya les contaré en otra ocasión pues también se constituyó en un trauma que urge liberar.

jueves, 21 de octubre de 2010

Atento aviso.

La pirámide de Kukulkán no estaba en Tenochtitlán.
Señores padres de familia:
Por este conducto quiero instarlos a no asumirse como antropólogos e historiadores para quedar bien con sus hijos, suficiente tienen ellos con las maestras de este ciclo escolar como para que ustedes en un afán de protagonismo, tergiversen toda la historia. Resulta aberrante que malinformen a sus hijos con eventos que ni ustedes mismos son capaces de creer.
Si sus hijos (menores de 14 años) tienen aspecto de idiotas, tengan por seguro que no lo son, pero no se los dicen para no hacerlos sentir mal.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Mi cuento.

Ella sólía cantarme una canción de Arjona después de hacerme el amor. Esto ocurría dos o tres veces a la semana, invariablemente. Comencé a odiarla por eso.
Su manía por berrear esos bodríos terminó con nuestro noviazgo, que todos calificaban como perfecto, feliz e inquebrantable. Nada más alejado de la realidad. Se trataba sólo de sexo.
Como consecuencia de ello, comencé a regalar un ejemplar del Monstruo de arriba de la cama a todas mis amantes. Desde entonces no he podido mantener estable una sola relación.
Ahora ellas son las que no me soportan a mí.

martes, 19 de octubre de 2010

Atento aviso.

¿Qué me ves baboso?
A todos los jóvenes estudiantes que acuden a los museos:
Se les suplica atentamente no hacerse los pinches simpáticos con los objetos de exposición. Se supone que ya están grandes (léase, peludos y verijones) y sus payasaditas de niños subnormales no vienen al caso cuando habemos personas que vamos a esos sitios a estudiar y no a reirnos de payasos de circo pobre.
Como diría mi abuelita: "en bola, son buenos..."


lunes, 18 de octubre de 2010

domingo, 17 de octubre de 2010

Atento aviso.

A todos las señoras maestras:
Como un favor muy especial se les ruega no enviar a sus alumnos a los museos a copiar todo lo que ahí está escrito. Es muy molesto que sus enviados estén estorbando a los que sí disfrutamos las visitas a esos sitios. Por otro lado, sus alumnos no hacen la tarea, si se fijan bien ésta la hacen los padres.
Así que por favor, no hagan caso omiso a este anuncio.

viernes, 15 de octubre de 2010

El que busca encuentra.

Mi tía, que era una sabia y de la vida sabía mucho, constantemente me recomendaba alejarme de los problemas mediante un sencillo mecanismo de autodefensa que consistía en adelantarse a los hechos y abortar cualquier posibilidad de lío por mínimo que fuera. Supongo que lo que mi tía siempre intentó inculcarme fue que no me metiera en problemas, pero como efecto contrario, un extraño imán hacia el quilombo provoca que constantemente me encuentre metido en dificultades como a continuación lo ejemplificaré.
Como de costumbre, esta mañana abrí el Messenger con la finalidad de esparcirme antes de comenzar a trabajar y para ello decidí charlar un poco con una amiga cuyo humor ácido es mejor que una taza de buen café. A diferencia de otras ocasiones, ésta, quise hacerme el gracioso y me comporté como todo un caballerito saludando amablemente, escribiendo un poema y por si fuera poco, me di el lujo de rubricar mi verso con el iconito de besos. Como respuesta, una sencilla pregunta logró el prodigio de subirme los cataplines a la garganta antes de experimentar un calosfrío que me recorrió la espalda igual que la ocasión en que se me apareció la mamá del muerto: “¿Eres el que se está acostando con mi mujer, verdad?”
Ante semejante sorpresa, las posibilidades para evitar el problema fueron las siguientes: a) dar explicaciones vagas y sin sentido que sólo reafirmaran mi pendejez; 2) cerrar el Messenger, lo equivale a emprender la graciosa huida; y 3) darle al cliente lo que pida.
Con un cinismo que seguramente no se demostraría si el celoso estuviera frente a mí, afirmé que si eso era lo que deseaba leer, no negaría sus sospechas.
Por varios minutos, en los que imaginé al tipo rompiendo objetos, mordiéndose la camisa, lanzando golpes al aire y derramando lágrimas de cocodrilo, ni una sola palabra apareció en la ventana. Entonces me puse pesimista y la imagen del hombre con la cabeza metida en el horno me llegó como flashazo. Estaba a punto de marcarle por teléfono a mi amiga para confesarle lo sucedido cuando apareció un nuevo mensaje en la pantalla: “Sé que no está bien esto que hago pero quiero descubrir con quién se está acostando mi mujer; ella me ha cachado en varias movidas pero yo estoy seguro que ella no se queda atrás. Sólo te pido un favor: como compañeros, no le digas nada.”
Pude haberme instalado en papel de redentor o terapeuta de pareja, lo cierto es que sólo pude reírme hasta que me dolió la barriga, mientras pensaba en las ocasiones en que he estado en la misma situación, lo que me ha llevado no sólo a revisarle el celular a mi pareja sino también a dar con su password del mail, sin que eso me haya otorgado resultados satisfactorios a mis especulaciones.
Esta conducta anómala no es más que la muestra inequívoca de que todos tenemos la conciencia llena de cochambre y que lejos de querer encontrar pistas que nos develen nuestra situación de pareja, al instalarnos en el papel de detective de infieles, buscamos evidencias para poder traspasar nuestra parte de culpa al otro. Sin embargo, el problema que deviene al jugar al detective radica en la posibilidad de ver fantasmas por doquier y cometer injusticias peores que las de juez de distrito.
Lo cierto es que a medida que la tecnología avanza, los usos para el placer se despliegan automáticamente y con ellos se van adquiriendo mañas con las que se pretende ocultar la vida alterna que existe en el mundo virtual; con ello, vienen también las otras mañas: las que descubren a los que tienen secretos debido a que en el terreno de lo virtual nadie tiene secretos.
Mientras pensaba lo anterior, caí en la cuenta que lejos de ayudar a mi amiga, probablemente cometí el error de rematar con el último puyazo su tormentosa relación. Pero, ¿de quién es la culpa, del que busca o del que encuentra? Al final, los dos son uno mismo y lo mejor es rematar lo que ya está terminado, o bien, hacer d tripas corazón, vendarse los ojos y fingir que no está pasando nada. ¿Eso es justo? Para nada, pero en esta ocasión, usted querido lector, tiene la última opinión.

Dilema: ¿debo decirle a mi amiga lo ocurrido?

jueves, 14 de octubre de 2010

Parental Advisory.

Le recomendaría a todo mundo alejar la tentación por conocerme.
Puedo asegurar que mi alter ego es mucho más inteligente y simpático que un servidor. Cuando menos, él no tiene mi extraña facilidad para echarlo todo a perder.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Se renta un corazón.

Útil para simulacros de rupturas amorosas.
Pegamento incluído. Sanación instantánea para volver a usarse.
Promociones en situaciones críticas.

lunes, 11 de octubre de 2010

Cúmulo de recuerdos.

Hola, mi nombre es Héctor y sí, también soy un cúmulo de recuerdos.
Es inevitable, tengo una memoria que trabaja más rápido que mis impulsos.
Mi enfermedad es peor que el alcoholismo o la neurósis.
Algunos la han diagnosticado como "memoria privilegiada",
pero en realidad nadie sabe qué es lo que me pasa.
Por culpa de los recuerdos
-que nacen de la nada ante la menor evocación-
he logrado incomodar a mucha gente que urge arrancarse del ayer.

¡Necesito ayuda!

¿Alguien sabe cómo se le hace para olvidar?

domingo, 10 de octubre de 2010

Opté por llevar mi vida por dos rumbos...

...mismos que bien sabía no me harían millonario: la docencia y las letras; pero hoy, cuando nos vimos, el mundo conoció una novela inédita de Eusebio Ruvalcaba que fue musicalizada por Alias el Hacs y cuando menos, eso ya me hizo famoso.

sábado, 9 de octubre de 2010

Quisiera...

...contagiarme de jovial optimismo, pero a mis 33 años estoy vuelto un anciano cuya amargura sirve como lente para ver desde un punto lejano la realidad endulcorada artificialmente.

viernes, 8 de octubre de 2010

Pedofonías.

La otra noche me encontraba profundamente dormido cuando alguien tuvo la amabilidad de acordarse de mí y por ello decidió marcar mi número telefónico. Ante semejante crimen de lesa humanidad, mi primera reacción fue aventar el aparato hasta el extremo opuesto de la habitación cometiendo el grave error de no apagarlo, lo que motivó que medio minuto después la chingadera volviera a sonar como sí un demonio lo estuviera poseyendo.
Varias opciones pasaron por mi mente mientras determinaba la conveniencia de levantarme: a) probablemente la señorita cajera de la comercial mexicana se había arrepentido de redondear mi cambio sin preguntar y en un acto de sensatez moral había decidió llamarme para ofrecerme una disculpa y retribuirme mis centavos apenas abriera la tienda; b) cabía la posibilidad de que el señor abogado del banco siguiera trabajando en su flamante despacho, y al encontrarse con mi expediente crediticio, hubiera resuelto hacerme una llamada para amenazar con un embargo en caso de que no pasara a liquidarles los trece pesos con cincuenta centavos (más intereses moratorios), que les adeudaba por concepto de estacionamiento; c) que hubiera muerto un tío lejano y su testamento estuviera encabezado con mi nombre, por lo cual, el notario urgía mi presencia.
La última opción, a pesar de ser la más descabellada, se erigía como la más cercana por lo que de inmediato brinqué de la cama y rastreé el sonido del aparato hasta tenerlo en mis manos. Pero, como suele ocurrir en las caricaturas, apenas tuve el celular en mis manos, éste enmudeció acrecentando mi coraje y mi preocupación pues cabía la posibilidad que mi hermana me ganara la herencia.
Veintidós llamadas perdidas establecieron un récord en mi vida pues nunca antes persona alguna se había mostrado tanto interés en charlar conmigo. Cuando había resuelto regresar a la cama, el teléfono sonó nuevamente y yo respondí con esa voz que caracteriza a quienes somos arrancados de los brazos de Morfeo. Del otro lado, sólo pude escuchar una especie de graznido gutural que me hizo enmudecer de terror porque tuve la certeza que era el diablo y no el notario de mi tío quien me llamaba.

     - Di.. di.. diga… (¡glup!)
     - ¿Te desssperrrtéee?

Ante semejante pregunta sólo la indignación fue capaz de instalarse en mi ser, cuya manifestación, vino en forma de una sonora mentada de madre que no paró hasta que mi interlocutor dijo: “sólo te llamé para decirte que te quiero un shingo (así dijo: shingo); que eres mi carnal y que siempre me quitaré la camisa por ti… ¿qué haces?
Semejante acto de insensibilidad hacia lo que Benito Juárez definió como “el respeto al derecho ajeno” me hizo colgar el teléfono y pensar en las manías de los alcohólicos así como en sus motivaciones para despertar a sus seres amados.
Según estudios psicológicos desarrollados por antropólogos sociales, este fenómeno de chingar al prójimo a deshoras y en condiciones etílicas, es conocido bajo el nombre de pedofonía cuya raíz etimológica proviene del mexicano: pedo, borracho; y phoneo(ar), hablo(ar) por teléfono. “El que habla por teléfono cuando está borracho.
Las características de esta manía son las siguientes: 1) Encontrarse en estado de ebriedad. No importa el grado de alcohol en la sangre pues los efectos son variables en cada persona. 2) Tener un teléfono a la mano. Si es celular basta con tener saldo. 3) Estar enamorado, dolorido, triste, eufórico, solo, acompañado, o en cualquier otra situación que sirva como pretexto para joder.
Lo anterior resulta un problema pues, como podrá apreciarse, todos podemos ser pedófonos en potencia y para ello sólo basta un pequeño pretexto, por ejemplo, recuerdo cuando cursaba tercero de secundaria, el convivio de un sujeto apodado el Coreano había resultado un éxito gracias a los tragos clandestinos que dimos a unas viñas reales, mismas que al mezclarse con el ambiente guapachoso, motivaron mis deseos de tomar un teléfono y marcar el único número que me sabía de memoria: el de Claudita. Cuando ella contestó no dije nada, sólo me deleité con su voz y colgué. Repetí la acción cinco o seis veces hasta que su padre cogió la bocina y amenazó con matar al gracioso que la hacía de mudo. Tal vez aquella primera experiencia no fue relevante pero sí resultó sintomática para que años después, en circunstancias similares, decidiera hablarle a otra Claudia, la cual tuvo la amabilidad de mandarme a la chingada si no la dejaba dormir.
Este ejemplo y muchos otros de similares circunstancias, tienen tres constantes: la embriaguez, la comunicación telefónica y la necesidad de llamarle a alguien, ya que es en estado etílico cuando la gente adquiere la seguridad para decir cosas que no podría decir en otras circunstancias por más que alegue que tiene la capacidad de “volverlo a decir en su juicio”.
Lo anterior, si bien es cierto que a muchos les resulta una gracejada, tiene un trasfondo más complejo que es necesario tratar urgentemente pues resulta no sólo ridículo sino enfermo, llamarle a la gente a deshoras para hacerle saber que es un buen amigo, que es el amor de su vida, que se va a suicidar, o simplemente, para verificar si uno está dormido para lo cual se formula una pregunta que resulta en sí misma estúpida.
Por lo anterior, si usted, lejos de sufrir pedofonía, sufre a causa de la pedofonía de su pretendiente, mejor amigo, primo lejano o amante en potencia, asegúrese de no dar su número a cualquier pelagatos a la menor provocación, así se encuentre convencido que es un tipo tranquilo.

Nota: Agradezco la colaboración del escritor Antonio Andrade, cuya llamada telefónica motivó la realización de este texto.

martes, 5 de octubre de 2010

Con el corazón en la mano. (Bitácora del Orgasmo, mayo de 2010)

Habían pasado diez años esperando su regreso.
  En la pared, un registro esculpido con una navaja de explorador, era el vestigio perfecto que demostraba su obsesión por ella. Se reconocía enfermo y al mismo tiempo incapaz de levantarse de la pérdida que hacía una década le había arruinado la vida. Y es que el amor es una cosa jodida. Miles de personas lo conciben como una tragedia sin remedio; otras, en cambio, las más positivas, sulen tomarlo como un motor para envolverse simbióticamente con sus semejantes. Hay quienes gracias al amor se vuelven mesiánicos pero otros, desafortunadamente, se vuelven locos.
  Ahí estaba Joaquín, sentado sobre su ropio despojo con el corazón en la mano y los pensamietos volando a lugares que jamás siquiera había imaginado. En todos esos lugares estaba Yara con su larga cabellera negra rizada hasta el comienzo de las nalgas y esos pechos breves que eran compensados por unos pezones siempre dispuestos... por lo menos así la recordaba.
  Sólo la había visto un par de veces, una de ella la noche en que desapareció de su cama dejándole ese mensaje convertido en promesa. El papel ya viejo y casi muerto aun conservaba legible la letra de aquella mujer que le prometía regresar la siguiente noche. Habían pasado diez años desde entonces y su regreso aún esperaba. La cama que había sido dispuesta y una botella de vino que reposa en el refrigerador eran testigos mudos de esa esa enfermedad con nombre y apellidos; incluso, la bata de satín que se había comprado para recibirla permanecía estaba colgada en el respaldo de una silla que se había desvencijado a casua de soportar tantos años.
   La tarde en que Joaquín decidió no esperarla más, Yara regresó.
  Joaquín se había levantado temprano y covencido que se le habían ido los años se dispuso a tomar una ducha que disfrutó como hacía tiempo no lo hacía. Cantó alguna canción añejada en el tiempo y se afeitó esa barba de dos semanas que le daba un aspecto desaliñado. Al salir, se envolvió con la bata y caminó descalzo por toda la habitación. Por vez pimera, en muchos años, abrió las ventanas para permitir que el sol bañara aquel espacio con su brillo.
  Ganoso de un buen almuerzo, dispuso del dinero que había ahorrado en sus años de aislamiento haciendo trabajos por internet y salió convencido que Yara había sido un espejismo, un sueño, una jodia ilusión que lo había tomado por sorpresa, e incluso, le había hecho el amor. Bajó las escaleras del edificio y saludó a una mujer a la que no reconocía pero que juraba haber visto en su otra vida.
  Tras el desayuno, compró un diario y palpó el papel mientras inhalaba el aroma de la tinta. No había comparación entre aquello y las letras que día a día revisaba en la pantalla de la computadora, pensó. Caminó de regreso a casa y sólo se detuvo en un parque a contemplar a un grupo de chicos que jugaban en horas de clase.
  De regreso al edificio subió las escaleras y en la puerta encontró una nota en la que se podía leer la palabra "regresé". No había nada más, ni una rúbrica, ni una expliación. Joaquín sonrió negándose con ello a construir cualquier disertación al respecto. Una vez dentro del departamento, Joaquín buscó la vieja nota de Yara y la junto con la que recién había encontrado, comparó la caligrafía para verificar que los trazos fueran los mismos, caminó hasta la cocina y buscó la cajita de fósforos para encender un cigarrillo, se acomodó en una silla y fumó en intervalos espaciados. A punto de agotarse el tabaco, acomodó los dos mensajes en un cenicero y puso las últimas brasas sobre el papel que comenzó a incendiarse de inmediato; luego, tomando un cuchillo con una mano y el control de la televisión con la otra, se abrió el pecho lentamente, soportando estoicamente el dolor. una vez envuelto en sangre, se dispuso a sacarse el corazón.
  Sintió un gran alivió. Pensó que esa era la mejor decisión si quería seguir viviendo. Joaquín comenzó a cambiar los canales del televisor hasta quedarse dormido.
  Su cuerpo fue encontrado seis meses después por la policía, la cual, determinó que Joaquín había cometido un suicidio inducido. Su cuerpo, en un extraño estado de momificación fue rescatado por artísta plástico que lo exhibe como un ejemplo de lo peligroso que puede ser el amor cuando este se confunde con la obsesión.
*Texto inspirado en la instalación de yunuén Martinez Puente, "El cuerpo ante el signo".

lunes, 4 de octubre de 2010

Logógrafo.

Llegó a mis manos de la misma forma en que suela arribar todo aquellos que me enamora. Se llama LOGÓgrafo, el hacedor de palabras. Poesía, cuento, ensayo y artes visiales en apenas 32 páginas.
Uno de sus editores lo psuo en mis manos durante el pasado Congreso de Lengua y Literatura desarrollado en la FES Acatlán (santigüense), confiando peligrosamente en mis gustos. Afortunadamente, no se equivocó: desde una vegetariana que está a ùnto de pasarse al lado oscuro hasta el Quijote protagonizando la nota roja de algún periódico de circulación nacional, son apenas un par de ejemplos de lo que uno puede encontrarse en esta revista que parece decirnos "de lo bueno, poco."

Para conocer más, de clic en LOGÓgrafo

domingo, 3 de octubre de 2010

Tropicana. Javier Moro.


Encontré este video que pertenece a la serie Gustos Culpables, un recital desarrollado por buenos escritores jóvenes que echaron a volar su imaginación. Javier Moro es un tipo alivianado, creativo, inteligente, buen escritor; para comprobarlo, sólo basta con ver y escuchar esta historia.

sábado, 2 de octubre de 2010

2 de octubre

¿No se olvida?
Tendríamos la obligación de hacerle esa pregunta a todos aquellos que con el tiempo se convirtiéron en arribistas políticos y ahora se olvidan que los jóvenes siguen luchando por ideales que se contraponen al poder.
El problema es que mientras ellos piensan la respuesta, en su tradicional estilo demagógico y panfletero, la juventud se escurre como agua entre las manos.

viernes, 1 de octubre de 2010

Las claves.

Sospecho que el señor que inventó las claves lo hizo por mera casualidad y no porque realmente fuera un dechado de ingenio. De igual forma sospecho que este sujeto sufría de un tic en el ojo derecho, y probablemente, también tenía varias amantes. Todo parece coincidir. Así que imaginemos al hombre caminando del brazo de su dulce esposa cuando frente a ellos aparece una linda joven de cuerpo rollizo; el hombre, al percatarse de su presencia, se pone nervioso y el tic aparece como parte de un sospechoso temor; la joven, al ver que el hombre cierra repetidamente el ojo derecho interpreta lo siguiente: “nos vemos al rato bajo el huizache donde tu padre amarra la yegua”. La chica confirma la invitación mordiendo su labio inferior y sigue su camino como si nada hubiera pasado mientras el hombre, entre sudores y estertores abdominales, trata de estabilizar su ritmo cardiaco respirando como ballena encallada en la playa.
Las claves son un verdadero dolor de huevos si uno tiene la desdicha de ser telegrafista, marinero o padre de una pre-adolescente, y en virtud de que uno de los casos anteriores se encuentra relacionado conmigo es que comparto con ustedes este texto.
Mis primeros acercamientos con las claves ocurrieron en la tierna infancia cuando me uní al grupo de exploradores de mi colonia. Como requisito fundamental, los miembros de tan distinguido club teníamos la obligación de aprendernos una madre llamada clave Morse, que a decir de nuestro guía “serviría para salvarnos de algún peligro, o bien, salvar a otros durante las caminatas por la selva”, pero en esa época el único peligro existente era un bulldog esquizoparanoico a quien conocíamos como el huevos duros, y cuya dentadura era capaz de aterrar al mismísimo domador de leones del circo Atayde.
La clave en cuestión estaba compuesta por pitidos cortos y largos (puntos y líneas) que formaban letras y que sólo podían ser interpretados por el mismo señor Morse o por alguien muy chingón que sí sabía distinguir dónde terminaba una letra y dónde comenzaba la otra. En mi caso, el problema era que no sabía chiflar por lo que en más de una ocasión los pitidos largos se hicieron cortos, los pitidos cortos fueron interpretados como comas y como consecuencia de esas confusiones, yo fui acreedor a incontables madrizas cuyos efectos son evidentes si usted ha leído más de tres textos escritos por mí.
Mi deserción del grupo de exploradores trajo consigo una estúpida necedad por inventar una clave secreta con la que pudiera comunicarme con mis aliados sin que los demás se enteraran. Sesudamente comencé a inventar un código consistente en escribir números en lugar de letras, mismo que no tuvo problemas hasta la letra “k” ya que a partir de la letra “l” todo se volvió confusión. También inventé una clave con dibujitos que ni yo pude aprenderme debido a su complejidad, y dejé a la mitad otra basada en los símbolos del alfabeto pero que procuraban ser interpretados a la inversa: la a era la z, y así.
Fue a consecuencia de lo anterior que tomé la sabia decisión de retirarme de estos jueguitos consciente que un día el destino terminaría por alcanzarme, lo cual ocurrió, cuando tuve mi primer teléfono celular. Resultaba decepcionante abrir mis mensajes de texto y encontrar cosas semejantes a esta: ns bmos x la noch n la ksa. Yba lche y pan. Salu2. Tkm. Xoxo. Ante mi nueva incapacidad de descifrar ese desmadre opté por no abrir mis mensajes nunca más considerando que lo mejor sería perder mi tiempo charlando por los chats. Pero la vida, que es una perra que se lanza a mordidas cuando le tienes miedo, optó por jugarme una nueva trastada cuando aparecieron las caritas en los modismos de los chats y mi vida se hizo nuevamente un caos.
Apenas estaba aprendiendo a poner una carita feliz para afirmar que no sufro neurosis momentánea, o bien, colocar una carita con lágrimas para hacerle ver a mis cuates que los machos también tenemos sentimientos, cuando una tarde tuve la ocurrencia de entrometerme en asuntos que me valían madre y quedar una vez más como un imbécil.
Intentando ser “un buen padre”, me acerqué a la computadora que mi hija aporreaba con frenesí literario y cuando ya me hacía las ilusiones de tener frente a mis ojos a la reivindicación de mis fracasos, descubrí que la Princesa chateaba con singular alegría con alguien identificada con el nombre de MoZZHiiTa. Al intentar leer su charla descubrí que sólo había escrito muchos números 9 y un montón de iconitos indescifrables que me dejaron con cara de baboso y con la sensación de que me estoy volviendo viejo. Al preguntarle qué significaba todo ese desmadre iconográfico me hizo saber que intercambiaba puntos de vista sobre su clase de ciencias. Lo anterior, además de ñoño me pareció una pérdida de tiempo por lo que tomé la sabia decisión de irme a hondear gatos de la cola. De reojo pude apreciar que mi hija escribía repetidamente el número 6 y la labor sobre el teclado se reanudaba. Intentando develar el misterio traté de ver qué tanto era lo que la Princesa escribía y tras varios intentos que resultaron infructuosos mi hijo, apiadándose de mi estupidez, me dijo que no perdiera el tiempo porque el 9 significaba: “mis padres están aquí”, y que todos esos simbolitos eran letras o palabras que los papás no podían entender.
Vejado en mi limitada astucia sólo opté por odiar al señor que inventó esas claves, que ahora que lo pienso, en realidad pudo haber sido un chamaco que tenía muchas cosas qué ocultarle a sus padres y por lo tanto puso a trabajar su cerebro hasta lograr lo que yo nunca pude, por eso, mis respetos para él.
Ahora me retiro, pero anuncio que después de descifrar el significado de wtf, ntc, etc y tkm, regresaré con mi clave privada. Tantán.