martes, 5 de octubre de 2010

Con el corazón en la mano. (Bitácora del Orgasmo, mayo de 2010)

Habían pasado diez años esperando su regreso.
  En la pared, un registro esculpido con una navaja de explorador, era el vestigio perfecto que demostraba su obsesión por ella. Se reconocía enfermo y al mismo tiempo incapaz de levantarse de la pérdida que hacía una década le había arruinado la vida. Y es que el amor es una cosa jodida. Miles de personas lo conciben como una tragedia sin remedio; otras, en cambio, las más positivas, sulen tomarlo como un motor para envolverse simbióticamente con sus semejantes. Hay quienes gracias al amor se vuelven mesiánicos pero otros, desafortunadamente, se vuelven locos.
  Ahí estaba Joaquín, sentado sobre su ropio despojo con el corazón en la mano y los pensamietos volando a lugares que jamás siquiera había imaginado. En todos esos lugares estaba Yara con su larga cabellera negra rizada hasta el comienzo de las nalgas y esos pechos breves que eran compensados por unos pezones siempre dispuestos... por lo menos así la recordaba.
  Sólo la había visto un par de veces, una de ella la noche en que desapareció de su cama dejándole ese mensaje convertido en promesa. El papel ya viejo y casi muerto aun conservaba legible la letra de aquella mujer que le prometía regresar la siguiente noche. Habían pasado diez años desde entonces y su regreso aún esperaba. La cama que había sido dispuesta y una botella de vino que reposa en el refrigerador eran testigos mudos de esa esa enfermedad con nombre y apellidos; incluso, la bata de satín que se había comprado para recibirla permanecía estaba colgada en el respaldo de una silla que se había desvencijado a casua de soportar tantos años.
   La tarde en que Joaquín decidió no esperarla más, Yara regresó.
  Joaquín se había levantado temprano y covencido que se le habían ido los años se dispuso a tomar una ducha que disfrutó como hacía tiempo no lo hacía. Cantó alguna canción añejada en el tiempo y se afeitó esa barba de dos semanas que le daba un aspecto desaliñado. Al salir, se envolvió con la bata y caminó descalzo por toda la habitación. Por vez pimera, en muchos años, abrió las ventanas para permitir que el sol bañara aquel espacio con su brillo.
  Ganoso de un buen almuerzo, dispuso del dinero que había ahorrado en sus años de aislamiento haciendo trabajos por internet y salió convencido que Yara había sido un espejismo, un sueño, una jodia ilusión que lo había tomado por sorpresa, e incluso, le había hecho el amor. Bajó las escaleras del edificio y saludó a una mujer a la que no reconocía pero que juraba haber visto en su otra vida.
  Tras el desayuno, compró un diario y palpó el papel mientras inhalaba el aroma de la tinta. No había comparación entre aquello y las letras que día a día revisaba en la pantalla de la computadora, pensó. Caminó de regreso a casa y sólo se detuvo en un parque a contemplar a un grupo de chicos que jugaban en horas de clase.
  De regreso al edificio subió las escaleras y en la puerta encontró una nota en la que se podía leer la palabra "regresé". No había nada más, ni una rúbrica, ni una expliación. Joaquín sonrió negándose con ello a construir cualquier disertación al respecto. Una vez dentro del departamento, Joaquín buscó la vieja nota de Yara y la junto con la que recién había encontrado, comparó la caligrafía para verificar que los trazos fueran los mismos, caminó hasta la cocina y buscó la cajita de fósforos para encender un cigarrillo, se acomodó en una silla y fumó en intervalos espaciados. A punto de agotarse el tabaco, acomodó los dos mensajes en un cenicero y puso las últimas brasas sobre el papel que comenzó a incendiarse de inmediato; luego, tomando un cuchillo con una mano y el control de la televisión con la otra, se abrió el pecho lentamente, soportando estoicamente el dolor. una vez envuelto en sangre, se dispuso a sacarse el corazón.
  Sintió un gran alivió. Pensó que esa era la mejor decisión si quería seguir viviendo. Joaquín comenzó a cambiar los canales del televisor hasta quedarse dormido.
  Su cuerpo fue encontrado seis meses después por la policía, la cual, determinó que Joaquín había cometido un suicidio inducido. Su cuerpo, en un extraño estado de momificación fue rescatado por artísta plástico que lo exhibe como un ejemplo de lo peligroso que puede ser el amor cuando este se confunde con la obsesión.
*Texto inspirado en la instalación de yunuén Martinez Puente, "El cuerpo ante el signo".

2 comentarios:

  1. ... wow ... excelente!!!!!!!!! ... aunque siempre hay personas que confunden y confundimos el amor con la obsesión, pero cómo diferenciar uno de otro?, yo creo que ese es el problema, nadie nos dice en realidad que es el amor, y como vivirlo ...

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  2. WOW, DOBLE WOW que historia en verdad! y coincido con Angel, nadie nos dice como hemos de vivir el amor para no llegar a los extremos.....conmovedor!...un placer Anselmo

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