Está claro que la gente normal no enciende el televisor con el propósito de enamorarse, aunque siempre hay excepciones. He conocido sujetos cuya única capacidad de enamoramiento se encuentra reducida a mujeres como Vilma Picapiedra, Bety Mármol o Marge Simpson, lo cual los hace candidatos directos a recibir apoyo psiquiátrico; otros gustan de amar a mujeres tan inalcanzables, por su condición de cadáveres, como Marilyn Monroe o Dolores el Río, mientras que una tercera categoría (los considerados más sanos), se enamoran de mujeres del tipo de Ninel Conde, Mariana Seoane o Salma Hayek. Si siguiéramos por esta línea, no dudo que la clasificación se extendería tanto que podríamos lograr una tesis digna para alcanzar un doctorado en apendejamiento humano pero como no es el caso, me parece que es menester incluirme en estas parafilias con un ejemplo digno y único.
Aquí mi caso.
Todo ocurrió un sábado por la mañana cuando me disponía a realizar las labores propias de mi sexo, lo que sea que eso signifique. Por algún motivo, sólo explicable por el tarot egipcio, decidí encender el televisor justo cuando una chica enmascarada tomaba el micrófono para disertar sobre la importancia de sus caderas en movimiento y el efecto hipnótico que esto provocaba en miles de púberes que asisten a los conciertos del grupo de surf llamado Los Elásticos. Durante el tiempo que duró la entrevista me fue imposible apartar la mirada de la chica enmascarada, de moldear su cuerpo en la imaginación y principalmente, de encontrarme con su mirada chispeante. Al regresar a la realidad me sentí como un imbécil pero aun así guardé la agradable sensación que me había dejado su sensual e inocente estampa. Reconozco que me fue imposible sacarla de mi pensamiento y como suelo conducirme en estos casos de duda existencial, me refugié en las profundidades de la red con la finalidad de indagar más acerca de ella, de quien descubrí cosas tan fascinantes como el color de sus ojos, la talla de su brasier, e incluso, una legión de cuatro chicas que replicaban sitios en redes sociales utilizando su nombre de batalla: La Chica Elástica.
Con semejantes referencias y un mejor pretexto para acercarme a ella, indagué en aspectos más personales como su dirección electrónica y su nombre real. Tal vez les parezca increíble pero todo eso lo conseguí en un par de horas por lo que me atreví a enviarle un mail solicitándole una entrevista para mi columna de Palabras Malditas (lectores, santígüense). Transcurrieron menos de sesenta minutos para que ella me agregara al messenger y estableciera el primer contacto conmigo. Debo decir que ese primer encuentro resultó de pesadilla pues la mujer detrás de la máscara, se comportó de la forma más huraña que la historia pueda registrar, sin embargo, me saltaré ese pasaje para aterrizar en lo verdaderamente importante: nuestra relación.
Una vez sorteadas las confusiones y las desconfianzas, logré ganarme la simpatía de La Chica Elástica y con ello a una nueva amiga cuya presencia en mi vida apenas estaba por cumplir una semana. La relación se tornó tan amigable que le propuse nos conociéramos en persona, situación que se postergó debido a compromisos anodinos. Pero la mejor oportunidad llegó cuando Los Elásticos fueron confirmados para presentarse en un festival a unos cuantos kilómetros de distancia de mi casa. Durante una semana entera La Chica Elástica y un servidor trabamos los detalles para nuestro ansiado encuentro. Llegó el día y ya me disponía rendirle pleitesías cuando un problema de naturaleza idiota me impidió asistir al lugar donde se desarrollaría el festival. ¡Maldita mi suerte!
Con la promesa de no prolongar más la espera, preparamos un nuevo encuentro en la Feria del libro del Zócalo y en esa ocasión fue ella quien no pudo llegar debido a los compromisos que su vida sin máscara le acarrean. Con muchas tardes en el chat y llamadas telefónicas que reafirmaron un sentimiento mutuo, dispuse todo para no dejar pasar más el tiempo y conocerla en la vida real.
El amor, palabra perversa que carece de significado objetivo pero que reafirma sensaciones malsanas de tan agradables que resultan, se fue arraigando en algún lugar en mi interior al grado de arrancarme del mundo real para mantenerme flotando únicamente en el terreno de la imaginación. Los mensajes de texto y las llamadas esporádicas surtieron su efecto pero algo en la lejanía de nuestros cuerpos fue alargando las distancias hasta que el fuego casi se extinguió.
Una tarde lluviosa decidí hablarle con el firme objetivo de romper la barrera de lo virtual. Era necesario conocernos y estrecharnos los cuerpos, pero un perverso designio de los astros me había deparado una broma macabra desde su propia voz: “es que tengo tres meses viviendo con mi pareja” –dijo súbitamente–. Al regresar a casa, quise romper la televisión y con ello exorcizar el pasado aunque, al final, lo pensé bien y resolví conservar la televisión pues si la destrozaba, los viernes no me hallaría en la grandeza de mi cama, así que dejé el aparato en su lugar ya que después de todo, no tenía la culpa de que yo hubiera sido tan imbécil para enamorarme de alguien a quien había conocido en la TV.
Otras veces ya he hablado de la justicia divina pero en esta reviraré con la venganza del malévolo, quien acostumbra poner las cosas en su sitio. Tras unos meses de cobijo espiritual en las profundidades de los tables dances y sitios de esparcimiento sexual, recuperé las fuerzas para hablar de nuevo con La Chica Elástica. La sorpresa fue grata al enterarme que había colgado la máscara y que su vida amorosa parecía estar logrando claridad. Pactamos un nuevo encuentro hace un par de semanas y como podrán intuir, éste tampoco llegó debido a circunstancias oscuras.
Al momento de redactar este texto, platico vía Messenger con Paulina, la mujer que portaba una máscara cuando de La Chica Elástica me enamoré. Ahora caigo en la cuenta que nunca estuve enamorado de la go-go dancer y en cambio, mi energía libidinal se escurrió totalmente hacia la mujer que personificaba a la heroína de mentiras. Tengo claro que ella vive en pareja y que nuestras existencias van en direcciones opuestas, sin embargo, ella ha recalcado que me ama y eso es lo verdaderamente trascendente para mí. Lo único malo es que su dicho de amor sigue siendo como todo nuestro idilio: por vía del chat.
¿Karma o maldición? Ofrézcanme ustedes una respuesta, eso sí, inteligente y sin que en ella medien los prejuicios.
26 de octubre de 2009.
jajaj... su texto mentiroso me ha gustado Anselmo! como todos los demás!...posiblemente sea un karma,la conocerás en un mejor momento, ya no lo planees tanto, todo llega en su justo tiempo. besos =)
ResponderEliminarSeñor mío, me gustó su texto de desencuentros, al cual puedo agregar: Cuando se puede se puede, cuando no, pos no.
ResponderEliminarUn abrazo
te cae???
ResponderEliminaralmudena
jajajaja Karma o maldición?
ResponderEliminarjajaja pues creo que solo destino...
besotes Villano...
genial como siempre =***
Esa es la suerte de los amores cibernéticos y creo q lo q mejor q les puede pasar a éstos es precisamente eso: que nunca se de un encuentro físico...
ResponderEliminar