viernes, 25 de febrero de 2011

El creador de monstruos.*

Estimado profesor:

Es difícil no conmoverse cuando al transcurrir el tiempo uno tiene el valor de mirarse al espejo y percatarse que la vida no ha sido tan injusta, si es que es posible compararla con la existencia de otros. Escribo lo anterior con un ejemplar de la máxima obra de Mary Shelley en la mano izquierda y un montón de recuerdos galopándome en la cabeza; evocaciones que hablan de mi mala educación adolescente y del momento en que el discurso contenido en El moderno Prometeo modificó mi visión particular sobre los procesos formativos, y la sensación de concebirme como un apestado entre el montón de caníbales que representaban el resto de los adolescentes con los que me tocó departir en el aula.
Frankenstein, la criatura, era por aquel tiempo una representación del horror que debido a una broma del destino, se convirtió -años después- en un referente personal para entender cómo se desarrolla el aprendizaje en contextos no favorables para quienes ejercen la docencia. En este sentido, si la educación ha sido, es y será siempre un tema generador de discusión y controversia, la maraña que se teje en torno a ella y sus actores facilitadores me lleva a pensar en las dificultades que se topan quienes por vocación sueñan con trasformar el mundo a través de una educación que forme gente creativa, propositiva y transformadora de su contexto; una visión romántica que fácilmente se viene abajo cuando llega el momento de internarse en la jungla de ambiente escolar, cuyos flancos, impiden desarrollar ese trabajo que en teoría, todos piensan como un asunto sencillo. Es por ello que me resulta increíble que a estas alturas exista gente que se empeña en educar con “el manual bajo el brazo” pero en dirección encontrada a la realidad, con lo que sólo se obtiene la reproducción de vicios y por tanto, múltiples errores que truncan el éxito de formar integralmente.
Tras este breve razonamiento pienso en los días en que tuve la oportunidad de compartir el salón de clases con usted desde la posición de alumno. Entonces me era difícil acatar algunas reglas de convivencia básicas para lograr la armonía escolar bajo la premisa de una rebeldía que se parecía mucho a la que hoy se pretende vender a los jóvenes a través de internet. Las cosas, temo afirmarlo, no han cambiado mucho: mi problema con la autoridad sigue latente pero a diferencia de esos días hoy he logrado canalizar esa sedición en algo muy parecido a lo que era usted como docente, es decir, a ser rebelde de hecho o ni de dicho.
Es momento que sepa que gracias a usted supe de qué se trata la rebeldía y mejor aún, entendí que existen formas para desarrollarla sin tener que lastimar a los demás. Los referentes que aprendí con su ejemplo fueron motor suficiente para llevar la desobediencia a un extremo donde pueden encontrarse discursos con propuestas y oportunidades para hacer que otros reproduzcan ideas de individualidad menos egoístas.
Mencioné a Frankenstein inicialmente porque la parábola de la criatura me ayudó a entender que los procesos formadores de seres sociales siempre se encuentran determinados por aquellos que, a fuerza de vocación, se empeñan por recorrer brechas terribles. La educación no es una carrera fácil cuando desde las trincheras política y económica, además de las exigencias sociales, se decretan responsabilidades que rebasan totalmente las expectativas de la gente y es ahí donde El moderno Prometeo se convirtió en una lección de vida y texto básico en mi labor como educador y formador.
Por todo lo anterior, quiero dejar patente mi admiración por usted y de igual modo, agradecer su papel de creador de monstruos que, escrito de otra forma, se traduce en la figura de un gran educador y formador singular. Por usted y los pocos que siguen su ejemplo negándose a abordar el barco de la demagogia educativa, es que el mundo sigue poblándose de criaturas que entendemos bien el significado de la praxis no como mero discurso teórico sino como una forma de rebeldía.
En reconocimiento a ese ejercicio que lleva un largo trecho quiero expresar mi más profunda admiración por usted y por cada uno de los locos que se empeñan en formar criaturas sabedoras del valor de la realidad.

A Alfonso Sánchez González.


* Este texto se público en la sección Cartas sin destino, de Emagazine, en el mes de mayo de 2010.

martes, 22 de febrero de 2011

La Cantina. Homenaje a José Alfredo Jiménez.

Hoy  me enteré que la revista Clarimonda ha seleccionado uno de mis poemas para el No. 26, titulado La Cantina. Homenaje a José Alfredo Jiménez. No es por nada pero deseaba estar en este número porque al único que le soporto las rancheras es justamente al gran Jose Alfredo.

"Cuatro caminos hay en mi vida,
cuál de los cuatro será el mejor.
Por donde quiera que voy te miro,
si ando con otra, por ti suspiro..."

Espero que hagan su pedido para importarla llegado el momento de su aparición porque esta revista se edita en Morelia, Michoacán.

sábado, 19 de febrero de 2011

Pobreza.

No estoy acostumbrado a los pérdidas porque mi transito en esta vida ha sido sin pertenencias. Tal vez por eso me duele saber que no estás mas aquí.

viernes, 18 de febrero de 2011

Mis palabras.

Son mis palabras como un ramo de rosas,
hermosas flores con espinas que cautivan
atrapan, enamoran; que en un descuido
hacen daño: hieren haciendo sangrar. Son
palabras traicioneras que se encajan como
dagas en el pecho. ¿Cómo pueden mutar
tanto si antes fueron caramelos? Con ellas
dibujo mundos raros, planetas imaginarios
en los que caben absurdos, imposibles en
los que estás tú. Solía divertirme tanto con
ellas. Me gustaba usarlas para hacerte réir,
para hacerte saber que me encontraba
contigo a pesar de la distancia. Pero mis
palabras son traicioneras, suelen mutarse
en sarcasmos, en agresiones sin sentido que
incomodan a la menor provocación. Siempre
ha sido así, no me justifico. Por mis palabras
vueltas sarcasmo he perdido a los pocos
amigos que nunca antes había tenido, a los
amores que no tuve que dejar escapar. Por
palabras insulsas hoy me siento deshecho
porque mientras más las repito me doy
cuenta que no estás y que es casi imposible
que vuelvas a estar. Tal vez mañana escriba
una carta, cobija de palabras que no podrás
leer pero que en resumen expresarán lo que
hoy siento: ¡lo siento!

miércoles, 16 de febrero de 2011

Demoliciones.

A veces la vida va tan bien que hace falta ponerle en su madre para retomar el rumbo. Supongo que no es lo ideal pero ¿cómo pueden evitarse esos pensamientos autodestructivos si hay algo que mueve a arruinarlo todo? Esa patología es tan propia de mí y siempre ha estado latente. Aún recuerdo a mis primeros amores, esos que nacen sin futuro, sin fuerza pero con mucha emoción; no bien había terminado de consolidarlos cuando ya los estaba derrumbando a fuerza de tonterías, con el dolor de las palabras, con el placer de las lágrimas ajenas. Lo mismo ocurría con los amigos, con los camaradas, incluso, con los cómplices que muchas veces sirven como la única tabla de salvación en momentos críticos. Por eso nunca tuve amigos como no los tengo ahora. He tocado fondo otras veces, he buscado ayuda, me la han dado pero hasta hoy nada ha mostrado resultados. Regresó esa extraña facilidad para echarlo todo a perder, la misma que me ha dejado solo otras veces y la misma que me tienen pidiendo ayuda nuevamente para no perder lo único valioso que me quedaba en los últimos tiempos. Probablemente esté loco y la esquizoparanoía que me diagnosticaron hace unos meses sea verdadadera, sólo que no sé que es esquizofrenia ni paranoía. ¿Alguien me puede ayudar? Claro, si se atreve a lidiar con un sujeto que acostumbra acabar con las cosas desde el momento mismo de concebirlas...

lunes, 14 de febrero de 2011

El amor se desnuda. Poemas eróticos y amorosos. Brigitte Meloche

debajo de mi amor
encontré pasión, mucha miel
el hombre no come la miel
sólo la mitad de mi sexo

Las palabras amorosas de una mujer pueden convertirse en una de las experiencias eróticas más fascinantes para un hombre, pero cuando estas palabras tienen la posibilidad de colocarse en la mano, la experiencia se vuelve enriquecedora. Las mujeres lo saben y por ello escriben, y cuando escriben, hacen poesía.

Brigitte Meloche sabe de ese poder y por ello no muestra empacho en usarlo. Sus palabras son igual sutiles que arrogantes; mimosas, cálidas y tiernas que temperamentales, pícaras y perversas; muchas veces melancólicas, casi tristes. Brigitte es poetisa, madre y eterna enamorada, tal vez por ello en sus poemas se palpa es híbrido de responsabilidad maternal y desenfreno sexual que en otras mujeres parece estar separado por una inquebrantable barrera.

mi amor es un fantasma
que viene, se va, vuelve, regresa
pero nunca duerme en la tierra
cuando acaricia mis nalgas
no pareciera fantasma
mis nalgas se levantan, se agitan
y abren sus brazos
pero acaban durmiendo solas
ellas también

Sin embargo, para esta autora es claro que cada poema es un instante esculpido en palabras, un capítulo de sus memorias que puede pasar con la máscara de sueños. No teme hablar del amor sin tapujos, convicción personal a la que ella se enfrenta y de la que tampoco sale bien librada.

el amor es un hijo de puta
de una puta que desconozco
la odio por habérmelo quitado

Poseedora de un oficio envidiable, cada poema de este libro es una invitación a promover orgasmos. A diferencia de otras poetisas, Brigitte no teme salirse de los ritos que hacen de la poesía algo formal y se da el gusto de pasear por los terrenos en que a muchos hombres nos gusta desenvolvernos.

un orgasmo contigo
es un vaivén sinuoso…

reventón en cada planeta

música
baile
alcohol
droga
sexo

contigo me gusta jugar con fuego

La autora ha publicado también Latinitudes, un poemario en fracés-español, editado por Éditions “Alondras”, en Montreal, en 2004. Su trabajo como traductora la ha hecho apasionarse con el idioma español, los pueblos latinoamericanos y su cultura. Brasil está en su mira y su mejor poema se ha encarnado en uno de sus hijos: un chamaco rebelde que de vez en cuando le tiene que marcar a su mamá y ella siempre estará presente.

viernes, 11 de febrero de 2011

No cruzo puentes.

Señoras y señores, mi nombre es Héctor y soy acrofóbico. No es que serlo sea importante pero tampoco deja de serlo. Le tengo pavor a las alturas y eso es un problema porque soy incapaz de hacer cosas que la gente común realiza sin problema, por ejemplo: si voy a un parque de diversiones lo más probable es que pase el tiempo comiendo frituras antes que atreverme a formarme en la fila de la rueda de la fortuna; pensar en hacerlo hace que me den ganas de salir huyendo de ese sitio para buscar refugio en un llano.
Los parques de diversiones son lo menos. Alguna vez urgía conseguir un poco de dinero y para eso estaba dispuesto a hacer de cualquier cosa, así que no tuve problemas en conseguir un trabajo para limpiar ventanas. Todo marchaba de maravilla hasta que mi jefe tuvo la ocurrente idea de enviarme a limpiar las ventanas de un edificio de cinco pisos. Al principio reculé pero al enterarme que mis compañeros eran enviados a limpiar las ventanas de los edificios de Polanco pensé que mi suerte no estaba del todo mal. Llegué al edificio y como astronauta que avanza rumbo al transbordador espacial, subí al techo para montar el andamiaje en el que me deslizaría para hacer mi trabajo, pero ni siquiera fui capaz de acercarme a la orilla porque el temor me invadió y me quedé pasmado pensando que de caerme, el madrazo traería consecuencias fatales. No hubo necesidad de renunciar porque mi jefe me despidió en la misma ambulancia en que los paramédicos atendieron mi crisis. <<Búscate otro trabajo, hijo>>.
Pensar en treparme al bongie, tirarme de un paracaídas, planear en parapente o escalar una montaña es demasiado extremo para mí. Es más, la sola idea de imaginar que tengo que viajar en avión me hace temblar. He pensado que sin un día tengo la oportunidad de viajar a Europa ya puedo ir consiguiendo mis tres carabelas para el viaje trasatlántico.
Mi temor a las alturas ha llegado a tal grado que hace unas semanas recibí la paliza de mi vida por no ser capaz de trepar una barda. Me explico: mi amigo el Booker, junior treintañero, tiene un imán para los problemas que nadie le envidia. El caso es que hace unos meses Booker se compró un pleitito con unos tipos de la colonia donde vivo. El problema con esas madrizas es que al final quedan firmados futuros encuentros al son de “donde te tope te madreo, culero.” Y así pasó: caminábamos tranquilamente rumbo a la casa de Booker, en la Unidad Militar (una zona habitacional para militares de alto rango que al ser privada, se encuentra completamente cercada), cuando nos percatamos que de una calle salieron seis tipos decididos a partirnos la madre. Booker, al sentirse protegido por estar cerca de su casa dijo que nos echáramos a correr <<al fin que ya estamos cerca de mi barrio, carnal>>.

- Pero la entrada está hasta el otro lado, nos van a alcanzar...
- Ya lo sé pero no nos vamos a arriesgar a dar toda la vuelta hasta la entrada, babas; mejor corremos por la avenida y llegamos por atrás y ahí nos brincamos la barda.

Ni cómo decirle al Booker que era incapaz de treparme a la barda de mi casa colocando una sólida escalera porque cuando me di cuenta el sujeto ya me llevaba media calle de ventaja y apenas a escasos dos metros yo traía a los sujetos hechos una furia. Moví las piernas usando la técnica de gacela de Usain Bolt y me fui hecho la chingada rompiendo el último récord de Ana Gabriela Guevara en los 400 metros. Pero de poco sirvió porque al tener enfrente la pared por la que había que escalar para salvar el pellejo, me resigné a recibir trato de indocumentado y opté sólo por adoptar la posición fetal al grito de “en la cara no que de eso vivo.
Como consecuencia de la madriza ahora acudo una vez a la semana al hospital para recibir tratamiento médico, el problema es que esta semana derrumbaron los puentes peatonales y en su lugar levantaron unos armatostes que se cimbran apenas corren las hormigas.
Es sólo cuestión de cruzar el puente para llegar a curar mis heridas pero la sola idea de atravesar esa madre me hace pensar en una tragedia cuando vaya a la mitad del puente:  tal vez se caiga por la carga de mis 104 kilogramos de peso, o bien, la fuerza de un temblor de 5.1 grados Richter derribe la estructura. Uno nunca sabe. Llevo medio hora esperando a que pase un taxi y nada. No cabe duda que cuando más se necesitan no aparecen esos desgraciados. Llevo treinta minutos observando el armatoste y hasta ahora no ha pasado nada pero ¿y si pasa cuando yo me trepe? Por esto, es mejor optar por no usar los puentes. Seguiré esperando un taxi.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Los bastardos de la uva.

No hay mejor charla que la que nace junto con una borrachera. El vínculo que se establece mediante las bebidas y las palabras son las que hacen al borracho y no al revés. La peda es mejor si se construye en el sórdido ambiente de una cantina, no importa qué tan sucia esté, a qué apeste, cómo se vea. En los devaneos cantineros se construyen mejores textos que los que pueden surgir de una noche de whiskys frente a la computadora (novel hábito de los escritores posers para tejer mantas de eufemismos que al final terminan siendo textos impacta pendejos).
En la otra tradición, esa que sí es añeja y que consiste en emborracharse con los amigos, platicar, “tirarse netas”, e incluso, darse unos madrazos, surge una cofradía de camaradas que ven en la otra literatura, esa que no se adorna, una oportunidad de vida. Se hacen llamar Los bastardos de la uva y antes que un pasquín son alcohol y palabras: son camaradas, son directos, son sarcásticos, son culeros… son banda, pues. No se sabe dónde se reúnen, desde dónde operan. Lo cierto es que sus letras llegan y de vez en cuando calan. Detrás de los bastardos se ha identificado a Ricardo Lugo-Viñas, Max Rojas y Eusebio Ruvalcaba, los dos últimos jefes en el arte de ser ellos mismos.
Conocí Los bastardos de la uva por mera casualidad, porque soy un imbécil que siempre tira su dinero en cualquier publicación que tenga un nombre desconocido. Reconozco que me impactó la fatalidad con la que se conducen estos inefables briagos, letras que llegaban como flecha de indio a corazón de vaquero. El número 2 llegó como consecuencia y la sorpresa fue un poema a Mummra, el inmortal.
Pero Los bastardos de la uva han parido el número 3 de su publicación y ésta, gratamente, llegó en una peda. No pude resistirme hojearla para revivir los recorridos nocturnos por Garibaldi, las tardes de futbol llanero, un clásico de clásicos en el estadio Azteca, la negra tierra oaxaqueña, e incluso, un corazón convertido en toalla sanitaria. Así son estos bastardos: "letras de la errancia para trastabillar en las cantinas", textos que por ningún motivo van a leer en otras revistas porque todos han sido rechazados. Salud.
El reto no es leerla sino conseguirla.

martes, 8 de febrero de 2011

Por la dignificación del borracho.

Menudo lío vino a armar Fernández Noroña con su manta sobre el Presidente Felipe Calderón. Lo menciono a él porque nadie se acuerda que fue el peculiar diputado el que armó tremendo maremágnum que culminó con la salida de Carmen Aristegui de MVS, noticia que nos recetaron por redes sociales a mitad del superbowl.
Las reacciones no se hicieron esperar y como es común en estos casos, enseguida corrió la indignación popular, sobre todo, entre los defensores de los derechos humanos, defensores de los derechos laborales, intelectuales de medio tiempo y tiempo completo, y un montón de usuarios de las redes sociales que al grito de: "abanderemos una nueva causa" se lanzaron con todo a subir posturas, consignas, mentadas de madre y todo tipo de frase que reivindique la labor periodística de la comunicadora.
Mi postura al respecto es que la mitad de los que suben sus proclamas a facebook, Twitter y demás sitios donde el mundo pueda leerlos no tienen ni la menor idea de qué es lo que reivindican y por ello caen en absurdos tales como exigirle a Javier Solórzano que haga algo al respecto (¿qué podría hacer, ir a pegarle de trompadas al Presidente?); en pedir que Loret de Mola  abra un espacio como se lo abrió a Kalimba y al J.J.; en exiger que Laura Bozo y Niurca entrevisten a la Aristegui; (¿?) juntar 1000, 10000, 100000 o 1000000 firmas virtuales (¿cómo para qué?) o simplemente, manifestar la indignación con alguna frase que, me temo, sólo queda plasmada en palabras. El caso en todo esto es, que para tener mejores resultados de tanta palabrería, lo adecuado sería envalentonarse  en la vida real y no desde sus ventanitas virtuales; que la gente saliera a las calles a hacer algo que realmente se notara, no me refiero a agarrarse a trompadas con los granaderos o el ejercito, que de madrizas ya tenemos suficiente en este país. Pero cualquier cosa que yo, insignificante mortal, pudiera proponer seguro estoy que no tendría eco ni en 10 personas porque no faltaría el que dijera: "yo no estoy para propuestas, ni luchas, sino para ganarme la chuleta, que mis hijos tienen hambre."
Por eso este país es el de no pasa nada, el país donde los gobernantes no temen a las protestas y se pitorrean en las indignaciones colectivas, porque sólo somos eso: un pueblo panfletero que exigimos que sean las vacas sagradas las que salven a Aristegui y a los niños quemados, a llas almas de los "daños colaterales", mientras nosotros no somos capaces de cambiarle a las estaciones de MVS radio.
En fin, ahora entiendo los motivos por los que somos un pueblo que no aprende, ni con 72 años, ni con casi dos sexenios de cambio: somos cómodos y tenemos gran adaptación al pisoteo.

P.D. Si llamarle borracho a alguien ya era en sí mismo un insulto, ahora esto se ha magnificado estupidamente. Por lo anterior, pido no confundir el alcoholismo de un señor con su  autoritarismo, ni con  su esquizoparaoia. Si quieren comprar una causa noble, pongo a su disposición una buena causa: la de la dignificación del borracho.

domingo, 6 de febrero de 2011

Regias tetas.

A Diana, Ill Rockgirl.

Para alguien como yo que siempre tiene muchas cosas qué decir, lo difícil es comenzar. No resulta casual que a uno le surjan ideas de la misma forma que a otros les brotan chancros en la entrepierna como si se tratara de chícharos mágicos; tampoco es casual que quienes escriben, al momento de disponerse a hacerlo, se topen con lagunas mentales dificilísimas de superar y como consecuencia, terminen haciendo confesiones autobiográficas con secuelas tan irreversibles como el cambio climático.

El caso es que hace medio año conocí por vía de myspace a una señorita de orondas formas y labios carnosos (según mostraba la foto de su perfil) con quien pude intercambiar unos cuantos iconitos que dejaron patente una explícita afinidad que me hizo pensar que en seis meses nos encontraríamos viviendo un romántico idilio lunamielero. He de reiterar el estado de imbecilidad en el que suelo sumergirme cuando me topo con chicas “dispuestas a todo”, la mayoría de las ocasiones me deja frustraciones que dejan al chocorrol con el ánimo pendiente de un hilo.

Diana, como fue bautizada esta chamaca para efectos escolares, pronto se posicionó como una de mis amigas preferidas por el simple hecho de ser aficionada al rock duro, a la cachondería y a la lucha libre. Nuestras charlas eran tan agradables que empleábamos el horario de trabajo para disertar sobre temas tan profundos que al cabo resultaron de suma valía para desentrañar los misterios de nuestra personalidad (por lo menos funcionó en su caso). De este modo, pude enterarme de su oportuna deserción escolar en un momento en que la vida insistía en llevarla irremediablemente detrás de un escritorio, lo que hubiera ocasionado el ensanchamiento irreversible de su precioso trasero. Conocí su eterna afición a enamorarse de luchadores-extremos con facha de roqueros, aunque también desentrañé un extraño karma que la ha llevado a terminar liada sentimentalmente con sujetos de alta peligrosidad a los que imaginé como miembros de la mara salvatrucha en versión kumbia king.

Lo más interesante es que por un descuido o por una intención deliberada pude ingresar a su intimidad gracias a unas fotografías en las que se mostraba como la reina del topples, situación que aproveché para rogarle que me dedicara unas tomas para mis textos en la columna que escribo en Palabras Malditas.

El suceso me llevó a reflexionar acerca de los usos y costumbres a los que nos está llevando internet pues esta moda que han arraigado las chicas (en la que se fotografían las tetas previamente signadas con alguna dedicatoria), es algo que ni en mis mejores tiempos de galán de secundaria hubiera podido imaginar. En aquellos días, ya hubiera querido que alguna de mis novias se hubiera atrevido siquiera a dejarse fotografiar en calzones y con eso reencausar mis carga libidinal hacia latitudes artísticas muy diferentes a las que hoy me competen.

Un par de semanas después y con el tema de las fotos en el olvido, descubrí que en mi mail se encontraban las ansiadas instantáneas de Diana con las pechugas al aire. Ese extraño ego que se apodera de uno cuando las cosas aparecen de forma inesperada me trajo por las nubes durante dos semanas, tiempo en que no dejé de contemplar las imágenes de la misma forma en que el indio Tizoc observó a la niña María antes de ser aporreado por una turba de imbéciles. La sola idea de que aquella chamaca regiomontana de voluminosas tetas hubiera dedicado unos minutos de su tiempo para cumplirme el caprichito, me pareció el acto sexual más noble del mundo pues en mi cabeza no dejaba de rondar la idea de que, por lo menos a través del chat, no dejo de ser irresistible.

Pero lo importante de todo este suceso vino dos días después, cuando se me ocurrió la fenomenal idea de proponerle a Diana que se tomara otras fotos un tanto más explícitas, es decir, con la peluchera expuesta y en poses un tanto más artísticas. En esas estábamos cuando comenzó a platicarme que su novio-novio (no el free del que me había hablado en todas las ocasiones anteriores) ya se encontraba al tanto de las primeras imágenes que me había regalado, situación que no le había caído muy en gracia. A decir verdad, reconozco que yo tampoco hubiera considerado una genialidad que un remedo de escritor encuerara a mi mujer para exponerla como efigie de sus anodinos textos y con ello lograr que alguien lo leyera, sin embargo, ese no era el caso. Resultó que la chamaca me dijo que el novio estaba muy encabronado y por ese motivo estaba pensando en hacer una visita a la ciudad de México para arreglar cuentas conmigo.

- Es que mi novio viaja mucho y puede ir a México cuando él quiera –dijo para mi terror.
- Ah si…
- ¡Sí!
- ¿Y a qué se dedica tu novio?
- ¿En realidad quieres saber?
- Si –afirmé por mero compromiso pues la verdad no tenía el menor interés por saberlo.

Por la descripción que comenzó a darme en algún momento tuve la certeza de que se trataba de algún luchador de Los Perros del Mal. “Que Dios me cobije entre sus brazos si el novio es Halloween o El hijo del Perro Aguayo”, –pensé–. Pero pronto salí de la duda sólo para reafirmar el terror que ya se me acumulaba entre las piernas. Hubiera preferido que alguno de los miembros de la jauría fuera el mentado novio y no quien resultó ser.

Hablando de Los Perros del Mal, ¿han escuchado la canción que les sirve de himno a esos luchadores? Esa que dice: “dónde están perrós” (sic). La canción la canta Babo, líder del grupo Cartel de Santa, que no es precisamente un monaguillo de la iglesia y sí un tipo al que le encanta encontrar a sus sabuesos y cocerlos a balazos. Pues vayan imaginando quien era el novio de la susodicha…

Y no es que el pavor me corroa pero, por si acaso, un día alguna de ustedes decide enviarme fotos con las tetas o la peluchera al aire para que yo las publique en alguno de mis textos, sírvanse de menos avisarme quien es su novio-novio. Es un trato.