viernes, 11 de febrero de 2011

No cruzo puentes.

Señoras y señores, mi nombre es Héctor y soy acrofóbico. No es que serlo sea importante pero tampoco deja de serlo. Le tengo pavor a las alturas y eso es un problema porque soy incapaz de hacer cosas que la gente común realiza sin problema, por ejemplo: si voy a un parque de diversiones lo más probable es que pase el tiempo comiendo frituras antes que atreverme a formarme en la fila de la rueda de la fortuna; pensar en hacerlo hace que me den ganas de salir huyendo de ese sitio para buscar refugio en un llano.
Los parques de diversiones son lo menos. Alguna vez urgía conseguir un poco de dinero y para eso estaba dispuesto a hacer de cualquier cosa, así que no tuve problemas en conseguir un trabajo para limpiar ventanas. Todo marchaba de maravilla hasta que mi jefe tuvo la ocurrente idea de enviarme a limpiar las ventanas de un edificio de cinco pisos. Al principio reculé pero al enterarme que mis compañeros eran enviados a limpiar las ventanas de los edificios de Polanco pensé que mi suerte no estaba del todo mal. Llegué al edificio y como astronauta que avanza rumbo al transbordador espacial, subí al techo para montar el andamiaje en el que me deslizaría para hacer mi trabajo, pero ni siquiera fui capaz de acercarme a la orilla porque el temor me invadió y me quedé pasmado pensando que de caerme, el madrazo traería consecuencias fatales. No hubo necesidad de renunciar porque mi jefe me despidió en la misma ambulancia en que los paramédicos atendieron mi crisis. <<Búscate otro trabajo, hijo>>.
Pensar en treparme al bongie, tirarme de un paracaídas, planear en parapente o escalar una montaña es demasiado extremo para mí. Es más, la sola idea de imaginar que tengo que viajar en avión me hace temblar. He pensado que sin un día tengo la oportunidad de viajar a Europa ya puedo ir consiguiendo mis tres carabelas para el viaje trasatlántico.
Mi temor a las alturas ha llegado a tal grado que hace unas semanas recibí la paliza de mi vida por no ser capaz de trepar una barda. Me explico: mi amigo el Booker, junior treintañero, tiene un imán para los problemas que nadie le envidia. El caso es que hace unos meses Booker se compró un pleitito con unos tipos de la colonia donde vivo. El problema con esas madrizas es que al final quedan firmados futuros encuentros al son de “donde te tope te madreo, culero.” Y así pasó: caminábamos tranquilamente rumbo a la casa de Booker, en la Unidad Militar (una zona habitacional para militares de alto rango que al ser privada, se encuentra completamente cercada), cuando nos percatamos que de una calle salieron seis tipos decididos a partirnos la madre. Booker, al sentirse protegido por estar cerca de su casa dijo que nos echáramos a correr <<al fin que ya estamos cerca de mi barrio, carnal>>.

- Pero la entrada está hasta el otro lado, nos van a alcanzar...
- Ya lo sé pero no nos vamos a arriesgar a dar toda la vuelta hasta la entrada, babas; mejor corremos por la avenida y llegamos por atrás y ahí nos brincamos la barda.

Ni cómo decirle al Booker que era incapaz de treparme a la barda de mi casa colocando una sólida escalera porque cuando me di cuenta el sujeto ya me llevaba media calle de ventaja y apenas a escasos dos metros yo traía a los sujetos hechos una furia. Moví las piernas usando la técnica de gacela de Usain Bolt y me fui hecho la chingada rompiendo el último récord de Ana Gabriela Guevara en los 400 metros. Pero de poco sirvió porque al tener enfrente la pared por la que había que escalar para salvar el pellejo, me resigné a recibir trato de indocumentado y opté sólo por adoptar la posición fetal al grito de “en la cara no que de eso vivo.
Como consecuencia de la madriza ahora acudo una vez a la semana al hospital para recibir tratamiento médico, el problema es que esta semana derrumbaron los puentes peatonales y en su lugar levantaron unos armatostes que se cimbran apenas corren las hormigas.
Es sólo cuestión de cruzar el puente para llegar a curar mis heridas pero la sola idea de atravesar esa madre me hace pensar en una tragedia cuando vaya a la mitad del puente:  tal vez se caiga por la carga de mis 104 kilogramos de peso, o bien, la fuerza de un temblor de 5.1 grados Richter derribe la estructura. Uno nunca sabe. Llevo medio hora esperando a que pase un taxi y nada. No cabe duda que cuando más se necesitan no aparecen esos desgraciados. Llevo treinta minutos observando el armatoste y hasta ahora no ha pasado nada pero ¿y si pasa cuando yo me trepe? Por esto, es mejor optar por no usar los puentes. Seguiré esperando un taxi.

5 comentarios:

  1. yo creo que tienes razón, cuando estes en medio del puente algo va a pasar y te vas a caer en medio del tráfico y te van a atropellar como si fueras pelota de ping pong de los automóviles.

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  2. miedo? vida solo hay una!! ñ.ñ

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  3. yo creo que estas exagerando jajaj pero solo un poco...

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  4. HOLA HECTOR MUY BUEN TEXTO.
    ESPERO SEA UNA BROMA, PORQUE SI NO LO ES,
    TENDRAS QUE VENIR A UNA TERAPIA PARA TU FOBÍA.
    PORQUE QUÉ VAS HACER CON TU EGO CUANDO LA FAMA TE LLEVE A LOS 1EROS LUGARES!!! DE ALTURA!!!????

    SALUDOS TU AMIGIS LA MISS

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  5. Jajajaja... neta que no puedo parar de la risa!!

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