martes, 31 de mayo de 2011

Maestra heroína.

Los programas de las licenciaturas en Educación de las escuelas Normales, y de las licenciaturas en Pedagogía y Ciencias de la Educación de cualquier universidad, contemplan maravillas educativas que pocas veces dejan satisfechos a los y las egresadas cuando viven el terrible tormento de enfretarse con la realidad escolar desde "el otro lado de las bancas".
 Eso siempre será controversia y para ello, en contraparte,  existirán líderes estudiantiles críticos así como autoridades concientes y pensantes que clamen para que los programas  formadores de educadores tomen en cuenta aspectos que enfrenten a la teoría con situaciones cotidianas que hagan crecer a los estudiantes y que de paso, hagan de un educador un ente comprometido con su labor.

Si lo anterior se lo hubieran dicho a la MAESTRA MARTHA RIVERA ALANIS (así con mayúsculas considerando que su nombre jamás será grabado con letras de oro en las paredes del Congreso), puedo asegurarles que gustosa hubiera tomado la materia "Balaceras o ataques con bomba afuera de los centros escolares", que es pertienete considerar a partir de este día como una posibilidad para futuras reformas en los programas de estudio de las licenciaturas inicialmente mencionadas. Desafortunadamente, a pesar de la realidad, se ha considerado con seriedad desarrollar este tipo de contingencias tal vez porque estamos en campaña electoral en el Estado de México o porque los presidenciables para el 2012 creen que las cosas se van a poner más bonitas cuando alguno de ellos agarre hueso.

Lo único cierto, es que la acción de la MAESTRA RIVERA ALANIS es simplemente para reconocer a una gran mujer y sobre todo, a una grandiosa trabajadora de la educación cuyo compromiso con ella misma y  con sus niños debe servir de ejemplo para quienes año con año realizan mítines, marchas y plantones pensando que sólo sus demandas son las que deben escucharse.

Señorita Maestra, mi reconocimiento desde algún lugar de este violento país.

MAESTRA MARTHA RIVERA ALANIS: de hoy en adelante (lo digo sin reparo) quiero ser como usted, quiero tener su valor y quiero un día tener el honor de estrechar su mano.

domingo, 8 de mayo de 2011

Resistencia civil.

La Jornada.
¿Cómo proponerle a un pueblo como el nuestro llevar a cabo una resistencia civil cuando nos caracterizamos por ser bien agachones aún a pesar de circunstancias adversas y vergonzantes como las que ahora nos tienen? Es penoso que nuestra actuación como sociedad tenga que ser dirigida por alguien y no seamos capaces de actuar con autonomía cuando las soluciones reales a nuestros males están en nosotros mismos.
Javier Sicilia ha propuesto resistencia civil. ¿Alguien se atreverá a desobedecer?
Me temo que es más de lo mismo...

sábado, 7 de mayo de 2011

Sólo soy el otro (Palabras Malditas, Noviembre 2008)

¿Cómo decirlo? Mi mejor experiencia sexual se vino abajo el día que Ella dijo que me amaba. Tal vez parezca egoísta pero a partir de ese instante todo fue tan diferente: sus besos alcanzaron un sabor tan dulce que lograron empalagarme en diez segundos y las caricias mutaron en algo tan sutíl que llegué a pensar que me encontraba con una torpe colegiala de 15 años en busca de su primera experiencia sexual.

Extrañamente, dos simples palabras, habían echado a perder meses enteros de deseos, primero contenidos, después, paulatinamente redimidos en los lugares menos imaginables pero comunes en quienes buscan dar rienda suelta al placer; de impulsos que inicialmente nos hicimos creer tenían una tonalidad casual pero que al cabo del tiempo, representaban todo el cinismo con el que éramos capaces de rozarnos, de tocarnos, de besarnos ante los ojos de los demás; con una simple declaración de dos palabras se vinieron abajo meses de afrentas a lo que Ella consideraba su buena educación y que la hicieron desconocerse a un grado de locura; de escenas en las que jugamos a ser sólo buenos amigos; de compartir momentos en que el trato profesional era una forma de representar el papel que nos gustaba adoptar en la intimidad.

¿Por qué no decirlo? Sus nuevos sentimientos redujeron repentinamente toda euforia por esos juegos que germinaban sumisamente, ya fuera, en la oscuridad de un estacionamiento, en la soledad de una oficina o en cualquier otro lugar donde encontráramos la seguridad de no ser descubiertos por quien nos conociera.

Cierto, pude haber intuido que esto iba a suceder, pero ¿cómo desconfiar de las palabras de una mujer que asegura vivir en la miel de un matrimonio recientemente inaugurado y del que se jura la perfección?

Los amantes compartimos, eso induce a la complicidad. Nos volvemos confidentes y en ese terreno se facilitan todos los pretextos para que florezca esa condición a la que nombran amor, por esta razón hay que encontrarse preparados, recordar los mandamientos para establecer un amasiato: “te negarás a hablar de lo que haces los fines de semana con tu pareja; no hablarás, ni por equívoco, de los rituales que cimientan tu relación; no te quejarás; no compararás, sólo gozarás…”

Personalmente traté de seguir dichos mandamientos al pie de la letra pero Ella comenzó a romper con toda regla apenas sugerida. Sanó con mis acciones todas las heridas provocadas por la soledad e indiferencia a la que su esposo la sometía; comenzó a establecer odiosas comparaciones en las que me fui elevando a una condición apenas por debajo a la de un dios; compartió situaciones que yo no tenía por qué saber y ante mi silencio (que era una forma no grosera de mantenerme al margen de todo lo que tuviera que ver con su matrimonio), leyó un interés brutal, que casi me arrastra a la perfección.

¿Cómo se puede ser confidente de alguien sin llegar a conocer sus intimidades? Para los amantes, la confidencia no debe ser del tipo en la que se deposita toda la basura de la relación formal con el fin de encontrar desahogo. La confidencia debe ser la posibilidad de rastrear los territorios que a veces el matrimonio no da la posibilidad de explotar por vergüenza o falsa moral.

Así, pude volverme su confidente cuando por fin, una tarde, fue ella quien se atrevió a arrancarme la ropa y recorrerme todo el cuerpo con la lengua; me volví su confidente cuando, sin ridiculizar su desnudez, logré que disfrutara exhibirse para mí en todos esos ángulos que la hacían sentirse deseada; me volví su confidente cuando declaró en un susurro que en ocasiones, cuando me acercaba repentinamente, le nacía algo delicioso en las nalgas… algo que su marido le había pedido con insistencia pero que el pudor no le permitía consentir.

Traté de frenarlo, de detener por completo aquella situación que había comenzado a incomodarme. Lo había escuchado anteriormente de una mujer: “regla de oro para poder acceder a un amante… entrega tu cuerpo pero no cedas el paso a ningún sentimiento; no te entregues por completo, jamás”.

Se dice que somos los hombres lo que estamos más propensos a enamorarse en una relación de este tipo, los que estamos más cerca de echarlo todo a perder. Pero en este caso, comencé a darme cuenta que Ella había comenzado a fallar cuando llegaron los primeros detalles: chocolates con los buenos días y caramelos con un anhelado hasta mañana; invitaciones a comer, además de cualquier pretexto para exhibirme con sus amigas en reuniones en la que me sabía evaluado. Cuando encontré sobre la cama un juego de ropa que yo no acostumbraba a usar, quise salir de inmediato. Y al descubrir la loción con la que festejaba cinco meses de nuestra clandestinidad, sentí como si quisiera rescatar (cuando menos con el aroma), algún vestigio o recuerdo perdido, de la relación con su marido.

Dejamos de escaparnos a los hoteles de paso y de planear estratégicamente esos encuentros espectaculares, poniendo los pretextos más ingenuos pero igualmente, efectivos. De pronto, fue ella quien se especializó en reservar habitaciones en hoteles donde comenzamos a volvernos conocidos y donde, por protocolo, fuimos conocidos como La señora y El señor. Se olvidó del estacionamiento del trabajo, ese mismo que a las seis de la mañana podíamos encontrar desierto y que resultaba atractivo para un encuentro fugaz; el parque le comenzó a parecer menos atractivo y los solares baldíos le parecieron lugares sucios y peligrosos. Súbitamente se fue desvaneciendo el peligro que inicialmente sazonaba la relación. Dejaron de importarle el qué dirán y ya no se cuidaba de los dedos inquisidores que la señalaban como la puta más cabrona del mundo, por traicionar al esposo más admirable de la historia (señalamientos que se encargaban de hacer quienes dos días atrás, habían exigido conocer –en nombre de la amistad- a ese otro, que había llegado a rescatar a la amiga en desgracia).

Hace una semana dejamos de coger. Ella prefiere hacer el amor, situación que se ha vuelto algo más que una exigencia. Han comenzado los berrinches, las discusiones estúpidas y una que otra escena de celos con llanto integrado. Ahora le desagradan las palabras soeces al oído, esas que meses atrás me exigía decir a cambio de dejarse hacer cualquier marranada. Hoy prefiere las frases dulces, tiernas, que la hagan sentirse amada. Sus besos han perdido la fuerza que mostraban hasta hace dos semanas y la sutileza en el pedir y el hacer, ha venido a acentuar que se trata de una reinvención de nuestra relación.

El efecto post-coitum de los matrimonios, ya hizo su terrible aparición. Pendiente a mi eyaculación, inmediatamente después me pide hablar; coge un Kleenex y mientras se limpia, me hace saber lo que siente, lo que quiere y sobre todo, ¡lo que espera de mí! Después exige la réplica. El futuro no estaba contemplado en esta relación. Sólo esperaba que las cosas se tornaran de manera natural, sincera, donde la expresión de los deseos y sensaciones, se diera únicamente a partir del sexo. Algo se salió de control.

No llegué a salvar su matrimonio. Ni siquiera intuía que con dos años de casada su relación pudiera estar tan mal pero, por mi aparición, no exigí nada a cambio. Sé que muchas mujeres me tacharán de insensible por no entender que ella se ha enamorado, pero ¿quién entenderá que entre los amantes no puede haber amor; que ese tipo de relaciones son simplemente sexuales y que su correspondencia no condiciona los sentimientos?

Hace tres días que no la veo. La última vez se portó como una colegiala. Exigió salir a caminar tomados de la mano, pidió le comprara un ramo de flores, quiso que fuéramos a comer y terminamos besándonos en una sala de cine para luego, salir a comer las palomitas restantes a la banca de un parque…

Es domingo y los teléfonos no han dejado de sonar.

He tomado la firme decisión de no responder sus llamadas. Ha comenzado a insultarme con mensajes de texto, a chantajearme con eso que ella llama amor. Luego, se le baja el coraje y me escribe cosas lindas, a veces hasta desesperadas. ¿Me pregunto si el esposo estará cerca de ella? Tal vez, mañana le escriba un mail y le explique que no la amo, que la deseo hasta la locura; que me encanta, que su desnudez me enloquece, que muero por sus labios, que quiero estar dentro de ella pero, que no la amo. Que me coja todo lo que quiera. “Cógeme pero no me dejes”.

Ahora entiendo por qué las mujeres acaban odiando a los hombres después de una relación así. ¿Será que seguimos creyendo que para alcanzar el máximo placer sexual es forzoso poner los sentimientos de por medio, tal vez insertarlo en los condones?

No tengo la respuesta.

Si tan sólo pudiera dejar atrás ese deseo de venganza y darme nuevamente la oportunidad de amar… pero no puedo.

No estoy dispuesto a que vuelvan a dañarme.

jueves, 5 de mayo de 2011

Media nota en papel de estraza.

Hoy la mitad del mundo                más uno

suelen decir te amo a la menor provocación
se    sienten     importantes     al       hacerlo
como si con ello se estuvieran ganando el cielo

Me  queda  claro   que    la    otra   mitad
la que escucha                   con el tiempo
se sienten engañados            traicionados
y entonces al mirar atrás buscan entender
qué   les   quisieron   decir    en   realidad

domingo, 1 de mayo de 2011

Ridículos pamboleros.

Gracias a mi carnicero de confianza cuya voz es de profeta cuando se trata de jugar pronósticos deportivos, me enteré que el encuentro Real Madrid contra Barcelona se jugaría en cuatro ocasiones en un lapso récord de un mes, suceso que al parecer sólo se repite cuando Marte, Plutón, Mercurio, Venus, Saturno y el sol se alinean justo encima del ecuador galáctico. También, gracias al carnicero, me enteré que lo más seguro es que el Barcelona arrase con la serie (aunque para el momento de redactar este texto el Madrid ya se llevó la Copa del Rey), debido a su delantero es tan letal como el Fanny Munguía en la época de Jorge Viera, lo cual convierte a los blaugranas (así lo dijo el proveedor de arracheras) en un equipo letal.

Llegó a tal grado la emoción de mis allegados que pronto concluí algo trascendental para mi vida: el futbol me vale madre. Acto seguido me negué a aceptar todo tipo de invitaciones para presenciar dichos encuentros y si acaso me llegaba a topar con alguien que quisiera hablar al respecto penosamente lo mandaba a chingar a su madre.

Sin embargo, este miércoles me vi en la necesidad de meterme a un restaurante con la finalidad de degustar un rico puchero yucateco. Al llegar, me encontré con que ese placido lugar estaba convertido en una romería gracias a una turba de jóvenes aficionados a los dos equipos en cuestión. Sin darme tiempo a volver sobre mis pasos, Nayelli –hostess del lugar y añeja conocida de la familia– me hizo saber que mi mesa estaba lista y para ello me condujo hacia mi rincón predilecto, donde a diferencia de otras ocasiones, ahora se encontraba empotrado un televisor de 40 pulgadas apenas suficiente para saciar el fanatismo de aquellos jóvenes a los que supuse de descendencia española. Durante quince minutos y al sabor de unos totopos crujientes repletos de salsa verde, me entretuve escuchando a todos los que portaban playera blanca gritar: “hala Madrid”, frase que ninguno de ellos supo decirme qué chingados significaba pero que sólo uno atinó a informarme que es la frase que se dice cada vez que gana el “rial madril”.

Bastó que comenzara el juego para confirmar mis sospechas sobre la descendencia real de aquella muchedumbre y saber que los presentes eran cien por cierto mexicanotes y para ello bastaba escuchar su tonito de Pepe el Toroesinocente cada vez que alguno de los contrarios tocaba el balón: “Chaleeee, a ese güey se le doblan las pataaas”, o bien, “un bolillooo para el hambre, nooo, chaaa”.

Como no soy analista deportivo, poco puedo decir sobre el encuentro pero lo sorprendente ocurrió cuando cayeron los goles del Futbol Club Barcelona pues en ese momento se desató la alegría de quienes portaban playeras parecidas a las del Atlante y al son de canticos tipo olé-olé olé olé-olé-olé y frases al estilo “visca barsa” (sic) estuvo a punto de armarse la madriza ya que los de playera blanca se sentían humillados por haber sido derrotados en su propia casa (¡habrase visto semejante afrenta!), situación que me hizo sacar las siguientes conclusiones:

a) Si bien es cierto que el futbol es un deporte que sirve para ejemplificar el fenómeno de la globalización, acciones como las de estos jóvenes y otros jóvenes fanáticos del futbol en todo México, dejan al descubierto que seguimos siendo una raza vulgarmente lame botas y queda bien, aunque de ello sólo hagamos el ridículo. Si alguno de mis lectores, acaso, se llega a sentir ofendido por mi comentario, sólo podría reafirmarle mi dicho argumentando que la ridiculez de apoyar con semejante fanatismo a equipos extranjeros no tiene reciprocidad y para comporbarlo basta preguntarse ¿cuándo se ha visto a los catalanes y madrileños atiborrando bares en España para apoyar a las chivas rayadas del Guadalajara contra las águilas del América?

b) En relación al “hala Madrid” y al “visca Barça”, ya pueden ir imaginando que ni los madrileños ni los catalanes se atreverán jamás a entonar una Goya; si este mismo ejemplo lo trasladamos a otras latitudes nunca veremos a los hinchas del Boca Juniors de Argentina gritar: “les guste o no les guste, les cuadre o no les cuadre…” imitando el tonito tepiteño que esta porra requiere. Menos aún existe una probabilidad que los Ingleses saquen una bandera de las Chivas en alguno de los juegos del Manchester United o que los argentinos se atrevan a copiar una porra de esas que solían gritarse en los estadios hasta no hace muchos años.

En ambos casos las razones para no hacerlo son muy simples: en aquellos países los aficionados no sólo tienen un fuerte arraigo por sus equipos, situación que aquí no será fácil ver por el simple hecho de que somos un pueblo chaquetero; y en segundo lugar, porque sólo nosotros tenemos un mal que es necesario erradicar de nuestra cultura para poder avanzar: el malinchismo.

Por todo lo anterior sólo me queda decir: ¡Arriba el Irapuato y que regresé a primera división el Zacatepec! (Aunque yo haya nacido en el DF)