viernes, 10 de diciembre de 2010

Papeles inservibles.

Hacer la limpieza del hogar puede resultar una experiencia traumática en la medida en que uno comienza a hurgar en sitios que por años han guarecido documentos que un día fueron importantes pero que al paso del tiempo agotaron su valía. Encontrarse con estos papeles puede volverse una maldición que brota con un simple conjuro: ¿qué chingados guardo aquí?
Suele ocurrir que cada determinado tiempo se vuelve impostergable hacerle un espacio a la basura y por ello uno se da a la tarea de buscar en todos los rincones del hogar donde exista la posibilidad de hacerle un lugarcito a las cosas que llamamos importantes. Regularmente son los libreros o los clósets los sitios predilectos para escarbar, y lo primero que uno se encuentra son un montón de reliquias que se suponían perdidas, por ejemplo: la fe de bautismo original, la cartilla de vacunación, el acta de nacimiento, el primer carnet médico o la inscripción al catecismo. Esos documentos corroboran lo endeble que es la infancia pero sobre todo muestran la personalidad de los padres de familia. En este caso, si usted amable lector, tiene la desgracia de llamarse Procopio, Aniceto, Primitivo, Senorina, Gotita de Rocío, Robocop, Enedino, Paciano, Clinio, Nicerata o Praxedes, puede encontrar en estos documentos las causales más poderosas para demandar a sus padres y exigir un cambio automático de nombre y de paso una jugosa indemnización por los daño psicológico.
Otro tipo de documentos comunes que suelen arrumbarse son los que hablan de la trayectoria escolar, mismos que nos hacen reflexionar sobre el misterioso momento en que perdimos la brújula de la vida y nos convertimos en el ejemplo del  fracaso; pero también suele ocurrir lo contrario, es decir, que todas esas boletas, diplomas, reconocimientos, notas con felicitaciones y certificados, así como cada una de las constancias de los cursos a los que se ha asistido puedan ofrecer una respuesta a esa etiqueta de “ausencia de vida propia” con la que suele explicarse la amargura a cierta edad. En mi caso, el día que encontré estos documentos en un portafolio roído que reposaba al fondo de un clóset, entendí mi poco brillo profesional y dejé de quejarme de mis cheques quincenales.
Por razones doblemente misteriosas, los seres humanos tenemos la manía de guardar documentos realmente inservibles como la factura del televisor comprado con el primer sueldo, el ticket de compra de una loción comprada en Samborns, las garantías de todos los electrodomésticos que ya se han ido a la basura (sin haber podido hacer efectivas dichas garantías) y las notas de un montón de objetos adquiridos en los años donde la bonanza económica no era la mejor. Sin ser propiamente documentos, en esta categoría entran los boletos de entrada a la premier de E.T., en los Cinemas Gemelos, los portavasos de papel de algún bar, las servilletas con logotipos impresos (generalmente del Carlos and Charlies o el Señor Frogs), el menú del Rincón argentino, las propagandas de las tardeadas de alguna discoteca, un programa del teatro, e incluso, la envoltura de alguna golosina comprada en 1982.
Mención especial merecen todos aquellos que guardan celosamente cada uno de sus talones de pago, los recibos de la luz, agua, gas y teléfono, los estados de cuenta y los comprobantes de retiro que extienden los cajeros automáticos bajo el argumento de "que pueden servir para hacer alguna aclaración”, como suele aclarar mi madre mientras ordena concienzudamente cada tipo de recibo en cajas de zapatos.
De todo lo antes mencionado, el lugar preponderante de los papeles inservibles lo ocupan esos documentos que nunca fueron encontrados cuando se les requirió, por ejemplo, hace unos días mientras le hacía un espacio a mis separadores de libros (colección que asciende a más de 500), se me ocurrió sacar una carpeta donde recordaba que sólo había un montón de tiras de materias y recibos de pago que sirven como vestigio de que un día pase por la universidad; comencé a sacar los papelitos y de pronto una hoja cayó al piso sin que me preocupara por levantarla, minutos después, casi me voy de espaldas cuando al revisarla me di cuenta que se trataba de la póliza de un seguro que adquirí hace años y que requerí apenas unos meses atrás sin poder lograrlo a pesar de que casi volteé la casa para encontrar el documento. Lo anterior trajo consecuencias que ahora no quiero recordar por lo que decidí regresar a la carpeta todo lo que ya se encontraba en la bolsa de la basura pues como sabiamente dice mi madre “uno nunca sabe cuando lo puede ocupar.

2 comentarios:

  1. Chido por la creación de este texto. Eso me recuerda que yo poseo algunas cápsulas del tiempo arriba de mi closet y que tengo que abrirlas en algún momento. Tesoros me esperan y gratos recuerdos (papeletas de extraordinarios segurito)

    Atte. An-on-im-O jajaja

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  2. Hace 3 meses fui por mis cosas a casa de mi jefa: jamás encontré mi certificado de prepa porque lo llevaba a toooodas las entrevistas en que pedí chamba, sigue sin aparecer... peeero, eso sí, rompí un portafolios completo de cartas de mis exes, léase: 15 años de recuerdos inútiles y frases amorosas de efímera validez. En el carro no cupieron todos mis queridos diarios, jaja, así que sólo traje los correspondientes al déjà vu con tu tocayo (1993-1995).

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