Pocas cosas pueden entretenerme a estas alturas del año: una película de esas que me invitan a comerme dos o tres bolsas de palomitas con su respectivo boing de uva (acabo de ver Iron Man 2); un juego de tochito con la legión de chavitos que se forman para malandrines en el parque de la colonia; la relectura de Bocafloja o Se vende mamá; charlar con alguna chica hermosa, de esas que hasta antes de conocerme se encuentran completamente enamoradas de mí y juran amor eterno, entre otras cosas.
Por una extraña tradición y fomento a mis malos hábtios, cada vez que termina un año suelo refugiarme en el sillón frente al televisor, procuro una carga suficiente de botanas que me entretengan el estómago y sólo a veces ejercito un poco el dedo pulgar oprimiendo los botones del control remoto para encontrarme con las mismas idioteces, así hasta que me quedo dormido.
Pero este año ha sido diferente: desde los primeros días del mes fui sentenciado a ordenar mi casa como es debido, a darle nuevos colores, a limpiar el polvo de los rincones donde nadie suele meter las narices y a mover los muebles de acuerdo con la tradición del feng shui. Terminada esa labor comencé a reparar algunos desperfectos provocados durante mis estados alterados y finalmente, hace apenas unos días, reparé en la necesidad de terminar con pendientes que llevan casi una década de espera; cosas varias que hace diez años no tenían importancia pero que ahora sé, en su momento tuvieron que ser resueltas en aquellos años. En fin.
Tengo dos días libres antes de que acabe el año, mis planes se han alterado y ahora sé que mañana no tendré que preparar cena alguna y menos esperar invitados indeseables a la casa de este señor. Mañana probablemente reciba el año en completa soledad, viendo una película o escuchando un disco mientras consumo alguna botella que compraré a última hora en la vinatería de la colonia vecina.
Hace un rato he salido a dar una vuelta por la colonia. Con tristeza me he percatado que este vecindario ha dejado de ser lo que era hace diez años. Muchas bardas están pintadas con garabatos indecifrables, hay casas que se encuentran en completo abandono a pesar de que hay quien vive en ellas, ya no hay árboles donde antes había, han crecido casas a lo imbécil, el concreto se ha expandido alarmantemente y aquellos grandes terrenos donde solía ir a volar papalotes con mis amigos ahora son multifamiliares donde banditas de reggetoneros montados en motonetas intentan intimidar a quienes tienen la osadía de curzarse en su camino.
Hace una década apenas recuerdo que la gente temía que el mundo fuera a terminarse antes de poder atragantarse con las doce uvas y todo porque un año antes el mundo no se había acabado y existía controversia por los ajustes al calendario. Hace diez años a mí seguía importándome un comino que el mundo fuera a estallar en pedazos si la realidad de entonces indicaba que más jodidos no podíamos estar. Hace diez años no se acabó el mundo como seguramente no se terminará en el 2012, lo cual es una lástima porque si tuviéramos la certeza de eso, dejaríamos de estar preocupados por tantas nimiedades que incluyen formarse nueve horas por renovar una jodida credencial de elector, los aumentos de precios o vernos sobajados por las campañas políticas que seguramente arrancarán con todo este 2011.
Regresando al paseo por mi colonia me di cuenta que mucha gente ha emigrado, viejos amigos se han mudado de casa y otros han partido al camposanto; muchas de las chicas buenonas que solían arrancarme el sueño ahora se han expandido como masa para buñuelos y los viejos amigos, ahora son costales atiborrados de egos a consecuencia de sus trabajos mediocres como cajeros bancarios, vendedores de aspiradoras o maestros de idiomas.
Las cosas cambian en apenas diez años, no cabe duda.
No recuerdo a ciencia cierta qué es lo que estaba haciendo a finales del 2000 pero lo cierto es que comenzaba a escribir. Tal vez dentro de diez años ya no me guste así que por lo pronto seguiré disfrutando estos momentos que de literarios valen madre.
No chingues, hiciste que me diera miedo el regreso.
ResponderEliminarLas cosas cambian en apenas diez años, no cabe duda...
sin palabras!!!
ResponderEliminarexcelente, totalmente de acuerdo!!