sábado, 5 de diciembre de 2009

Te juro que es la primera vez. Por qué no debo involucrarme con mujeres que dicen ser interesantes. (Palabras Malditas, mayo de 2007)

¿Qué puede ser peor en la vida que estar encerrado en la recámara de una güera encuerada y pendeja?
     Ya imagino lo que muchos están pensando. La güera además de encuerada, está ebria, en calidad de bulto sobre la cama. Su estado me ha ayudado a comprobar su alto grado de pendejez, hurgando más allá de la ropa, en la aridez de su brasier y en la sucia profundidad de su tanga. Pasé parte de la infancia y toda la adolescencia esperando este momento y la nena me sale con que "dice mi mamá que siempre no". Implora que respete su escasez de ropa y para convencerme derrama lágrimas de telenovela mientras berrea su arrepentimiento.
     La conocí hace un par de semanas durante el programa de radio. Estaba conectada al chat enalteciendo mi verborrea, haciéndome sentir el gran locutor, el Bocafloja cautiva-mujeres, mientras que yo creía el sueño de tener a mis primeras seguidoras cautivadas por mi voz. Estuvo conectada durante la hora y media del programa y repitió su hazaña los noventa minutos del siguiente programa y los noventa minutos del programa de ayer, chingue y chingue para que le pusiera una canción.

     - Está bien, te la pongo. ¿Cuál quieres?.
     - ¡Ay, qué lindo! La que quieras pero dices mi nombre, eh.

    Pendeja. ¿Crees que eres el centro del universo y que sólo me debo a ti? ¿Acaso quieres presumirle a tus amigas que traes a los locutores de Efímera dando las nalgas por ti?
    
     Pasé parte de la infancia y toda la adolescencia esperando el momento de conocer mujeres interesantes. Siempre he creído que las mujeres que leen, las que escuchan música y las que escuchan radio, las que opinan, son mujeres interesantes y dignas de atención. Es el tipo de mujer con la que esperaba salir.

     - ¡Qué curioso, yo soy así! -dijo con exactitud y eso fue lo que me bastó para quedar con ella, para levantarme muy temprano esta mañana (contrario a mi costumbre) y pasar a recogerla a la universidad.

     Era un tanto diferente y me costó trabajo reconocerla.

     - ¡Si ya te había reconocido, eres igualita a como te describiste en el chat!

Propuso que fuéramos a un infame billar y que tomáramos cervezas. La segunda propuesta me agradaba pero la primera... Acepté. Entre mozalbetes idiotas que sufren los efectos de sus primeras borracheras y zorritas inexpertas que ofertan el trasero por una miserable cerveza, pude cautivarme con sus pequeñas tetas y ese trasero estrecho que más bien imaginaba de otra manera, más carnoso tal vez. Bebimos como locos y sólo jugamos carambola para espantar cualquier intento de sabotaje a la intimidad. Yo me concentraba en sus movimientos, en la apenas perceptible caída de sus tetas y en la perfecta o que formaban sus labios cada que esperaba el choque de las bolas. Dejamos de jugar y seguimos bebiendo hasta que ella comenzó a derramar las cervezas. En hombros tuve que llevarla a casa, pasando vergüenzas e incomodidades callejeras.

     - ¿Quieres hacerme el amor?
     - No, sólo quiero desnudarte.

     Sé que en ocasiones no tengo mucho tacto para expresar mis deseos pero esta vez mi respuesta no estaba tan alejada de la realidad. Con su sobriedad se había ido algo. No me gusta hacer el amor con mujeres ebrias, las borrachas me han dado muy malas experiencias.
  
     - ¡Desnúdame! ¡Venga, quítame la ropa!

     Me sentía realmente complacido por el producto de su lerda embriaguez.

     - Juro que es la primera vez que me paso de copas.

     Sus juramentos no me importaban pero el mandato que clamaban sus palabras, sí. Trabajé lento, gozando al máximo el momento. Desabrochando cuidadosamente los botones de los jeans y deslizando éstos por sus muslos, pude encontrarme con la suavidad de su piel. Luego, puse atención en los tines y la tanga. Ajena a sus movimientos, la güera se dejó caer en la cama. Me ordenó poner música, la que yo eligiera, mientras me juraba que era la primera vez que alguien entraba en su recámara. Sin ponerle mucha atención busqué entre discos de artistas pop venidos a menos y musiquillos de punk-feliz, algo que realmente valiera la pena. Arrumbado, casi olvidado, me encontré con un disco de rock. Ella terminó de desnudarse, enrollándose la blusa en la cintura y arrancándose a tirones el brasier.

    - ¡Soy tuya!

    Estuve contemplando su cuerpo y cotejándolo con las descripciones que ella misma había hecho de el. La realidad me ponía frente a los ojos muchas variaciones. Me di cuenta que hay mujeres a las que nos les importa mentir. Me había dicho que era güerita. Yo había entendido güerita, rubia natural.

     - ¿Qué esperas? ¿No quieres probar mi cuerpo? ¡Anda, pásame la lengua por donde tu quieras!

     Hay invitaciones que difícilmente un hombre puede rechazar. Pierniabierta y dispuesta sólo me limité a utilizar las manos mientras pensaba en algo más emocionante para hacer.

     - Tengo una fantasía –dijo- chúpame las axilas.
     - Me han dicho que la lengua se escalda con el desodorante de bolita... y se seca con el de barra.

     La güera se ponía necia y la verdad, yo no estaba en condiciones de experimentar.

     - ¡Hazlo, te juro que sí me bañe esta mañana!

     He dicho que hay mujeres a las que no les importa mentir. Mi falsa rubia estaba ebria, cachonda y pasaba del momento sentimental, al idiota, poniéndose muy necia: Chúpame aquí, tócame allá, pellízcame ahí, jálale acá.

     - ¡Te digo que me pases la lengua por las axilas!

     No sé en que momento se le ocurrió que yo bailara. Como no quise hacerlo se enredó en la colcha y amenazó con no dejarse ver más. Gritaba. Tras la euforia se puso seria pero repentinamente comenzó a toser y a hacer caras extrañas. ¡Voy a vomitar! Y vomitó. Mientras gritaba que todo era mi culpa, limpiaba su suciedad con las sábanas. Luego, se recostó tranquilamente creyendo que había terminado. Me pidió un cigarro. Mientras lo fumaba, repetía que confiaba en mí. Te juro que nunca había vomitado, es la primera vez. La visión angelical de su desnudez se convirtió en una escena grotesca que reafirmaba mi mala suerte. Había pasado parte de mi infancia y toda mi adolescencia esperando un momento que ya no se parecía nada a este. ¿Qué puede ser peor que estar encerrado en la habitación de una rubia ebria, pendeja y que, encuerada, se recuesta sobre los restos de su hedionda vomitada?

     - Te voy a hablar de mi novio. ¿Quieres que te platique de él, verdad? Fíjate que es muy lindo y shalalá... equis... me ama, me respeta y shalalá... Te juro que lo amo y te juro que es la primera vez que lo engaño pero es que no lo puedo evitar, ¿me entiendes, verdad?
     - Claro, te entiendo.

     Comienza a llorar. Sus lágrimas me revientan.

     - ¿Verdad que no me vas a obligar a hacer nada que no quiera?

     Mientras habla pienso que tengo que salir de aquí lo más pronto que se pueda.

     - Sabía que podía confiar en ti. Eres muy lindo, me gustas. Si cumples tu promesa te regalaré una chupada. Te juro que nunca se la he...

     Habló durante horas, cambiando violentamente su humor. Luego se perdió. A veces sólo levantaba la cabeza para vomitar. Me dio pena por ella y por el pobre diablo que estaba involucrado formalmente con semejante mujer y cuya fotografía descansa en el buró. La pestilencia es insoportable. ¡Qué desperdicio estar en la habitación de una rubia pendeja, que te invita a salir, a beber unas cervezas y luego se encuera para que la veas vomitar! Me largo.
     Compartiré mi experiencia con el resto de los locutores de Efímera para que no crean en esa falacia de las mujeres lindas e interesantes que nos quieren ligar.
     Juro que no vuelvo a involucrarme con tipas así.

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