martes, 25 de mayo de 2010

La chica de las gelatinas.


En los terrenos de la desigualdad, viven millones de personas que luchan por sobrevivir. Diariamente salen de sus casas, cargando sobre los hombros las ganas y la ilusión de llevar un poco de dinero al hogar, dinero que les alcance para sobrevivir.
A ella la había visto varias veces con su bote de gelatinas a cuestas, caminando entre las calles mugrosas, entre obreros desvelados, entre policías adormilados y estudiantes huevones. La veía caminar detrás de mí al cruzar un oscuro y pestilente paso a desnivel, sentía sus pasos y sus deseos por no tener que trabajar más en ese peligroso lugar donde microbuseros y taxistas suelen hacer de las suyas con las chicas que ven solas.
Hoy la encontré más temprano que nunca, cuando apenas clareaba el día. Estaba sentada frente a su bote de gelatinas, como todos los días, leyendo un libro que, afortunadamente, no era de superación personal. Devoraba las páginas con el esmero de quien se encuentra disfrutando la lectura y sólo hacía pausas para preguntarse, siempre en silencio, las palabras incomprensibles. Su expresión resultaba tan evidente que siempre quise acercarme para ofrecerle mi ayuda.
Ese día con el pretexto de comprar una gelatina, decidí tener un primer contacto con ella. Sus ojillos brillaron al verme. Le compre dos gelatinas y mientras las devoraba, charlamos sobre el libro que estaba leyendo. Me quedé impresionado pues me percate que en verdad le gustaba leer. Así que me decidí y escribir este texto para ella, muy malo pero lleno de emoción, con la esperanza de obsequiárselo al siguiente día.
Desafortunadamente, no la volví a ver...©

No hay comentarios:

Publicar un comentario