A Pepe y su hermana Ana.
La facha metalera es delatora: playeras negras, pantalones de mezclilla, chaquetas de cuero, bermudas militares, tenis o botas. Muchos agitan con orgullo sus portentosas melenas mientras que otros siguen una tendencia más actual llevando la cabeza a rape. El paisaje en torno al Foro Sol de la ciudad de México, se ve salpicado de rock pesado. Por las aceras parece no haber distinción de clases pero es fácil identificar a los que pagaron el boleto sin pestañear y a los que tuvieron que amarrarse semanas enteras para costearse unas horas de esparcimiento. Pasando por alto el clasismo del que está infestado el heavy metal, el ambiente es demoledor. No es para menos: estamos a unas horas de que Metallica (roqueros, persígnense), haga su reaparición tras diez años de ausencia en nuestro país.
30 de abril de 1999, misma hora y mismo lugar: Monster Magnet finaliza su set cuando el sol pega directamente sobre el escenario, todo está dispuesto para que salga Pantera. Olallo Rubio ha otorgado a dicho concierto un carácter mítico debido a que en esta ocasión “volaron sillas, botes de plástico con orina y… personas.” Yo fui uno de los que surcaron los aires intentando acercarme al escenario. No lo conseguí pero en cambio pude tatuar en mi recuerdo un intenso dolor en el brazo izquierdo mientras los texanos demolían al público con Mouth for war y las hileras de sillas servían como parteaguas para futuros conciertos de rock, educando en esta materia a los estúpidos organizadores.
Ahora, soy diez años más viejo y por ello me vuelvo presa fácil de la desesperación. Atrapado en el caos vehicular veo que el reloj marca las siete de la tarde. Pienso que de haber venido en metro ya estaría en mi lugar bebiendo una cerveza pero en cambio, tengo que soplarme el desmadre de Resorte atrapado en la parte trasera de un incómodo Beettle. Los que van por la acera corren al escuchar que el grupo abridor ya está tocando. ¡Qué informalidad la mía, es inaceptable llegar tarde al rock and roll!
Mientras transcurren una serie de peripecias para poder encontrar un lugar en el estacionamiento pienso en lo que significa Metallica para el rock y general, para la industria musical. Me doy cuenta del poderío que puede adquirir una banda cuando ésta es bien manejada y también cómo es capaz de mutar en monstruo faltándole el respeto a sus propios orígenes. No se me olvida que la avaricia de una empresa cimentada en cuatro músicos llevó a Lars Ulrich a demandar a Napster perdiendo completamente la memoria sobre sus orígenes. No se me olvida que en los primeros años de la década de los ochenta, ellos mismos fueron los encargados de grabar cada una de las cintas que repartirían en sus tocadas deseando que el mundo los conociera. ¿Qué hubiera sido de Metallica si en los ochenta hubiera existido Napster y Myspace? Aquí da inicio la eterna discusión.
Mis reflexiones se acaban cuando llega el momento de pisar el recinto en el que los Cuatro Jinetes del Apocalipsis tendrán la misión de hacer sangrar los oídos de casi cien mil espectadores. El ambiente huele a azufre. En el sonido puede escucharse a White Zombie recordándome que Rob, el Zombie Blanco, es uno de los pocos amos del merol que me falta por ver en directo.
Mi radar interno busca una cerveza, no por cliché sino porque la travesía en automóvil y la caminata para llegar al foro, me tienen con la boca seca. Setenta pesos por una cerveza tibia me parecen una mentada de madre, extiendo el billete bajo el entendido que el vaso en que será servido el preciado néctar será un fetiche que llevaré como único recuerdo material de esta noche. Mientras espero el cambio me imagino a los organizadores del concierto paseándose en backstage, cagados de risa, pitorréandose de todos los incautos que fueron a depositar su dinero a ticketmaster (o en el peor de los casos, a las cerdas manos de los revendedores) sólo por el placer de escuchar a cuatro viejos que, de no ser por el potencial económico que representa su grupo, ya se habrían matado entre ellos mismos hace varios años. ¡Pinche capitalismo!
Avenged Sevenfold comienzan su desmadre personal aunque pocos los pelan. Lástima que Pantera murió junto con Dime. Aprovecho el tiempo para sondear al público asistente y planear alguna antireseña.
Frente a mí, una anciana armada con una varilla y una bolsa de plástico para basura, se presenta sonriente para pedirme “permisito”. ¿Por qué en México todo tiene que ser dicho en diminutivo? Me hago a un lado y mientras la observo recoger el montón de vasos regados por el piso, me pregunto: ¿esta mujer tendrá la puñetera idea de quiénes son Hetfield, Ulrich, Hammet y Trujillo? Seguro que jamás ha escuchado hablar de ellos, ni le interesa, pero también es un hecho que gracias a estos cuatro demonios, Juanita (a quien he bautizado con este nombre para efectos literarios) podrá llevar algo de dinero a su casa. Por alguna razón pienso en varios conocidos que hubieran dado su alma al diablo por estar en los zapatos de Juanita, recogiendo la basura de otros con tal de ganarse unos centavos (de dólar) y al mismo tiempo escuchar a esta mega banda. Pero no están y eso me hace experimentar un sentimiento vengativo por todas aquellas veces que me ha tocado estar del otro lado.
Son las 8:28 pm. Quienes se encuentran en las orillas de la plancha del foro comienzan a integrarse a la masa humana que se encuentra al centro. Dos minutos después se apagan las luces y las notas de Ecstasy of gold provocan que se erice la piel y una especie de película pase a toda velocidad por mi mente. ¿Me pregunto si aquellos camaradas de la secundaria y la preparatoria seguirán inmersos en el rock o habrán mutado en responsables padres de familia? ¿Serán profesionistas exitosos o fracasados en potencia? ¿Seguirán luchando por sus ideales o habrán declinado a su ideología comunista? ¿O, acaso estarán en este mismo lugar pensando lo mismo que yo…? En las pantallas también corre otra película, se trata de El Bueno, el Malo y el Feo, de Sergio Leone. ¡Puta madre, estoy vivo!
Los latidos de mi corazón se confunden con los que salen del arsenal de audio que rodea el foro. Metallica comienza su actuación. El último pensamiento que viene a mi mente es Paulina, La Chica Elástica. Una llamada telefónica me hace cumplir un ritual antes de disfrutar de la metralla de esos cuatro iconos del rock.
Mientras escucho las primeras canciones me dedico a explorar el terreno. Me interno en las profundidades de la masa humana para impregnarme de los humores que sólo el metal es capaz de liberar. Le entro al slam sintiendo el paso de los años como una aplanadora que al mismo tiempo me hace renacer. Sad but true, la rola del público, me hace desgarrarme la garganta. ¡Puta madre, estoy vivo! Ya no pienso, sólo disfruto.
Hacía mucho tiempo que no gozaba de esta manera. ¿Cuánto tiempo? Diez años, exactamente. Misma hora, mismo lugar, lo que me recuerda que es el momento de Metallica y mi momento para volar: “¡Que Napster ni qué la chingada, el tráfico citadino me la peló y hasta el carril confinado al metrobús nos hizo los mandados. A la chingada todos los revendedores y los organizadores. Un día caerá ticketmaster pero a cambio vendrá otro monopolio más poderoso. El heavy metal no da la igualdad pero sí la felicidad!”
¡Los pensamientos objetivos se van al infierno cuando toca Metallica y todos coreamos las canciones! El Dios del Metal, el Amo del Merol, se hace presente y se postra como el Amo de los Títeres para manejar nuestras cuerdas. Los acordes de Enter Sadman son capaces de hacer mover incluso, a los inválidos. Estamos en la cumbre, elevemos una oración para el Arenero: ¡Pray the Lord my soul to keep… pray the Lord my soul to take!
Ya no importa nada, ni siquiera tener que trabajar por la mañana. Llegará el momento para estar de vuelta en la realidad y retomar la estúpida conciencia de clase.
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