sábado, 8 de diciembre de 2012

Navajita colgante

Darrell "Dimebag" Abott, 1966-2004

I
Fue una suerte haberte encontrado en aquel billar.
La mata larga y espesa que dejaba caer unos cairelitos en cascada sobre tu cara,
los jeans ajustados, los tenis recién comprados
y esa camisa de franela que cubría cálidamente la ausencia de una blusa,
formaban parte de algo más que una personalidad.
Estabas sentada en un infame banquito de madera
sosteniendo el taco con la mano derecha, atenta a las jugadas de tus bobas amigas.
Cuando entré, volteaste a verme sin importarte mucho mi arribo,
era tan tuya aquella actitud que sólo se define con apatía,
que sólo despegaste la mirada del juego cuando las cervezas llegaron en una cubeta
sucia y despostillada;
destapaste la primera y bebiste un trago largo que saboreé
más por la forma de tu boca en la botella que por el líquio mismo.
Entonces quise besarte.

II
Pocas cosas podían unirnos: ninguno estaba tatuado,
éramos el vivo ejemplo de la flojera
y solíamos desperdiciar el tiempo viendo videos por la televisión.
MTV era entonces otra cosa.
(Se trataba de un canal de música para idiotas que programaba heavy metal las 24 horas del día)
Tus cabellos largos solían alborotarse cuando en la pantalla aparecía Pantera.
Sólo entonces, tu mirada era atrapada por la energía del guitarrista,
el mismo que años después vimos reventar el escenario de Kiss en un infame recinto que nos dejó los oídos destrozados.
Respetaba tu concentración, dejaba de tocarte y me unía a ese
ritual en el que te convertías en una alumna preciosa, interesada, voraz,
casi perfecta: una alumna metalera.
Te prometí que en un año tocaría la guitarra y juntos formaríamos una banda de rock.
Tú, comenzaste a usar una navaja colgada al cuello misma que prometiste
sería un regalo en nuestro primer concierto importante.
Entonces ya podía besarte.

III
Comenzamos a pelear por todo
incluso, por mi incapacidad para concentrarme únicamente en tu cuerpo.
Mis interéses suelen ser tan efímeros y las mujeres tan tentadoras.
Un buen día tiraste mis cosas al piso y con ellas pisoteaste mi ego.
Los planes de ser estrellas de rock se resquebrajaron
y el siguiente concierto de Pantera, apenas unos meses después, lo presenciamos
cada cual por su lado.

IV
Vi la noticia por tv cuando iba llegando de trabajar.
Lloré más que cuando murieron mis abuelos.
Después pensé en tí, en la promesa incumplida de aprender a tocar la guitarra
(aún no he aprendido a hacerlo),
en el primer concierto que tendríamos juntos
y en la navajita que pendía coquetamente de tu cuello cuando cabalgabas desnuda sobre mí.
Sé que tu pensaste en lo mismo.
Han pasado los años y he besado un montón de bocas
aunque nunca menos que tú.
El recuerdo de esas pocas tardes perfectas
sigue latente cada 8 de diciembre.

V
Ahora una navajita colgante pende por mi cuello
pero las ganas de regalársela a alguien se han apagado.
Ahora dificilmente beso a alguien...

No hay comentarios:

Publicar un comentario