lunes, 29 de marzo de 2010

Crònica de una noche de perros* (Palabras Malditas, enero de 2007)

Jueves. Entrada la noche.

En las calles hay un movimiento inusual. Ejecutivos, empleados, obreros, comerciantes, estudiantes y mujeres de todas edades, caminan presurosos. En las marquesinas de bares y cantinas de Naucalpan, con cartulinas fluorescentes, se anuncia una noche futbolera: dos juegos, dos cervezas al precio de una. Mala idea para tomar un trago esta noche. Piensa rápido, pide ansioso mi sistema nervioso.
     Mis pasos me llevan hasta un solitario parque donde una pareja de enamorados se besa al cobijo de un árbol. Ella es casi una niña. No quiero importunarlos así que me encamino a una taquería cercana. Cinco campechanos y un refresco, pido. Al otro lado de la avenida 16 de septiembre un alboroto llama mi atención. Es que hay luchas, comenta el taquero al percatarse de mi curiosidad, vienen los Perros del Mal. En mi interior se revuelven los recuerdos. La última vez que pisé una arena de lucha libre fue en Cd. Madero, Tamaulipas. La lucha estelar fue con Atlantis, Dandy y Octagón que pelearon contra Emilio Charles Jr., Satánico y Brazo de Oro. En aquellos días el duelo de moda era Dandy contra Satánico. Han pasado quince años.
     Apresuro los tacos y pido la cuenta. A unos pasos de mi, una mujer intenta cruzar la avenida con una parvada de chiquillos. Me comido a detener el transito, la mujer agradece el gesto y apura a los chicos. Se detienen frente a la arena. El aroma a aceite quemado, donde una mujer prepara quesadillas, me revuelve el estómago. Un sujeto me extiende un papel; es un programa de lucha libre:

LUCHA SÚPER ESTRELLA DE TRÍOS

LOS PERROS DEL MAL
HIJO DEL PERRO AGUAYO, DAMIÁN 666 Y HALLOWEEN
VS.
BLACK WARRIOR, OKUMURA Y ALEX KOSLOV

Sin titubear, me acerco a la taquilla para comprar un boleto. Una niña pequeña me pide una moneda para completar su entrada. Primera novatada: le doy los veinte pesos del cambio. A unos pasos de mí se arremolina la gente. El sujeto que reparte los programas me ofrece algunas botanas. Sí las dejan pasar, me confía. Le compro algunas bolsitas con pepitas y otras más con cacahuates. Me detengo en la primera puerta que veo y entrego mi boleto. Segunda novatada: esa puerta es la entrada del balcón, o sea, de la raza jodida según versa el populacho; yo tengo boleto para gradas.
     Guardo los cacahuates en la bolsa interna de mi chamarra frente al hombre que cuida la entrada, éste sólo me observa. Sin dejar de mirarme parte el boleto a la mitad y me indica que suba por la escalera. Una mujer me recibe dispuesta para una revisión. Al tiempo que me nalguea, me pregunta si traigo armas o cámaras fotográficas. Qué absurda, aun cuando las trajera no se lo diría.
     La Arena Naucalpan es pequeña, muy fría. Frente a mí, se levanta monumental, el cuadrilátero; su lona azul, cuerdas negras y postes bañados en color oro, me hacen recordar aquel ring que una vez me regaló mi madre en un cumpleaños. En las gradas los niños portan las máscaras de sus ídolos. Reconozco las tapas de Atlantis y Black Warrior aunque las que abundan son las de Místico, Príncipe de Plata y Oro (cómo lo ha bautizado el Dr. Alfonso Morales, cronista de la televisión) e ídolo del momento. Estudio minuciosamente el territorio disponiéndome a obtener el mejor lugar aunque en realidad desde cualquier punto de la arena se tiene una buena visión, incluso desde el balcón. Al fondo, empotrada en la pared, se levanta una máscara gigante. Por ahí salen los luchadores, comenta un niño detrás de mí. Efectivamente, al pie de la máscara hay una escalinata tapizada con una alfombra roja. Me encamino a la primera fila y me acomodo a un lado de una chica que limpia sus lentes. La saludo con una sonrisa. Sacó de mi chamarra la bolsa repleta de pepitas. Tercera novatada: para no tirar las cascaritas al piso, las deposito en la otra bolsa de mi chamarra mientras que los demás, las tiran al piso.
     La gente silba, se apagan las luces y de la máscara sale el presentador. Los cronistas de televisión saludan a la gente que ocupa los lugares cercanos al cuadrilátero. En las gradas un grupo de sujetos que portan playeras azules, mientan madres sin ton ni son:

- ¡Qué chingue a su maaaaadre, el que esté parado!
- ¡Qué chingue a su maaaaadre, el que esté sentado!
- ¡Qué chingue a su maaaaadre, el que acaba de llegar!

     Raudo, por la escalinata, pasa un luchador oriental cuyo nombre me es imposible pronunciar. En seguida, la música de RBD inunda la arena. Pensaba que esto era para hombres, grita un hombrecillo de ojos rasgados que está a unos pasos de mí. Un luchador con atuendo similar a los fenómenos televisivos, pasa saludando a los niños. La porra de panzones de playera azul arremete contra él:

- ¡Símbolooooo, que culote tieneees!
- ¡Cállense, cabrones; no se metan con Mio Collucci! –arremete el hombrecillo de ojos rasgados. La gente le festeja el albur con carcahadas.

     En resumen la primera lucha se puede definir con una palabra: aburrida. Eso que son los calientalonas, se queja un hombre detrás de mí.
     Las acciones siguen en el cuadrilátero pero el ambiente real está en las gradas. Algún borracho de ring, comienza a meterse con los panzones de las playeras azules. Ya callen a los pitufos, grita. La segunda y tercera luchas, no pasarán a la memoria colectiva de los presentes. Lo único para recordar es la hermosa máscara en negro y oro de Kung Fu Jr. Me doy un tiempo para charlar con la chica de los lentes que se encuentra a mi lado. Su nombre es Daniela y se reconoce fanática a muerte de los Perros del Mal.

LUCHA SEMIFINAL DE TRÍOS

FELINO, DR. CEREBRO Y CEREBRO NEGRO
VS
NEGRO NAVARRO, MÁSCARA AÑO 2000 JR. Y VENENO

     Saco de la manga mis añejos conocimientos sobre el pancracio nacional. En el cuadrilátero no aparece Felino (descendiente de la familia Casas), tampoco Negro Navarro (un luchador veterano que realmente es un chingón). La gente se queja más por la ausencia de Felino que por la de Negro Navarro. Una hermosa modelo sale de la máscara anunciando la primera caída. La porra hace notar su presencia de inmediato.

- ¡Mamitaaaaa, que buen culo tienes!
- ¡Chiquitaaaaa, yo si te chupaba esas tetitas!
- ¡Güerita, te deseo… te quiero esta noche en mi cama!
- ¡Yo también! –confieso en silencio.

     La despampanante caderona se pavonea rodeando el cuadrilátero. Los encargados de la logística del evento le hacen algunas señas. Sorpresivamente, la chica camina hacia la salida. La lucha da inicio a tambor batiente. Me convierto en mudo narrador de las acciones. Un hombre corre a la salida para traer de vuelta a la chica. Se escucha el grito de apoyo a Veneno, a lo que “los cerebros” responden con una retahíla de improperios para aquellos que apoyan al cabeza de sopa maruchan, según lo bautiza la porra. La modelo está de vuelta, atraviesa por las filas de ring con la cabeza agachada y sin mover las caderas. Un hombre la escolta hacia la entrada de los camerinos. Antes de cruzar, otro sujeto la detiene, le indica la forma en que debe hacer el recorrido y por donde debe salir. Cuando la chica se da vuelta, el sujeto ríe. Observo la carita de la chica. Pobre tonta, la verdad es que al verla en esa condición deja de parecerme bella y sensual.
     Mientras la lucha se desarrolla, aprovecho para charlar con Daniela y con su madre, sentada a un lado de ella. Nuestra platica se fondea con chiflidos y mentadas de madre.

- ¡Arriba los rudos, señoreeeees! –grita Veneno con marcado acento panameño.
- ¡Arriba los rudos –responde veloz y coordinada, la porra de los panzones- pero tú, chingas a tu maaaadre!

     Las risas son inevitables. Veneno sobrevive a las burlas, no así a la golpiza de Dr. Cerebro. Daniela se muestra ansiosa, me confía que quiere que ya acabe esta lucha y que salgan los Perros del Mal.

- ¿Son buenos? –pregunto con curiosidad.
- Son los mejores. El Perro Aguayo es el mejor.

     En sus ojos hay un brillo especial cuando habla de sus luchadores preferidos. La lucha semifinal acaba pero bajo el cuadrilátero, los retos se prolongan. Daniela se apresta a tomar su lugar junto al barandal de la escalinata. Su madre me confía que es la primera vez que vienen a las luchas y que es el regalo de cumpleaños de su hija. También me dice que sueñan con ir algún día a la Arena México y que su hija quiere conocer a los Perros del Mal. Al apagarse las luces, niños, jóvenes y adultos se arremolinan junto a la baranda. Con mi cuerpo trato de cubrir a Daniela, que no se da cuenta que detrás de ella, una multitud de gente empuja esperando la salida de la maléfica jauría.
     Todo está listo para la lucha estelar. Por la escalinata baja el Negro Navarro, Okomura y el ruso Alex Koslov. Noticia del día: hoy ha muerto una leyenda del espionaje ruso. Un niño con una máscara de Black Warrior pregunta a su padre dónde está su luchador preferido. El padre resignado le confiesa que no va a salir. No alcanzo a escuchar qué responde el chico porque en ese instante se escuchan las notas de una melodía de Cartel de Santa. Por la escalinata bajan Halloween y Damián 666. Detrás de ellos, el ídolo de Daniela y de un noventa por ciento de la gente que se encuentra en la arena: Pedro, “El Perrito” Auguayooooo… heredero de la leyenda de Nachistlán, me atrevo a complementar. La chica se une a la emoción de la gente, observo su carilla llena de emoción. El Perro pasa cerca de ella con el brazo extendido. No sé si Daniela lo toca pero el Perro golpea mi mano. El grito monumental, es unánime e interminable: ¡Perro! ¡Perro! ¡Perro! ¡Perro! ¡Perro!...
     La lucha inicia. Daniela se estremece cuando ve al Perro encarar a Alex Koslov. No se sienta. Los Perros se encuentran coordinados, golpean sin piedad al otro bando. Negro Navarro también encara al perrito de Nachistlán pero no tiene suerte, Halloween y Damián van por él y le propinan tremenda golpiza. Daniela apoya a su ídolo emocionada. Muy pronto, la primera caída es para los Perros del Mal.
     La modelo baja la escalinata moviendo exageradamente las caderas. Me encantas, le grito desde mi lugar y ella amablemente me regala una mirada que adereza con una sonrisa. Debe estar acostumbrada, pienso. Observo sus nalgas, sus piernas largas y sus diminutos pechos apenas recluidos en un pequeñísimo sostén. Daniela ofrece gritos de apoyo para que Halloween acabe con su contrincante. Yo apoyo a Damian 666. Lástima, pienso, el Negro Navarro es un chingón. Aguayo se acerca a nosotros y se para retadoramente al pie de la escalinata. El ebrio que instantes atrás se metía con los panzones de las playeras azules, se envalentona y lo encara. Aguayo lo ignora. El borracho sigue agrediendo a Aguayo. Cuando éste camina de regreso al ring, el ebrio lo escupe. Aguayo reacciona y arremete con un empujón que lanza al individuo estrepitosamente un par de metros atrás, sobre una mujer y una niña de la segunda fila. Vuela la cerveza. Se escuchan abucheos. Damián se apresura a detener a Aguayo, mientras que los de seguridad salen disparados a someter al borracho. Nadie ayuda a la mujer. Se escuchan abucheos pero la lucha tiene que continuar. Las acciones no cesan y la batalla resulta verdaderamente intensa.
     Me he cansado de gritar. Minutos después la lucha termina. Han triunfado los Perros del Mal en dos caídas al hilo. Daniela está muy contenta. Me regala una última mirada. En sus ojitos sigue el brillo de felicidad. No puedo negar que me produce cierta ternura y me ayuda a evocar la impresión que de niño sentía al tener cerca a cualquiera de mis ídolos. Los Perros no están para retos y adoptan pose de divas. Ofrecen pocos autógrafos y presurosos, salen escoltados por una puerta distinta a la de vestuarios. Detrás de mí, escucho la voz de Daniela:

- ¡Ándale, mami, apúrate, van a salir por allá!

     La mujer, solícita, sigue a su hija. Ambas se pierden entre el remolino de gente. Para Daniela nada importa, más que volver a tener cerca de sus ídolos, los Perros… sus Perros del Mal.
     La gente sale contenta de la arena. Los niños emocionados imitan algunos de los retos que presenciaron. Los mayores, toman el programa de la siguiente función: duelo de apuestas, máscara contra máscara. Algunas mujeres se organizan para caminar juntas hasta el estacionamiento de la calle siguiente. Los vendedores también hacen la última lucha. Camino por la calle solitaria y fría.

Viernes. Primer minuto.

     Sobre Periférico, espero algún transporte que me llevé a casa. Tal vez la siguiente semana regrese a esta perrera, la Perrera Naucalpan. Indiscutiblemente, la casa de los Perros del Mal.©

*Publicada bajo el pseudónimo de Máscara Maldita.

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