sábado, 18 de febrero de 2012

Apostilla a prostitwitters. Charla frente al espejo. (Cuadrivio, octubre de 2010)

La publicación de «Prostitwitters» en nuestro primer número fascinó y desconcertó a más de un lector. Un profesor, con total desenfado, detallaba las turbias maniobras que sus jóvenes alumnas empleaban en Twitter para obtener costosos obsequios a cambio de una buena sesión de sexo. La intensidad del relato derivó en una duda común: ¿se trataba de una ficción literaria o de una experiencia real, autobiográfica? Héctor «Anselmo» Ortega, autor del célebre relato, vuelve a la carga y pone los puntos sobre las íes en esta indispensable apostilla*


Tras la aparición de «Prostitwitters» en Cuadrivio, la pregunta sobre la veracidad de la historia se convirtió en algo tan recurrente que, en menos de una semana, la sola insinuación al respecto comenzó a fastidiarme.
En el tiempo que tengo de escribir, no recuerdo que alguno otro de mis textos haya surtido un efecto semejante en magnitud, y las razones son muy simples: en primer lugar, nunca antes uno de mis textos se había reproducido en dos sitios sensatos (lo que sea que esto signifique) y de alcances extensos; y en segundo lugar, hasta hoy nadie se había tomado con tanta seriedad mis historias; sin embargo, en este caso, la leyenda urbana de las nuevas prostitutas adolescentes que se valen de la tecnología para lograr sus caprichos materiales, parece que caló muy hondo en la duda y el morbo social.

¿Qué fue lo que le movió en realidad a muchos adultos al conocer la historia las prostitutas de Twitter?
Hasta hoy no he llevado a cabo un sondeo que pueda responder con certeza a esta pregunta, pero debido a los comentarios que me hicieron directamente quienes leyeron el texto en Cuadrivio (o anteriormente en Palabras Malditas), o bien, por las notas que quedaron plasmadas en las redes sociales, puedo intuir que la duda se centra en la sola posibilidad de que esta dinámica se encuentre trastocando la educación familiar que, la mayoría de las veces, se piensa como un legado impecable, sobre todo en ciertos círculos donde los valores más reacios impiden ver más allá de las nuevas dinámicas que los jóvenes están dictando.
Por otro lado, también es menester considerar el sentimiento de los jóvenes que ven en estas nuevas formas de acercamiento sexual una posibilidad para traspasar la frontera de lo virtual que hoy en día parece dictar muchas de las formas más eficaces de socialización. El morbo que se experimenta al saber que la tecnología ha dispuesto una vasta gama de posibilidades para la exploración sexual, resulta atractivo para aquellos que han caído en el abismo de estas formas de relacionarse, y otorga una oportunidad a quienes han encontrado una forma diferente de lucrar con su compañía, con sus deseos y sus caprichos.
Me reconozco como un escritor aficionado, carente de técnica, pero poseedor de un estilo que, tras la risa o la incomodidad, es capaz de generar cierta duda imposible de pasar por alto. Al igual que muchos graffiteros que tienen la manía de asaltar las bardas ajenas para plasmar una idea incómoda (por el rayón en sí mismo y no por la trasgresión a la propiedad privada), en mi caso suelo asaltar la intimidad de muchas personas que tienen el infortunio de atravesarse por mi vida, lo cual otorga veracidad a la mayoría de mis historias sin que ello implique que en ellas tenga que ser yo el protagonista. Esto último es uno de los grades problemas de quienes escribimos sobre la cotidianidad: que el lector suele engancharse y automáticamente convierte al escritor en protagonista de sus historias, les construye una personalidad heroica, muchas veces enferma, y los eleva a rangos inmerecidos que suelen generar una fascinación increíble.
Los espacios en los que suelo moverme resultan muy sugestivos para encontrar historias incómodas. Así, la escuela, convertida en un moderno arrabal; las iglesias, desacralizadas de su estatus como promotoras de la fe; los círculos de autoayuda o de terapia en grupo, vistos como espacios para la socialización, se convierten en tierra fértil para hacer germinar muchos retratos que están a la vista de todos pero que pocos se atreven a enfocar con los cristales adecuados.
No me interesan las historias verdaderas como tales, me interesan las historias que puedan sembrar un mínimo de duda acerca de su veracidad, pero al mismo tiempo me interesa que esa duda lleve al lector a determinar por sus propios medios la franqueza con la que fueron escritas, y no a optar por los facilismos de preguntar directamente al escritor si la historia es real o inventada. En cada texto suelo dar pistas de aquello que me pertenece, pero en la mayoría de los casos es el lector quien tiene la obligación de descifrar, ya sea por indagación o por investigación de campo, si aquello que leyó es real.

¿Qué hay de los lugares comunes en los que suelo ambientar mis escritos?
Es muy común que los detractores de mis historias encuentren elementos como la falta de técnica, los facilismos en la trama o la ambientación en lugares comunes, los más grandes vicios de mis textos. No demerito sus observaciones; por el contrario, suelo tomarlas en cuenta en cada nuevo retrato literario que voy construyendo, o cuando preparo algo realmente pretencioso, pero, como lo recalqué líneas arriba, no siempre busco historias verdaderas complejas; las más de las ocasiones sólo busco retratar los paisajes en los que me siento identificado, o bien, reproducir las escenas que, al desarrollarse frente a mis ojos, suelen generarme cierta envidia por entender que no puedo ser parte de ellas.
Reconozco que a estas alturas, y a diferencia de muchos noveles escritores, no tengo la pretensión de transgredir nada con mis letras. Transito por una etapa en la que, paulatinamente, se ha ido alejando la idea de escandalizar o trastocar la normalidad con lo que digo, lo que escribo y lo que hago; lo anterior no significa que haya renunciado a un probable escándalo: si éste llega será bienvenido, pero ahora sólo trato de hacer lo que me gusta, y lo que no, va quedándose de lado. Como un ejemplo de lo anterior, puedo afirmar que, a pesar de no considerarme un sujeto transgresor, reconozco que diariamente opto por el sano ejercicio de la omisión de todas esas reglas que me incomodan, pero eso ya es muy diferente a pretender cambiar lo establecido: soy sólo un mortal. En ese sentido, más que un escritor, me considero un retratista de instantes, de anécdotas.

Entonces, ¿es cierta la historia de las Prostitwitters?
Definitivamente sí. Conocí la historia gracias a dos chicas muy cercanas, ambas estudiantes de preparatoria, que durante un tiempo se habían involucrado en esa dinámica para hacerse de regalitos caros, ya que por sus condiciones económicas les hubiera resultado imposible comprarlos en poco tiempo con su dinero o el de sus padres. Cuando me platicaron detalladamente de qué se trataba toda esa dinámica, no lo podía creer; yo mismo, como adulto, me sentí rebasado por la inteligencia de los jóvenes para hacer uso de la tecnología. El morbo fue lo que me orilló a indagar la veracidad de esa forma de prostitución, además de tener presente que en la literatura existen muchos ejemplos de prostitución basada en las nuevas tecnologías.
Me costó mucho trabajo llegar a una prostitwitter. Reconozco que, cuando por fin logré tener ese acercamiento, después de medio año de búsqueda y de pedir ayuda a las dos chicas que me habían platicado su experiencia, en Twitter ya se habían registrado masivamente algunas cosas al respecto, e incluso se había publicado una serie de mini ficciones en varios blogs. Sin embargo, el desconocimiento de mucha gente sobre ese fenómeno fue lo que me hizo escribir la historia en primera persona, publicarla y, con ello, sembrarle la duda a mucha gente que conoce mi otra faceta en la vida real.
Por lo anterior, está será la última vez que lo aclare: «Prostitwitters» está basado en un caso real, pero el protagonista de la historia no fui yo, sino mucha gente que me ayudó a corroborar que eso está ocurriendo en nuestras narices para desagrado de muchos padres de familia que no imaginan que sus hijas hacen cualquier cosas, incluso, subastar su vida sexual, para hacerse de cosas que ellos no les pueden dar.

*Nota del editor

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