viernes, 28 de enero de 2011

Notas pornográficas de niñas lindas (Palabras Malditas, julio de 2006)

Cuando niño, mi madre me advirtió que había objetos que no podía tocar, lugares a los que no podía acceder, cosas que no podía ver y platicas que no tenía que escuchar pero nunca fue clara: jamás especificó cuáles eran esos objetos, esos lugares, esas cosas y esas charlas. Tuve que aprenderlo con el tiempo y gracias a cada uno de los pellizcos o trompones a los que me hacía acreedor cuando osaba contradecir sus indicaciones. Pero también, aprendí al mismo tiempo que el significado de la prohibición tenía una forma definida y hasta un saborcillo especial que aparecía cada vez que retaba las recomendaciones hechas por mi progenitora.

Así, en algunas ocasiones me dio por esconderme dentro de algún mueble para escuchar las charlas de los mayores, o bien, voltear hacia el interior de lugares que no eran aptos para mi edad. Pero había dos actos que gozaban de mi total predilección, sobre todo en la pubertad: el primero consistía en acudir cada tercer día al puesto de revistas con el fin de hojear cada una de las revistas para adultos que el voceador tenía disponibles; el segundo, era robar la correspondencia de los vecinos; no robaba cualquier correspondencia, los estados de cuentas bancarias y los recibos para pagos de servicios, me valían un sorbete; me interesaba la verdadera correspondencia (en esos años, el auge del internet estaba muy lejano todavía por lo que la gente acostumbraba a escribir cartas). De este modo pude enterarme de cosas que hasta la fecha, mis vecinos ni siquiera imaginan, que conozco de ellos.

Sin embargo, a esa edad la mayoría de las cartas leídas eran poco entendibles para mí, por lo que toda esa correspondencia fue destruida apenas era terminada de leer. Sólo en un par de ocasiones decidí conservar el contenido de los sobres: un montón de billetes que venían envueltos en una hoja (mismos que sirvieron para hacerme de mis primeros muñecos Playmovil) y también, seis fotografías de una hermosísima mujer de la que vale decir, estuve enamorado muchísimo tiempo.

Pronto se esfumó la afición por esos juegos y ya con un poco de seriedad, tuve la necesidad de buscar cosas más interesantes con las que pudiera romper esas reglas que me habían sido impuestas a fuerza de trompones y pellizcos.

Por esa época se pusieron de moda unos cuadernitos para niñas en las que podían escribir cositas personales (así decía mi hermana) y que pronto descubrí, la mayoría de mis compañeras de escuela utilizaban a manera de diario personal. Esos cuadernos, tenían cualidades que los hacían especiales: 1) estaban compuestos por muchas hojitas de colores, 2) cada hojita tenía una línea para escribir un título y una línea más pequeña destinada para la fecha, 3) el decorado de cada hoja era terriblemente cursi, 4) cada cuaderno tenía un candado y una llave pequeñita para asegurar el contenido y, 5) los candados eran muy fáciles de abrir.

La primera ocasión que pude sumergirme en las páginas de uno de esos cuadernitos fue por mera casualidad, cuando mi novia Araceli, olvidó el suyo en mi mochila, al regreso de una excursión. Como el que busca encuentra, las notas escritas en aquellas páginas no sólo sirvieron para torturarme durante las semanas siguientes a consecuencia de las infidelidades registradas por mi querida novia sino que me ofrecieron la posibilidad de entender que ella se encontraba más interesada por una mano juguetona que hurgara bajo su falda y sus calzones, que todos aquellos malditos chocolates que le había regalado en nuestro noviazgo. La forma tan claridosa, de describir detalladamente todo lo que había aprendido con sus otros amigos, me sirvieron no sólo para tener algunas experiencias, a la fecha memorables, sino también para pensar que en muchos de aquellos cuadernitos que poseían mis compañeras, podía encontrar cositas personales muy divertidas y de mucho valor libidinal.

No pasó mucho tiempo antes de que pudiera leer otro de esos diarios pero esta vez, sin tener que violar el infame candadito que lo resguardaba. Gracias al descuido de Marisol pude enterarme de sus traumas familiares, de la existencia de unos rellenos de algodón en su brasier y a la envidia que le tenía prácticamente a todas sus mejores amigas por el tamaño de sus tetas. También pude horrorizarme con las descripciones de sus primeros besos babositos con El Gonzo (su novio) y de sus enormes ganas de crecer y convertirse en mujer (¿?). Sin embargo, fue hasta años después, cuando pude tener en mis manos un diario que podía considerar verdaderamente valioso.

Ya en la preparatoria, uno de mis mejores amigos consiguió no sé de dónde, un chismógrafo que fue respondido únicamente las mujeres del grupo. Cabe destacar que las preguntas no eran las clásicas que solíamos hacer en un chismógrafo normal, por lo que el interés de todos por revisar lo que había escrito en ese cuaderno fue creciendo de sobremanera.

Independientemente de lo que pudimos conocer de nuestras compañeras con respecto a su vida sexual, quienes tuvimos la posibilidad de llevarnos a nuestras casas esa libreta, me parece que logramos entender por vez primera, que las pláticas subidas de todo, morbosas, sexoxas y hasta guarras, socialmente achacadas al género masculino, eran también muy propias de las mujeres; que todo aquel caló empleado por nosotros para hacer alusión a situaciones sexuales era perfectamente entendido y dominado por ellas; que también ponían nombres y apodos a ciertas partes del cuerpo, que sus deseos en ocasiones superaban a los nuestros, que ellas también se fijaban en las nalgas y el paquete del compañero, que se masturbaban, que gozaban sus fantasías (mismas que en algunos casos hasta habían hecho realidad), y que en general, su vida sexual llevada a la práctica había superado las chaquetas mentales con que nosotros solíamos aderezar nuestras borracheras semanales. En pocas palabras, ellas concebían perfectamente las necesidades sexuales que egoístamente los hombres nos habíamos apropiado y además, eran capaces de expresarlo libremente, a través de la palabra escrita.

Con el paso del tiempo logré conocer a muchísimas mujeres que no tenían empacho en escribir lo que les sucedía cotidianamente, algunas como una forma de guardar un fetiche y otras, hasta como una forma de estudiarse y conocerse a profundidad.

Ya enrolado en la dinámica de la literatura erótica pude reafirmar mucho de lo que he escrito con anterioridad, entendiendo que la afición por la escritura que narra los placeres de la carne, ha sido una constante en la humanidad en la que el género masculino ha querido hacerse como exclusiva. Ciertamente hubo hombres como el Marqués de Sade, George Bataille y otros, que lograron escandalizar con sus narraciones pero igualmente, la historia nos pone en la memoria el nombre (o el seudónimo) de muchas mujeres que han tenido el atrevimiento, valentía, necesidad o simple placer, de expresar sus vivencias recordándole al otro género que después de todo, mucho de lo sexuado de nuestra cultura se lo debemos a la estética de su cuerpo, a los devaneos de sus pensamientos y su exigencia por gozar de una vida sexual placentera.

En la actualidad, no conozco a alguien que lleve un registro de su vida en un diario, lo que no significa que no les interese. Parece más bien, que todos nos hemos sumergido en una dinámica en la que nos hemos vuelto indiferentes a las notas en papel, al aroma a tinta fresca, e incluso, a encumbrar muchos de nuestros pensamientos con aromas provenientes de un frasco.

La tecnología ha ido desplazando furtivamente aquella forma de escritura que se vislumbra arcaica para dentro de no muchos lustros. El correo desaparece paulatinamente y con nostalgia dentro de las escuelas son cada vez menos los chicos que se envían cartitas. El e-mail, el chat, los mensajes de texto vía teléfono celular, parecen haber desplazado todo aquello. Y aunque nos hemos convertido en esclavos de la tecnología tenemos que reconocer que muchas cosas continúan con su auge y sólo han modificado los rituales para mantenerlos vivos: prácticamente, desde que tengo una cuenta de correo electrónico, recibo semanalmente una tarjeta virtual ¡de personas que veo a diario! Ahí también recibo mensajes que antes se pegaban en el refrigerador y cuando no es así, los recibo en un teléfono que incluso me sirve de álbum familiar. Escritos que en otra época me hubiera dado gusto encontrar en mi buzón, ahora son dejados en mi mail, donde por cierto, también hace un par de semanas recibí un chismógrafo de mi amiga Merlina. Es más, por si fuera poco, desconozco siquiera si este texto vaya a ser impreso en papel.

Con los diarios ha sucedido lo mismo. El auge de los blogs ha provocado que muchas personas vuelvan a sentir atracción por escribir sus memorias aunque con un aderezo extra: que bajo el anonimato de la red se escribe adoptando la personalidad que se desea proyectar y con la que se desea atraer a los otros, además que cada nota podrá ser leída por cuanta persona ingrese al sitio. Ya imagino a Anais Nin o Caterine Millet, sentadas frente a la computadora posteando sus “empiernes” con singular alegría. También puedo imaginar lo que desatarían Josefine Mutzeibacher, Pauline Reage, Cleopatra o Catalina la Grande de tener un blog. Tal vez algo muy similar a lo que han desatado mujeres como Melissa Panarello o Bruna Surfistinha, con los suyos (aun más la segunda).

Tener un diario implica la posibilidad de registrar los actos personales, guardarlos y tal vez revisarlos en un futuro. Hacerlo mediante internet, ofrece además la posibilidad de jugar y sacar a alguien del anonimato. A Melissa Panarello le ocurrió cuando escribió sus memorias, pero ¿quien imaginó que su despertar sexual pudiera llevarla a pasear por el mundo como invitada a ferias de libros, facturar algunos miles de dólares en ventas y además ser reconocida por sus desenfrenos sexuales por todo el planeta, sin ser actriz porno?

Escribo este texto porque en antaño me gustaba leer los diarios íntimos de mis compañeritas de la escuela, porque sentía una enorme atracción por enterarme de aquellas situaciones que les pertenecían sólo a ellas y porque la sensación que experimentaba cada vez que tenía sus notas en mis manos es, hasta la fecha, indescriptible.

Escribo este texto evocando cada una de las experiencias leídas; porque he conocido a muchísimas personas que aun mantienen guardadas sus memorias sexuales en algún cajón del ropero o en alguna caja arrumbada; porque cada vez que busco en la red me encuentro con una enorme cantidad de sitios que juran presentar con veracidad situaciones que hablan de la vida sexual de una persona y porque yo mismo, me he empeñado en sacar a relucir muchas de mis aventuras sexoxas en cada uno de mis textos… y sin embargo, no pasa nada.

Escribo este texto porque siento envidia por el éxito de Melissa Panarello y sus Cien cepilladas antes de dormir; porque Pamela Anderson y Jenna Jameson también publicaron sus respectivas memorias. Escribo este texto porque siento envidia de todos los que han publicado en la colección La Sonrisa Vertical y porque Raquel Pacheco, personaje que citada con ese nombre no dice nada pero que al mutarse por Bruna Surfistinha, adquiere relevancia para el mundo de la prostitución y ¡las letras!

Escribo este texto porque tengo frente a mi un ejemplar con las memorias de la niña Surffistinha (mismo que terminé de leer hace un par de horas) y porque al entrar a su blog me doy cuenta que en el sitio no hay nada fuera de lo común y a pesar de eso, logró publicar un libro entretenido pero que en honor a la verdad, es más un premio a la constancia de postear incansablemente y por haberse inventado una clasificación para sus encuentros sexuales (clasificación que no es muy clara ni en el libro, ni en el blog).

El Dulce veneno del escorpión, tiene dos opciones para poder mantenerse dentro de mi librero: 1) que sea autografiado por los labios de la niña Surfistinha, y 2) que alguien que ya lo haya leído (de preferencia aquí en México) me de otras dos justificaciones para no deshacerme de él.

Para finalizar este texto, quise citar una lista con algunos blogs que seguí con interés tiempo atrás, lista que sería encabezada por los sitios de las niñas Surfistinha y Panarello, con el fin de que los lectores pudieran establecer algunos puntos de comparación. Pero gran sorpresa me llevé cuando al revisar los que tenía contemplados, la mayoría no estaban más en uso. Tal vez porque los blogs son como una película que has visto varias veces o porque te entretienes con ellos cuando sufres alguna depresión o porque son una cartarsis ante el estrés. No lo sé, pero muchos de los buenos blogs sexoxos que acostumbraba revisar han desaparecido. Hay otros miles, pero por ninguno de los que revisé sentí la mínima atracción.

Definitivamente quiero seguir leyendo las memorias de otros, en papel o en la red, no importa. El mero placer por sumergirse en una intimidad ajena es algo que nadie puede negarse experimentar tal vez por eso, si nos fijamos bien, en nuestro librero encontraremos muchas biografías y memorias.

Y si aun posees aquel diario que escribías en tu adolescencia y quieres hacerme feliz, te invito a comunicarte conmigo.

2 comentarios:

  1. Ya te dije, no traje los diarios de cuando iba a raves para la columna que tengo en mente... pero sí tengo aquí los primerititos, los que escribí a los 14 años porque estaba enamorada de un tal Héctor. No sé cuándo dejé de escribir en cuaderno para abrir archivos aislados en notepad. Mi blog no es precisamente un "querido diario" y la literatura te aleja de la catarsis "vomitiva" espontánea, como le llamaba mi última psiquiatra y cuyo ejercicio de escribir lo que sea que me venga en el momento no he cumplido porque tengo dos novelas pendientes, dos cuentarios en proceso de corrección, no sé cuántos mil proyectos en stand-by... ¿Para qué registrar mi vivir diario si puedo inventar vidas de la nada? (para eso son los biógrafos, digo yo).
    Cambiando de tema: QUÉ CASUALIDAD, apenas hace unos días supe de la existencia de "El dulce veneno del escorpión" por un comentario donde critican a la sexoservidora que escribe en El Gráfico asegurando que sus supuestas memorias son un fusil del libro mencionado... Tú que ya leíste al escorpión, ¿qué tan cierto es que a "la prima" de Fernanda Siempre le pagan por plagiarlo???

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  2. Las historias de prostitución no pueden tener muchas variables y en todas casi siempre aparecen elementos de sumisión, placer, dinero, poder, dorgas, "filosofía", pedos existenciales y sexo. Puede ser que haya un plagio pero a decir verdad, no hay mucho que plagiarse cuando has entrado al oscuro negocio de los placeres de la carne. Si es así, el problema es que quien paga por plagiar y no de quien se roba los textos. Un beso Gina.

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