domingo, 30 de enero de 2011

Contemplaciones.

Podría pasarme una vida contemplando tu carita pero podría morir de inmediato si me dieras el placer de hacerlo entre tus piernas.

sábado, 29 de enero de 2011

Baratija.

Existen mentes débiles que depositan sus esperanzas en una pose que los eleve a pornstars sin darse cuenta que sólo son caricaturas.

viernes, 28 de enero de 2011

Notas pornográficas de niñas lindas (Palabras Malditas, julio de 2006)

Cuando niño, mi madre me advirtió que había objetos que no podía tocar, lugares a los que no podía acceder, cosas que no podía ver y platicas que no tenía que escuchar pero nunca fue clara: jamás especificó cuáles eran esos objetos, esos lugares, esas cosas y esas charlas. Tuve que aprenderlo con el tiempo y gracias a cada uno de los pellizcos o trompones a los que me hacía acreedor cuando osaba contradecir sus indicaciones. Pero también, aprendí al mismo tiempo que el significado de la prohibición tenía una forma definida y hasta un saborcillo especial que aparecía cada vez que retaba las recomendaciones hechas por mi progenitora.

Así, en algunas ocasiones me dio por esconderme dentro de algún mueble para escuchar las charlas de los mayores, o bien, voltear hacia el interior de lugares que no eran aptos para mi edad. Pero había dos actos que gozaban de mi total predilección, sobre todo en la pubertad: el primero consistía en acudir cada tercer día al puesto de revistas con el fin de hojear cada una de las revistas para adultos que el voceador tenía disponibles; el segundo, era robar la correspondencia de los vecinos; no robaba cualquier correspondencia, los estados de cuentas bancarias y los recibos para pagos de servicios, me valían un sorbete; me interesaba la verdadera correspondencia (en esos años, el auge del internet estaba muy lejano todavía por lo que la gente acostumbraba a escribir cartas). De este modo pude enterarme de cosas que hasta la fecha, mis vecinos ni siquiera imaginan, que conozco de ellos.

Sin embargo, a esa edad la mayoría de las cartas leídas eran poco entendibles para mí, por lo que toda esa correspondencia fue destruida apenas era terminada de leer. Sólo en un par de ocasiones decidí conservar el contenido de los sobres: un montón de billetes que venían envueltos en una hoja (mismos que sirvieron para hacerme de mis primeros muñecos Playmovil) y también, seis fotografías de una hermosísima mujer de la que vale decir, estuve enamorado muchísimo tiempo.

Pronto se esfumó la afición por esos juegos y ya con un poco de seriedad, tuve la necesidad de buscar cosas más interesantes con las que pudiera romper esas reglas que me habían sido impuestas a fuerza de trompones y pellizcos.

Por esa época se pusieron de moda unos cuadernitos para niñas en las que podían escribir cositas personales (así decía mi hermana) y que pronto descubrí, la mayoría de mis compañeras de escuela utilizaban a manera de diario personal. Esos cuadernos, tenían cualidades que los hacían especiales: 1) estaban compuestos por muchas hojitas de colores, 2) cada hojita tenía una línea para escribir un título y una línea más pequeña destinada para la fecha, 3) el decorado de cada hoja era terriblemente cursi, 4) cada cuaderno tenía un candado y una llave pequeñita para asegurar el contenido y, 5) los candados eran muy fáciles de abrir.

La primera ocasión que pude sumergirme en las páginas de uno de esos cuadernitos fue por mera casualidad, cuando mi novia Araceli, olvidó el suyo en mi mochila, al regreso de una excursión. Como el que busca encuentra, las notas escritas en aquellas páginas no sólo sirvieron para torturarme durante las semanas siguientes a consecuencia de las infidelidades registradas por mi querida novia sino que me ofrecieron la posibilidad de entender que ella se encontraba más interesada por una mano juguetona que hurgara bajo su falda y sus calzones, que todos aquellos malditos chocolates que le había regalado en nuestro noviazgo. La forma tan claridosa, de describir detalladamente todo lo que había aprendido con sus otros amigos, me sirvieron no sólo para tener algunas experiencias, a la fecha memorables, sino también para pensar que en muchos de aquellos cuadernitos que poseían mis compañeras, podía encontrar cositas personales muy divertidas y de mucho valor libidinal.

No pasó mucho tiempo antes de que pudiera leer otro de esos diarios pero esta vez, sin tener que violar el infame candadito que lo resguardaba. Gracias al descuido de Marisol pude enterarme de sus traumas familiares, de la existencia de unos rellenos de algodón en su brasier y a la envidia que le tenía prácticamente a todas sus mejores amigas por el tamaño de sus tetas. También pude horrorizarme con las descripciones de sus primeros besos babositos con El Gonzo (su novio) y de sus enormes ganas de crecer y convertirse en mujer (¿?). Sin embargo, fue hasta años después, cuando pude tener en mis manos un diario que podía considerar verdaderamente valioso.

Ya en la preparatoria, uno de mis mejores amigos consiguió no sé de dónde, un chismógrafo que fue respondido únicamente las mujeres del grupo. Cabe destacar que las preguntas no eran las clásicas que solíamos hacer en un chismógrafo normal, por lo que el interés de todos por revisar lo que había escrito en ese cuaderno fue creciendo de sobremanera.

Independientemente de lo que pudimos conocer de nuestras compañeras con respecto a su vida sexual, quienes tuvimos la posibilidad de llevarnos a nuestras casas esa libreta, me parece que logramos entender por vez primera, que las pláticas subidas de todo, morbosas, sexoxas y hasta guarras, socialmente achacadas al género masculino, eran también muy propias de las mujeres; que todo aquel caló empleado por nosotros para hacer alusión a situaciones sexuales era perfectamente entendido y dominado por ellas; que también ponían nombres y apodos a ciertas partes del cuerpo, que sus deseos en ocasiones superaban a los nuestros, que ellas también se fijaban en las nalgas y el paquete del compañero, que se masturbaban, que gozaban sus fantasías (mismas que en algunos casos hasta habían hecho realidad), y que en general, su vida sexual llevada a la práctica había superado las chaquetas mentales con que nosotros solíamos aderezar nuestras borracheras semanales. En pocas palabras, ellas concebían perfectamente las necesidades sexuales que egoístamente los hombres nos habíamos apropiado y además, eran capaces de expresarlo libremente, a través de la palabra escrita.

Con el paso del tiempo logré conocer a muchísimas mujeres que no tenían empacho en escribir lo que les sucedía cotidianamente, algunas como una forma de guardar un fetiche y otras, hasta como una forma de estudiarse y conocerse a profundidad.

Ya enrolado en la dinámica de la literatura erótica pude reafirmar mucho de lo que he escrito con anterioridad, entendiendo que la afición por la escritura que narra los placeres de la carne, ha sido una constante en la humanidad en la que el género masculino ha querido hacerse como exclusiva. Ciertamente hubo hombres como el Marqués de Sade, George Bataille y otros, que lograron escandalizar con sus narraciones pero igualmente, la historia nos pone en la memoria el nombre (o el seudónimo) de muchas mujeres que han tenido el atrevimiento, valentía, necesidad o simple placer, de expresar sus vivencias recordándole al otro género que después de todo, mucho de lo sexuado de nuestra cultura se lo debemos a la estética de su cuerpo, a los devaneos de sus pensamientos y su exigencia por gozar de una vida sexual placentera.

En la actualidad, no conozco a alguien que lleve un registro de su vida en un diario, lo que no significa que no les interese. Parece más bien, que todos nos hemos sumergido en una dinámica en la que nos hemos vuelto indiferentes a las notas en papel, al aroma a tinta fresca, e incluso, a encumbrar muchos de nuestros pensamientos con aromas provenientes de un frasco.

La tecnología ha ido desplazando furtivamente aquella forma de escritura que se vislumbra arcaica para dentro de no muchos lustros. El correo desaparece paulatinamente y con nostalgia dentro de las escuelas son cada vez menos los chicos que se envían cartitas. El e-mail, el chat, los mensajes de texto vía teléfono celular, parecen haber desplazado todo aquello. Y aunque nos hemos convertido en esclavos de la tecnología tenemos que reconocer que muchas cosas continúan con su auge y sólo han modificado los rituales para mantenerlos vivos: prácticamente, desde que tengo una cuenta de correo electrónico, recibo semanalmente una tarjeta virtual ¡de personas que veo a diario! Ahí también recibo mensajes que antes se pegaban en el refrigerador y cuando no es así, los recibo en un teléfono que incluso me sirve de álbum familiar. Escritos que en otra época me hubiera dado gusto encontrar en mi buzón, ahora son dejados en mi mail, donde por cierto, también hace un par de semanas recibí un chismógrafo de mi amiga Merlina. Es más, por si fuera poco, desconozco siquiera si este texto vaya a ser impreso en papel.

Con los diarios ha sucedido lo mismo. El auge de los blogs ha provocado que muchas personas vuelvan a sentir atracción por escribir sus memorias aunque con un aderezo extra: que bajo el anonimato de la red se escribe adoptando la personalidad que se desea proyectar y con la que se desea atraer a los otros, además que cada nota podrá ser leída por cuanta persona ingrese al sitio. Ya imagino a Anais Nin o Caterine Millet, sentadas frente a la computadora posteando sus “empiernes” con singular alegría. También puedo imaginar lo que desatarían Josefine Mutzeibacher, Pauline Reage, Cleopatra o Catalina la Grande de tener un blog. Tal vez algo muy similar a lo que han desatado mujeres como Melissa Panarello o Bruna Surfistinha, con los suyos (aun más la segunda).

Tener un diario implica la posibilidad de registrar los actos personales, guardarlos y tal vez revisarlos en un futuro. Hacerlo mediante internet, ofrece además la posibilidad de jugar y sacar a alguien del anonimato. A Melissa Panarello le ocurrió cuando escribió sus memorias, pero ¿quien imaginó que su despertar sexual pudiera llevarla a pasear por el mundo como invitada a ferias de libros, facturar algunos miles de dólares en ventas y además ser reconocida por sus desenfrenos sexuales por todo el planeta, sin ser actriz porno?

Escribo este texto porque en antaño me gustaba leer los diarios íntimos de mis compañeritas de la escuela, porque sentía una enorme atracción por enterarme de aquellas situaciones que les pertenecían sólo a ellas y porque la sensación que experimentaba cada vez que tenía sus notas en mis manos es, hasta la fecha, indescriptible.

Escribo este texto evocando cada una de las experiencias leídas; porque he conocido a muchísimas personas que aun mantienen guardadas sus memorias sexuales en algún cajón del ropero o en alguna caja arrumbada; porque cada vez que busco en la red me encuentro con una enorme cantidad de sitios que juran presentar con veracidad situaciones que hablan de la vida sexual de una persona y porque yo mismo, me he empeñado en sacar a relucir muchas de mis aventuras sexoxas en cada uno de mis textos… y sin embargo, no pasa nada.

Escribo este texto porque siento envidia por el éxito de Melissa Panarello y sus Cien cepilladas antes de dormir; porque Pamela Anderson y Jenna Jameson también publicaron sus respectivas memorias. Escribo este texto porque siento envidia de todos los que han publicado en la colección La Sonrisa Vertical y porque Raquel Pacheco, personaje que citada con ese nombre no dice nada pero que al mutarse por Bruna Surfistinha, adquiere relevancia para el mundo de la prostitución y ¡las letras!

Escribo este texto porque tengo frente a mi un ejemplar con las memorias de la niña Surffistinha (mismo que terminé de leer hace un par de horas) y porque al entrar a su blog me doy cuenta que en el sitio no hay nada fuera de lo común y a pesar de eso, logró publicar un libro entretenido pero que en honor a la verdad, es más un premio a la constancia de postear incansablemente y por haberse inventado una clasificación para sus encuentros sexuales (clasificación que no es muy clara ni en el libro, ni en el blog).

El Dulce veneno del escorpión, tiene dos opciones para poder mantenerse dentro de mi librero: 1) que sea autografiado por los labios de la niña Surfistinha, y 2) que alguien que ya lo haya leído (de preferencia aquí en México) me de otras dos justificaciones para no deshacerme de él.

Para finalizar este texto, quise citar una lista con algunos blogs que seguí con interés tiempo atrás, lista que sería encabezada por los sitios de las niñas Surfistinha y Panarello, con el fin de que los lectores pudieran establecer algunos puntos de comparación. Pero gran sorpresa me llevé cuando al revisar los que tenía contemplados, la mayoría no estaban más en uso. Tal vez porque los blogs son como una película que has visto varias veces o porque te entretienes con ellos cuando sufres alguna depresión o porque son una cartarsis ante el estrés. No lo sé, pero muchos de los buenos blogs sexoxos que acostumbraba revisar han desaparecido. Hay otros miles, pero por ninguno de los que revisé sentí la mínima atracción.

Definitivamente quiero seguir leyendo las memorias de otros, en papel o en la red, no importa. El mero placer por sumergirse en una intimidad ajena es algo que nadie puede negarse experimentar tal vez por eso, si nos fijamos bien, en nuestro librero encontraremos muchas biografías y memorias.

Y si aun posees aquel diario que escribías en tu adolescencia y quieres hacerme feliz, te invito a comunicarte conmigo.

jueves, 27 de enero de 2011

Sé que te extraño...

...porque cuando estoy con otras suelo confundilas contigo. Las llamo por tu nombre, las beso como a tí, me emociono igual y hasta les agradezco el cariño que me dan.

miércoles, 26 de enero de 2011

martes, 25 de enero de 2011

¿Lo vale?

¿Vale la pena decirte que te extraño si a la menor provocación me envuelvo en piernas dispuestas?

sábado, 22 de enero de 2011

Noche de excesos.

No era tu cuerpo pero te tocaba,
no eran tus labios pero lo besaba,
no eran tus palabras pero las escuchaba con esa claridad tan propia en ti.
Siempre estuviste ahí
entre whiskis derramados y volutas ajenas que me envolvían.
Se me ocurrió llamarla por tu nombre,
no hay mayor ofensa que eso para el placer ajeno.

Furibunda tomó su ropa y se largó.
¡Qué poca inteligencia!
Entonces entendí que no eras tú
y me dio gusto.

viernes, 21 de enero de 2011

No quiero salir.

Transito en estos días por un encierro del que no quiero escapar. La oscuridad me viene bien en algunos periodos y busco en mí un poco de soledad. No se preocupen, estoy bien. Sólo tomo ánimos para seguir adelante.

domingo, 16 de enero de 2011

viernes, 14 de enero de 2011

Detalles inolvidables.

Mi ex amigo y vecino Tom solía cortar una rosa blanca del jardín de su abuela, misma que colocaba en agua con anilina cuando menos dos días. El ejercicio aprendido en la clase de ciencias naturales, le ayudó a sorprender a más de una de sus impresionables novias que de inmediato caían rendidas ante el poder de una rosa azul. Alguna vez intenté lograr el mismo efecto que Tom pero a cambio, estoy seguro, que pasé a la posteridad como el idiota que regalaba flores marchitas de color sepia.
Aferrado a ese ridículo deseo de querer ser recordado por un detalle agradable, cuando cursaba el tercero de secundaría, invertí la mayoría de mis ahorros en Garfields de peluche que solía entregar a mis ingenuas noviecitas; el gato obeso y huevón era el muñeco de moda y por eso creía en su poder infalible, sin embargo, como una maldición, cada vez que regalé uno de esos gatos huevones, las chiquillas terminaron cambiándome por algún pelagatos que sabía bailar salsa "con vueltecitas" o que se peinaba como Vanilla Ice.
Fue en la preparatoria cuando conocí al Kamala, un sujeto horrible cuyo don consistía en gozar de los besos y abrazos de muchachas consideradas más sabrosonas. El Kamala solía escribirles sesudos acrósticos que colocaba anónimamente en sus mochilas, siempre acompañados de un chocolatote Kiss de Hersheys, de esos que pesaban medio kilo. El día que se me ocurrió imitar su estrategia, sólo logré que mi novia fuera poseída por un demonio que provocó que me mandara directito a la chingada: “¿quieres que me trague todo ese chocolate para ponerme así de gorda y para que la cara se me ponga como un cacahuate garapiñado?
Después de este suceso una etapa de sequía amorosa inundó mi vida y de lejitos, como hacemos los perdedores, me conformé con ver la forma en que sujetos más idiotas que yo llenaban de detallazos a sus chicas. De esa forma supe que Memo regalaba a sus novias unos muñecos cachetones llamados Cabbage Patch y los muy imbéciles jugaban a que el mono cachetón era su hijo; el Flaco, les obsequiaba pulseras tejidas por él mismo donde podía leerse el nombre de los novios; Omar solía darles unas tarjetas de papel reciclado que mandaba hacer sobre pedido y cuyo efecto era contundente; Raúl, les compraba un anillito con carita feliz, Mariano les daba unos monos feos llamados Burundies y Pablito les regalaba un condón envuelto como paletita de caramelo.
Sin embargo hay de detalles a detalles. En la universidad conocí a un tipo muy peculiar cuya imbecilidad no tuvo límites: todas sus novias, incluida su hoy ex esposa, fueron acreedoras a un disco de Ricardo Arjona. Si esto le genera risa querido lector, es mejor que guarde la mesura porque el sujeto tuvo mucho éxito con este ofensivo obsequio. Me queda claro que ninguna de aquellas chicas desea escuchar el nombre del tipo al que hago referencia pero también tengo la certeza que todas, en su momento, se sintieron halagadas con semejante mamadencia.
Escribo lo anterior mientras contemplo un poemario llamado El monstruo de arriba de la cama y caigo en la cuenta que ese libro ha marcado mis últimas relaciones sexosas para gratitud de quien lo escribió pues tal vez soy el único imbécil que ha comprado más de un ejemplar. Me queda claro que existen ideas que te pertenecen pero que para nacer tienen que canalizarse en mentes más ágiles que la propia y El monstruo es un ejemplo de ello, por lo tanto mi reconocimiento al escritor cuyo nombre no recuerdo ahora pero sé que es mi amigo y le debo unas cervezas. A veces me pregunto si mi amigo escritor habrá tenido el mismo efecto con las chicas gracias a alguno de sus libros. Nadie sabe para quien trabaja.
También lo escribo porque me he enterado que se ha agotado la edición de ese poemario y que de hoy en adelante tendré que darle un sello diferente a mis siguientes affaires. ¿Alguna sugerencia aunque resulte ridícula? Únicamente, por salud universal, absténganse de sugerir discos de Ricardo Arjona o libros de Mario Benedetti.

lunes, 10 de enero de 2011

Sobre la realidad.

Nunca estuvimos fuera de la realidad, sólo estábamos bajo los efectos de una época de hipocrecía.

jueves, 6 de enero de 2011

El día de reyes.

Hoy es día de Reyes, una tradición que honestamente me encanta y me sigue provocando ilusión a pesar de que ahora soy quien debe pagar los regalos mientras que los científicos del oriente me dejan a mí los 12 meses sin interéses.
El caso es que hay 5 cosas que me gustan de este día y 5 cosas que me cagan sobremanera. Aquí la lista.

Cinco cosas que me gustaban del día de reyes:

1) La incertidumbre al no saber si llegarían o no
2) La incertidumbre de ver qué me habían traído o cuando menos si me habían traído algo... aunque fuera un pedazo de carbón
3) La emoción de escribir una carta y bolear el zapato más madreado que nada.
4) Levantarse temprano para jugar todo el día y cuando daba sueño irse a dormir abrazado a los juguetes.
5) El sabor majestuoso de la rosca con un chocolate Abuelita

Cinco cosas que me cagan del día de reyes:

1) Que los putos juguetes se rompían al instante, te caías de ellos y ya no querías treparte, y lo peor, no se parecían nadita al que mostraban en el comercial de la tv.
2) La incertidumbre. ¡Puta madre, 11 de la noche y nada! ¡Media ncohe y nada! ¡4 de la mañana y nada! Ya para las 5:15 era un alivio ver algo bajo el árbol pero con harto sueño.
3) Escribir la carta. Desde tiempos remotos eso es horrible pero bueno, el resultado siempre era adecuado.
4) Que me tocara el muñeco en la rosca y todos gritaran como posesos: "te tocan los tamales".
5) Ver que hasta estos días hay un montón de niños vendiendo globos para otros niños, o juguetes para otros niños... o simplemente, ver que existen miles de chavitos que pasaran la infancia sin un regalito digno en este día.

martes, 4 de enero de 2011

Más amor pedagógico

El sitio electrónico Desinformemonos ha publicado una reseña del libro Más amor pedagógico, una compilación de textos sobre escuela, pedagogía y educación hecha por el Dr. Gerardo Meneses Díaz.
Espero puedan leerla y saber de qué va este trabajo en el que colaboro con un texto.

lunes, 3 de enero de 2011

Nuevos tiempos.

Llega el momento en que la gente pretende orillarte a cambiar bajo argumentos realmente estúpidos. Me ocurre seguido, mi entorno se encuentra tan viciado que muchos creen que realmente necesito ayuda. Dios suele ser tan injusto.
No pretendo cambiar a pesar de mi imperfección, me siento bien y suelo ser más feliz (sea lo que eso signifique) que la mayoría de los optimistas que andan regando cariños y amores por doquier.
Si alguien, por el motivo que sea, pretende hacerlo nuevamente ya puede ir comprando un boleto lejos de mis ojos.

sábado, 1 de enero de 2011

Un lugar cerca de la luna. Crónica sateluca. (2007)

Este texto fue escrito hace unos años con la pretención de enviarlo a la revista La mosca en la pared, sin embargo, la revista salió de circulación y el texto quedó en el olvido por eso hoy lo rescato del polvo para compartirlo con ustedes. Espero les agrade.

Héctor Anselmo: casos de la vida real.

MEDIO DÍA.
Cd. Satélite, México. Mi abuela decía que nadie es profeta en su tierra y para comprobarlo, bastaba con hacerse de amigos en todos lados. Pero en muchos años no había tenido la oportunidad de dar crédito a sus palabras sino hasta que me hice de una amiga en Satélite.
  Es un sábado caluroso y el periférico se encuentra atascado. Mónica pilotea el automóvil de su novio frente a Mundo E, imponente monumento al consumismo más estúpido, erigido sobre un terreno que por años sirvió para que los niños volaran papalotes, aunque de eso ya nadie se acuerde. Mónica conduce respetando todas las reglas de transito aunque eso signifique parecer una abuela de ochenta años. Mientras mi amiga decide probar su astucia para escapar a los carriles laterales, me entretengo viendo a una nalguita conocida de la televisión que sale de un restaurante mientras unos hombrecillos vestidos de pingüinos se desviven por llenarla de atenciones. La nalguita sube a su automóvil y sale del estacionamiento sintiéndose la reina del mundo, al tiempo que varios claxonazos le recuerdan que allí, en Satélite, ella es una mortal cualquiera.
  Mónica logra la temeraria maniobra y se coloca entre dos camionetas conducidas por señoras histéricas que intentan ganar el paso a toda costa. “Preferiría estar entre dos camionetas atestadas de narcos, sería menos peligroso”, digo mientras me encomiendo a mi ángel de la guarda. Una de ellas que parece una posesa, grita cosas inaudibles para nosotros y golpea el volante, ante la mirada azorada de sus hijos.
  El estacionamiento del Superama nos recibe con una fila de más de quince autos que tratan de ganar un espacio. Afortunadamente, la linda sonrisa de mi amiga surte efecto en un franelero que la invita a meterse en el lugar para discapacitados. Adentro de la tienda, el ambiente en cien por ciento sateluco: señores mamones que saludan cortésmente a otros señores mamones, señoras fresquis más sabrosas que sus hijas, chicas berrinchudas que caminan por la salchichonería poniendo cara de huelepedos, niños babosos disfrazados de karatekas y abuelitas que detienen el transito de los mini-pasillos.
  Mónica me encomienda la difícil misión de ir al pasaje de vinos y licores, y hacerme de provisiones para la tarde; me recomienda que no escuche a las demostradoras. Su exhorto no incluye la prohibición de verlas, así que me entretengo degustando las formas de una chica que intenta convencer a un par de señores mamones que la cerveza que promociona tiene las propiedades de no abultarles la barriga. En ese momento, un sujeto cuya cara he visto en algún lugar, se para junto a mí. Al encontrarse nuestras miradas, él me sonríe. Mónica aparece y con la naturalidad que la caracteriza, ignora la presencia del sujeto que resulta ser el vocalista de Café Tacvba, que con la misma naturalidad se aleja hasta el pasillo del papel de baño. Entonces, con la abertura que me otorga no ser sateluco, me entretengo observando la forma en que una celebridad hace el súper. Al verlo escoger sus bolsitas de frijoles y arroz, pienso que si este hombrecito anduviera en los pasillos de la conasupo de mi barrio, seguramente una legión de gordas fodongas ya se hubiera acercado a pedirle un autógrafo, o a tomarle una foto con su celular, pero eso no sucede porque estamos en Satélite, el lugar que un día prometió ser una zona de descanso, un suburbio “cerca de la luna”.
  En el estacionamiento otra señora histérica se dispone a aperrarse el lugar para discapacitados. En la salida nos volvemos a encontrar al Sizu (o como se llame ahora), montado en su camioneta deportiva esperando una oportunidad para salir al circuito sepalabolaqué. Aprovecho para platicarle a Mónica que hace años, cuando me trasladaba a la universidad, casi a diario me encontraba al quijadón de los tacvbos en el microbús: “Se subía en Las Torres y se bajaba en el puente de Echegeray”. Ella pasa por alto mi comentario y a cambio, logra lo impensable: salir disparada hasta el retorno, mismo que toma con la precisión de Fitipaldi.

TARDE.
El sábado se ha vuelto frío y las reservas alcohólicas se han agotado debido a mis malos cálculos. Como castigo tengo la difícil tarea de acudir al supercito de veinticuatro horas a comprar otra pomadita.
  Rumbo al supercito paso por una calle donde, recargados en un carro, los dos hermanos tacvbos, platican muy quitados de la pena. Frente a ellos, un grupo de chavas fresquisitas, chelean sin voltear a ver a los entenados que hace años vestían de manta y huaraches. “Pura pose”, pienso mientras me detengo a observar la marca de sus tenis. Sólo entonces, los hermanos y las fresquisitas, voltean a verme. Huyo de inmediato. Estoy en Satélite.

NOCHE.
Esa noche, mientras repaso en voz alta mis encuentros cercanos del día, varios helicópteros sobrevuelan territorio sateluco, en un constante ir y venir. Me entero que un político picudo tiene fiesta en su casa y que uno de los hijos de mi amiga está invitado. Reprimo mis deseos de pedirle que me lleve con él, lo cual es recompensado con una propuesta para asistir a casa de una actriz aficionada a meterse sustancias por la cara.
  En la reunión abundan señoras querendonas. Algunas son conocidas. “Que me dejen a la más fea”, pienso mientras repaso el suculento buffet. Una de ellas, conductora de un programa de chismes se acerca a hacerme compañía. Se ve tranquila y apática a las drogas que circulan en el comedor. Me dice que nunca me ha visto y pregunta dónde vivo. Como respuesta doy la dirección de mi amiga. Gracias a esa referencia paso una noche inolvidable. (Por cierto, la mujer no era ni tranquila, ni mucho menos apática a las drogas. Tampoco vivía en Satélite.)

MAÑANA.
La mañana siguiente el cuerpo no me responde. Antes que me acusen de robo o violación (uno nunca sabe), me pongo la ropa y salgo cautelosamente de la casa.
  Pasan varios días antes de volver a pisar esos rumbos.
  Mi amiga propone como punto de encuentro una pulquería que sólo en Satélite logró el objetivo de afresarse, e incluso, abrir franquicias. La venezolana chichona que ronda a diario por ahí, es el incentivo que me orilla a meterme a semejante lugar.
  Mientras espero a mi convidada, mato el tiempo viendo la tele. La ricura de la otra noche critica los desenfrenos pachecos de la Pau Rubio. Descubro que mi amiga ya está a mi lado. Espero que diga algo referente a la otra noche pero su discreción es inquebrantable.

¿QUÉ HORA ES?
Esa noche exploramos lugares diferentes. El bosque de Tlalpan fue la mejor opción. Cuando Café Tacvba sube al escenario, mi amiga estalla en una euforia pocas veces vista. Se le nota el orgullo al ver a sus vecinos acabarse el escenario. A mi, la verdad, me vale madres, por eso doy la vuelta y espero que a salga La Maldita Vecindad.

FELIZ AÑO 2011

¡QUE LA ENERGÍA Y LA SALUD COLMEN SUS VIDAS!