sábado, 28 de enero de 2012

Prostitwitters. (PalabrasMalditas.net, marzo de 2010)

Había escuchado que cogerse a Ángeles era sumamente sencillo y para eso bastaba cumplir con un par de requisitos. El primero consistía en abrir una cuenta en Twitter, convertirse en su follower y mantenerse atento a sus tweets, pues nunca se sabía cuando se pondría en subasta; podía ser en la mañana mientras se tomaba un descanso a mitad de la clase de gimnasia, o en la madrugada, en la agonía de un reventón. Por supuesto, el otro requisito indispensable consistía en juntar una suma de dinero suficiente para costearle algún regalo y así gratificarle sus atenciones; al parecer la chica no recibía dinero en efectivo porque lo consideraba propio de las putas ramplonas.

Confieso que me costó trabajo creer que Ángeles, la chica inteligente y bonita, la abanderada de la escuela, fuera también una golfa; pero bastó con escuchar una charla entre los muchachos de primer semestre para tomar la decisión de abrir mi cuenta en Twitter y comprobar en carne propia ese mórbido rumor.
Instalado en una total discreción subí como ávatar una fotografía en la que aun quedaba algo de mi aspecto infantil y escribí una autobiografía en apenas un par de palabras; si aquello se trataba de sexo no consideraba que fuera necesario profundizar mucho en mi identidad real. Gracias a un par de direcciones electrónicas que logré memorizar y que pertenecían a unos muchachos que estaban recursando matemáticas en mi grupo, me fue relativamente fácil dar con @angels.

Una vez en su perfil, pasé un buen rato revisando sus tweets más recientes, tratando de encontrar algún indicio que comprobara lo que se decía de la chica. Sin embargo, en sus palabras, sólo existía una constante insipidez que incluso la volvía una twittera aburrida, por lo que no me sorprendió que apenas tuviera poco más de cien followers.

Sintiéndome de verdad ridículo por haber caído en la trampa, y considerando seriamente la posibilidad de emprender la retirada, descubrí que Ángeles había escrito un nuevo tweet: “#FF a @pamela porque esta sola y es muy divertida, compruébalo.” Sin entender bien de qué se trataba, seguí la pista de @pamela, en cuyo perfil pude leer: “Urge novio que me lleve a ver a Gorillaz + cena en Tommy’s. After show por mi cuenta.” Al percatarme que nadie daba reply tomé la decisión de escribir mi primer tweet: “Te invito a ver a Gorillaz, dame tu número y te marco.” Desafortunadamente, no recibí respuesta de @pamela pero sí de @luis_a_paul: “No seas pendejo, envía DM.” Volví a sentirme idiota, esta vez porque no sabía qué significaba DM.
Aunque tardé un poco, pronto entendí que se trataba de mensajes directos o privados, esa era la forma para negociar con @pamela la cita de la siguiente noche. Envíe el DM ofreciendo llevarla al concierto de Gorillaz y pronto recibí mi primer mensaje directo: “Revisa profile, nene. Será para la próxima. Kisses.” Fui directo a su perfil. En el último tweet, @pamela afirmaba tener un “nene mosho” con boletos para segunda fila, “qué guapote, ¿no?”, afirmación que se rubricaba con la sentencia: “no más tweets, plis.” Por tercera vez en menos de diez minutos me sentí un completo imbécil. No podía creer que estuviera participando en semejante dinámica aunque por lo menos, me quedaba claro que Ángeles era la encargada de conectar a otras chicas.
El siguiente día me fue imposible quitarle la mirada a Ángeles durante toda la clase. Me parecía increíble que  esa muchacha de aspecto inocente pudiera dedicarse a tal negocio. Sin atreverme a especular sobre qué la motivaba a prostituirse, recorrí sus piernas intentando colar la mirada debajo de su falda cada vez que cruzaba las piernas, sopesarle imaginariamente las tetas y dibujar el diámetro de sus areolas, incluso, mientras pensaba en sus pezones me descubrí sacando la lengua como si la tuviera frente a mí. Matías, un ñoño insufrible, me observaba entretenido mientras jugaba con su lápiz. Lo imaginé cogiendo con Ángeles, lo cual, después de todo, podía considerarse como una posibilidad.

No resistí más y salí del salón ante la mirada estúpida de los muchachos.
El sábado en la madrugada no pude resistirme e ingresé a Twitter; fui directo al perfil de Ángeles. Había escrito un tweet un par de minutos atrás: “Me encanta la consistencia del chocolate blanco derretido. Se siente bien en la boca.” Decidí aplicar mi primera lección de la noche. Copié la frase y la pegué en mi timeline anteponiendo el prefijo RT para indicar que su tweet me había gustado. Un minuto después recibí un DM de @angels: “Gracias; si eres bonito mañana te puede tocar a ti. Ve al profile.” Así lo hice, su último tweet decía: “Necesito un Ipod. ¿Alguien tiene uno bonito? Buena recompensa. Al medio día de avisan. Voy a dormir.” Apagué la computadora y me dispuse a dormir.

Al despertar, mi primer pensamiento fue participar en la subasta, la inversión era costosa pero valía la pena si Ángeles daba algo más que un beso. Antes de medio día ingresé a Twitter. En el perfil de @angels podía leerse el tweet escrito ocho horas antes. Sentí alivió. Esperé su aparición mientras twiteaba frases insulsas que de pronto eran festejadas por una docena de followers que me daban replies que yo no contestaba.

Hay un nuevo tweet.
Buenas tardes chicos. ¿Alguien tiene un Ipod?” Sin siquiera pensarlo, escribí el DM: “Lo tengo pero una muñeca como tú necesita algo a su gusto.” Lo envié. Menos de un minuto después tenía un nuevo mensaje: “Qué lindo. Me gusta este: http://bit.ly/2a69a8 ¿Lo pagas?” Abrí el link y al verificar que estaba dentro de mi presupuesto, respondí afirmativamente. En un nuevo mensaje @angels me daba instrucciones para encontrarla en un par de horas en Luna Park y aclaraba que no hiciera mamadas porque iba acompañada y que el pago aplicaba restricciones; finalmente, escribió su número de celular. Todo lo hizo en ciento cuarenta caracteres.

Me apresuré a bañarme y repasé varias veces el atuendo que debía ponerme. Supuse que la restricción del pago estaba determinada por el aspecto del pagano. Aunque Ángeles representaba más edad reparé en que seguía siendo una chiquilla, por lo que decidí afeitarme la barba.
Antes de las siete de la tarde llegué al lugar indicado, se trataba de una tienda donde vendían consolas y accesorios para videojuegos. Ingresé al local y comencé a caminar por los pasillos. Pasaron varios minutos antes de descubrir a Ángeles frente a un estante. Al cruzarse nuestras miradas ella intentó huir, tal vez no esperaba que fuera yo el que estuviera ahí e intentaba escabullirse para no verse descubierta. De inmediato saqué mi celular y le marqué.

- ¡Soy yo, Ángeles! –dije un tanto sobresaltado–. Espérame, no te vayas.
    Ángeles colgó y se detuvo antes de llegar a la salida. Me apresuré a alcanzarla y cuando estuve junto a ella tuve el impulso de saludarla con un beso. Ella se mantuvo estática. Al recorrer su cintura con la mano se reavivó la erección que desde minutos atrás no me dejaba estar quieto.

    - ¡Vamos! –ordené al tiempo que la obligaba a caminar a mi lado.
      La chica cambió su pasmo por una sonrisa que no dejaba de ser nerviosa. Caí en la cuenta que nunca reparó en la posibilidad de que los que no estábamos en su círculo pudieran mezclarse entre quienes daban vida su juego virtual. Temiendo que pudiera arrepentirse, dije cualquier cantidad de estupideces que ayudaran a tranquilizarla. Le aclaré que primero tomaríamos un café y hablaríamos, y que en caso de que alguien nos viera juntos, pretextaríamos una casualidad y yo me alejaría sin buscar una segunda oportunidad para encontrarme con ella. Deseé no haber dicho esto último.
      Ángeles aceptó.
      Una hora después salimos del Starbuks.

      Para entonces ya me había explicado someramente en qué consistían sus servicios. Una vez negociado lo que ambos podíamos esperar tras aquel encuentro, entramos a la tienda para comprar el regalo. La verdad es que el precio del aparato era muy inferior a lo que me esperaba a cambio. Con el Ipod envuelto para regalo bajamos al estacionamiento y nos dirigimos al Hotel Delicias. En cada cambio de velocidad me daba tiempo para tocar sus piernas. Una vez en la habitación pude apreciar que Ángeles era una ninfa. Mis pensamientos no habían herrado cuando sopesé sus tetas y menos cuando se hizo realidad el recorrido de sus pezones con la lengua. Ella también hizo lo suyo y lo llevó a cabo como una profesional, mamando como lo saben hacer las de su estirpe. Apreciarla montando mi cuerpo resultó el mejor espectáculo. La verga erecta como una piedra introduciéndose con fuerza, los gemidos exaltados mientras el orgasmo afeminado se rubricaba con los estertores que hacían sinfonía con la respiración fustigada del macho. La eyaculación desparramándose por el piso y una nueva mamada hasta que las piernas languidecieran. Sexo por dinero que se ve materializado en objetos intrascendentes. El placer de la carne al alcance de la tecnología. Chicas que juegan a ser mayores y ofrendan su cuerpo como carne de pedófilo cotizada a muy buen precio. Nuevas hetairas cibernéticas que no requieren exhibirse a la luz de la calle y que no rinden cuentas a padrotes. Redes sociales y sexo, oficio alterno que no obliga a adoptar la prostitución como una profesión pues en el mundo virtual se constituye casi como un juego.
      El lunes encontré a Ángeles por el pasillo. Fiel a su costumbre, quería ser la primera en arribar al salón de matemáticas. No me saludó pero no me sentí mal por eso. Reconocí el Ipod comprado un par de días antes. Me sentí bien al verla contenta. Al cederle el paso tuve el impulso de apretarle las nalgas aprovechando que nadie estaba cerca, sin embargo, reconsideré mi proceder y me abstuve con el dolor acumulado en una nueva erección. Era lo mejor si quería seguir participando en las subastas de su cuerpo.
      - Disculpe profesor, sé que no es la forma ni el momento pero necesito su ayuda.  
      - Dime Ángeles –mi corazón dio un vuelco y un hueco en el estómago hizo una implosión ficticia.  
      - Bueno no se trata de mi… en realidad son Pamela y Carmen, del grupo 501. Necesitan ayuda, es que van a reprobar… me pidieron que hablara con usted. Quieren hacer una subasta la siguiente hora. Sólo se trata de una calificación aprobatoria, no más; suficiente para que no recursen. ¿Cuento con usted?  
      - ¡Vaya, es tentador! Pero ahora tenemos examen con tu grupo y no creo que pueda salir del salón para…  
      - No se preocupe, yo le ayudo –y de inmediato sacó su Blackberry para depositarlo mis manos.
        Corrupción, sexo, placer, Twitter, prostitución. La ética profesional mediando bajo las faldas a cuadros de las estudiantes. Poder y sumisión, juego de rol que instala a los personajes sobre el escenario del amo y el sirviente. Cero amor, total conveniencia.
        Siempre tuve ganas de participar en un trío pero nunca me imaginé que pudiera realizarlo con dos alumnas tan exquisitas como Carmen y Pamela, una rubia y la otra morena. Piernas adolescentes, tetas casi perfectas y nalgas apenas expertas; labios dispuestos y disposición para nuevas experiencias. Trasgresión.
        Twitter y prostitución: una maravilla.

        Aunque sigo considerando a las redes sociales como una pérdida de tiempo, de vez en cuando me doy tiempo para seguir la pista de #prostitwitters donde el único requisito es la discreción.

        sábado, 21 de enero de 2012

        El poder expansionista del concreto. (PalabrasMalditas.net, enero de 2010)

        Sembrando concreto


        En su obra Fundación e imperio, Isaac Asimov, se muestra contundente al afirmar que con el “paso del tiempo el planeta Tierra se convierte en una masa de cemento y metal donde los habitantes no guardan ningún recuerdo de la naturaleza.” Lo anterior es fácil comprobarlo si nos detenemos a contemplar la magnificencia de nuestra ciudad que, como una vorágine, se expande hasta los rincones más insignificantes para convertirlos en espacios útiles a pesar y en contra de la naturaleza, la cual, ha sido violada flagrantemente en las últimas décadas.
        Vivimos en una gran selva de concreto que, bajo la premisa del progreso, se ha encargado de dictar a la humanidad la forma en que debe transformar su entorno natural hasta adaptarlo como un escenario que responda a las necesidades de comodidad y dignidad que exige la vida moderna. Así, en los últimos años, los habitantes de las otrora llamadas (simplemente) ciudades, han visto la consagración de megalópolis cuya expansión es la respuesta contundente a la explotación demográfica. En la construcción de estas megalópolis se arrasa con el entorno en apenas un santiamén y toda área verde es obligada a desaparecer para ceder su lugar al cemento.
        En la novela Allá en el río, su autor, Juan Sánchez Andraka, realiza un sencillo planteamiento sobre la irrespetuosa relación en la que el hombre ha puesto al progreso frente a la naturaleza. En dicha novela se retrata el modo en que un pequeño poblado de la provincia mexicana va saliendo del rezago social gracias a la siembra de concreto en sus diversas manifestaciones y que van desde la colocación de simples postes de luz o la pavimentación de calles, hasta la construcción un canal que desviará un río hacía una enorme presa cimentada para satisfacer las crecientes demandas de la población. Si bien, la columna vertebral de Allá en el río no versa sobre la construcción, los elementos ecológicos que se insertan en la historia pueden servirnos de referente para explicar el camino que sigue el hombre para convertir un paraje natural en un hábitat sintético de aspecto agradable y digno que al cabo, terminará cobrando alguna cuenta a quienes lo moran.
        En los últimos años el tema del cambio climático ha reforzado las teorías sobre la forma en que los seres humanos vamos erigiendo nuestro camino a la destrucción a la par de la formación de grandes ciudades, pues lejos de buscar que cada sitio se convierta en un lugar auto sustentable, se arrasa con cualquier espacio por mínimo que sea para hacerlo habitable o funcional, lo cual, dicta una sentencia obvia: a mayor espacio disponible, mayor ambición por el concreto, cuyo costo ecológico será lamentable.
        Es menester acotar que mi reciente preocupación por la expansión del concreto surge por dos motivos, principalmente: la edificación desmedida y mal planeada de unidades habitaciones, y la construcción de viaductos elevados y puentes. En ambos casos, la siembra de concreto aunque es justificada por el crecimiento de la mancha urbana, no siempre es la solución más adecuada a los problemas que se busca abatir pues siempre surgen otros inconvenientes no contemplados que en muchos casos únicamente acentúan el primer problema que se buscaba remediar.

        Sembrando casas


        La demanda de vivienda en las grandes ciudades es un problema que se busca remediar con una solución aparentemente simple: la edificación de unidades habitacionales.
        En años recientes hemos presenciado el crecimiento excesivo de muchísimas ciudades del país pero el caso del Distrito Federal y área metropolitana del estado de México es un ejemplo evidente de cómo trastocar el ambiente natural sin la debida planeación.
        Concretamente me referiré al caso de Cuautitlán Izcalli, donde en menos de 10 años se autorizó la construcción de más de cincuenta unidades habitacionales (según se publicó en algunas notas de prensa aunque la realidad dicta que pueden ser el doble), muchas de ellas, gracias a la venia conjunta de los gobiernos municipales y estatales (panista y priísta, respectivamente) lo que prácticamente aniquiló vastas extensiones de llanos, milpas y cerros que vale decirlo, mantenían no sólo un buen nivel de vida para la población sino también un equilibro ecológico aceptable.
        Con la creación de estas unidades habitacionales se hizo patente la obligación de construir nuevas rutas viales, puentes, pozos de agua y demás servicios que satisficieran las necesidades de los nuevos habitantes y que minaran las molestias de quienes por años vieron en este municipio un lugar para vivir con tranquilidad. Sin embargo, con esta expresión del desarrollo vino también la euforia por atender las demandas de esparcimiento de la población para lo cual se hizo necesario arrasar con campos de fútbol, llanos y áreas verdes donde la gente acostumbraba hacer días de campo, practicar todo tipo de deportes individuales y de conjunto o volar papalotes, y en su lugar se levantaron plazas comerciales, algunas de ellas, seguidas una de la otra.
        Cuautitlán Izcalli en lengua náhuatl significa “tu casa entre los árboles”, lo cual ha quedado reducido a una ridícula y risible paradoja que sirve para ejemplificar el poder expansionista del cemento.

        Sembrando puentes


        Uno de los indicios que dan cuenta del crecimiento de una población es la insuficiencia de sus vialidades. El transito cargado o completamente detenido en las llamadas horas pico, evidencia la necesidad de hacer uso de la tecnología para solucionar un problema de este tipo.
        Hace unos años, en el Distrito Federal, se inició la construcción de vialidades elevadas que no tuvieran la función de un simple puente que ayudara a un conductor a “brincar” el caos generado en avenidas o tramos muy concretos de la ciudad, los cuales, se sobresaturaban a ciertas horas convirtiéndolas en extensos estacionamientos. Por el contrario, la idea de estas nuevas construcciones consistía en hacerlas vialidades diferentes por las que se pudiera transitar con mayor rapidez pues servían como desahogo de las arterias que se encontraban a nivel de piso, sin embargo, al paso del tiempo esto resultó contraproducente porque esos “segundos pisos” necesitaban de salidas que al final terminaron acentuando el transito en otras zonas.
        El costo al medio ambiente con este tipo de obras es una evidencia de la forma en que operan los urbanizadores: sin la menor cautela ecológica ya que resulta obvio que estas construcciones únicamente contemplan la siembra de concreto sin que se opte por alguna alternativa verde eficiente que ayude a resarcir un poco el impacto ecológico que tendrá la magnitud de la obra.
        Al día de hoy, en el periférico norte, se construye el Viaducto Elevado bicentenario que irá de la zona del desaparecido Toreo hasta Tepotzotlán, en el estado de México. Para esta obra se han talado todos los árboles que había en el camellón que va de Echegaray a Valle Dorado, aniquilando así esa área verde que servía de pulmón a la ciudad. En su lugar, actualmente, se siembran los soportes de la nueva vialidad sin que se vislumbre la posibilidad (por la misma naturaleza de la obra) que se vuelvan a sembrar árboles, en cambio, no sería descabellado pensar que ahí mismo, hasta donde hace un par de meses había pasto y árboles, en un futuro se disemine más concreto que pueda adaptarse en forma de canchas de fútbol rápido o básquetbol, en estacionamientos o en parques rellenados con arenilla, como ha sucedido en otras áreas de la ciudad.

        Es menester recalcar que quien esto escribe no es un ambientalista radical y mucho menos está en contra del desarrollo, por el contrario, soy un convencido y agradecido de las bondades de vivir en la ciudad y gozar de la mayoría de los avances tecnológicos al alcance de los ciudadanos comunes; sin embargo, los escenarios presentados en fechas recientes y los que se han previsto como consecuencia del cambio climático me hacen pensar en algo tan simple como la necesidad por mantener zonas verdes en cada nueva edificación en lugar de erradicarlas por completo.
        Pareciera que a las pequeñas acciones a las que se nos conmina desde los medios de comunicación para el cuidado del medio ambiente, hace falta un gran sentido de la responsabilidad por parte de los urbanizadores y de las autoridades que –lo recalco nuevamente–, bajo la premisa del desarrollo, no escatiman en llenarse los bolsillos con billetes cuando se trata de echar a andar una nueva obra, sin pensar en los costos ecológicos futuros.
        Habrá quien me diga que las azoteas verdes son la opción más viable para contrarrestar los efectos de la deforestación de nuestra ciudad, sin embargo, le pregunto a los lectores: ¿acaso han visto la proliferación de estas azoteas por la ciudad a pesar de que su impulso lleva ya unos años? Si su respuesta es no, piensen ahora en razones obvias que impidan su propagación. Existe una mejor opción llamada Verticalizmo pero como sea, en ninguno de los dos casos, los ciudadanos están preparados para impulsar ambos proyectos, por lo que la mejor opción es que en lo sucesivo los desarrolladores contemplen alternativas ecológicas en sus proyectos.
        Un día, seguramente, se acabará el concreto o el espacio donde sembrarlo y en ese momento la naturaleza cobrará justa venganza. Sí eso llega a suceder, les aseguro que será demasiado tarde.

        jueves, 19 de enero de 2012

        Te extraño.

        No sé si eres una
        o muchas se han encarnado en ti
        como sea, te extraño
        aunque en ese sentimiento quepan todas.

        Suelo vagar por la noche
        donde las farolas apagadas me recuerdan tu ausencia
        fina ausencia que mi cuerpo aclama.

        Sólo un beso
        y una palabra
        es todo lo que quisiera.

        ¡No te extraño!

        Las extraño a ellas:
        sus labios
        sus cabellos
        sus pechos
        sus nalgas
        sus piernas...

        Aunque susurre tu nombre
        en mi mente otros cuerpos se evocan.
        A ti
        no te puedo engañar.

        sábado, 14 de enero de 2012

        Sí, fuí fan de Microchips (PalabrasMalditas.net, diciembre de 2009)

        Tengo la certeza de ser roquero aunque a estas alturas de mi zarandeada vida temo estar siendo succionado al lado oscuro de la música, de acuerdo con la sabia filosofía Jedi.
        Que el Amo del Merol me sorprenda confeso si en mi ipod, teléfono celular o computadora existe una carpeta llamada Gustos Culposos la cual esté compuesta de una extensa lista de canciones consideradas non gratas para los elevados cánones de quienes se dicen expertos en rock. Eso representaría el acabose frente al gremio.
        Hablar de rock en todas y cada una de sus vertientes, es meterse en honduras; lo he vivido en carne propia. Entre los argumentos que validan mi apreciación están los siguientes: “lo que tú escuchas no es rock”, “eso es muy light”, “eso es para nacos”, “es muy fresa”, “¿quién es Rockdrigo?”, “musicalmente no aporta nada”, “es demasiado comercial”, “nuestra influencia más grande es Pedro Infante”, “suena a cumbia”, “el rock es actitud” “Calamaro es Dios”, ”Jetro Tull pisoteó el ego de Lars Ulrich” y la manga del muerto.
        Odio decirlo pero más del 90% de los roqueros del mundo somos milicianos cuyas guitarras están cargadas de prejuicios agregando que una dogmática visión sobre esta música nos impide ponernos de acuerdo entre nosotros mismos, lo cual, evidentemente, ni siquiera es necesario. Por otro lado, la palabra rock encuentra tantas definiciones como subgéneros, lo que ofrece la posibilidad de inventar uno propio sin que ello resalte alguna diferencia con lo que se ya ha escuchado anteriormente: un poco de mayor o menor velocidad, riffs más cortos o excesivamente largos, delay en la voz, fusiones con ritmos afro americanos, cortes de rhythm and blues con tintes de anarcumbia, sonidos celtas, quenas y charangos, tamborcitos de Teotihuacan y demás artilugios, son las aportaciones de quienes dicen poseer la verdad del rock.
        Lo anterior, se acentúa mucho más en la adolescencia lo cual puede corroborarse con un simple ejercicio de campo: 1) acuda usted a la tienda de discos de su preferencia y espere a algún incauto de edad puberta que haya logrado romper la barrera de las novedades y se dirija decidido al solitario anaquel en donde se empolva el material merol; 2) observe lo que él observa, estudie sus reacciones ante las portadas y los precios de cada material tomado entre sus manos, y 3) indígnese con alocuciones varias como: “The Beatles son cagada y Ozzy Osbourne también, Molotov es la neta”; o bien, “los Hello seahorses son una chingonería no como las mamadas que escucha mi papá”. En caso de soportar estoicamente semejantes afirmaciones no olvide repetirse en voz baja que usted también fue joven antes de enfilarse a la salida y tomar el camino de regreso a casa. Finalmente, sane las heridas con la música de Neil Young, Bob Dylan, Leonard Cohen o cualquier grupo que usted considere roquero y lo haga mover la cabeza en tradicional headbanger.
        Ciertamente las brechas generacionales son peligrosas pues cuando éstas salen a relucir entre rokers, la tradicional intransigencia es terreno fértil para una batalla de verdades en la que se olvida todo argumento sensato, por ejemplo, para mi padre John Lennon era un Dios mientras que Dimebag Darrell lo sigue siendo para mí (aunque mi jefe ponga cara de pendejo cuando le hago saber que ambos fueron acribillados un 8 de diciembre). Mi tío reconoce como roqueros del diablo a Enrique Guzmán, Alberto Vázquez y César Costa mientras que su hijo adora a La Gusana Ciega sin saber quien es Alejandro Lora (¿es obligatorio que lo sepa?). Por su parte, mi vecina la Chatis afirma que su hija le salió igual de locota que Alejandra Guzmán cuando la niña apenas tiene ocho años y su único logro en la vida consiste en haber memorizado cada uno de los éxitos de la telenovela vespertina antes que la tabla del uno.
        Al final, todos resultamos bien rockers.
        El caso es que una mañana desperté poseído por una extraña energía que me hizo tomar la decisión de ponerme al corriente en este trabuco rocanrrolero, obteniendo los siguientes resultados: por principio de cuentas, la única estación de radio que encontré resultó tan aburrida como los resolutivos de la cumbre internacional del café; en segundo lugar, todos los grupos sonaban a lo mismo, poniéndose de moda que una niña (o niño con voz de niña) berreé la canción en tono depresivo y sin los huevos que caracterizaba a las huestes de antaño. Finalmente, tuve la sensación que me estoy volviendo viejo y pendejo, y en ello radica mi incapacidad para apreciar lo que los entes de menor edad sí pueden valorar.
        Concluido lo anterior no tuve más remedio que recuperar el material que se encuentra empacado en cajas de cartón (llamado pomposamente fonoteca) y que evito exponer a quienes llegan a mi morada, encontrándome con joyas que recuperan lo mejor de Rock en tu idioma; acoplados pirata que dan cuenta de mi etapa ñera como el Mostros del rock de acá; mis viniles de Twister Sister, Quiot Riot, Poison y Motley Crue, así como mis primeros cedés: Nervermind, Ten e In Utero, que reafirman mi periodo grunge. Un lugar especial merece el primer casette de Microchips de quienes me reafirmo como fan from hell.
        En fin, que esto del rock es un hueso duro de roer y por ello más vale quedarse con la boca cerrada, aunque después de todo, quien no tenga un pasado culposo que arroje la primera piedra.
        Mi aprecio a Jay de la Cueva y arrimones a Toti, ahora que ya tenemos edad.

        sábado, 7 de enero de 2012

        Karma maldad. (PalabrasMalditas.net)

        Mi infancia transcurrió en un colegio mediocre que a la fecha sigue teniendo facha y nombre de escuela rural, las pléyades de gatos que la integrábamos estaban formadas en su mayoría por hijos de comerciantes, ejecutivos de medio pelo y pequeños empresarios; una tropa de mocosos wannabe cuya formación se cimentó la historia de éxito de Benito Juárez, poético aliciente con el que se nos manipulaba a devorar los libros de texto mientras se nos mantenía sometidos. Si uno pasaba su infancia en esa escuela lo más probable es que el futuro se estuviera construyendo bajo el techo de una fábrica, la amargura de un escritorio o, como burla del destino, la formación educativa. Eso sí, para nuestras lindas maestras, todos sin excepción, éramos unos niños inteligentísimos, unos dechados de talento a los que resultaba más adecuado escribir un ocho en la boleta antes que meterse en un conflicto con los padres por reafirmar con un cinco algo que a todas luces era evidente.
        Muchas cosas más pueden decirse de esa escuela pero una que puedo relatar con conocimiento de causa es la que tiene que ver con Ostrich, Edgar y yo, tres niños que pasamos a la historia como los más putos de sexto grado, los más asustadizos y por tanto, los más manipulables; los mismos que durante un ciclo escolar nos dedicamos a cumplir cabalmente con las atrocidades imaginadas por Yeberino, nuestro líder. Reitero que junto con mis amigos, constituimos una bandita de mariquetes pero al mismo tiempo nos instalamos como los muchachos más temidos de la escuela, los gandallas. Nadie se metía con nosotros, casi todos los niños de la escuela nos rendían pleitesía y si alguien quería ganarse un problema, bastaba con encontrarnos. Para la psicóloga, éramos un ejemplo perfecto de inteligencia mal canalizada y mala conducta pero para nosotros, eso mismo representaba la oportunidad de crearnos una fama que nos abriera las puertas de la secundaria 61, una especie de tutelar en el que sólo entraban chavos fuertes y niñas lindas.
        Como víctima predilecta de nuestra hijoputez estaba Miguel Rey, quien seguramente a la fecha se acuerda de nosotros. Se trataba de un muchachito pequeño, muy delgado, de rasgos indígenas; era el único hijo de una pareja formada por un albañil y una sirvienta. Rey, como era conocido, era el ejemplo perfecto de perseverancia que se intentaba fomentar con la choteada biografía del Benemérito de las Américas. Gozaba de una beca pagada por la escuela y en cada homenaje se hacía la mención de sus logros. En las reuniones de padres, su mamá siempre recibía un diploma y la felicitación del director.
        Rey parecía tener un poder sobrehumano para aprenderse las lecciones, nunca hablaba, ponía atención a todo lo que la maestra decía, terminaba los ejercicios antes que todos, dominaba el uso del bicolor y sus cuadernos siempre tenían fecha y margen; jamás se le vio sucio. Puedo afirmar que era el único que tenía bien ganado cada diez en la boleta y de paso, su beca. Por todo eso, Yeberino lo detestaba.
        Y fue precisamente ese odio lo que motivó que los tres amigos fuéramos impulsados por aquel mozalbete para derrumbar la estima que ese chico tenía sobre sí mismo. Un día durante el recreo, Yeberino se mostró contundente, si no le dábamos una madriza a Rey, él nos chingaba a nosotros.
        -Pero Rey nos va a acusar con la maestra –replicó Ostrich, temeroso.
        -Bueno, si no quieren, no lo hagan pero a la salida yo los mato a ustedes.
        Edgar, que por alguna extraña razón le tenía pavor a las amenazas de Yeberino se ofreció a hacer el trabajo y yo lo secundé. Aprovechamos que Rey entró al baño y cuando se encontraba frente al mingitorio, Edgar lo empujó. Sin poder meter siquiera las manos, Rey fue a dar directo contra la llave del agua, un borbotón de sangre le brotó de la nariz. Al ver la escena mi amigo salió corriendo. Yo, embargado por el miedo, pateé al niño en un par de ocasiones mientras le advertía que en caso de delatarnos su suerte iba a ser peor. Aquella mañana la alegría del recreo se transformó en drama. Nadie se explicaba cómo es que Rey se había resbalado y mucho menos, cómo es que nosotros no nos percatamos del accidente si habíamos entrado al baño detrás de él. Tres días después, cuando nuestro compañero regresó a la escuela, la maestra le llevó una enorme caja forrada para obsequio y dentro de ella El Barco Pirata Playmóvil, que sirvió para reafirmar el odio que Yeberino sentía hacia el chico. Edgar nunca había tenido un regalo digno el seis de enero lo que motivó que esta vez estuviera de acuerdo con Yeberino para robarle algunas piezas importantes del precioso juguete, lo cual se quedó corto pues bajo el pretexto de jugar con él, mi amigo y Yeberino rompieron un mástil del barco dejándolo casi inservible.
        Cuando se es niño la estupidez y la maldad parecen encontrarse en el mismo plano pero hasta la maldad generada por la estupidez tiene un límite. La última vez que vimos a Miguel Rey fue en una excursión a Reino Aventura. Yeberino, como era de esperarse, ya había planeado la forma de hacer inolvidable aquel paseo para nuestro compañero y lo primero fue retarnos a robarle su almuerzo. El elegido para cumplir con la tarea fui yo, así que regresé al autobús y pedí permiso al chofer para sacar una medicina contra el vómito, por obvias razones, el chofer no se negó. Cuando hurgaba en la mochila vi que había algunos billetes y no dudé en apropiármelos. Al regresar con mis amigos, arrojé la comida al hocico del dragón Cornelio y tontamente comenté lo del dinero. Yeberino se quedó con la mayor parte.
        En el parque de diversiones, en varias ocasiones, amenazamos a Rey con lanzarlo de los juegos y Yeberino casi lo cumple: en los columpios, esos que se elevan varios metros mientras giran, Yeberino soltó la cadena de seguridad que sujetaba a Rey justo cuando el juego comenzaba su andar; imprudentemente, el niño no pidió auxilio y gracias a la bendición de su madre no salió disparado.
        Pero durante el show de Keiko, Rey padeció de todo: lo mojamos y lo amenazamos con ofrecérselo a la ballena de almuerzo. Al finalizar el espectáculo la maestra eligió a los cinco niños con mejor promedio para conocer al futuro Willie; Ostrich logró colarse entre los elegidos y estando en el estanque donde tenían a la ballena, mi amigo lo hizo trastabillar apenas lo suficiente para que Rey cayera al agua. Afortunadamente una de las entrenadoras de la ballena actuó de inmediato y pudieron sacar al niño pero aquel suceso quedó registrado en uno de los periódicos más importantes del país.
        La hora del almuerzo también resultó un caos pues Rey no encontraba ni su almuerzo, ni la bolsita con dinero. El niño estaba inconsolable mientras nosotros nos atiborrábamos de hot dogs y gaseosas. Aludiendo solidaridad con él, Edgar le regaló un hot dog que ya no quería y media soda babeada. Todavía en las tazas locas, Yeberino hizo girar aquella en la que iba nuestro compañero lo que tuvo funestas consecuencias para quienes iba con él. Al final, en el trayecto de regreso, organizamos una guerra de coscorrones en la que todas nuestras agresiones fueron dirigidas a Rey.
        Extrañamente, Miguel Rey no se presentó a la escuela al día siguiente, ni los demás días. Al parecer había caído en cama a causa de una extraña enfermedad pero su padre, iba todas las tardes a la hora de la salida, visiblemente borracho y se paraba muy cerca de donde nosotros esperábamos el transporte. Nunca nos dirigió la palabra pero su mirada era atemorizante para nosotros. Días después, Yeberino comenzó a ser recogido diariamente por su padre mientras que Edgar, Ostrich y yo, sólo esperábamos que los meses pasaran rápido.
        Dejé de ver a mis compañeros cuando entramos a la secundaria. Sólo Yeberino se quedó en la 61, de la que fue expulsado meses después. Edgar no siguió estudiando como consecuencia del divorcio de sus padres y Ostrich ingresó a un colegio privado. De ellos no volví a saber ni la hora pero me queda claro que no pudieron seguir el ejemplo de Benito Juárez pues de haberlo cumplido, ya me habría enterado. Sin embargo, el que más se acercó a esta historia fue Miguel, Miguel Rey, el hijo de la sirvienta y el albañil, el niño ejemplo que jamás delató nuestra maldad.
        Hace unos meses mientras se desarrollaban las campañas políticas, lo encontré en un mitin. No nos dirigimos la palabra pero es obvio que me reconoció pues no dejó de observarme mientras yo repartía banderines a mis alumnos, banderines con el horrible rostro del candidato a la presidencia municipal, un entenado del narco, se dice por ahí. Era la misma escuela, veinticinco años después. Karma maldad: la vida pone a cada quien en su lugar.
        El candidato de su partido se llevó las elecciones y Miguel Rey acaba de ser nombrado Jefe de seguridad pública y transito municipal, un grupo de verdaderos hijos de puta el que forman esos orangutanes.
        Maldito karma, parece que ha llegado el momento de pagar.

        viernes, 6 de enero de 2012

        Los mejores regalos.

        - ¿Qué te trajeron los santos reyes?
        - Una autopista, un balón de futbol, unos guantes de portero, un tren eléctrico, dos muñecos de playmobil un Atari y dos pantalones. ¿Y a tí?
        - Mmmm pues... sólo una autopista y un balón de futbol americano.

        Ese diálogo ocurrió cuando estaba en sexto de primaria. Mi amigo Abel era el niño rico de la calle, el consentido. Su padre era gerente de la fábrica donde trabajaba mi papá y por esa razón era el único que por aquellos días, además de computadora, tenía todos los juguetes que pedía. Yo en cambio, apenas poseía una colección de soldaditos y apaches de plástico barato comprados en el mercado. Mi padre era un miserable y pocas veces me compraba un juguete, de heho, cuando ese milagro ocurría a cambio me privaba de golosinas por un buen tiempo. "Debes aprender a vivir como pobre para que de grande aprecies lariqueza" -decía-. Pero a esa edad los niños no entienden sobre pobrezas y frustraciones adultas, cuando se está en sexto de primaria lo único que un chico desea encontrar al pie del pino de navidad es cuando menos uno de los juguetes que pidió en la ilusa cartita. En mi caso, eso ocurría pero no porque mi padre se esforzara en reconocer que yo era su criado durante un año sino porque mi madre era quien se daba cuenta que mi padre era un miserable que jamás desembolsaría un peso en premiar mi actitud servil hacia él.

        Por eso aquel 6 de enero cuando Abel salió con su balón entre las manos dispuesto a enterarse qué tan buen niño había sido en ese año, mi única respuesta posible fue una mentira que pronto quedó al descubierto pues una autopista, un tren eléctrico, los juguetes de Playmobil y un Atary superaban por mucho la evidente tacañería de mi padre. Ante su sorpresa tuve que acotar que mi papá había recomendado no invitar a nadie a jugar a la casa porque mis juguetes podían descomponerse o en el peor de los casos romperse y él no tenía dinero para comprarme otros. Abel sonrió y me invitó a jugar con su balón. Ahí fue donde quedó descubierta mi mentira: ¿Qué niño en su sano juicio cambia horas y horas de diversión frente al televisor o con el mundo mágico de Playmobil a cambio de lanzar pases con balón de futbol americano? Obvio, Abel nunca pudo digerir aquello que sólo el tiempo se encargó de disipar o encerrar en el anecdotario de mi amigo de la infancia.

        Ahora puedo imaginarlo compartiendo este suceso con sus amigos, todos empresarios, recordándome como el niño mentiroso de la calle, el jodido. Al imaginarlo no puedo más que sonreir y sentir como la vergüenza me recorre desde la planta de los pies hasta la cabeza. Sin embargo, más vergüenza siento al recodar que aquel 6 de enero, cuando estaba en sexto de primaria, mi único regalo fue un bicicleta descompuesta que jamás pude pedalear más de cinco metros sin que se le safara la cadena y que años después me enteré, cuando mi familia se hizo añicos, que mi padre le había quitado a su hijo mayor, historia que pertenece a otra familia y que me niego rotundamente a revelar.

        domingo, 1 de enero de 2012

        Feliz año nuevo.

        A todos los lectores de Memorias de un enfermo mental, les deseo un 2012 lleno de triunfos. 

        ¡Que el rock and roll esté con ustedes!