sábado, 21 de agosto de 2010

Filosofía barata y carencia de vida.

Las actividades de las personas que no tienen vida propia son variadas, complejas y por lo tanto, difíciles de explicar. En la tipología de estos seres podemos encontrar a aquellos que ofrecen sus servicios como consejeros (¡válgame Dios!). Estas personas se caracterizan por hacer amigos a la menor provocación en la cola de las tortillas, la iglesia o la parada del camión. Su afición por estar siempre vigentes en la vida de los demás los lleva a adquirir la notable incapacidad de negarse a hacer algo que, incluso, puede estar en contra de sus principios de tal modo que suelen responder el teléfono a deshoras, les gusta instalarse como lazarillos y lo peor, son esos que se ponen en “los zapatos” del otro para servir de consejeros distribuyendo máximas increíbles que ellos mismos no son capaces de aplicar en su vida, lo cual los convierte en unos perfectos farsantes. Su filosófía barata es: "échale ganas, todo tiene solución menos la muerte".
  A esta fauna nociva se unen los que gustan de joder a sus semejantes. Las formas para hacerlo resultan un verdadero dolor de huevos, por ejemplo: están quienes usan la música como arma mortal; si usted tiene un vecino que no ha superado la etapa histórica de Allá en el rancho grande y gusta de escuchar a todo volumen a Concha La Charra, las Hermanas Águila o los Huastecos de la sierra, tiene un vecino sin vida; peores resultan los vecinos regetoneros y los narcos wannabe, de los cuales ya me daré tiempo de escribir en otra ocasión. La filosofía de estos es: "estoy en mi casa, al que ne lo guste que se cambie". Están los que joden al prójimo a base de chismes, los que sacan a cagar a sus mascotas frente a nuestras puertas y los que se paran frente a la casa gritarle a un teléfono celular. Su filosofía es: "yo si quiero ser alguien en la vida".
   Un tercer tipo de gente sin vida es aquella cuya ignorancia los hace emplear filosofía de la más barata para convertirse en defensor de causas perdidas. El ejemplo claro me sucedió hace un par de días cuando me negué a participar de un bodrio que se anunciaba rimbombantemente como curso-taller. La conductora, una señora que se hace nombrar “maestra” porque trabaja en una escuela y que suele resolver todos los dilemas educativos “mediante la teoría de Piaget”, nos exigió trabajar con una guía que ella misma no fue capaz de descifrar por lo que plácidamente indico: “como así viene la guía y así nos dieron el curso, hagan las actividades que se les indican; si tienen alguna duda, lean los anexos”. Semejante farsa me hizo abandonar inmediatamente el grupo cargando la pavorosa sensación de que esa tarde debí quedarme en mi casa a estudiar los efectos que en la psique produce el programa televisivo de la señorita Laura. Pero apenas había avanzado unos metros, otra señora que también se hace llamar maestra porque jura haber estudiado una maestría, ordenó que regresara al grupo. Ante mi firme negativa primero me tachó de presumido a lo que apelé etiquetándome como soberbio; posteriormente me dijo que ella sabía más que yo (¿quién es la presumida?) y que podía demostrármelo en un debate, el cual acepté de inmediato, pero ella cambió la conversación y me dijo que “una máxima fundamental de la vida indicaba que soy una manzana podrida que pudre a las demás” y que “mi mala vibra produce efectos negativos en los otros”. Ante semejante aseveración sólo pude poner cara de nada y pensar en el lado oscuro de los caballeros jedis. Finalmente y tras una negociación en la que me comprometí a regresar al otro día mostrando una brillante sonrisa (lo cual no significaba participar en el curso de marras), me di a la tarea de pensar en los extraños motivos que mueven a ciertas personas a hacer partícipes de sus ridículos a los demás sólo por no tener una vida. Tan tán.

No hay comentarios:

Publicar un comentario