jueves, 26 de agosto de 2010

Vecinos infumables.

El reclamo resultó brillante: “yo no te pedí nacer”. Acto seguido, se escuchó el golpe seco de la madera de la puerta golpeando contra el marco; justo en ese momento decidí dejar mi periódico a un lado, mentar madres, apresurarme encender la computadora y ponerme a escribir.
Es verdad que uno no elige a la familia con la que vivirá los primeros años pero después viene la reivindicación cuando llega el momento de mudarse de casa. En mi caso, no he vivido en muchos lugares diferentes al hogar que me vio crecer por la sencilla razón que, hasta hace un tiempo, vivir en la colonia Atlanta resultaba realmente placentero. Pero un día todo cambió: los viejos se quedaron sin trabajo y se vieron obligados a autoexiliarse a los patios de sus casas, los más pequeños crecieron envueltos en modas incorregibles que han provocado estragos en su psique y nuevos vecinos vinieron a trastocar la privacidad de los viejos moradores. Las evidencias son claras de tal modo que pondré a su consideración los hechos ocurridos este fin de semana.
Sábado, 7:50 am. Mientras los primeros rayos de sol se cuelan por mi ventana, el grito de un hombre con acento campirano me hace rodar por la cama y azotar como costal de naranjas de Cerro azul. El “ayayay” me hace pensar en tres opciones: 1) mi vecino de la tercera edad está siendo violado por sus ex amantes, 2) mi vecino está sufriendo un colapso hemorroidanal en el baño de su casa, y 3) mi cama era una máquina teletransportadora que me aventó a una película de Pedro Infante. Cuando reacciono del madrazo, corro hacia la ventana y descubro con horror que el chingado viejto instala un sistema de sonido en su jardín mismo que, me temo, será mi perdición en los siguientes meses si considero que su acervo musical data de 1935 y que su grupo preferido son Las Jilguerillas. ¡En su puta madre! Sin más remedio, abandonó la cama y apresuro las actividades que ese día había programado para después del medio día.
12:15 pm. Con el desvelo a cuestas (el trabajo intelectual exige más empeño nocturno), me dispongo a preparar una carne asada para agasajar a los cuates pudientes y futuros funcionarios de CONACULTA. Dispongo de una parrilla en el jardín y banquitos para todos. En la grabadora enchufo la USB y enseguida Miles Davis se hace presente; más adelante se escucharán Metallica, Rob Zombie, Pantera y Sepultura, todo está debidamente programado. Cuando llegan los primeros invitados, la voz de Leonard Cohen es interrumpida por esa joya de la música universal: Tu cucu. Así, entre la Sonora Dinamita, Sandro de América y la Guaracha Sabrosona, mi parrillada se viene abajo por lo que mis amigos huyen despavoridos de tierras apaches. Miento madres mientras recojo los manjares no degustados y buscó en la televisión un juego de futbol.
11:15 pm. Me dispongo a dormir para recuperar las horas de sueño que me fueron robadas. Mientras arreglo mis cobijas, varios carros se estacionan frente a mi casa y al grito de “ando bien loco, ando bien pedo”, mis jóvenes vecinos inician una pequeña reunión. Entre gritos, que me hacen imaginar que los participantes se están picando la cola colectivamente (¡ay ay ay ay aaaaaay!), el sonido de la banda muta a los infumables bumbumbúnes del reggeton mismos que inquietan los vidrios de las ventanas. En ese momento me viene una malsana sensación propia de un collective killer, las sienes parecen reventarme y mi imagen descarnando cuerpos de new rancheritos pendejos se vuelve recurrente.

Domingo, 4:15 am. Botellas que se estrellan contra el piso, chiquillas berreando y mentadas de madre que son proferidas por voces aguardientosas, son el preámbulo de la llegada de media docena de patrullas que con sirena y torreta encendida hacen su espectacular aparición para esparcir el motín. Al final el cansancio es más poderoso y me quedo dormido.
8:30 am. Mi vecino de la tercera edad insiste en despertarme temprano, igual que en su rancho. Mientras trabaja con martillos, serruchos, pericos y llaves 3/8 que constantemente caen al suelo, mi sueño vuelve a huir a un mejor lugar. Me resisto a salir de la cama hasta el medio día a pesar de que es imposible dormir.
12:20 pm. Un tercer vecino, adorador obsesivo de sus automóviles, se dispone a lavar su viejo Datsum para lo cual dispone su disco con 150 éxitos de la música grupera, mismos que “le contienen”: Libros tontos, Hoy se casa mi amor, Vestida de color de rosa, Las casas de madera, Eslabón por eslabón, Mi casa vieja y 146 canciones más de los grandes artistas gruperos. ¡Madres!
Sin más remedio, me levanto a seguir con mi jodida vida. Al repasar el periódico encuentro una nota perdida entre capados y descabezados que indica que el IPhone 4 tendrá aplicaciones de sexo virtual, una chingonería que echa a volar mi imaginación. En ese momento, algo que parece ser un florero estrellándose contra la pared trastoca la rutina del fin de semana; después se escuchan gritos, llantos, reclamos y finalmente, la voz de mi vecina de 15 años que estremece la estabilidad social con la sabia sentencia: “yo no te pedí nacer”.
Con la puerta azotándose por enésima vez en esta semana, mis melómanos vecinos con su pinche escándalo y mis nervios a punto de estallar, sólo encuentro este reducto literario como único escape para no convertirme en un asesino de masas al tiempo que concluyo: si bien no pedí nacer, sí puedo elegir con quien vivir. ¡Urge cambiarme de casa, o bien, convertirme en el vecino molón!

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