miércoles, 24 de noviembre de 2010

Implacable. (Bitácora del orgasmo, octubre de 2009)

A Montserrat, en su cumpleaños.

- ¡Ando implacable, chinga! –le murmuré a mi reflejo proyectado en una ventana de camión, apenas bajé del automóvil de Montse.
  Lo único cierto es que uno, como todo un caballero, no debe transitar por la vida contándole al mundo acerca de sus relaciones furtivas. Sin embargo, para un tipo como yo cuyo físico es la muestra perfecta de que Dios también es un malhecho al desarrollar sus proyectos más chingones, enredarse con una chica de labios carnosos, lengua exquisitamente viperina, tetas sustanciosas y ansiedades dispuestas, es un logró equiparable a la llegada del hombre a la Luna.
  Escribo estas líneas con el chocorrol inquieto y cobijado por la soledad hogareña, motivo por el cual, resulta urgente liberar a los demonios que manejan mi esquizofrenia y para ello no hay mejor alivio que sentarse a escribir.
  Es sábado por la madrugada y a esta hora es seguro que todos los conocidos allegados ya se encuentren desvariando a causa de los efectos del alcohol, lo cual no me permite obtener una asesoría con mi psicóloga aunque ni falta que hace porque, desde luego, sus deducciones al final resultan contraproducentes para el futuro. El caso es que hablaba de Montse, una mujer de 22 añitos bien llevados (me parece que 23, al momento de escribir estas líneas), cuya mala ortografía se ha convertido en un aliciente para mi placer sexual. La sola idea de instalarme como su mentor y llevarla por el camino de las letras mas o menos bien puestas en su sitio, es un pensamiento recurrente que me exige buscar un nuevo encuentro con ella. Y no es que yo sea un dechado para eso del arte del buen escribir, no. Por el contrario, soy tan malo que desde hace muchos años cargo un diccionario en la mochila por si se ofrece ya que las experiencias del pasado dictan que uno tampoco puede ir por ahí cagándola en todos lados y menos cuando se trata de redactar oficios, lidiar con redactores de estilo poseídos por el alma de algún filólogo del siglo XVI y relacionarse con un enjambre de escritores de dudosa calidad que, sin embargo, te corrigen hasta las haches del lenguaje oral.
  Recuerdo, entonces, que los labios de Montse me gustaron desde el primer día que los vi y únicamente me centré en ellos sin atreverme a bajar la mirada hasta otras latitudes. Pero la justicia divina llega y cuando menos me lo esperaba, ya me encontraba rozando, mordisqueando y succionando esos maravillosos labios que, a decir verdad, de pronto me dieron la impresión de ser los de una chiquilla de secundaria arrinconada en un salón de clases. Aún así, disfruté todo lo que se puede hacer con unos labios como esos, apenas como preámbulo para mis ansiosas manos que ya se deshacían por destrabar broches, soltar botones, liberar amarras y demás artilugios necesarios para dejar las cosas listas para dar el paso a las puertas del bendito infierno.
  Sólo un infame detalle le dio en la madre a aquel momento: no traía condón.
  Mal aventurado sea el reino de los desprevenidos, maldije mientras pensaba en alguna forma para no dejar al chocorrol en estado de shock. Así que apliqué el plan DCG (déjala con ganas), que consiste en mantener a la pareja mojadita y con las puertas abiertas para un siguiente encuentro.
  Fingiendo mesura (cosa extraña en un sujeto que no recibe propuestas sexosas todos los días), me conformé con seguir besando a la chica hasta que los labios se me durmieron y las manecillas del reloj nos indicaran a ambos que era necesario salir de ahí. Acomodamos nuestras ropas, nos dijimos cositas puercotas, nos dimos las gracias y caminamos rumbo al automóvil de Montse. Ya en él, charlamos como lo hacen dos conocidos de mucho tiempo y no como si se tratara de la tercera vez que nos encontrábamos en el mundo real. La verdad es que mis encuentros con Montse hasta ese día se encontraban reducidos a la dolorosa maravilla del Messenger que al final, es el culpable de que yo esté aquí, como pendejo, escribiendo ferozmente para tratar de descifrar por qué diablos me ha dado por hablar con mi reflejo cada vez que recuerdo los pezones de Montse.
  Octubre 18, 2009.

2 comentarios:

  1. Gratos recuerdos

    atte: Fabys

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  2. Eso quiere decir que hombre prevenido vale por dos, mira que todo eso enfrente listo para la acción y por confiar demaciado en la mala suerte, nadita de nada, bueno pero si el condon hubiera estado ahi, tal vez esta anecdota no jeje saludos Hector, como siempre un gusto leerte

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