Hoy me tocó ser espectador de varios episodios lamentables por parte de gente común y corriente que presa de sus frustraciones se enganchó en trifulcas banqueteras. Tras presenciar el último round concluí que poco se puede hacer en este país (con este país) mientras su gente se siga dando en la madre a la menor provocación. Es cierto que nuestra tolerancia al fracaso se ha visto rebasada, que la necesidad de acumular nos vuelve susceptibles y que los deseos irrefrenables por tener una gloria en nuestras vidas nos ha orillado a la desesperación, pero ¿realmente vale la pena darse en la madre unos a otros cuando lo que ya le sobra a este país es sangre?
No me toca ser el Mesías que predique la palabra de la paz pero lamentablemente el futuro nos ha alcanzado: ya nos acostumbramos a violentarnos a nosotros mismos violentando a los demás. Vamos por la vida a la defensiva, buscando a aquellos que nos ven feo, a quienes nos critican, a quienes nos insultan, a quienes no nos soportan. Nos hemos vuelto esclavos de fantasmas con los que hemos conformado un bestiario de enfermedades mentales que nos tienen pendientes de los muertos del día, de los litors de sangre derramada, de los nombres ilustres que parten cotidianamente a consecuencia de la violencia y por los que somos capaces de caminar cientos de kilómetros mostrando solidaridad. Desafortunadamente, por nosotros no hacemos lo suficiente pues seguimos enojados con la familia, bronqueados con el vecino, muy encabronados con todo el mundo.
¿Dónde está la violencia que tanto queremos detener?
La respuesta no es difícil: está en nostros mismos y si no lo creen, volteen a ver el país que hemos construido.
La respuesta no es difícil: está en nostros mismos y si no lo creen, volteen a ver el país que hemos construido.
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