lunes, 7 de marzo de 2011

Apunte cotidiano sobre la muerte.

Suelo ser un hombre temeroso, lo era desde pequeño. Entonces procuraba esconderme en un clóset para que nada me pasara pero el estar encerrado era como un imán a las desgracias y siempre terminaba llorando por algo, incluso, por pensamientos.
Siempre le temí a a los golpes de mi padre, a las desesperanzas de mi madre, a las madrizas de los hermanos que no tuve; a los soplamocos y saca-cacas de los amigos abusadores de la escuela; a las burlas y humillaciones de las niñas que aprendí a amar en secreto; le temía al rechazo, que era una especie de suicidio social (aunque por esos días no lo pensaba así), pero por encima de todo le temía a la soledad. Para rematar, por mi abuela católica, apostólica y guadalupana, aprendí a temerle a la muerte. ¡Y de qué forma!
Ahora que soy grande suelo esconderme en mí mismo: ya no le temo a mi padre y suelo retar a mi madre de una forma sútil pero al mismo tiempo voraz, con ambos soy un cabrón, un mal hijo; con mi hermana un ojete. He dejado de temerle a los amigos abusadores simplemente porque desde hace unos años decidí no tener amigos, los que se tuvieron la posibilidad de serlo eran la misma mamada: sanguijuelas que me mamaban hasta el último centavo y terminaban fornicando con mis posibles novias que, además, eran muy pocas. Preferí juntarme con mujeres, bellas sobre todo; me gustaba ganarme sus burlas, sus críticas, responderles con sarcasmo, verles las nalgas, explorar el escote y temerle a sus pensamietos sobre mí. Ahora no me importa el suicidio social pero le temo a mi muerte física por lo que representa dejar de ver a aquellos con los que he aprendido a vivir.
Por una confusión mi abuela me enseñó a temerle a la muerte: ella asociaba a la huesuda con Dios y gracias a las referencias que yo tenía del ser supremo, pensaba que todo había valido madre, que iba a llegar la muerte por mí y me iba  a presentar con el Señor para que éste me pusiera en mi lugar. Mera confusión: le temía a Dios, no a la muerte.
Nunca he visto morir a un amigo pero en la última década me he despertado sabiendo de la muerte de mi abuela, de mi abuelo, de un par de tíos, de mi tía; de algunos alumnos; de algunos sujetos con los que compartí parrandas, borracheras, enemistades o simplemente, conocía de pasadita, de vista; incluso supe de la muerte de alguna ex novia aunque ocurrió años después de haberla visto por última ocasión. Es decir, aunque la muerte ha estado tan cerca, siempre la he visto a cuando menos una calle de distancia.
No tengo un libro ni un autor preferido que me de referencias de la muerte pero sí la sabia enseñanza de Teresa Mendoza (a) La Mexicana cuando "al sonar su celular supo que habían matado al Güero", que había valido madres. Y la cabrona sólo se dedicó a correr y correr; por eso siempre procuro tener cosas pendientes para el otro día, para no tener que preocuparme por la muerte salvo cuando ésta aflige a quienes amo.

4 comentarios:

  1. Este en definitiva es de lo mejor.....
    Siempre amare tu manera de escribir....

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  2. ¡Ya deja de fusilarte mis sentimientos!!! ¿Sabes que me encantan los lugares cerrados para esconderse, y subir a las azoteas cuando NO quiero hacer tonterías??? A ver, dime para qué te presto mi "querido diario" si tú pudiste haberlo escrito, ¿para qué te leo si ya llevo tus palabras malditas conmigo? La única diferencia es que yo no le temo a la muerte, ella e Insomnia Goddess han sido mis amigas desde qué, los 9 años de edad... No hay nada que temer, el infierno está aquí en la Tierra y el cielo hay que buscarlo dentro de uno (yo sigo explorando mis células a ver dónde cuernos anda el mío).
    Por cierto: estoy convencida de que el karma de los suicidas es la reencarnación, así que aguas, sobrevivamos a ésta para andar entre las nubes (como borreguitos de Red Bull) y aventando aureolazos cuando pasemos a la mejor.

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