No
tuvimos graduación porque terminar la preparatoria no era motivo suficiente
para ponerse toga, birrete y recibir un diploma carente de mérito académico. En
cambio, como despedida, decidimos organizar un rave que nos diera el pretexto para inundarnos el gañote con
bebidas embriagantes, entacharnos y
olvidar que enfrente, con los brazos abiertos, el futuro nos esperaba ansioso
para convertirnos en todo lo que hasta entonces odiábamos.
No
sé cuánto dinero, trabajo, discusiones y hasta madrazos nos costó preparar
nuestro caprichito que se supone tuvo que haber sido una fiesta y no una
carnicería que arruinó amistades, desvaneció hermandades y lapidó amores que parecían
indisolubles. A pesar de los esfuerzos por lograr que todo saliera bien, nadie
contó con que esa misma noche Santa Sabina tenía preparados planes mucho más
grandes que los de un grupo de subnormales a punto de engrosar las filas del
fracaso: apenas a unos cuantos metros de distancia el sound check de la banda liderada
por Rita Guerrero, aplastó los ánimos de la mayoría al reparar en que ninguno
había asistido jamás a un concierto de rock.
Helena,
mi todavía novia, estaba en shock. No me lo decía pero bastaba ver sus ojillos
y los inquietos movimientos de sus manos para saber que quería estar en el
auditorio y no entre las mismas personas con las que había pasado los últimos
tres años. En mis bolsillos quedaban los pesos suficientes para cumplir con ese
capricho, aunque a esas alturas yo sabía del riesgo que implicaba despilfarrar
mi riqueza en sostener los caprichos de una persona que días antes me había
prohíbo ir a su casa, que se negaba a responder mis llamadas, que aprovechaba
el menor pretexto para ridiculizarme frente a nuestros amigos y que sin
menoscabo alguno había comenzado a verse con Oscarito, un chico que anteriormente
había formado parte de su lista de amores fallidos.
Me
cagas, no entiendo por qué desperdicié todo este tiempo contigo. Lo mejor es
que ya no vengas a verme hasta que tome una decisión sobre nosotros, había
dicho mientras me cerraba la puerta en la cara por última vez. Pero en esos
años yo no sabía de sus injurias y sí de su cuerpo desnudo brincando sobre la
cama mientras me dedicaba canciones fingiéndose una estrella de rock, o de su
cuerpo enjabonado bajo la regadera y su aliento a tutsi pop mezclado con ron, o
de los amaneceres a mitad del parque y de su carita asustada cuando sus padres
llegaban a casa y yo tenía que esconderme por horas entre montones de ropa
sucia o bajo la cómoda de su recámara antes de encontrar la oportunidad de
huir.
Me
dirigí hasta el auditorio y me postré frente a un viejo parásito de la reventa
que sin recato, me ofreció un par de boletos sin aceptar regateos, sin darse la
oportunidad de convertirse en el héroe de mi historia y cuyas amenazas con
partirme la madre se silenciaron cuando entregué el dinero que cubrió el monto
de por un boleto. Con la negociación cerrada hice un último esfuerzo por
ablandarle el corazón, por orillarlo a hacer la buena acción de su vida pero ya
no había nada qué hablar. Caí en la cuenta que no podía regresar con Helena y
decirle que entraría sólo al concierto pero sabiendo las consecuencias, caminé
de regreso a la fiesta, que para ese momento ya se encontraba prácticamente
desierta pues la mayoría de los asistentes habían decidido refugiarse entre los
sonidos de la Santa. Helena era de las pocas sobrevivientes. Su mohín delataba
su frustración. Pensé que lo mejor era quedarme callado y acercarme únicamente
para decirle adiós.
Ahora
que han pasado los años no tengo la certeza que ella recuerde los detalles de
esa noche pero en mi mente, corren como una película, imágenes que puedo editar
a mi modo: el auditorio oscuro y la gente gritando, el escenario destellando
tintes rojos y morados mientras el tambor y el bajo hacían retumbar todo el
auditorio. A veces me da por centrarme en los aromas que se desprenden del rock
y en las sensaciones al escuchar la canción preferida en vivo y que ponen la
piel de gallina. Otras prefiero pensar en Rita y su sensualidad, en su voz
durante Incierto destino y su fuerza mientras interpretaba una Canción para Louis,
o pensar en el nudo que se formó en mi garganta cuando pareció dedicarme Yo te
ando buscando: y te has desaparecido y
regresas a tu casa sin memoria y sin sentido, sin amores transparentes, sólo
novios sin sentido. No sé si Helena recuerde mi tristeza cuando me detuve
frente a ella para inmolar mi egoísmo y depositar en sus manos una súplica que
me hiciera ganador de una segunda oportunidad la cual esperé durante horas en
el estacionamiento mientras escuchaba los planes de vendedores de playeras y
tazas. Recuerdo el encoré: Chicles y Azul casi morado unidas sólo por una
brevísima pausa que sirvió para imprimirle emoción a la noche.
Una
vez que la música se apagó y el ambiente mutó en rumores, esperé a que Helena
saliera a buscarme. Nunca pasó. Entonces entendí que era mejor regresar a la
fiesta y tratar de rescatar alguna alegría entre los escombros. Nuestro rave se
había convertido en una fiesta sonidera de la que salí ganando un par de bolsas
de plástico repletas con ron mezclado con agua de sabor que bebí sentado cómodamente
en la banqueta mientras los primeros rayos de sol aparecían para acompañarme de
regreso a casa.
Exactamente
una semana después presenté el primero de muchos exámenes que me permitieron
sentirme rechazado de la universidad y que ayudaron a volverme inmune a los batazos que ofrece la vida en
sus diferentes ámbitos. Tras aceptarlo, logré conseguir un trabajo que hasta la
fecha me hace pensar en las ilusiones que planté por esos años y que de no ser
por algunas canciones que suelo susurrar cuando estoy ebrio, lo más seguro es
que ya hubiera olvidado.
*Este relato fue sacado de mi diario personal aunque nunca pensé usarlo en un momento como este.
*Este relato fue sacado de mi diario personal aunque nunca pensé usarlo en un momento como este.
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