viernes, 4 de marzo de 2011

El síndrome de Tim Allen

Tal vez sea un síndrome anti natura o simplemente castigo divino pero comienzo a escribir este texto convencido que el dios de los machos me negó los poderes necesarios para hacer las labores que a mi sexo se le demandan.
Es domingo y como cada semana algo se ha descompuesto en esta casa: hace un mes fue el calentador de agua, hace dos semanas se descarapeló una pared, la semana pasada se descompuso una puerta y este día tocó el turno al lavabo. No es que no pueda arreglarlo pero si existe una actividad para la que me declaro totalmente incompetente es precisamente la de plomero. Lo mismo ocurrió con mis dotes de albañil y carpintero. Es probable que un sujeto con mis habilidades prefiera lavar los trastes antes que atreverse a cambiar el empaque plástico que une el codo horizontal del lavabo con el muro y cuya importancia en el sistema de drenaje de la casa es fundamental pues de otro modo, el baño puede convertirse en una sucursal a domicilio del pestilente río de Los Remedios.
Ante semejante panorama y con la presión conyugal retumbando en los oídos (¿a qué hora vas a cambiar el empaque del lavabo?), me dispongo a trascurrir el domingo futbolero lidiando con un pinche armatoste rudimentario que tira agua igual de pestilente que un borracho con problemas de vejiga.
El dilema en que nos sumergimos los hombres ante este tipo de problemáticas caseras es únicamente comparable con el de un secretario de gobierno ante los rumores de un inminente golpe de estado: colocamos las manos en la cintura, respiramos profundo, observamos el fenómeno esperando una señal divina que nos diga por dónde comenzar, resoplamos, observamos con la curiosidad de quien no quiere parecer un imbécil y nos alejamos dispuestos a salir a la calle por una solución.
Mis conocimientos en la materia me dicen que un empaque de plástico puede conseguirse fácilmente en la tlapalería de la colonia, lo cual me hace pensar en la pregunta más trascendental de mi vida: ¿dónde chingados hay una tlapalería en mi colonia? La última que recuerdo era la de Armando pero ésta tiene más de diez años que cerró y desde entonces no he vuelto a saber de otro local semejante a diez cuadras a la redonda. Es entonces cuando recurro a mi instinto gregario y dirijo mis pasos hasta el puesto de periódicos donde Mento, mi asesor en quinielas futboleras y proveedor de revistas, me confía que hay una tlapalería frente a la primaria, a la vuelta de mi casa.
El lugar es pequeño y predomina el aroma a solvente. Frente al mostrador un grupúsculo de machos se disputa la atención del encargado que con presteza despacha litros de thinner y metros de piola; lijas de agua, de metal y de madera; pijas, clavos y rondanas; un poco de blanco de España, otro poco de yeso; flotadores, codos, interruptores, poliductos y birlos. Cuando toca mi turno pido el empaque pero el encargado me observa con cara de nada. Un anciano sale a mi auxilio preguntándome qué chamba voy a realizar. Pongo cara de idiota. Después de un breve interrogatorio, los seis hombres presentes coinciden que necesito un conector de hule de un medio pero me encuentro con la novedad que están agotados y me sugieren ir a una tlapalería en forma de supermercado. Pienso, entonces, que debería estar escribiendo o cuando menos viendo el futbol mientras sostengo una cerveza en la barriga. En cambio, mi mala suerte, me tiene caminando bajo el inclemente sol hacia el supermercado de los machos: Home Depot.
En la tienda un hombrecillo de lentitos intelectualoides me recibe con las ofertas del día. Sólo busco un conector de hule de un medio, respondo negándome a aceptar el catálogo con las ofertas. El hombrecillo me conduce a uno de los pasillos y me abandona a mi suerte entre plastiquitos color negro de diferentes tamaños, formas y precios. Entonces reparo en que debí haberme traído el empaque roto como muestra. Resignado, salgo de la tienda dispuesto a regresar a casa. Mientras camino le doy forma a mis ideas: comienzo mentalmente el texto que tengo pendiente sobre una colección de poesía y construyo algunos aforismos con los que pueda comenzar un cuento. Me viene a la cabeza el certamen de literatura erótica en el que he querido participar año con año. Decido que llegando a la casa dejaré en paz el lavabo y me pondré a escribir, en eso sí soy un chingón.

- ¿Dónde andabas? ¿Seguro estabas con tus amigotes, verdad? Y mientras aquí nadie puede lavarse las manos sin que escurra una cascada por culpa de un maldito conector de hule –el uso del tecnicismo por parte de mi mujer me deja boquiabierto y pienso que ella es quien tendría que estar haciendo la chamba mientras yo termino mis textos pendientes.
- Fui a comprar el conector pero se me olvido la muestra…

La mueca de molestia de mi mujer es evidente. Antes de atreverme a desarmar el lavabo me dirijo a la cocina, abro el refrigerador y saco un par de cervecitas. En el televisor se anuncia el medio tiempo del juego: el equipo al que le iba mi padre va perdiendo por tres goles. Reafirmo mi simpatía por los equipos perdedores y me congratulo por la goleada. Cuando me dispongo a disfrutar de la repetición de las anotaciones mi mujer aparece. Su sola presencia me recuerda mi nueva faceta de plomero. El plomero escritor, así titularé mi nuevo cuento. Abandono mis cervezas y regreso al baño a desarmar el lavabo. Al hacerlo, rompo un codo y me percato que un conector más delgado se encuentra desgastado. Volver a dejar aquello como está no parece tarea difícil así que no necesito anotar alguna instrucción que me indique como van las piezas.
El regreso Home Depot resulta exitoso. Aprovecho para comprar un juego de desarmadores que están en oferta y una llave perico sin saber la utilidad que ésta tenga en la vida de un escritor. Al llegar a casa me encuentro con una esposa sonriente que me invita a sentarme a la mesa donde un manjar con totopos, guacamole, carne asada y cervezas me espera. El equipo de mi padre remonta la diferencia de tres goles en nueve minutos y mi inconsciente me traiciona, estoy feliz de ver a los Tiburones rojos coronarse. En mi euforia comienzo a beber hasta sentirme borracho. Ahorita que se me baje arreglo el lavabo, le digo a mi mujer arrastrando las palabras. Ella me responde pero su voz me parece lejana. Abro una nueva cerveza. Antes de que le entreguen el trofeo al equipo campeón, me decido a tirar una meada larga y placentera que me hace pensar en un nuevo texto: “el placer de mear un six de cervezas.” Orgulloso por el título me doy la vuelta y comienzo a lavarme las manos sin recordar que el lavabo… ¡el lavabo está armado y con los conectores en su lugar! Concluyo que tal vez en la borrachera hice la chamba sin darme cuenta. Me vuelvo a sentir orgulloso. Regreso justo a tiempo a mi sillón para ver al capitán escualo recibir el trofeo, pienso en escribir una crónica sobre este momento. Cuando no queda más líquido en la lata decido que es momento para ir a comprar provisiones para festejar pero entonces mi mujer me detiene:

- Antes de que te emborraches más, págale al plomero –mi cara de sorpresa ante el usurpador, que en este momento atraviesa la puerta, se transforma en agradecimiento. Sin remordimiento, extiendo los billetes y le agradezco su trabajo.

Mi mujer se aleja y yo desecho la idea de ir a la tienda por las cervezas, mejor tomo el teléfono y marco al depósito para que me traigan dos cartones y botanas. Qué bueno que siempre haya alguien dispuesto a hacer las cosas por uno así sea por unos cuantos miserables billetes. Tengo que escribir esta historia. Apago el televisor y enciendo la computadora mientras escucho a mi mujer gritar que se descompuso el microondas.

8 comentarios:

  1. Genial, tan cotidiano y extra ordinario...
    me encanta leerte
    Atte: Faby´x

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  2. Ha por cierto me encanta la forma en que te decribes abajo

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  3. MUY BUEN TEXTO AMIGO LE PASA A MUCHOS HOMBRES...!

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  4. Si para ser plomero lo único que necesitas es ponerte el pantalón a media nalga pa' que se te vea la rayuela cuando te pongas en cuclillas!!

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  5. Muchas gracias por sus comentarios. Especialmente a Marla, quien veo tiene semanas que me puso entre los blogs que sigue. Un abrazo!

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  6. jajajajajajajaja
    es genial y muy pero muy veridico :)
    pero pues no hechamos los cartones por qué no?? jaja un abrazoo att: bren

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  7. jajajajajajaja...
    en casa mami es la que arregla las ondas plomeriles & eléctroides...

    buenísimo como siempre villanito Anacléctor!

    besitotes!

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