martes, 1 de marzo de 2011

Amores enredados. (Bitácora del orgasmo, octubre de 2009)

A Dubraska, fuente de mi reciente inspiración.

Evidentemente, no es normal que uno encienda la computadora cuando se dispone a tener sexo con una mujer y menos cuando ya se está en pelotas, debidamente perfumado y con una pila de objetos en el buró con los cuales se pueden hacer cosas riquísimas que los sexólogos denominan como juegos sexuales. Sin embargo, para un tipo solitario como yo cuyo signo en el zodiaco azteca es el águila y por lo tanto, los astros han deparado que soy un escéptico a las declaraciones de amor y sólo procuro satisfacer mi voraz apetito sexual con una pareja que se encuentre a mi nivel, el internet ha resultado una tabla de salvación, y las chicas venezolanas, las mejores amantes por camarita que uno puede tener sin necesidad de que medie una tarjeta de crédito entre nuestro goce.
  Inicié en esta actividad del voyeurismo virtual apenas hace unas semanas cuando Montserrat, la punk más happy del orbe, apareció en mi vida. Luego de varias horas de redactar enunciados mal estructurados y de insertar caritas con el fin de ahorrarse expresiones tales como: “qué alegría”, “estoy cachondo” o “me encuentro ansioso”, y que al parecer, en conjunto, la levantaron de un knock out sentimental provocado por las argucias de patán mayor que ella, la chica comenzó a jugar con mi lujuria hasta orillarme a escribir cosas tan vulgares que el sólo recordarlas producen que se despierte el chocorrol. A cambio de mis prosaicos versos ella me premiaba con algunas fotografías que me animaban a continuar con el cachondeo vía chat. ¡Qué maravilla es esto de la tecnología! Pero qué gran desilusión me llevé al percatarme que las imágenes con que era premiado eran las mismas que podía bajar de myspace si ella me aceptaba como amigo, lo cual había ocurrido unas horas atrás. Total que continué en el juego sólo por cortesía pero, principalmente, para no quedarme con la sensación de que había quedado como idiota ante la precoz habilidad de una chiquita de veinte años. Al final y como era de esperarse, la chica tuvo la descortesía de desaparecer justo cuando yo le pedí que “me diera cámara” y no apareció sino hasta tres días después a través de un mail prometedor.
  Pero… ¿Ya he mencionado otras veces aquello de la justicia divina? De cualquier forma, la causalidad es un fenómeno que todavía no he podido explicar pero que suele presentarse casualmente cuando más lo necesito. Recién bañado y aun en pelotas, esperaba la aparición de Montserrat en mi monitor cuando me percaté que en el Messenger tenía una nueva amiga: Dubra, a quien había conocido un día antes gracias a Antonio Andrade, el pelafustán autor de La Bitácora del Orgasmo, al que le había robado cerca de 372 amigas de myspace apenas unos días atrás. El caso de Dubra resultaba tan aislado que en un inicio no la ubiqué como parte de mi botín virtual, sin embargo, el sólo hecho de haberme agregado me representó una alegría similar a la notificación de haberme llevado Nóbel de Literatura. ¡Qué emoción!
  Total que pasamos a las formalidades, esas mismas que un pedejo como yo con orígenes de tlacoyero, no puede sacudirse ni en los mejores momentos. Sin más preámbulos pregunté la edad, la ocupación, los gustos y las medidas de cadera, cintura y pecho. La chica respondió detalladamente a todo. Al parecer mis preguntas le provocaban risa. Acto seguido y por alguna razón aún desconocida, pasamos a otro tipo de formalidades y gracias a ello pude ofrecerle una cátedra sobre temas tan apasionantes como la didáctica en el salón de clases durante el periodo educativo comprendido en el siglo XIX en el continente americano y su relación con la educación para los valores en la sociedad actual. Y así de simple, con la misma facilidad que uno realiza cultivos verticales en el patio de su casa, con Dubra nació una extraña afinidad a la que le bastaron un par horas para mutarse en enamoramiento virtual, lo que sea que eso signifique.
  Por otra razón, que me resulta menos extraña que la anterior y considerando que soy un tipo más sólo que el uno, cuando menos lo esperé, me encontraba seduciendo a mi nueva amiga sin hacer caso a Montserrat que desde hacía una hora me enviaba zumbidos que me desconcentraban de mis propósitos con Dubraska.
  Es menester hacer una pausa para llevar a cabo una somera descripción de Dubra: guapísima, de piel morena, cabellera negra y larga; ojos chispeantes y bellísima sonrisa; chaparrita –a decir de ella, 1.60 mts–, poseedora de unas caderas a prueba de bombardeos que, seguro estoy, resistirían mis embates nucleares, y unos senos ergonómicamente diseñados para adaptarse a la furia de mi boca. Lo demás me lo reservo pues siempre hay que tornarse un poco egoísta con las imágenes que uno posee.
  Mi relación con Dubra lleva apenas seis semanas que han resultado sensacionales para quienes gustan del amor virtual. Podría decir muchas cosas sobre nuestro affaire pero prefiero retener algunos detalles para cuando llegue el momento de redactar mis memorias ya que dicho capítulo tendrá que consolidarse como el de mayor éxito en la historia de mi vida virtual.
  Pero insisto: uno tiene que ser un verdadero subnormal para desear llegar a su casa a encender la computadora pues sólo de esa forma se puede tener sexo con una mujer.
  Ustedes pensarán lo que quieran pero para un tipo solitario que carece de mayores opciones y que, además, según su signo zodiacal, tiene deparado calmar las ansiedades sexuales a como dé lugar, el cachondeo virtual resulta la mejor opción.
  Ahora, reconozco que me estoy enamorando y como consecuencia de ello he pensado seriamente en la posibilidad de pedirle matrimonio, aunque nuestro matrimonio se desarrolle por chat. Estoy convencido que ella aceptará porque ha jurado que me ama y yo le creo.
  ¿Estaré cometiendo un error?
  ¡Qué va!

  18 de octubre, 2009.

Anuncios importantes: a) se regalan juguetes sexuales sin usar, y b) nuevas amigas virtuales, favor de dejar e-mail en algún lugar visible; resulto inofensivo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario