lunes, 13 de septiembre de 2010

Amigas de flojera.

En los últimos años he desarrollado un poderoso imán para atraer amigas cuyas edades fluctúan entre los 18 y 25 años, lo cual no tiene nada de extraordinario, como tampoco lo tiene el hecho de que todas ellas tengan el mismo defecto: tener un novio al que juran amar profundamente (el defecto está en su jodido concepto de amor, no en tener novio).
Lo anterior, lejos de motivarme a brincar como saltimbanqui haciéndome partícipe de su felicidad, se ha convertido en un molesto golpeteo a mí hígado y a mi paciencia pues mis registros indican que una plática amena con una veinteañera enamorada es prácticamente un imposible debido a que las aludidas lo ven a uno con cara de clínex, o peor aún, con orejas de diario, y eso les hace creer que me importa saber si novio es casado, tiene dos hijas, se pelea a diario con la esposa y tras la discusión, viene a ellas para desenvainar la espada y ejercer venganza; tampoco me importa saber si pelearon entre ellos, si se mentaron la madre en intervalos de dos minutos, si él les dijo lo que muchos otros piensan (que son unas idiotas cuando se ponen en papel de niñas de primero de secundaria) y menos aún, si las cortan por adolescentes.
Este concepto tergiversado de la amistad me ha convencido que amigas como esas se convierten en una mala inversión, una pérdida de tiempo y que una charla con una piedra sería más productiva pues cuando menos podrías patearla o lanzarla tan lejos como quisieras apenas empezara con ese tipo de gansadas.
Hace un par de días, por ejemplo, mi amiga N me arrancó de mis ocupaciones para avisarme que pasaría a recogerme al trabajo, que tenía ganas de verme. Reconozco que fue un halago que semejante mujer fuera a buscarme pero la monada se derrumbó cuando ella comenzó a relatarme sus nuevos infortunios familiares a causa del novio, quien por cierto es un verdadero imbécil. ¿Quién le dijo que me interesaba saber si el tipo se empeda en la fiesta de cumpleaños del padre de M, se pone impertinente, vomita sobre el vestido de la esposa del festejado, pisa al perro (que es la joya de la familia), tira el pastel y se orina en la maceta a la hora en que se apaga la luz para cantar las mañanitas? Cualquier otra mujer con sentido común y dos gramos de inteligencia seguro mandaría al tipo “a hondear gatos de la cola”, pero ésta no, mi amiga se pone pendeja con la familia y yo pago los platos rotos escuchando semejantes idioteces.
El segundo ejemplo vive en mi amiga S quien regularmente tiene la manía de relatarme exactamente los mismos capítulos con su novio: que si ella le prometió comprarle una moto a cambio de un hijo, que sí él respondió que no porque ya se hizo la vasectomía pero que a cambio le trae a las dos hijas de su actual matrimonio para formar una familia feliz pero que no será fácil porque primero hay que eliminar a la bruja esposa (a quien automáticamente imagino como una buenona mayor de 30 años, con las ganas contenidas). Siempre me pregunto: ¿Habrá reparado mi amiga en mi rostro abrumado cada vez que nos despedimos?
Desafortunadamente para mí, según los románticos, los ortodoxos de la amistad y las políticamente correctas buenas costumbres, ellas son mis amigas y por ello debo estar siempre dispuesto a escucharlas, así que cuando esto que relato vuelva a suceder pondré cara de nada y haré de tripas corazón esperando que Dios con su infinita paciencia, se digne a enviarme a una amiga verdaderamente interesante (como las que conozco en facebook) y con la que pueda charlar, beber, reír, sin que metan a sus odiosos novios en nuestra relación.
Finalmente, si usted se considera mi amiga, tiene entre 18 y 25 años, tiene novio y ha visto en mí a un imbécil al cual aburrir con sus mamadencias, absténgase o no respondo chipote con sangre, sea chico o sea grande.

No hay comentarios:

Publicar un comentario