sábado, 14 de noviembre de 2009

Amores impuntuales (Palabras Malditas, 2008)

Para muchas personas la puntualidad representa un acto de buen gusto, una cualidad; para otros, en cambio, se trata de un ritual con el que se urgen los encuentros con el destino y se pone punto final a los choques frenéticos pocas veces deseados; para un tercer grupo, donde se mezclan por igual los mezquinos con los optimistas, la puntualidad es sinónimo de oportunidad.

     Personalmente, me he encargado de pulir la habilidad de retrasar mis llegadas en gran parte de mis citas, orillando a mis interlocutores a ingresar en el laberinto de la incertidumbre y provocando que su estado de ánimo deambule violentamente en cada uno de los extremos del humor. Sin embargo, las consecuencias de jugar con el tiempo de los otros y de uno mismo, es a todas luces previsible por lo que no vale la pena detenerse a disertar en ese aspecto.
     Desafortunadamente, existen otros casos en los que el control del tiempo se encuentra fuera de nuestras manos, situación que nos enfrenta cara a cara con momentos igualmente ridículos como desagradables. Al pensarlo, no puedo dejar de remitirme a mi promiscua pubertad, cuando debido a mi arribo impuntual a este planeta, tuve que conformarme con ser un simple espectador en la vida de Tamara, una mujer diez años mayor por la que profesaba una pasión que se mantuvo clandestina hasta el día de su extinción. Como lamenté no haber tenido la edad suficiente para encararme con ella y hacerle saber todo lo que su presencia le motivaba a mis sueños.
     Fue esa misma impuntualidad, sólo que por parte de otras mujeres, la que logró situarme en la otra cara de la moneda, es decir, como el ser intangible de quienes hubieran querido nacer unos años antes, o cuando menos los suficientes, para lograr conectar su vida a la mía. En esa situación, recuerdo recientemente a Miriam, una belleza que se negó a ser un secreto; a Susana, quien dañada por el desprecio optó por lanzarse al embarazo; o a Viridiana, quien ahora siente una profunda vergüenza cada que le recuerdan que hace unos años estaba profundamente enamorada de mí.
     Así, los amores impuntuales, son aquellos que aparecen con años de demora y cuya tardanza produce una desazón que se acerca al sentimiento de culpa, a la impotencia por no poder controlar la llegada al mundo a nuestra entera conveniencia y de esa forma poder manipular el gozoso curso de la existencia. Con todo y lo que conlleva, conozco a muchos que han retado al padre tiempo, dándose la oportunidad de trabar relaciones con amores impuntuales, concientes de las consecuencias que en el futuro les va a acarrear. Para todos esos valientes, mi respeto y admiración.
     El hecho es que hace un tiempo, conocí a Ana Laura con once años, tres meses y veintidós días de atraso, o lo que es igual, el tiempo suficiente para lamentarme su impuntualidad. Conciente de que mi vida atravesaba por un compromiso con la estabilidad, hasta el día de su llegada llevaba un buen tiempo de no pensar en relacionarme con una mujer tan menor aunque en esta ocasión, lejos de sacarle ventaja a mi experiencia, Ana Laura se adelantó despojándome inconscientemente del control de su tardanza. Su jovialidad, característica de todas las mujeres de su edad, así como su enigmático silencio, fueron apenas suficientes para tomar por asalto toda mi vida y perturbar mis pensamientos, ideas, deseos, aspiraciones, emociones, vicios y ambiciones, además de arrancarme de tajo todos los ideales que durante más de once años me había forjado sobre el amor. Ana Laura me desarmó y por si fuera poco, gradualmente se ha encargado de evidenciar el creciente interés que siento por ella, lo que me resta un buen número de puntos en el jaloneo de la seducción.
     Escribo este texto como una forma de liberación mientras analizo sesudamente todas las posibilidades que pueden surgir si es que en las próximas horas me atrevo a declararle abiertamente lo que siento por ella. No importa que no lo entienda, que lo pase por alto, que se ofenda o que se burle, me conformo con saber que tengo en mis manos la venganza de los frustrados, que si me rechaza, será el maldito tiempo el que se encargará de ponerla en su lugar.

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