Existe una institución formativa cuyo slogan asevera tajantemente: “porque yo si quiero ser alguien en la vida.”
Esta afirmación parece ser pertinente en esta ocasión ya que automáticamente puedo hacer un ejercicio de contrición y preguntarme: ¿para ser alguien en la vida es forzoso pasar por la escuela? Les pregunto a ustedes: ¿qué será mejor, estar aquí encerrados entre estas cuatro paredes o tirarse en las islas a disertar con los camaradas sobre el sentido de la vida? ¿Su futuro estará asegurado cuando salgan de la licenciatura y engrosen las filas del desempleo o en el mejor de los casos, del subempleo?
Al presentarme en este espacio no tengo la intención de evangelizar con conceptos pedagógicos sino compartir con ustedes los pensamientos que me fueron manando mientras leía por vez primera La aborrecida escuela. Dejo mis primeras preguntas en el aire y pienso en la forma en que la escuela nos jode la existencia, lo cual, me lleva a recodar un comentario que le escuché a un conocido escritor, impulsor de la literatura basura: “mis padres debieron odiarme mucho; tanto, que hasta me enviaron a la escuela”. En ocasiones, me da la impresión que esta aseveración es cierta porque todos sin excepción somos aventados a la escuela sin opinión mediante. Es como lanzarse a un barranco y con ello descubrir que: 1) no somos capaces de volar porque no somos pájaros, 2) descubrir que los madrazos duelen, y 3) que hay que ser pendejos para tirarse de un barranco sabiendo que no somos aves y por lo tanto, no podemos volar. Lo anterior, al ser trasladado a la escuela nos deja sin opciones porque somos lanzados al barranco escolar para darnos dolorosos madrazos y al final, pensar que de haber tenido capacidad de decisión en la infancia, muchos hubiéramos optado innegablemente por la vagancia aunque luego nos hubiéramos lamentado por no haber aprovechado la oportunidad de ser alguien en la vida.
El caso es que ingresamos a la escuela con o sin llanto y una vez adentro, nos encontramos con una serie de eventos que tenemos que aprender a brincar pues dicen que lo que ahí se vive es una especie de adiestramiento que nos enseña a escala lo que vamos a sufrir en la vida real.
No dudo que en esta sala, existan quienes defiendan la existencia de la escuela fundamentados en teorías bien sesudas que me abstendré de retomar porque reconozco mi total incapacidad para retomar teorías y discutir con ellas. En cambio, también sé que también hay quienes comparten una visión idealista de la institución educativa y que claman por su transformación radical o su destrucción, pero en cualquiera de los dos casos, la escuela ha trastocado nuestras vidas y en algún momento hemos rechazado su mecanismo de funcionamiento.
Supongo que en el momento en que Gerardo decidió concebir este poemario transitaba por un momento de catarsis en el que la única opción para salir fue darle patadas a la cuna que lo había arrullado y para ello se necesita muchísimo valor porque la mayoría de los educadores somos formados en una especia de ejército en la que se nos instruye a respetar principios aunque no creamos en ellos. Así, es la educación en general. Pero este ejercicio de patear lo más sagrado de nuestra sociedad es un deporte que todos tendríamos la obligación de practicar con frecuencia pues es a partir de ello donde redescubrimos el verdadero valor de las cosas. Y eso es lo que precisamente queda plasmado en La aborrecida escuela, el valor de la institución que irremediablemente nos trastoca entremos o no en ella.
Escrita en base a calificativos dolorosos –principalmente para quienes somos educadores– pero nunca ofensivos (aunque muchos opinen lo contrario), este poemario se equilibra con frases que van de lo doloroso a lo divertido y de lo sentimental a las magníficas evocaciones que nos hacen disfrutar el dolor de haber sido parte de la escuela. Por ejemplo:
Ella es tan drástica
Como insalvable
Institución vacua
Deslavada infraestructura
Aparato del orden superestructural
(cuidado que se puede derrumbar el techo si se repiten estas palabras)
Vulnerable y ruin
Irracionalidad disciplinada
(que invariablemente me hace pensar en las bolitas que alguna de mis maestras me ponía y en los palitos que aprendí a hacer después)
Segregas sin decir que lo haces
Sútil
Violenta
Cabrona
Venenosa
(¿cuántos alumnos son rechazados año con año de esta y otras escuelas?)
Muro torturador de niños
(que en el peor de los casos acaban siendo maestras)
te dices pública cuando ya no lo eres
vendiste tu secreta lozanía
y el postor no fue el mejor
(sin palabras)
Como ya lo mencionaba anteriormente, las claves de La aborrecida escuela no son todas pesimistas; también existen retratos evocadores de nuestros momentos más agradables:
Corazones en muros, pizarrón y libretas
Mochilas porterías, sexo en el cerebro, álgebra existencial
Golpes, besos, fálicos palíndromas, grafitos en el baño
(viví la secundaria, me queda claro)
El poema que da título al poemario es contundente:
Aborrecida escuela
Abandonaste la oportunidad
Del pliegue y el despliegue
Que cultivan al ser
Te volviste PNL (puro neo-liberalismo)
Sensibilidad adormilada
Emancipación perezosa
Casa del entrenamiento…
Decir estas palabras en este lugar es un placer inmenso pues me siento como un ente cancerígeno que puede carcomer las entrañas de la escuela sin que ella pueda hacerme algo… pero no lo necesita, porque ya lo hizo desde mucho tiempo atrás.
La aborrecida escuela es un texto pequeño cuyo peso real tiene que ser valuado por el gramaje de cada palabra, de cada frase, de cada alusión. Se trata de un texto obligatorio para todos los educadores en formación y para los estudiantes en formación, y en general, para todos aquellos que se digan dignos de ser idealistas, pesimistas u optimistas.
No me queda más que agradecer a Gerardo Meneses el haberme hecho partícipe de este texto pues en su lectura viene un nuevo rumbo para mi vida como educador, como roquero y como persona. Larga vida a la educación y la escritura de su autor.
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